jueves, 25 de abril de 2024

 

[ 570 ]

 

ISRAEL: EL FIN DE LA INOCENCIA

 

Frederic Lordon, filósofo francés

 

 

Es seguro que la Historia nos espera a todos a la vuelta de la esquina. Historia: esto es lo que Occidente encuentra en Gaza. Si, se trata de una cita con el declive y la caída, entonces llegará el momento en que podremos decir que el mundo se dio la vuelta en Gaza.

 

 

 

A veces somos bendecidos con inesperados momentos de verdad. «El pescado se pudre por la cabeza», declaró el primer ministro francés Gabriel Attal cuando se abalanzó sobre la última invención del bando del apoyo incondicional: arremetía contra la supuesta corrupción moral del activismo estudiantil contra la guerra de Gaza en el «elitista» Institut d’études politiques de París. 

 

Una declaración milagrosamente acertada de una boca típicamente llena de falsedades. Que el pescado se pudre por la cabeza es incluso doblemente cierto. Porque la cabeza puede entenderse en un sentido metafórico: como una representación de los gobernantes y, más en general, de los dominadores. En este sentido, sí, la podredumbre está ahora en todas partes. 

 

Y también puede entenderse en un sentido metonímico: como las operaciones del pensamiento y, en el caso que nos ocupa, la decadencia de esas operaciones. Más aún: el colapso de las normas que supuestamente las rigen.

 

Tal colapso no es atribuible a la mera estupidez (que rara vez constituye una buena hipótesis), sino más bien a la estupidez interesada. Porque, aunque sea a través de una amplia mediación, los intereses materiales son en última instancia determinantes de la inclinación a pensar de una manera y a prohibir pensar de otra. Aquí es donde la cabeza podrida del pez articula su doble significado: la violencia del frente burgués (metáfora) desatada en la imposición de sus formas de pensamiento (metonimia).

 

¿Por qué se ha desatado con una ferocidad que no se desataría, por ejemplo, en cuestiones de fiscalidad o de jornada laboral? ¿Qué hay en este acontecimiento internacional que tiene una resonancia tan poderosa en las coyunturas nacionales de clase? 

 

Una respuesta es que las burguesías occidentales consideran que la situación de Israel está íntimamente ligada a la suya. Se trata de una conexión imaginaria y semiconsciente que –mucho más que simples afinidades sociológicas– está impulsada por una afinidad subterránea que no puede sino negarse. 

 

Simpatía por la dominación, simpatía por el racismo, quizás la forma más pura de dominación, y por tanto la más excitante para los dominadores. Esta afinidad se acentúa cuando la dominación entra en crisis: una crisis orgánica en el capitalismo, una crisis colonial en Palestina, como cuando los dominados se rebelan contra viento y marea, y sus antagonistas están dispuestos a aplastarlos para reafirmar la dominación.

 

Pero también existe una fascinación más profunda para la burguesía occidental. Fue Sandra Lucbert quien vio esto con penetrante perspicacia, planteando una palabra que creo decisiva: inocencia. 

 

La fascinación es por la imagen de Israel como figura de dominación con inocencia. Dominar sin llevar la mancha del mal: ésta es quizá la fantasía última del dominante. Durante su juicio, el militante de izquierdas Pierre Goldman grita al juez: “Soy inocente, soy ontológicamente inocente y usted no puede hacer nada». 

 

Por muy diferentes que sean las circunstancias, sus palabras resuenan: después de la Shoah, Israel se estableció en la inocencia ontológica. Y, en efecto, los judíos fueron primero víctimas, víctimas en la cumbre de la historia de la violencia humana. Pero víctima, incluso a esta escala, no significa «inocente para siempre». La única manera de pasar de una a otra es mediante una deducción fraudulenta.

 

La burguesía occidental utiliza de todo esto sólo lo que le conviene. Le gustaría tanto entregarse a la dominación en la propia inocencia. Evidentemente, esto es más difícil, pero el ejemplo lo tienen delante de los ojos, y quedan hipnotizados por él, e inmediatamente atrapados en una solidaridad reflexiva.

 

El ser humano tiene varias maneras de no enfrentarse a la violencia que ejerce. La primera consiste en degradar al oprimido: no es verdaderamente humano. En consecuencia, el daño que se les hace no es realmente malo y se preserva la inocencia. Sin duda, la más poderosa y común es la negación. Para eso se utiliza el término «terrorismo». Es una categoría diseñada para impedir el pensamiento, en particular el pensamiento ex nihilo nihil: que nada viene de la nada. 

 

Que los acontecimientos no caen del cielo. Que existe una economía de la violencia, que funciona sobre la base de una reciprocidad negativa. Y que podría resumirse en una paráfrasis del principio de Lavoisier: nada se pierde, nada se crea, todo vuelve. 

 

Los innumerables actos de violencia infligidos al pueblo palestino tenían que volver. Sólo aquellos cuya única operación intelectual es la condena tenían garantizado no ver venir nada de antemano ni entender nada después. 

 

A veces la incomprensión no es una debilidad del intelecto sino un truco de la psique: su imperativo categórico. Hay que no entender para no ver: para no ver una causalidad de la que uno forma parte -y por tanto no es tan inocente.

 

Afirmar que todo empezó el 7 de octubre es una corrupción intelectual viciosa y característica de este tipo, que sólo una nación ontológicamente inocente podría suscribir, junto con todos aquellos que les envidian, y que adoran creer con ellos en efectos sin causa. 

Ni siquiera debería sorprendernos que algunos de ellos, como es el caso de Francia, sigan utilizando la palabra «terrorismo» contra los activistas climáticos –etiquetándolos de «ecoterroristas»– sin pestañear cuando deberían estar escondidos, consumidos por la vergüenza. Ni siquiera respetan a los muertos, cuya memoria pretenden honrar y cuya causa apoyan. Pero el «terrorismo» es el escudo de la inocencia occidental.

 

El mal uso del término «antisemitismo» puede analizarse en términos similares. En sus desviaciones actuales (que obviamente no agotan todos los casos, ya que hay mucho antisemitismo auténtico) la acusación pretende deslegitimar a todos aquellos que desean reconocer la causalidad y, por tanto, poner en tela de juicio la inocencia.

 

La putrefacción de la cabeza es ante todo esto: la corrupción interesada de las categorías y operaciones del pensamiento, porque lo que hay que proteger es demasiado valioso. La consecuencia es el rebajamiento –incluso se podría decir el envilecimiento– del debate público. 

 

No es casualidad que el pez podrido haya hablado por boca de Attal, ya que este envilecimiento es típico del proceso de fascistización en el que el macronismo, apoyado por la burguesía radicalizada, ha envuelto al país. Un proceso que podemos reconocer por el creciente imperio de la mentira, la tergiversación sistemática, incluso la fabricación descarada. Con –como es justo y apropiado, y siempre es el caso– la colaboración de los medios de comunicación burgueses.

