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¿Extrema Derecha y democracia o fascismo y democracia?*
Ángeles Diez Rodríguez
8 septiembre 2022
*(Este artículo ha sido redactado utilizando como base la conferencia impartida el 25 de julio, día de la Patria Gallega, en el marco de la III Escola Soberanista, organizada por el Fórum Soberanista y la fundation Coppieters)
“Hoy, en que tanto en España como en muchos otros países del mundo se juega una vez más el destino de los pueblos frente al resurgimiento de las pulsiones más negativas de la especie, yo siento que no siempre hacemos el esfuerzo necesario para definirnos inequívocamente en el plano de la comunicación verbal, para sentirnos seguros de las bases profundas de nuestras convicciones y de nuestras conductas sociales y políticas. Y eso puede llevarnos en muchos casos a luchar en la superficie, a batirnos sin conocer a fondo el terreno donde se libra la batalla y donde debemos ganarla.”
(Julio Cortázar, Libertad y democracia para Argentina, discurso en Madrid, 1981)
Cuando oigo hablar de partidos de “extrema derecha” tengo la impresión de que detrás hay un miedo contenido que nos inhibe de usar los términos “partidos fascistas”. Ciertamente podemos encontrar muchas diferencias entre los partidos que en la década de los 30 del siglo pasado etiquetamos, genéricamente, como fascistas y los partidos de ultraderecha actuales. Sin embargo, también podemos encontrar muchas similitudes, y el uso de un término u otro ya supone un cambio de significados que tiene consecuencias. La primera de ellas, normalizar y homologar la ideología fascista a otras ideologías. También, construir un imaginario en el que partidos socialdemócratas son presentados como la “extrema izquierda” y, entre ambos, los liberales aparecen como moderados.
Por otro lado, al poner el término ultraderecha al lado del término democracia, de forma inconsciente seguramente, estamos señalando que la extrema derecha forma parte de un sistema democrático -la conjunción coordinada “y” implica adición, suma o coexistencia-, lo cual, también es interesante, porque supone que no pensamos que haya contradicción entre “extrema derecha y democracia”.
También existe una tendencia entre los militantes, historiadores y especialistas, a argumentar que si se llama a todo “fascismo” se pierden los matices y no podemos analizar con rigor la situación política actual; y, dado que son partidos que aceptan presentarse a las elecciones y las reglas de la representación parlamentaria, son algo muy distinto de los partidos nazis y fascistas históricos.
En este texto pretendo argumentar que los eufemismos que utilizamos para describir y hablar de nuestras democracias liberales -junto con las condiciones de crisis económica y crisis política-, preparan la posibilidad de que confluyan viejos y nuevos fascismos y se conviertan en una alternativa política respaldada por un movimiento de masas desesperadas. Una salida totalitaria que cada vez será más plausible para el reinicio capitalista de Occidente.
1.-Si los fascistas no son fascistas ¿no será que la democracia no es democracia?
Hace un par de años el profesor Robert O. Paxton en Anatomía del fascismo nos decía que centrarnos en la imagen del “dictador omnipotente personaliza el fascismo y crea la falsa impresión de que podemos entenderlo perfectamente investigando solo al dirigente”, pero la realidad es que desvía la atención de las personas, los grupos y las instituciones que les ayudaron. Este autor, trata de crear un modelo que permita explicar el fascismo más en profundidad, fuera de los estereotipos, y que “explore la interacción entre Caudillo y Nación y entre Partido y Sociedad civil”.
Ante la pregunta de si es posible el fascismo hoy, Paxton concluye que no se dará de la misma forma que se dio en el periodo de entreguerras, y que, en el fondo, todo depende de qué entendamos por fascismo. De hecho, si preguntáramos a los dirigentes y militantes de los partidos de ultraderecha hoy, no se reconocerían como fascistas, lo negarían radicalmente. Hasta ahora, eran grupos marginales que se movían fuera de la institucionalidad con actuaciones violentas que impedían que creciera su base social. Sin embargo, formando ya parte de las instituciones de nuestros sistemas políticos y habiendo aceptado la mercadotecnia del voto para acceder al poder, saben el rechazo que causan los símbolos fascistas, de modo que han asumido los discursos, los procedimientos y las reglas electorales.
