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POR EL BIEN DEL IMPERIO
Josep Fontana
LAS OPERACIONES ENCUBIERTAS
Como consecuencia de la línea política enunciada por la Kirkpatrick los norteamericanos retiraron el apoyo financiero a la ONU, abandonaron la UNESCO y se negaron a condenar la política de apartheid de Áfica del Sur o a criticar a regímenes brutales como los de El Salvador, Guatemala, Haití o Pakistán, mientras daban un apoyo incondicional a personajes tan impresentables como el filipino Marcos o el haitiano Baby Doc Duvalier. Por este camino se llegó a extremos de indignidad como el de proporcionar a Jomeini, en momentos en que se buscaba su amistad, no solo la lista de los dirigentes del Partido Comunista Tudeh, obtenidos gracias a la defección de un agente soviético, sino la de los contactos internos de los grupos de iraníes exiliados, lo que condujo a la detención o ejecución de más de un millar de personas.
Reagan sostenía que los problemas del tercer mundo no dependían de su situación económica o social, sino de la influencia maléfica de los comunistas, de modo que, en lugar de ayudarles a hacer frente a sus necesidades objetivas, se dedicó a sostener, abiertamente o bajo mano, fuerzas anticomunistas, en busca de éxitos fáciles que aliviasen a los Estados Unidos del síndrome de Vietnam, lo que explica que la CIA se dedicase entonces a ayudar militar y económicamente a todo tipo de dictadores y aventureros.
La puesta en práctica de la «doctrina Reagan», que sostenía que los Estados Unidos debían usar la fuerza para minar los regímenes marxistas del tercer mundo, con el fin de someter a un esfuerzo todavía mayor los recursos de la URSS, tuvo como principal protagonista al jefe de la CIA, William J. Casey, un acaudalado abogado de Wall Street, apasionado por las acciones encubiertas, que tenía la plena confianza del presidente y de su entorno, y que recibió cientos de millones de dólares del presupuesto atribuido al Pentágono, con los que pudo contratar a cerca de dos mil nuevos funcionarios y organizar costosas aventuras.
Los principales objetivos de sus intervenciones fueron la isla de Grenada, Afganistán y Nicaragua. Pero esta misma línea de actuación se extendió también a Etiopía, a Angola (con nuevo apoyo a Savimbi y a UNITA, a costa de frenar un proyecto de paz que estaba ya muy avanzado), Mozambique, Camboya (donde se aumentó la asistencia a los jemeres rojos y a sus aliados) o Chad (donde financió la toma del poder por un criminal como Hissène Habré, juzgado en la actualidad por un tribunal especial en Senegal), y dio lugar a que se planeasen operaciones aberrantes, como la de invadir Surinam con 175 comandos coreanos, que Haig consiguió frenar.
En 1984 estaban en ejecución más de cincuenta operaciones encubiertas, la mitad de ellas en América Latina. Nunca, ni en la etapa más activa de la CIA en tiempos de Eisenhower, se había visto tal proliferación de actividades ocultas. En Europa se revitalizó la propaganda dirigida a los países del área soviética, acabando de una vez con el clima de distensión, y se financió a Wałesa y al sindicato polaco ‘Solidaridad’, en una campaña que contaba con el apoyo de la iglesia católica.
La invasión de Grenada, denominada Operation Urgent Fury, se produjo dos días después de que los norteamericanos se retirasen del Líbano, en unos momentos en que la popularidad de Reagan estaba en uno de sus puntos más bajos, como consecuencia de la mala situación de la economía, y en que el presidente necesitaba una «victoria sobre el comunismo» para rehacerse y conseguir que se olvidase la tragedia de Beirut. Esto explica que se diese a esta pequeña operación de castigo un tratamiento propagandístico desmesurado, como si se tratase de una gran victoria militar («Nuestros días de debilidad han acabado», diría Reagan en público, celebrando esta victoria militar, mientras en su diario escribía: «El éxito parece brillar para nosotros y doy gracias por ello al Señor»).