 

Sin embargo, todos los desmentidos y compromisos simbólicos, toda la intimidación y la censura, no harán nada para detener la implacable oleada de realidad de Gaza. Lo que el campo del apoyo incondicional está apoyando, y a qué precio, es algo que evidentemente ya no es capaz de ver. 

 

Para todo aquel que no haya perdido completamente la razón y mire con horror, la perdición ideológica –entre el racismo biológico y la escatología mesiánica– en la que se está hundiendo el gobierno de Israel no tiene fondo. Lo que podemos ver, y lo que ya sabíamos, es que los proyectos políticos escatológicos son necesariamente proyectos asesinos de masas.

 

Como ha argumentado Illan Pappé, el sello distintivo de la colonización cuando se basa en asentamientos es el deseo de eliminar la presencia de los ocupados –en el caso de los palestinos, ya sea mediante la expulsión-deportación o, como vemos ahora, mediante el genocidio. Aquí, como en otras ocasiones similares registradas por la historia, la deshumanización vuelve a ser el tropo justificativo por excelencia. 

 

Ahora hay innumerables ejemplos de ello, tanto de los portavoces oficiales israelíes como en la fangosa corriente de las redes sociales, asombrosos en su alegre monstruosidad y sádica exultación. Esto es lo que ocurre cuando se levanta el velo de la inocencia y, como siempre, no es un espectáculo agradable.

 

Una característica de este paisaje de aniquilación que llama nuestra atención es la destrucción de cementerios. Así reconocemos los proyectos de erradicación: la dominación llevada hasta la aniquilación simbólica que, si es una paradoja, recuerda los términos del herema de Spinoza: «Que su nombre sea borrado de este mundo y para siempre». En este caso, no fue un gran éxito. Tampoco lo será aquí.

 

Lo que estamos presenciando es un suicidio moral. Nunca antes se había producido un despilfarro tan colosal del capital simbólico que se creía inexpugnable, que se había acumulado tras la Shoah. 

 

Resulta que se acerca la hora del ajuste de cuentas simbólico para todos, especialmente para este proyecto colonial que se autodenomina Occidente y pretende tener el monopolio de la civilización, pero que ejerce la violencia en nombre de sus principios. Si es que alguna vez flotaron, sus credenciales morales están ahora hundidas. 

 

Se necesita la arrogancia de gobernantes que pronto caerán, que aún no lo saben, para creer que pueden seguir este camino sin coste alguno. Aquellos que permanecen pasivos, que participan como cómplices, incluso actuando como negadores de un crimen tan enorme que se está cometiendo ante sus ojos y ante los ojos de todos los demás –personas de este tipo ya no pueden reclamar nada.

 

El mundo entero está viendo morir a Gaza, y el mundo entero está viendo cómo Occidente mira a Gaza. Y nada se les escapa.

 

En este punto, pensamos inevitablemente en Alemania, cuyo apoyo incondicional ha alcanzado niveles de delirio asombrosos, y de la que un internauta de humor negro pudo decir:

 

«Cuando se trata de genocidio, siempre están en el lado equivocado de la Historia». 

 

 

No es seguro que «nosotros» –Francia– estemos mucho mejor, pero sí es seguro que la Historia nos espera a todos a la vuelta de la esquina. Historia: esto es lo que Occidente encuentra en Gaza.

 

 

Si, como hay razones para creer, se trata de una cita con el declive y la caída, entonces llegará el momento en que podremos decir que el mundo se dio la vuelta en Gaza.

 

 

 

 

 

Fuente:

https://observatoriocrisis.com/2024/04/17/israel-el-fin-de-la-inocencia/

 

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miércoles, 24 de abril de 2024

 

[ 569 ]

 

EL MÉTODO YAKARTA

 

Vincent Bevins

 

(…)

 

 

05

Brasil, ida y vuelta

 

 

LA LEYENDA DE LA INTENTONA

 

El Partido Comunista Brasileño se fundó en 1922, en gran medida por inmigrantes y exanarquistas. Cuando de inmediato se incorporaron a la Internacional Comunista recién fundada por Lenin, Moscú no sabía muy bien qué hacer con ellos. La Comintern clasificó a Brasil como un gran país «semicolonial», en la misma categoría que China, y dejó la cuestión para más adelante. En aquel momento, la directriz que los brasileños recibieron de los soviéticos fue formar un frente único con la «burguesía» nacional, sin liderazgo comunista, contra el imperialismo; del mismo modo que Mao recibió órdenes de trabajar con Chiang Kai-shek, con resultados dispares.

 

En Brasil, el Partido Comunista estaba en gran medida comprometido con esta línea. Pero también actuaba en un país donde los complots militares eran rutinarios en cualquier tendencia política. Getúlio Vargas había tomado el poder inicialmente con un golpe militar en 1930. Después de que empezara a seguir el ejemplo de los movimientos fascistas de Italia y España, un hombre llamado Luis Carlos Prestes, carismático teniente comunista que en una ocasión había intentado sin éxito una revuelta populista de izquierdas, fundó la Aliança Nacional Libertadora (ANL). La ANL se oponía al fascismo y al «integralismo», que en Brasil tenía una variante propia, rabiosamente anticomunista y en cierto modo católica, del fascismo. La Aliança incluía a muchos partidarios moderados de Vargas, que querían que retrocediera en su impulso a la derecha, y consiguió también el apoyo del propio Partido Comunista.

 

Moscú no creó la ANL ni ordenó a la Aliança Nacional Libertadora que actuara; de hecho, a los soviéticos les preocupaba que los brasileños estuvieran siendo imprudentes y en exceso arriesgados. Sin embargo, cuando los líderes comunistas de Moscú entendieron que Prestes podía lanzar otra rebelión, no quisieron quedarse fuera. Enviaron un pequeño grupo asesor que incluía a un especialista alemán en explosivos y a Victor Allen Barron, un ciudadano estadounidense experto en comunicaciones que se encargó de la comunicación con los líderes comunistas en Rusia.

 

La mayoría de los civiles del Partido Comunista y de la ANL no sabían que se estaba preparando una rebelión. Y empezó por accidente, en Natal, en el pobre noreste de Brasil, después de que los soldados destinados allí se enfurecieran por la destitución de algunos compañeros. El Partido Comunista de la región pidió a los soldados que esperaran, pero de nada sirvió. Estalló la rebelión y los sublevados llegaron incluso a tomar el control de la ciudad por un tiempo, durante el que requisaron automóviles y asaltaron bancos. Cuando el levantamiento llegó a Recife, también en el noreste, la respuesta del Gobierno fue una carnicería: los militares sofocaron el levantamiento y ejecutaron a los rebeldes izquierdistas.