No es extraño encontrar en su retórica palabras como libertad, resistencia, ideales, pluralidad, hermandad, derechos humanos, etc. Incluso reivindicar a Antonio Machado y todas las lenguas del Estado español, como hizo el líder de Vox, Santiago Abascal, en su discurso del 9 de Octubre de 2021 (https://www.youtube.com/watch?v=Ninf1Scr6D8)
Aquí, no puedo sino recordar nuevamente las palabras de Julio Cortázar en 1981 en Madrid:
“Si algo distingue al fascismo y al imperialismo como técnicas de infiltración, es precisamente su empleo tendencioso del lenguaje, su manera de servirse de los mismos conceptos que estamos utilizando aquí esta noche para alterar y viciar su sentido más profundo y proponerlos como consigna de su ideología. Palabras como patria, libertad y civilización saltan como conejos en todos sus discursos, en todos sus artículos periodísticos. Pero para ellos, la patria es una plaza fuerte destinada por definición a menospreciar y a amenazar a cualquier otra patria que no esté dispuesta a marchar a su lado en el desfile de los pasos de ganso. Para ellos, la libertad es su libertad, la de una minoría entronizada y todopoderosa, sostenida ciegamente por masas realmente masificadas. Para ellos, la civilización es el estancamiento en un conformismo permanente, en una obediencia incondicional. Y es entonces que nuestra excesiva confianza en el valor positivo que para nosotros tienen esos términos puede colocarnos en desventaja, frente a ese uso diabólico del lenguaje.”
Los partidos fascistas hoy se nos presentan como liberales, sin duda eligen chivos expiatorios internos y externos, pero ya no son los judíos, en nuestro caso podrían ser los “menores no acompañados”, como hizo Vox en las elecciones autonómicas de Madrid, por ejemplo. Los fascistas de hoy no van vestidos con la camisa azul y la gorra roja sino con chaqueta y corbata. Los fascismos históricos se adaptaron a los espacios políticos en los que tenían que prosperar, y lo mismo hacen los partidos de ultraderecha hoy.
En vez de centrarnos en qué es o quienes son fascistas, o si la ultraderecha es o no fascista propongo que distingamos entre “regímenes fascistas” y “políticas fascistas”. Esta distinción nos ayudará a entender cómo se han creado las condiciones para que partidos de ultraderecha como VOX en España, o el FN en Francia, o Hermanos de Italia (HDI) (Giorgia Meloni), lo mismo que ocurrió en el período entre guerras puedan alcanzar el gobierno; y cómo es posible que los trabajadores vean como algo natural votar a partidos de ideología fascista.
El fascismo, como movimiento de masas, no surge de forma espontánea sino cuando ya están creadas las condiciones objetivas y subjetivas, cuando ya ha arraigado una forma de vida, y una forma de sentir y de pensar, que lo hacen natural y cotidiano. Los partidos de ultraderecha y las políticas “liberales” son sólo síntomas de la enfermedad, no la enfermedad en sí.
En el caso del Estado español hay que manejar además un dato importante: a diferencia de Italia y Alemania, el fascismo no surge como un movimiento popular (lo más parecido fue la falange), sino como resultado de un golpe militar. El fascismo se implementa desde el Estado permitiendo la confluencia de las élites españolas (burguesía y terratenientes) y su institucionalización. Fue la alianza político militar la que dio un golpe de estado que al fracasar sentó las bases para una larga guerra de exterminio que continuó incluso tras el triunfo militar fascista.