En Grenada, una isla con una población de menos de 100 000 habitantes, firmas británicas y norteamericanas estaban construyendo, usando trabajadores cubanos, una carretera turística y un aeropuerto civil, financiados ambos por el Banco Mundial. Pero Reagan sostenía, sin ningún fundamento, que «era una base soviético-cubana preparada como un gran bastión militar para exportar el terror y minar la democracia». A lo que añadiría: «Llegamos justo a tiempo». El ataque se legitimó además con el argumento de que se temía que el gobierno de la isla pudiese apoderarse de un grupo de 800 estudiantes norteamericanos de medicina que se encontraban en ella y que tratase de repetir algo semejante a lo que habían hecho los iraníes con los rehenes de la embajada en Teherán.
La operación, en que las fuerzas norteamericanas necesitaron una semana para conquistar la pequeña isla, fue un desastre. Hubo paracaidistas lanzados al mar (cuatro de los cuales se ahogaron), bajas a causa de un calor para el que los atacantes iban mal equipados, ataques de fuego amigo como consecuencia de que los helicópteros llevaban mapas turísticos de gasolinera, y tan mala información que algunos soldados norteamericanos preguntaban a los nativos cuál era la carretera para Trinidad. Entre otros errores, que revelaban la falta de coordinación de las diversas ramas de las fuerzas armadas, hay que apuntar el bombardeo de un manicomio en el que murieron 21 internados.
Reagan fracasó tanto en Nicaragua, donde no se consiguió derribar a los sandinistas con las operaciones encubiertas, como en el Líbano, que se vio obligado a abandonar, mientras en Afganistán no hizo otra cosa que crear las condiciones de un conflicto que sigue sin resolverse. Su única victoria indiscutible fue la de la pequeña isla de Grenada, lo cual parece un magro balance para una doctrina tan ambiciosa, un gasto tan considerable y por tantas muertes inútiles.”
[ Fragmento de: Josep Fontana. “Por el bien del imperio” ]
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No pueden permitir ni un átomo libre porque ello podría suponer una potencial y contagiosa reacción en cadena (ejem. Cuba), pero no pueden impedirlo siempre y todas partes. La célebre proclama, "¡venceremos!", no es tan retórica y cándida como podría parecer o quisieran algunos. Y, por más que lo disimule, el decadente imperialismo lo sabe.
ResponderEliminarSalud y comunismo
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LAS OPERACIONES ENCUBIERTAS las viene utilizando EEUU desde principios del siglo XIX para poner en práctica la famosa ‘Doctrina Monroe’: “América para los norteamericanos” (1823). La auto-explosión del acorazado Maine en 1898 en la Habana sirvió como excusa para la guerra contra España del mismo modo que en 1964 el falso montaje del incidente del golfo de Tomkin les proporcionó la coartada para atacar a Vietnam del Norte. Más tarde Washington creó ‘Al Qaeda’ en Afganistán y el ‘Estado Islámico’ en Irak y Siria. Y desde 2014 viene fabricando, en territorio ucraniano, lo que ellos llaman ‘la guerra de Putin’. Aunque yo diría que cada vez más en las ‘Operaciones encubiertas’ o de ‘Falsa bandera’ (les ahorro la lista de operaciones terroristas dirigidas por la OTAN-GLADIO en territorio europeo) se preocupan menos de buscar pretextos o justificaciones ‘que enardezcan a las masas’, y más de utilizar los medios de propaganda y desinformación para criminalizar al enemigo de tal manera que sea la propia opinión pública la que pida derramamiento de ‘sangre infiel’ al Imperio yanqui y ‘poner de rodillas’ al país que pretenda impedir la anulación de su propia soberanía, el saqueo de sus propias riquezas y la esclavización de sus propios trabajadores. Y dada la general sumisión y conformismo (UE, Australia, Nueva Zelanda, Japón…) se puede decir que el Imperio ha pasado del abuso al abuso con pitorreo…
EliminarSalud y comunismo
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Pido disculpas por la errata, quise decir "en todas partes".
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