 

«¡Fue una represión brutal, tremenda! Mataban a izquierda y a derecha, de frente y de espaldas. La vida de un comunista no valía diez pedazos de miel cruda»,

 

relató el teniente Lamartine Coutinho utilizando una vieja expresión portuguesa. Entonces llegó el acto final, en una pequeña playa nada más pasar Copacabana, en Río de Janeiro. El ataque empezó a altas horas de la madrugada del 27 de noviembre de 1935. Las tropas militares lanzaron a los barracones una granada que estalló delante de una columna. Luego abrieron fuego. «¡Fue una batalla fea, espantosa!», diría uno de los soldados atacados aquella mañana. «¡Tiros por todas partes!». Sin embargo, solo dos soldados murieron en combate.

 

La ANL había sacrificado de manera temeraria vidas humanas, probablemente decenas en todo el país, y lo único que había conseguido había sido entregarse al Gobierno para que este pudiera utilizarla como le pareciera.

 

La historia de un golpe de Estado comunista fallido sirvió perfectamente a los intereses de las élites que en aquel momento presionaban para que se diera un giro a la derecha. El poderoso rotativo O Globo ya había publicado una crónica del todo falsa, firmada en junio por el propietario, Roberto Marinho, según la cual los comunistas habían recibido órdenes de tomar el país «disparando a todos los funcionarios no comunistas, preferiblemente a la puerta de sus casas o incluso después de entrar por la fuerza en ellas».

 

El Gobierno de Vargas utilizó el acontecimiento real, en adelante llamado de forma no del todo correcta «Intentona Comunista», para atacar a la izquierda y a sus críticos en general, y como excusa para consolidar sus poderes dictatoriales. Vargas declaró el estado de emergencia, creó la «Comisión Nacional de Represión al Comunismo», suspendió las libertades individuales y empezó a detener a los integrantes de la izquierda. Muchos de los líderes de la Intentona fueron ejecutados, aunque al popular Prestes lo mantuvieron encarcelado. Las autoridades prohibieron los libros de izquierdas.

 

La narrativa de la violenta subversión comunista sirvió a las necesidades de los grupos de derechas del Ejército y del Gobierno de manera tan efectiva que crearon otra. En 1937, un general «encontró» un documento que esbozaba el Plan Cohen, un complot judeocomunista (exprimiendo el antisemitismo de la derecha fascista) que incluía órdenes de invadir las casas de brasileños acaudalados y violarlos. Vargas utilizó este plan completamente inventado para autorizar un golpe de Estado militar más, promulgar una nueva constitución y tomar el control de una dictadura en toda regla.

 

La Intentona de 1935 sirvió de leyenda fundacional a las Fuerzas Armadas y al movimiento anticomunista, cada vez más virulento, que se hizo fuerte entre los militares y en la sociedad en general. Cada año, el 27 de noviembre, los militares se reunían delante de una estructura conmemorativa en Praia Vermelha [playa roja], para conmemorar la respuesta a la rebelión comunista. Y un poderoso mito adquirió forma. El Ejército terminó contando que el de noviembre de 1935 no fue un ataque convencional contra un acuartelamiento militar. El relato era que los comunistas se habían colado en las habitaciones de los oficiales y los habían apuñalado mientras dormían.

 

Esta parábola de maldad exclusivamente comunista se demostraría falsa muchas décadas más tarde gracias a detalladas investigaciones históricas. Como el historiador Rodrigo Patto Sá Motta afirma citando los informes de las autopsias: «Nadie murió a golpe de puñal en aquella madrugada. […] Sería curioso imaginar oficiales del Ejército —independientemente de las convicciones políticas, siempre sensibles a los bríos militares— alzados solo con puñales».

 

Los comunistas con cuchillos en la mano listos para apuñalarte mientras duermes se convirtieron en una imagen común en el voluminoso material anticomunista brasileño de las siguientes décadas. En la prensa se podían encontrar asimismo viñetas que mostraban que los comunistas eran insectos que únicamente podían ser «exterminados» mediante la libertad, la familia y la moralidad. El comunismo fue denominado plaga, virus o cáncer, términos que eran también arrojados a los comunistas del momento en la vecina Argentina. Con mucha frecuencia, el comunismo se asociaba con el mal absoluto o con la brujería, caracterizados con el uso de demonios o bestias satánicas como dragones, serpientes y cabras. A menudo se insinuaban, cuando no se representaban directamente, vínculos con la anormalidad y la perversión sexual.

 

Lanzar falsas acusaciones de comunismo podía ser también rentable. La policía, los soldados y los políticos de bajo rango «encontraban» pruebas de que un determinado ciudadano era comunista, lo que suponía más ingresos para su departamento o, con mucha frecuencia, conllevaba sobornos directos. El partido político fascista Ação Integralista Brasileira (AIB) utilizó, según consta, tácticas clásicas de extorsión con pequeños comercios, si bien con un giro anticomunista. Los miembros del partido cubrían en plena noche las paredes de tiendas y viviendas con pintadas en apariencia comunistas. Volvían unos días más tarde y pedían a los propietarios que hicieran donaciones a la AIB para demostrar a los preocupados ciudadanos del barrio que en realidad ellos no eran comunistas.

 

En los años cincuenta y principios de los sesenta, los militares brasileños fortalecieron sus vínculos con Washington. Estados Unidos llevó a cabo sus misiones de servicio más largas en Brasil, cuyos oficiales recibieron invitaciones extra para formarse en la escuela de mandos de Fort Leavenworth, junto a los soldados indonesios.

 

Para los muchos grupos derechistas de Brasil, especialmente los militares, toda la presidencia de Jango fue una equivocación. Sin embargo, en 1961, Goulart cometió un error que ofendió todavía más a los militares. El anuncio de que Brasil retomaría las relaciones diplomáticas con la Unión Soviética llegó días antes de la conmemoración anual de la Intentona y fue considerado una provocación. Poco después, uno de los grupos armados de extrema derecha del país, el Movimiento Anticomunista (MAC), cubría Río de Janeiro de pintadas con eslóganes como «Muerte a los traidores», «Fusilemos, brasileños, a los lacayos de Moscú» y «Guerra a muerte al PCB» (el partido comunista, todavía ilegal, de Brasil). Es creencia generalizada que el MAC recibía financiación de la CIA, y llevó a cabo varios atentados con bomba, así como un tiroteo en el Sindicato Nacional de Estudiantes.

 

Otro grupo anticomunista, la Sociedad para la Defensa de la Tradición, la Familia y la Propiedad (TFP), fundada en 1960 en São Paulo, pretendía contrarrestar la amenaza decadente del comunismo internacional obligando a sus jóvenes brigadas a cortarse el pelo a cepillo, llevar ropa recatada, evitar ver la televisión y aprender kárate. La TFP tenía una perspectiva internacional, y pronto estableció sedes a lo largo de América Latina, en Sudáfrica y en Estados Unidos.