El régimen parlamentario que surge tras la muerte del dictador no depura y ni liquida las instituciones franquistas. Éstas ya habían comenzado un proceso de adaptación (el tardofranquismo). Tampoco se acabó con los grupúsculos nostálgicos franquistas, por el contrario, estos grupos son orientados (utilizados) para contener al movimiento obrero que desde principios de los 70 daba muestras de gran fortaleza; algunos formaban parte del aparato político-institucional. También fueron utilizados para legitimar la adopción de posturas reformistas por parte de la “izquierda” que ya estaba comprometida en el relevo. Es decir, para desactivar la potencialidad revolucionaria del movimiento obrero, el estudiantil y el vecinal que estaba en auge debido a la fuerte crisis económica. (Los grupos neo-fascistas, alimentados desde el interior y desde el exterior, cumplieron su papel para impedir un proceso revolucionario)
Reinhard Kühnl, en su libro, Liberalismo y fascismo. Dos formas de dominio burgués, nos dice que el fascismo es la forma que adopta el dominio capitalista en determinadas circunstancias cuando peligra la reproducción capitalista. Creo que hoy, con la crisis de hegemonía mundial del capitalismo occidental estamos en ese punto. De ahí que, como plantea Giorgio Agamben, el Estado de excepción se haya convertido en el paradigma de las democracias occidentales. Cada vez es más frecuente que se declaren estados de excepción en los que se suspenden todas los derechos y garantías, supuestamente para salvar el derecho (la Constitución), o para salvarnos de un virus (la Covid-19), o protegernos del terrorismo etc. En el Estado español tenemos muchos ejemplos como la aplicación del 155 en Cataluña, el Estado de alarma con la pandemia, el decreto ley para paliar las consecuencias de la guerra en Ucrania, etc.
Y, efectivamente, los ejecutivos toman las riendas y desplazan frecuentemente al legislativo, se gobierna mediante decretos y, con el avance de la crisis global -que no tiene su origen en el conflicto bélico en Ucrania como nos quieren hacer creer- van cuajando las insatisfacciones alimentadas de empobrecimiento y no tardarán en surgir movimientos de masas fascistas que no se limitarán a ser meros votantes. Decía el profesor Capella que “… los movimientos y los regímenes fascistas pueden volver en determinadas condiciones”, que “en una situación de crisis grave para la dominación del capital es perfectamente factible un régimen fascista; que ni siquiera es necesario que exista un movimiento fascista para que se imponga el fascismo pues [El Estado] puede sustituir por funcionarios a los pequeños burgueses en el nuevo contexto histórico. En vez de histerizar a las masas puede cretinizarlas”.
La clave está en que tanto el fascismo, como el liberalismo son elementos estructurantes del capitalismo y, por tanto, condicionan la estructura política y jurídica de nuestras democracias. En el caso español, además, no dejaron de formar parte de la institucionalidad política.
2.-Tres políticas en el camino hacia el fascismo
“La tradición de los oprimidos nos enseña que el “estado de excepción” que vivimos es la regla” (W. Benjamin)
Por otro lado, hay tres áreas políticas a las que, no sólo en el Estado español sino en toda Europa, podemos calificar de totalitarias, muy parecidas a las que pusieron en marcha los gobiernos fascistas de entreguerras:
2.1.- Políticas económicas: La financiarización de la economía deja en manos de los bancos centrales, de facto, las decisiones sobre políticas sociales, y por tanto los derechos de los ciudadanos.
2.2.- Política migratoria: Las muertes de los emigrantes, en pateras y en las vallas, en la que los poderes públicos se felicitan de haber obrado como deben, convierten a seres humanos en meros números, vidas desnudas de las que nuestros sistemas pueden disponer con total impunidad.
2.3.- Políticas de defensa: La seguridad como motivo, o excusa -sin que se explique qué o a quien se está asegurando- para declarar el estado de excepción. Dentro de estas últimas destacan:
a) La pandemia que se plantea como problema de bioseguridad.
“… cuando lo que está en cuestión es una amenaza a la salud, los seres humanos parecen estar dispuestos a aceptar limitaciones de la libertad que no habían soñado que podrían tolerar, ni durante las dos guerras mundiales ni bajo las dictaduras totalitarias” (Agamben, La epidemia como política, 2020:11) Las democracias burguesas están siendo sustituidas por el “despotismo tecnológico sanitario”.
b) La amenaza del colapso energético que permite subordinar los derechos y la política a la economía, y que también se plantea como un problema de seguridad. La guerra en Ucrania surge como la excusa perfecta para justificar ese colapso y la propaganda de guerra hace olvidar que los precios de la energía llevaban una carrera ascendente mucho antes de la guerra.
c) el control de la emigración, entendida también como un problema de seguridad. La ideología fascista establece una jerarquía de seres humanos: un nacional vale más que un extranjero, un hombre más que una mujer, un emigrante ucraniano más que un senegalés. Pero las políticas migratorias de la Unión Europea ya habían establecido esta jerarquía y los refugiados ucranianos la ponen en evidencia aún más.
