lunes, 16 de mayo de 2022

 

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ESCRITOS CORSARIOS

 

Pier Paolo Pasolini.

 

 

9 de diciembre de 1973

 

ACULTURACIÓN Y ACULTURACIÓN

 

Muchos lamentan (ante este obstáculo de la austerity) las incomodidades debidas a la falta de una vida social y cultural organizada fuera del Centro «malo» en las periferias «buenas» (vistas como dormitorios sin servicio, sin autonomía, sin reales relaciones humanas). Lamento retórico. Si aquello de lo cual se lamenta la falta en las periferias existiese, sería de todas formas organizado por el Centro. El mismo Centro que, en pocos años, ha destruido todas las culturas periféricas en las cuales —precisamente hasta hace pocos años— estaba asegurada una vida propia, sustancialmente libre, hasta en las periferias más pobres y miserables.

 

Ningún centralismo fascista ha logrado hacer lo que ha hecho el centralismo de la civilización del consumo. El fascismo proponía un modelo, reaccionario y monumental, que, sin embargo, era letra muerta. Las diversas culturas particulares (campesinas, subproletarias, obreras) continuaban imperturbables y adaptadas a sus antiguos modelos: la represión se limitaba a obtener de ellas la adhesión verbal. Hoy, por el contrario, la adhesión a los modelos impuestos por el Centro es total e incondicional. Los modelos culturales reales son rechazados. La abjuración es completa. Se puede, por lo tanto, afirmar que la «tolerancia» de la ideología hedonística del nuevo poder es la peor de las represiones en la historia humana. ¿Cómo ha podido ejercerse esta represión? Mediante dos revoluciones, ocurridas en el interior de la organización burguesa: la revolución de la infraestructura y la revolución del sistema de información. Las carreteras, la motorización, etc., han unido hoy estrechamente la periferia al Centro aboliendo toda distancia material. Pero la revolución del sistema de información ha sido todavía más radical y decisiva. Por medio de la televisión el Centro ha asimilado la totalidad del país, que era históricamente tan diferenciado y rico en culturas originales. Ha comenzado una obra de homologación destructora de toda autenticidad y concreción. Ha impuesto —como decía— sus modelos: que son los modelos queridos por la nueva industrialización, la cual ya no se contenta con que «el hombre consuma», sino que pretende que no sea concebible otra ideología que la del consumo. Un hedonismo neo-laico, ciegamente olvidado de todo valor humanístico y ciegamente extraño a las ciencias humanas.

 

La ideología anterior, querida e impuesta por el poder era, como se sabe, la religión: y el catolicismo, en efecto, era formalmente el único fenómeno cultural que «homologaba» a los italianos. Ahora se ha convertido en colaborador del nuevo fenómeno cultural «homologador» que es el hedonismo de masas: y, como colaborador, el nuevo poder ha comenzado desde hace años a liquidarlo.

 

 

No hay, en efecto, nada de religioso en el modelo del Hombre Joven y Mujer Joven propuestos e impuestos por la televisión. Se trata de dos personas que valoran la vida sólo a través de sus bienes de consumo (y, por supuesto, van todavía a misa los domingos: en automóvil). Los italianos han aceptado con entusiasmo este nuevo modelo que la televisión les impone según las normas de la Producción creadora de bienestar (o, mejor, de salvadora de la miseria). Lo han aceptado: ¿pero están en realidad en situación de realizarlo?

 