 

En cuanto al Partido Comunista Brasileño en sí, se dividió en 1962. Con el liderazgo de Luis Carlos Prestes, todavía influyente décadas más tarde, el PCB se había adherido a la decisión de Jruschov de alejarse del estalinismo y mantenía su compromiso de trabajar pacíficamente dentro de las fronteras de la democracia brasileña. Un grupo disidente, más inspirado por Mao y convencido de la necesidad de la revolución total, rechazaba este «revisionismo» y formó el prácticamente homónimo Partido Comunista do Brasil (PCdoB). Durante el mandato de Jango, el PCB fue en realidad mucho más moderado que otros actores de la izquierda del momento, dado que ni siquiera apoyó modernizar la Constitución.

 

Todo este furibundo anticomunismo tenía la intención de hacer frente a un presidente que era, como mucho, un liberal reformista. Pero Jango y sus reformas eran populares. Si hubiera conseguido finalmente que más personas votaran, el país habría cambiado de forma muy perceptible para las élites. Y estos cambios eran apoyados por los pocos comunistas que había en el país, que sí existían realmente. Quien se oponía a cualquier cosa que aceptaran los comunistas y tenía pánico a las consecuencias que las reformas sociales tendrían en un país como Brasil, encontraba muchos motivos para oponerse a Jango. Quien aceptaba todos los principios del anticomunismo fanático tal y como J. Edgar Hoover los había expuesto en la década de 1940 —y así era en el caso de las élites brasileñas y del Gobierno estadounidense— encontraba que la oposición tenía sentido.

 

La asociación entre Jango y el comunismo clandestino no solo la proponía la oscura periferia derechista de la sociedad brasileña. Una viñeta publicada en enero de 1964 en O Globo, el rotativo del que sigue siendo el grupo de medios de comunicación más importante de Brasil, venía acompañada del siguiente pie: «La campaña de alfabetización», refiriéndose al plan de Jango de enseñar a más personas a leer y a escribir. A la derecha aparecía sentado un hombre sucio, con ropa andrajosa y un rostro que era la imagen misma de la ignorancia. A la izquierda, su maestro, que lo señalaba y se reía. Detrás del instructor, escapando del traje, se ve la larga cola del diablo, con una hoz y un martillo estampados en la punta…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Vincent Bevins. “El método Yakarta” ]

 

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lunes, 22 de abril de 2024

 

[ 568 ]

 

 

 

CARLOS MARX  / FEDERICO ENGELS

CORRESPONDENCIA

 

 

 

4. DE ENGELS a MARX

(en Colonia)

 

Barmen, 25 de abril de 1848.

 

...Podemos contar muy poco con la participación de este lugar.  Blank, a quien ya le había escrito sobre el asunto, y que sigue siendo el mejor del grupo, se ha trasformado en la práctica en un burgués, y los otros todavía más, ahora que están establecidos y han entrado en conflicto con los obreros. La gente rehuye como la peste cualquier discusión sobre problemas sociales; la llaman incitación. He malgastado las más finas flores de la oratoria y he ejercido toda forma posible de diplomacia, sin obtener más que respuestas titubeantes. Ahora haré un intento final, y si fracasa todo terminará. Dentro de dos o tres días sabrás definitivamente el resultado. En el fondo, la cosa es que también estos burgueses avanzados ven en nosotros a sus principales enemigos del futuro, y no quieren poner en nuestras manos armas que muy pronto volveríamos contra ellos.

[ Después del comienzo de la revolución en Alemania (el levantamiento de Berlín, del 18 de marzo de 1848), Engels volvió a su país desde París, a fin de conseguir accionistas para la publicación de un periódico, entre aquellos de sus conocidos que simpatizaban con la democracia y el comunismo. Blank era uno de los viejos amigos de Engels que habían sido entusiastas del comunismo. Hasta la revolución había existido entre la juventud burguesa gran entusiasmo por el comunismo. Pero en la revolución salieron a la luz verdaderos intereses de clase y los “comunistas” de la víspera revelaron su naturaleza clasista. ]

 

Engels escribía a Marx el 9 de mayo de 1848:

 

“Las dos clases de gentes que ponen más dificultades son, en primer lugar, los jóvenes republicanos de guante amarillo que temen por su dinero y ventean el comunismo, y en segundo lugar los caudillos locales, quienes nos consideran sus competidores.”

 

[ El 1 de junio de 1848 se publicó el primer periódico marxista, Neue Rheinische Zeitung (Nueva gaceta renana). De él escribió Lenin en 1914 —en su ensayo Carlos Marx— que “es hasta hoy el órgano mejor, no superado del proletariado revolucionario”. Durante el período de la ley marcial, proclamada a fines de setiembre de 1848, el periódico fue prohibido, pero pronto reapareció y siguió publicándose hasta el 19 de mayo de 1849, en que fue clausurado. ]

 

En una carta de Bernstein (del 2 de febrero de 1881), Engels, aconsejándole acerca de cómo debía ser dirigido el órgano central de la socialdemocracia alemana de la época, escribe:

 

“Como usted posee la Neue Rheinische Zeitung, haría bien en leerla en ocasiones. El desprecio y la burla con que tratábamos a nuestros opositores fue precisamente lo que nos atrajo casi 6.000 suscriptores en los seis meses que terminaron con la declaración de la ley marcial, y aunque en noviembre volvimos a empezar por el principio, tuvimos la misma cantidad y aun más en mayo de 1849.”

 

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5. DE ENGELS a JENNY MARX

Vevey, 25 de julio de 1849.

 

...El mismo día que le escribí a Marx (desde Kaiserslautern) llegaron noticias de que Hamburgo había sido ocupada por los prusianos y que, en consecuencia, habían sido cortadas las comunicaciones con París. De modo que no pude despachar la carta y fui a lo de Willich. En Kaiserslautern yo me había desvinculado totalmente de la llamada revolución; pero cuando llegaron los prusianos no pude resistir el deseo de mezclarme en la guerra. Willich era el único oficial que servía para algo, por lo cual lo entrevisté y me convertí en asistente suyo. Estuve en cuatro encuentros, de los cuales dos fueron bastante importantes, especialmente el que tuvo lugar en Rastatt, y descubrí que el tan cacareado coraje de arrojarse a la batalla es la más común de las cualidades que cualquiera pueda poseer. El silbido de las balas es cosa pequeña, y a pesar de gran dosis de cobardía no llegué a ver, en toda la campaña, una docena de personas que se comportasen cobardemente durante la lucha. Pero en cambio había mucha “valiente estupidez”. Para terminar, me fue bien en todas partes, y al fin de cuentas es bueno que estuviera presente alguno de la Nene, Rheinische Zeitung, porque estaba toda la canalla democrática de Badén y el Palatinado, y se están jactando de todas las acciones heroicas que jamás cumplieron. Hubiéramos vuelto a oír la misma historia: los caballeros de la Neue Rheinische Zeitung son demasiado cobardes para luchar. Pero de todos los caballeros democráticos, Kinkel y yo fuimos los únicos que peleamos. Kinkel se alistó en nuestro cuerpo como mosquetero y se comportó bastante bien; en el primer encuentro en que tomó parte una bala le rozó la cabeza y fue tomado prisionero.

