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DIARIO DE MOSCÚ
Walter Benjamin
11 de diciembre
Algunas palabras acerca de las características de Moscú. Durante estos pocos primeros días, lo que me resultó más dificultoso fue acostumbrarme a caminar sobre las aceras congeladas. Tengo que poner tanto cuidado al andar que no he podido prestar mucha atención a mi alrededor. La situación mejoró cuando Asja me regaló un par de botas ayer por la mañana (escribo esto el día 12). La ciudad no resultó tan complicada como Reich me había advertido. El estilo arquitectónico de la ciudad se caracteriza por las numerosas construcciones de uno y de dos pisos. Esto le da un aspecto de ciudad veraniega, que provoca que al contemplarla uno sienta el doble de frío. Las paredes suelen ser de varios colores, por lo general apagados: sobresale el color rojo, aunque también es común encontrar azul, amarillo y, según palabras de Reich, verde. Las aceras son llamativamente angostas: son tan tacaños con el suelo como derrochadores con el espacio aéreo. Para peor, la capa de hielo que se forma junto a las casas le quita espacio utilizable a la de por sí estrecha acera. Tampoco es muy identificable la división entre la acera y el pavimento: la nieve y el hielo emparejan los desniveles de la calle.
A menudo aparece gente haciendo cola frente a tiendas estatales: buscan manteca y otros artículos de importancia. Hay una cantidad inmensa de negocios, y una mayor cantidad de vendedores cuyo inventario apenas consta de un cajón de manzanas, mandarinas o maníes. Para proteger la mercancía del frío, la cubren con un paño de lana y dejan por fuera dos o tres ejemplares de muestra. Abundan los panes y otros productos horneados: panecillos de todos los tamaños posibles, pretzels y, en las confiterías, deliciosas tartas. Hay magníficos diseños hechos a base de azúcar caramelizada. Ayer por la tarde fuimos con Asja a una confitería. Allí ofrecen copas de crema batida como parte de su menú. Asja se pidió una copa con merengue y yo me tomé un café. Nos sentamos en una pequeña mesa en medio del salón, uno frente al otro. Asja recordó mis intenciones de escribir un artículo crítico sobre psicología, y me encontré constatando una vez más lo mucho que depende mi capacidad de abordar asuntos como ese de mi grado de contacto con ella. A pesar de lo esperado, no pudimos extender nuestro tiempo allí por mucho más de una hora. Si bien no me fui del sanatorio a las cuatro, sí lo hice a las cinco. Reich quería que lo esperáramos, pero no sabía con seguridad si tenía una reunión a esa hora o no.
Finalmente, nos fuimos. Observamos las vidrieras de la calle Petrovka. Me llamó poderosamente la atención una fabulosa tienda de artículos de madera. En ella, y a pedido mío, Asja me compró una pipa muy pequeña. Decidí que volvería otro día para comprarles juguetes a Stefan y a Daga. Tienen mamushkas, y animales tallados en una madera muy suave. En otra vidriera podían verse encajes rusos y paños bordados en los que, según me dijo Asja, las campesinas reproducen las rosetas de escarcha de las ventanas. Aquella fue nuestra segunda caminata en el día, ya que Asja también había pasado a buscarme por la mañana. Después de escribirle a Daga, y dado que el día estaba agradable, dimos un paseo por Tverskaya. En el camino de regreso, paramos en una tienda donde vendían velas de navidad, y Asja hizo un comentario sobre las mismas. Más tarde, me fui con Reich al Kameneva. Finalmente me otorgaron el descuento en la tarifa del hotel. Querían que los acompañara a la noche a ver El cemento, pero Reich creyó que era mejor idea presenciar una obra en lo de Granovsky. Asja tenía ganas de ir al teatro, pero a Reich le parecía que El cemento podía desestabilizar sus emociones. De todas formas, y pese a que toda la salida estaba ya arreglada, Asja no se sentía muy bien y terminé yendo solo; Asja y Reich se quedaron en mi cuarto. Eran tres piezas de un solo acto, las dos primeras no eran dignas de mención, y la tercera consistía de una asamblea de rabinos, una especie de comedia musical sobre melodías judías. Este último acto parecía superior a los demás, pero me fue tan imposible seguirle el ritmo, exhausto como me encontraba por mi ajetreado día y por las constantes interrupciones de la performance, que me quedé dormido durante varios pasajes de la obra. Aquella noche Reich durmió en mi habitación. Mi pelo está muy eléctrico en esta ciudad.
12 de diciembre
Reich y Asja salieron a caminar por la mañana, más tarde pasaron a buscarme. Yo todavía me encontraba vistiéndome cuando llegaron. Asja se sentó en la cama. Me dio mucho placer verla desempacar mis cosas y acomodarlas prolijamente, no sin antes elegirse dos corbatas para quedárselas, puesto que le habían gustado. Luego nos contó cómo solía devorar novelas baratas, una tras otra, cuando era chica. Cómo las escondía dentro de los libros del colegio para que no la descubriera su madre; hasta que un día consiguió un tomo de Laura encuadernado que llegó a manos de su madre. De cómo, en otra ocasión, se fue de su casa en medio de la noche para ir a buscar a casa de una amiga el nuevo número de una novela por entregas. El padre de su amiga se sobresaltó al oír la puerta a esas horas, le preguntó qué hacía allí tan tarde y ella, sabiéndose en qué problemas se estaba metiendo, sólo atinó a contestarle que ni siquiera ella tenía la menor idea de cómo había llegado allí. Almorzamos con Reich en una pequeña taberna. La tarde, en el desolado sanatorio, fue un suplicio. Con Asja alternando como siempre el trato de «tú» y «usted»; no se sentía bien. Después caminamos por Tverskaya. Sentados en una cafetería, Asja y Reich tuvieron una pelea muy fuerte, en la cual Reich fue muy claro en cuanto a sus planes de cortar todos sus lazos con Alemania para concentrarse en sus asuntos en Rusia. Ya por la noche, nos quedamos solos con Reich en mi habitación: yo estuve estudiando la guía y él avanzó con la escritura de su crítica del ensayo de El revisor. En Moscú no hay camiones ni coches de reparto, por lo cual tanto las compras más insignificantes como los envíos más importantes se han de despachar por medio de los izvozchik en los diminutos trineos…
(continuará)
[ Fragmento de: Walter Benjamin. “Diario de Moscú” ]
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