No. O lo realizan materialmente sólo en parte, convirtiéndose en la caricatura, o no logran realizado más que en medida mínima hasta convertirse en sus víctimas. Frustración y ansia neurótica son hoy estados de ánimo colectivos. Por ejemplo, los subproletarios, hasta hace pocos años, respetaban la cultura y no se avergonzaban de su ignorancia. Por el contrario, estaban orgullosos del propio modelo popular de analfabetos que poseía, sin embargo, el misterio de la realidad. Miraban con un cierto desprecio petulante a los «hijos de papá», los pequeños burgueses, de los que se distinguían, aunque estaban obligados a servirlos. Ahora, por el contrario, comienzan a avergonzarse de su propia ignorancia: han abjurado de su propio modelo cultural (los más jóvenes ya no lo recuerdan más, lo han perdido por completo) y el nuevo modelo que tratan de imitar no prevé el analfabetismo y la rusticidad. Los muchachos subproletarios —humillados— tachan en su documento de identidad el nombre de su oficio, para sustituirlo con la calificación de «estudiante». Naturalmente, desde que han comenzado a avergonzarse de su ignorancia, han comenzado también a despreciar la cultura (característica pequeño burguesa, que han adquirido rápidamente por mímesis). Al mismo tiempo, el muchacho pequeño burgués, al adecuarse al modelo televisivo que, siendo su propia clase la que lo crea y lo impone, le es sustancialmente natural, se convierte extrañamente en rústico e infeliz. Si los subproletarios se han aburguesado, los burgueses se han subproletarizado. La cultura que ellos producen, al ser de carácter tecnológico y estrictamente pragmático, impide al «hombre» que está todavía en ellos desarrollarse. De allí deriva en ellos una especie de entumecimiento de las facultades intelectuales y morales.

 

La responsabilidad de la televisión, en todo esto, es enorme. No solamente en cuanto «medio técnico», sino en cuanto instrumento del poder y poder en sí misma. No es sólo un lugar a través del cual pasan los mensajes, sino que es un centro elaborador de mensajes. Es el lugar donde se hace realidad una mentalidad que de otro modo no se sabría dónde colocar. Es mediante el espíritu de la televisión que se manifiesta en concreto el espíritu del nuevo poder.

 

No hay duda (se ve por los resultados) que la televisión es autoritaria y represiva como ningún medio de información en el mundo lo ha sido nunca. El diario fascista y los slogan mussolinianos hacen reír: como (con dolor) el arado con relación a un tractor. El fascismo, quiero repetirlo, no ha sido capaz de arañar el alma del pueblo italiano: el nuevo fascismo, mediante los nuevos medios de comunicación y de información (ejemplo, precisamente, la televisión) no sólo lo araña, sino que lo ha lacerado, violado, embrutecido para siempre…”

 

 

[ Fragmento de: Pier Paolo Pasolini. “Escritos corsarios” ]

 

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2 comentarios:

  1. Excelente reflexión sobre los (aún) llamados 'medios de comunicación', convertidos en poderosa herramienta de propaganda por la clase dominante y que ha pasado a formar parte fundamental del modo de producción capitalista, que hoy abarca todos los ámbitos de la existencia.

    "Si los subproletarios se han aburguesado, los burgueses se han subproletarizado". Hoy, esto es sobre todo evidente en dichos medios, cuyos lobotomizados gerentes dan constantes muestras de una puerilidad sin límites. No obstante, poco les importa al parecer lo que el público crea o deje de creer, lo importante es que se atiborre de ese inefable potingue epiléptico con el que se le ceba sin tregua.

    Salud y comunismo

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    1. Denuncia el muy adelantado Pasolini (1973) un mundo ‘virtual’ sin reales relaciones humanas. Y eso que no pudo conocer internet y sus ‘mal llamadas redes sociales. Bueno, redes sí son. Y esto no es ningún ‘lamento retórico’ sino una realidad constatable. Lo que Pasolini califica como subordinación de la periferia al centro (y señala que por medio de las comunicaciones físicas y estructurales y la comunicación superestructural que elabora y difunde la doctrina de la clase dominante)… o sea la manera de materializarse la colonización de la metrópolis laminando las diversas culturas periféricas e imponiendo de manera incondicional la nueva religión del homologado consumismo compulsivo que sólo comulga con ‘bienes de consumo’, o sea el fetichismo de la mercancía disfrazado de juego hedonista.

      Y concluye ‘el vidente’ Pasolini: “…el nuevo fascismo, mediante los nuevos medios de comunicación y de información (ejemplo, precisamente, la televisión) no sólo lo araña (‘el alma del pueblo’), sino que lo ha lacerado, violado, embrutecido para siempre…”

      Salud y comunismo

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