 

Una vez que nuestro cuerpo hubo cubierto la retirada del ejército de Badén, nos encaminamos, 24 horas después que todos los otros, hacia Suiza, y ayer llegamos aquí, a Vevey.

 

[ Engels hace un excelente y detallado relato de la insurrección de 1849 en Badén y el Palatinado, en su serie de artículos sobre Die Deutsche Reichsverfassungskampagne (La campaña por una Constitución alemana).

 

El 18 de mayo de 1849, Marx recibió la orden de su expulsión de Colonia, y el 19 de mayo apareció —impreso en rojo— el último número de la Neue Rheinische Zeitung. Después de abandonar Colonia, Marx y Engels fueron primero a Badén y luego al Palatinado, donde se convencieron de que las organizaciones revolucionarias no habían hecho ningún preparativo militar en esos distritos, que se suponía afectados por el levantamiento. La frontera no estaba custodiada, ni se habían tomado medidas para extender la insurrección. Los líderes del movimiento eran demócratas pequeñoburgueses que predominaban en los “Comités de salud pública’’ y en los “Gobiernos provisionales”, pero no hacían otra cosa que hablar. Marx fue a París porque allí se esperaba acontecimientos decisivos. Engels se quedó y tomó parte en la guerra. Así fue cómo pudo observar en la práctica a la pequeña burguesía en su papel en la revolución, volcando los resultados de sus experiencias en los artículos antes mencionados.]

 

Ahí escribe lo siguiente sobre la pequeña burguesía:

“La historia de todos los movimientos políticos desde 1830, tanto en Alemania como en Francia e Inglaterra, invariablemente nos muestra a esta clase hablando fuerte, formulando ruidosas protestas e incluso empleando a veces frases extremas, tan largas cuanto puedan hacerlas sin riesgo; nerviosos, cautos y conciliadores tan pronto como se acerca el menor peligro; asombrados, ansiosos, vacilantes, tan pronto como el movimiento que ellos mismos excitaron es tomado ¡y en serio! por otras clases; traicionando a todo el movimiento en aras de su existencia pequeñoburguesa, tan pronto como llega a la toma de las armas y a la lucha; y finalmente, gracias a su indecisión, siempre bien defraudados y maltratados una vez que ha triunfado el partido reaccionario...”

 

Pero, detrás del grueso de la pequeña burguesía hay otras clases y grupos que se manifiestan con mayor energía: el proletariado y el sector más avanzado de la pequeña burguesía.

 

“Estas clases, con el proletariado de las grandes ciudades a la cabeza, tomaron las ruidosas promesas en favor de la Constitución nacional más en serio de lo que querían los agitadores pequeñoburgueses. Si la pequeña burguesía, como lo juraba a cada minuto, estaba dispuesta a sacrificar ‘su propiedad y su sangre’ por la Constitución nacional, los obreros —y en muchos distritos también los campesinos— estaban listos para hacer lo mismo, con la condición —perfectamente conocida por todos los partidos, aunque no mencionada— de que, una vez conquistada la victoria, la pequeña burguesía tendría que defender esa misma Constitución nacional en contra de esos mismos proletarios y campesinos.”

 

Al resumir los resultados de las luchas políticas de esos años de revolución, escribía Engels en 1850:

 

“Ahora que [la campaña en favor de una Constitución nacional] se ha perdido, la única posibilidad de victoria reside en la monarquía feudal burocrática levemente constitucionalizada, o bien en una revolución genuina. Y la revolución ya no puede ser llevada a cabo en Alemania a menos que culmine en el predominio completo del proletariado.”

 

También en el Mensaje del Comité Central de la Liga de los Comunistas a sus miembros, de marzo de 1850, figura un excelente análisis de las experiencias de las luchas revolucionarias. Engels volvió sobre el problema de la democracia pequeñoburguesa y su papel en la revolución, en una carta a Bebel, del 11 de diciembre de 1884.

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Willich, August (1810-1878). Ex oficial prusiano de artillería. Republicano convencido, se retiró del servicio en 1846. Tomó parte activa en la revolución de 1848-1849. Después del aplastamiento de la revuelta, emigró a Londres. Junto con Karl Schapper fue el líder de la fracción de “izquierda” de la Liga Comunista. A fin de ganarse la vida aprendió el oficio de carpintero. Viajó a Norteamérica en 1853. Al principio trabajó allí como carpintero y en 1858 se hizo periodista. Durante la guerra civil del Norte contra el Sur (1861-1865) peleó del lado de los norteños, distinguiéndose y llegando a general. Después de la guerra ingresó en la administración pública y ocupó elevados cargos en Cincinnati. En 1870 volvió por un tiempo a Alemania. Murió en Estados Unidos. En su nota final a las Revelaciones sobre el proceso a los comunistas de Colonia, escribe Marx: “En la guerra civil de Norteamérica, Willich demostró ser algo más que un visionario”.

 

Kinkei, Gottfried (1815-1882). Escritor y poeta alemán, demócrata burgués que tomó parte en la revolución de 1848. Arrestado y sentenciado a prisión perpetua en una fortaleza, logró evadirse. Como refugiado en Londres, desempeñó un papel ridículo y fue uno de los principales intrigantes contra Marx entre los refugiados enzarzados en rencillas fraccionistas y mutuas calumnias, en lugar de dedicarse al trabajo revolucionario serio, por lo cual cayeron en el estancamiento.

 

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viernes, 19 de abril de 2024

 

[ 567 ]

Buzón 404

(estar está, pero por alguna inconfesable razón ajena a tus intereses, no quieren que lo encuentres / 09)

 

 

 

 

GENOCIDIO SIONISTA EN GAZA:

EL “NEGACIONISMO” DE LOS BUENOS.

 

 

En el “Jardín Borrelliano”, como bien sabemos “los silenciosos corderos” que lo padecemos o disfrutamos, lo tienen todo previsto en materia de censura, desinformación y propaganda dura y blanda. Quizás por eso también utilizan una doble “vara” de medir en los asuntos ineludiblemente “noticiables” pero calificados por la autoridad competente “de poca monta”.