En todos estos casos se establece una jerarquía de valores: la economía por encima de la vida humana, de la salud y del bienestar; la estabilidad económica por encima de las necesidades básicas, el control de las fronteras por encima de la vida de los emigrantes, el individuo por encima del colectivo.
Estas tres políticas públicas, que se despliegan en distintas leyes y actuaciones coordinadas, conforman una estrategia de deshumanización, bien hacia un grupo concreto de personas como los emigrantes, o hacia el conjunto de la sociedad que aprende a centrar sus esfuerzos en la mera supervivencia. Si de deshumanizar a ciertos grupos sociales hablamos ¿no deshumaniza continuamente el capital a los trabajadores para poder explotarlos mejor?
La política subordinada a la economía es la lógica política en la que llevan instaladas nuestras democracias desde mediados del siglo pasado. Acostumbrarnos a vivir en un mundo donde el único valor es la mera supervivencia es la antesala del nuevo mundo dominado por el totalitarismo y la brutalidad. Los partidos fascistas son sólo su imagen más descarnada.
Finalmente, quisiera apuntar otros rasgos de los regímenes fascistas que hace ya tiempo que encontramos en nuestras democracias, y que no son patrimonio de los partidos fascistas a los que llamamos de ultraderecha:
Por ejemplo, una particular relación con el pasado o digamos con la memoria histórica. En nuestro Estado, ningún gobierno, ni de derechas ni de izquierdas ha resuelto el problema de la memoria, ni se han saldado cuentas con el franquismo. Ni ha habido verdad, ni justicia ni reparación. Ni la ley la ley de la memoria de 2007 ni la actual ley de la “Memoria democrática” del 2022 se plantean acabar con uno de los principales obstáculos para que se haga justicia con las víctimas del franquismo (y de la transición), la ley de amnistía de 1977 y por tanto, la impunidad sigue siendo la norma.
Un segundo factor cada vez más generalizado en nuestra sociedad es el antiintelectualismo, es decir, el empobrecimiento de la cultura y el lenguaje político, el desprecio por los análisis, por el rigor, por la comprensión del mundo. Sin duda, los medios de comunicación masivos, las tertulias, han abonado el camino, pero también el desprecio por la teoría frente a la praxis, el movimientismo que ha cuajado entre los militantes de izquierdas, especialmente los jóvenes.
Pareciera que, sin proponérselo, todos han asumido la máxima de la propaganda hitleriana del Mein Kampf:
“Toda acción de propaganda tiene que ser necesariamente popular y adaptar su nivel intelectual a la capacidad receptiva del más limitado de aquellos a los que va dirigida. Cuando más grande sea la masa que hay que convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además tienen gran facilidad para olvidar. Teniendo en cuenta estos antecedentes, toda propaganda eficaz debe concentrarse en muy pocos puntos y saberlos explotar como eslóganes”
Un tercer rasgo es la censura como norma que convierte en enemigo a cualquiera que cuestione el relato oficial, ya sea sobre la guerra en Ucrania, o sobre las vacunas, o sobre las causas de la inflación o de la crisis. Para legitimar la censura generalizada, que ya no es sólo la que practican los medios masivos, sino la practicada por todos los canales institucionales, se emprende la campaña de “luchar contra las fake news”, toda narrativa crítica puede ser acusada de fake news o de negacionista.
Finalmente, el miedo, aliado fundamental del fascismo. Los miedos y las pasiones irracionales son explotados por los partidos fascistas, pero también por los gobiernos, incluidos los más progresistas de la historia, que llevan años difundiendo el discurso de la seguridad y la necesidad de la estabilidad (económica). Un ejemplo cercano ha sido la Cumbre de la OTAN y su “concepto estratégico”, la seguridad se ha convertido en un mantra: seguridad energética, seguridad ecológica, amenaza sistémica… Ambos discursos, el de la seguridad y el de la estabilidad, parecen estar dirigidos especialmente por y hacia las corporaciones.