 

 

Y es que una cosa es el “NEGACIONISMO DE LA INDUSTRIA DEL HOLOCAUSTO o EL NEGACIONISMO DEL NEGOCIAZO DE LAS MULTINACIONALES FARMACEÚTICAS CON LA PANDEMIA-COVID-19”, y otra muy distinta, por ejemplo, el “inexistente” genocidio sionista en Gaza del que por cierto, sólo hablan en sus minoritarios y marginales panfletillos subversivos los seres inferiores y bárbaros (rusos, chinos, cubanos, venezolanos, nicaragüenses, iraníes, yemeníes… y comunistas en general) de la cada día más tocapelotas e insurgente Jungla.

 

Para el infame jardinero jefe de la muy democrática y civilizada UE, la carnicería que está llevando a cabo el ente sionista no es más que “el derecho a defenderse” de un pueblo que, entre muchos otros méritos sangrientos, lleva 75 años invadiendo impunemente, saqueando y colonizando la tierra Palestina y llevando a cabo una tan criminal como meticulosa limpieza étnica de sus “inferiores” pobladores originarios. O sea cumpliendo escrupulosamente con el humanitario y democrático “Orden Basado en las Reglas dictadas en exclusiva por el Imperio Yanqui”.

 

*

 

Leo:

 

 

 

 

«Los periodistas del New York Times tiene prohibido utilizar las palabras "genocidio", "territorio ocupado" y "limpieza étnica" en sus artículos»

 

(THE INTERCEPT, citando una orden ejecutiva filtrada a la web)

 

 

"Los periodistas que cubren la guerra de Israel en la Franja de Gaza deben limitar el uso de los términos 'genocidio' y 'limpieza étnica' y 'evitar' el uso de la frase 'territorio ocupado' al describir la tierra palestina", dice el artículo. Las directrices también dicen que hay que evitar mencionar la palabra "Palestina" en los materiales salvo en "casos muy raros"»

 

*

 

 

Bueno, ya ven cómo se las gasta el NEW YORK TIMES a la hora de adoctrinar directamente en el NEGACIONISMO DE LOS BUENOS a sus “prestigiosos para-periodistas”, e indirectamente a todos esos millones de lectores y lectoras que con su mansa sumisión “coproducen y reproducen” el relato hegemónico.

 

Casualmente, me pillan estas noticias absolutamente verídicas, ya ven que las fuentes son los grandes medios occidentales de desinformación, releyendo, esto confieso que ya no es casual, unos instructivos textos “de dos famosos autores del siglo pasado” sobre los escribas, la literatura, la comunicación, el compromiso, los vehículos del lenguaje para “el pensar”…

 

Por ejemplo el muy mitificado Barthes opina que hay unos grandes autores que trabajan las palabras como estructuras (escritores) y otros mediocres autores que utilizan las palabras únicamente como medios de transporte (escribientes).

 

Los escribientes, añade el otrora sublime ensayista, son hombres transitivos  que postulan una finalidad: dar testimonio, explicar, instruir… de modo que la palabra es un medio. Para los escribientes la palabra soporta la acción, no la constituye. Es decir, que el lenguaje queda así reducido a la naturaleza de un instrumento comunicativo, un vehículo para el pensar. Por el contrario, el relevante escritor de Barthes –que cumple una función, y no que ejerce una mera actividad como hace el ordinario escribiente–, por el que como notable estructuralista toma claramente partido, es alguien para quien “escribir es un verbo intransitivo” y cuya creativa labor se dirige a su propio instrumento, el lenguaje.

 

 

Llegados aquí les propongo un pequeño ejercicio consistente en tratar de interrelacionar “y trasladar a la praxis” las consignas del   NEW YORK TIMES y LA REALIDAD DE LOS HECHOS DEL GENOCIDIO SIONISTA EN GAZA, con los modelos transitivo o intransitivo del “escritor” y del “escribiente” que con tanta ambigüedad y sutileza nos dibuja el, en esencia, posmoderno Barthes.

 

Por su parte y con antelación, Sartre, el indudable enemigo a batir del supuestamente intransitivo Barthes, había denunciado sin ambages una literatura y un periodismo “realmente existentes” puestos al servicio del lavado de cerebros. Y que en ese mismo sentido “hay bastantes ‘escritores’ –él no hizo distingos abstracto-estructurales  entre escritores y escribientes– que conocen a fondo los trucos del lenguaje (desplazar el sentido de los significados claros, excusarse, ocultarse, despistar…) y prefieren atender a los lectores que ‘modestamente’ quieren dormir tranquilos. Sartre no se quedó en la denuncia sino que también llamó a la acción, a implementar en la práctica la urgente tarea de restablecer la dignidad del lenguaje –que no es ninguna estructura precisamente neutra en una sociedad dividida en clases antágonicas–, el compromiso consiste en combatir los daños causados a los significados del lenguaje. Si las palabras están enfermas, agregó, depende de los escritores curarlas. He aquí el tipo concreto de compromiso que defendía Sartre.

 

 

Y ahora les propongo que repitan el mismo ejercicio, con el “escritor” comprometido de Sartre. Yo lo he hecho y, la verdad, el pobre tipo acabaría disfrutando de la LIBERTAD DE EXPRESIÓN DEL MUNDO LIBRE en una cárcel polaca (Pablo González), inglesa (Julian Assange) o exiliado en algún lugar secreto de la ‘jungla moscovita’ (Edward Snowden) .

 

 

¿Me han entendido o les he pillado de siesta?

 

 

*

 

miércoles, 17 de abril de 2024

 

[ 566 ]

 

CONTRAHISTORIA DEL LIBERALISMO

 

Domenico Losurdo

 

(…)

 

 

capítulo segundo

 

LIBERALISMO Y ESCLAVITUD RACIAL:

UN SINGULAR PARTO GEMELAR

 

 

 

7. ESCLAVITUD RACIAL Y POSTERIOR DEGRADACIÓN DE LA CONDICIÓN DEL NEGRO «LIBRE»

 

Tampoco se trata solo de los esclavos. El triunfo de la delimitación étnica de la comunidad de los libres no puede dejar de influir fuertemente también sobre la condición de los negros, en teoría libres, perjudicados ahora por una serie de medidas que tienden a hacer infranqueable la línea de color, la demarcación entre raza de los libres y raza de los esclavos. Los negros no sometidos a esclavitud comienzan a ser vistos como una anomalía a la que, tarde o temprano, habría que poner remedio. A finales del siglo XVIII su condición es sintetizada por uno de ellos, en Boston, haciendo referencia tanto a verdaderas vejaciones jurídicas como a los insultos y a las amenazas extra-legales, pero ampliamente toleradas por las autoridades: «Llevamos nuestra vida en nuestras manos y las flechas de la muerte vuelan sobre nuestras cabezas». Es una descripción que puede parecer excesivamente emotiva. Conviene entonces dar la palabra a Tocqueville:

 

«En casi todos los estados en los que la esclavitud ha sido abolida, se han concedido al negro derechos electorales; pero si se presenta para votar, arriesga su vida».

 

«Oprimido», puede «quejarse» y dirigirse a la magistratura, «pero no encuentra sino blancos entre sus jueces». Mirándolo bien, los propios «negros emancipados […] se encuentran frente a los europeos en una posición análoga a la de los indígenas, más bien, en algunos aspectos, son más desdichados» aún. En todo caso, resultan privados de derechos y «acosados por la tiranía de las leyes y por la intolerancia de las costumbres». Por tanto, en lo que respecta a los negros no sometidos a esclavitud, su situación no cambia y no mejora en modo alguno con el paso de Sur a Norte. Más bien —observa despiadadamente Tocqueville— «el prejuicio de raza me parece más fuerte en los Estados que han abolido la esclavitud que en aquellos donde la esclavitud subsiste aún, y en ninguna parte se muestra más intolerable que en los Estados donde la servidumbre ha sido siempre desconocida».

 

 

En conclusión, la condición del negro en teoría libre difiere de la del esclavo, pero quizás más aún de la del blanco realmente libre. Solo así se explican el peligro que se cierne todo el tiempo sobre él de ser reducido a condiciones de esclavitud y la tentación que surge periódicamente entre los blancos —por ejemplo, en Virginia después de la revuelta o el intento de revuelta de esclavos en 1831— de deportar a África o a otro lugar a toda la población de los negros libres. Como quiera que sea, estos son obligados a registrarse y pueden cambiar de residencia solo con el permiso de las autoridades locales; son presuntamente esclavos y con tranquilidad son detenidos hasta que no logren demostrar lo contrario. El despotismo ejercido sobre los esclavos no puede dejar de golpear de un modo o de otro a la población de color en su conjunto. Es lo que explica en 1801 el ministro de Correos de la administración Jefferson en una carta en la que recomienda a un senador de Georgia excluir negros y hombres de color del servicio postal:

 

es sumamente peligroso «cualquier elemento que tiende a acrecentar su conocimiento de los derechos naturales, de los hombres y de las cosas, que les concede la oportunidad de asociarse, de adquirir y comunicar sentimientos, de establecer una cadena y una línea de intelligence».

 

Por tanto, es necesario bloquear u obstaculizar de cualquier manera hasta la comunicación de los sentimientos y de las ideas. En efecto, la situación vigente en Virginia, inmediatamente después de la revuelta de 1831, es descrita así por un viajero:

 

«El servicio militar [de las patrullas blancas] está desplegado día y noche, Richmond se asemeja a una ciudad asediada […]. Los negros […] no se arriesgan a comunicarse entre sí por temor a ser castigados».

 

 

 

 

 

8. DELIMITACIÓN ESPACIAL Y DELIMITACIÓN RACIAL DE LA COMUNIDAD DE LOS LIBRES

 

La revolución norteamericana pone en crisis el principio —que parecía consolidado en el ámbito del movimiento liberal— de la «inutilidad de la esclavitud entre nosotros». Ahora, lejos de ser confinada a las colonias, la esclavitud adquiere visibilidad y centralidad nuevas en un país con una cultura, una religión y una lengua de origen europeo, que habla de igual a igual con los países europeos y que además reivindica una suerte de primacía en la encarnación de la causa de la libertad. Declarada desprovista de base legal en la Inglaterra de 1772, la institución de la esclavitud halla su consagración jurídica y hasta constitucional, aunque sea recurriendo a los eufemismos y a las circunlocuciones que ya conocemos, en el Estado surgido de la revuelta de los colonos, decididos a no dejarse tratar como «negros». Emerge así un país caracterizado por el

 

«vínculo estable y directo entre propiedad esclavista y poder político»,

 

como revelan de manera ruidosa, tanto la Constitución como el número de propietarios de esclavos que asciende a los más altos cargos institucionales.

 

 

Pero ¿cómo se configura la plataforma del partido liberal en un país —como lo es la Inglaterra de finales del siglo XVIII— que no puede vanagloriarse de tener el aire «demasiado puro» para que pueda ser respirado por esclavos? En realidad, también en los Estados Unidos continúa advirtiéndose la aspiración a recuperar el principio del carácter inadmisible y de la «inutilidad de la esclavitud entre nosotros». Aunque de manera del todo utópica, Jefferson acaricia la idea de deportar nuevamente a los negros a África. Pero, en la nueva situación que se ha creado, el proyecto de transformar la república norteamericana en una tierra habitada de manera exclusiva por hombres libres, se revela de muy difícil realización: ¡habría que cercenar fuertemente el derecho que les asiste a las personas realmente libres, de disfrutar de su propiedad sin interferencias externas! Y he aquí que, en los primeros decenios del siglo XIX, surge un movimiento (American Colonization Society) que encuentra una nueva vía de escape: se propone convencer a los propietarios, apelando a sus sentimientos religiosos o recurriendo incluso a incentivos económicos, de que emancipen o vendan a sus esclavos, los cuales, junto a todos los demás negros, serían enviados a África a colonizarla y cristianizarla; y así, sin cercenar los derechos de propiedad garantizados por la ley y por la Constitución, habría sido posible transformar también los Estados Unidos en una tierra habitada exclusivamente por hombres libres (y blancos).

 

 

Se trata de un proyecto condenado al fracaso desde el principio, ya que la adquisición de esclavos por parte de la Unión presupone el empleo de ingentes recursos financieros, y, por consiguiente, una elevada imposición fiscal. Expulsado del ámbito de la expropiación forzosa del ganado humano en posesión de los colonos —expropiación impuesta además desde arriba—, el espectro de la intervención despótica del poder político sobre la propiedad privada terminaba por irrumpir prepotentemente por el ámbito de la imposición fiscal, necesaria para estimular a los propietarios a renunciar libremente a sus esclavos, mediante un ventajoso contrato de compraventa. Por otra parte, tomada en su conjunto, la clase de los dueños de plantaciones no tiene ninguna intención de renunciar a aquello que representa la fuente no solo de su riqueza, sino también de su poder. La situación vigente en el Norte es diferente, donde los esclavos representan un número reducido y no desempeñan una función económica esencial. Con la abolición de la esclavitud, pero suscribiendo al mismo tiempo el ordenamiento federal que la legitima y la garantiza en el Sur, los Estados del Norte parecen querer revivir, en la nueva situación, el compromiso que ya conocemos: la institución que con su presencia deviene una especie de contra-himno irónico a la pretensión de ser los campeones de la causa de la libertad, sin ser abolida, de alguna manera es relegada al Sur profundo. En efecto, cuatro Estados (Indiana, Illinois, Iowa y Oregón) prohíben severamente el acceso de los negros a sus territorios. De este modo se evitaba que fueran contaminados por la presencia, no solo de los esclavos, sino de los negros como tal. Esta prohibición es similar a la medida sobre la base de la cual, la Inglaterra de los años posteriores al caso Somerset, deporta a Sierra Leona a los negros que no solo eran libres, sino que tenían, además, el mérito de haber luchado contra los colonos sediciosos y por la causa del imperio. Y, sin embargo, incluso en el Norte de los Estados Unidos —a pesar de haber sido abolida— la esclavitud ha conseguido un reconocimiento del que no gozaba en Inglaterra, como lo demuestra, en particular, la norma constitucional que impone la restitución de los esclavos fugitivos a los legítimos propietarios, con la aprobación indirecta de la institución de la esclavitud también en aquellos estados en los que, formalmente, eran libres. Es un punto sobre el que llama la atención, con complacencia, un exponente del Sur:

 

 

«Hemos obtenido el derecho a recuperar a nuestros esclavos en cualquier parte de Norteamérica donde puedan buscar refugio; es un derecho que antes no teníamos».