Todos estos rasgos prosperan en condiciones de incertidumbre económica, sin duda, pero podemos decir que en el Estado español nunca han dejado de estar presentes. Como dice Isaac Rosa en el prólogo del libro de Stanley “… la española es la única democracia de Europa que no se construyó sobre la derrota del fascismo. Es decir, la única democracia que no nació antifascista. Aún más: el único país donde “antifascista” levanta más recelo (asimilado a violento, radical y antidemocrático) que el propio término “fascista” (Introducción, xix) Podríamos decir que el “fascismo sociológico” jamás nos ha abandonado; tampoco la impronta fascista de las instituciones.
3.- A tener en cuenta para construir una hoja de ruta antifascista
El capitalismo español (dependiente y subvencionado) ha creado ya las condiciones para que el fascismo deje de ser un fenómeno marginal. Hasta ahora era marginal como ideología y como movimiento porque el capital no lo necesitaba, por lo menos en la dosis que ahora sí parece necesitarlo. Tanto con el PSOE como con el PP la acumulación económica de las élites estaba asegurada (los Albertos, Koplowitz….) Pero con la crisis del 2008 se agudizan 2 problemas: a) el reparto del pastel económico para las élites b) la pauperización social que eleva la protesta social de lo económico a lo político (15M, desahucios, marcha por la dignidad…)
El franquismo creó su base social, tanto ideológica como económica. El POSE da continuidad a esa base social (clase media) con la especulación inmobiliaria, la fragmentación territorial (las autonomías duplican y crean nuevas administraciones de modo que rompen con una parte de las fuentes de poder franquistas y crean sus propias redes de poder) El PSOE va fidelizando territorios. Se va formando un nuevo “fascismo social” en la reconfiguración de la estructura social y el desmantelamiento del tejido industrial. Los gobiernos del PP y el actual gobierno PSOE-Unidas Podemos que se autodenomina “el más progresista de la historia” no han variado las políticas que constituyen el núcleo del proceso de acumulación capitalista, y tampoco la dependencia y subordinación político-militar al eje OTAN-UE.
Por todo ello, conviene identificar los principales problemas a los que nos vamos a enfrentar en poco tiempo. Una síntesis con la que iniciar una hoja de ruta antifascista podría ser la siguiente:
No es fácil identificar el fascismo hoy. Los eufemismos y la transformación del lenguaje son obstáculos para esta identificación.
Las condiciones de vida actual van en contra de la democracia, más bien van en contra de la democracia entendida como poder del pueblo, participación o autogobierno (como decía Platón en la República, no es una inclinación natural del ser humano)
Las políticas fascistas han naturalizado el fascismo. Los partidos de ultraderecha (fascistas) se han convertido, ya lo fueron en su día, en un instrumento necesario para el control social.
La falta de cultura política, la fragmentación y atomización organizativa favorecen el surgimiento del fascismo como movimiento de masas.
En el Estado español el fascismo puede convertirse fácilmente en un movimiento de masas, dado la deuda pendiente con nuestra memoria histórica.
La socialdemocracia con sus consignas vacías ha dado a los fascistas herramientas ideológicas que se vuelven en su contra.
La política como espectáculo mediático. Las instituciones se han convertido en espacios de representación y propaganda.
Los principios liberales, entre ellos la libertad, se han convertido en consignas de la ideología fascista. La ultraderecha clama por la libertad. Los progres liberales dudan y dan la palabra a los fascistas en nombre de la libertad de expresión. Pero nunca hay un debate en igualdad de condiciones porque tampoco hay un público lo suficientemente formado para construir su propia opinión.
La realidad virtual, sustituir la propia experiencia por la imagen construida, por la propaganda, es más fácil cuando se tiene a una población conectada desde que se despierta hasta que se acuesta a la realidad virtual.
El lenguaje ha sufrido una profunda transformación, en unos casos se ha vaciado de significados y en otros se ha llenado de sentimientos. Muchas palabras ya no sirven para entender el mundo sino para anular al otro. Otras veces se cargan de significados mágicos para activar emociones.
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