 

 

Es evidente que, en todos los Estados Unidos, ha caído en crisis el principio del carácter inadmisible y de la «inutilidad de la esclavitud entre nosotros», reafirmado más que nunca, por su parte, en la otra orilla del Atlántico. ¿Cómo se llega a tal resultado? Regresemos a Burke. Cuando afirma que el «espíritu de libertad» y la visión «liberal» hallan su encarnación más completa justo en los propietarios de esclavos de las colonias meridionales, agrega que, como quiera que sea, los colonos —a todos los efectos— forman parte de la «nación por cuyas venas corre la sangre de la libertad», de la «raza elegida de los hijos de Inglaterra»: es una cuestión de «genealogía» contra la cual se revelan impotentes los «artificios humanos». Como vemos, la delimitación espacial de la comunidad de los libres —que es el principio sobre el que se funda la Inglaterra liberal de finales del siglo XVIII— parece estar aquí a punto de trasmutarse en una delimitación racial. Y por consiguiente, en Calhoun y en los ideólogos del Sur esclavista en general, se cumple una tendencia ya presente en Burke. La línea que delimita la comunidad de los libres, de espacial, termina convirtiéndose en racial.

 

 

Por otra parte, entre los dos tipos de delimitación no hay una barrera infranqueable. En 1845 John O’Sullivan —el popular teórico del «destino manifiesto» y providencial, que le da impulso a la expansión de los Estados Unidos— trata de atenuar las preocupaciones que expresan los abolicionistas por la introducción de la esclavitud en Texas (arrebatado a México y a punto de ser anexado a la Unión) con un argumento muy significativo: es precisamente la extensión momentánea la que crea las condiciones para la abolición de la «esclavitud de una raza inferior respecto a una raza superior» y por tanto, la que «hace probable la desaparición definitiva de la raza negra dentro de nuestras fronteras». En el momento oportuno, los ex esclavos serán empujados aún más al Sur, hacia el «único receptáculo» adecuado para ellos: en América Latina la población de sangre mixta, que se ha formado como consecuencia de la fusión de los españoles con los nativos, podrá perfectamente recibir también a los negros. La delimitación racial de la comunidad entonces cedería su lugar a la delimitación territorial; el fin de la esclavitud implicaría, al mismo tiempo, el fin de la presencia de los negros en la tierra de la libertad. La concentración de los esclavos en un área bien cercana a territorios en esencia fuera del área de la civilización y de la libertad, presionaba en esa dirección, a pesar de las voces de alarma de los abolicionistas.

 

 

Todavía durante algún tiempo Lincoln acaricia la idea de deportar a los negros después de su emancipación, desde los Estados Unidos hacia América Latina. Él también los consideraba, en última instancia, ajenos a la comunidad de los libres. En este sentido, tras haberse encarado durante decenios, en el curso de la guerra de Secesión se enfrentan no ya la causa de la libertad y la de la esclavitud, sino más exactamente dos distintas delimitaciones de la comunidad de los libres: las partes contrapuestas se acusan una a la otra de no saber o de no querer delimitar de forma eficaz la comunidad de los libres. A aquellos que agitan el espectro de la contaminación racial como consecuencia inevitable de la abolición de la esclavitud, Lincoln les responde poniendo en evidencia que en los Estados Unidos la inmensa mayoría de los «mulatos» es el resultado de las relaciones sexuales de los patronos blancos con sus esclavas negras: «la esclavitud es la mayor fuente de mezcla [amalgamation]». Por lo demás, no tiene «intención alguna de introducir la igualdad política y social entre las razas blanca y negra» o de reconocer al negro el derecho a participar en la vida pública, a ocupar cargos públicos o a asumir el papel de juez popular. Lincoln se declara bien consciente, al igual que cualquier otro blanco, de la diferencia radical entre las dos razas y de la supremacía que corresponde a los blancos.

 

 

La crisis da un paso decisivo hacia el punto de ruptura tras la sentencia de la Corte Suprema en el caso Dred Scott, en el verano de 1857: «a semejanza de un tipo ordinario de mercancías y propiedades», el dueño legítimo de un esclavo negro tiene el derecho de llevarlo consigo a cualquier lugar de la Unión. Se comprende entonces la reacción de Lincoln: el país no puede permanecer dividido de manera permanente en «mitad esclavo y mitad libre»; contrariamente a la Inglaterra del caso Somerset, el Norte de los Estados Unidos no puede comportarse como tierra de los libres, cuyo aire es «demasiado puro» para ser respirado por un esclavo.

 

 

Cuando la comunidad de los libres pasa de la delimitación espacial a la racial, ya resulta imposible que desaparezca la realidad de la esclavitud. A la condena de esta institución ahora no hay otra alternativa que su explícita defensa o celebración. Cuanto más claro se perfila el conflicto que divide las dos secciones de la Unión, tanto más provocativamente se burlan los ideólogos del Sur de las circunlocuciones y figuras retóricas que han hecho posible el compromiso de Filadelfia de 1787: la «esclavitud negra» —declara John Randolph— es una realidad que «la Constitución ha tratado de ocultar en vano, evitando usar el término». Con la desaparición de este tabú, la legitimación de la esclavitud pierde la timidez que la ha caracterizado hasta ahora, para asumir un tono de reto; de mal necesario, la esclavitud se convierte en las palabras de Calhoun que ya conocemos, en un «bien positivo». No tiene sentido tratar de eliminarla como algo de lo que hay que avergonzarse: en realidad, se trata del fundamento mismo de la civilización. Poniendo en crisis el pathos de la libertad que ha presidido la fundación de los Estados Unidos y deslegitimando en cierto modo la propia guerra de independencia, este nuevo comportamiento contribuye a que se haga inevitable el enfrentamiento entre Norte y Sur…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Domenico Losurdo “Contrahistoria del liberalismo” ]