4 / ASÍ COMIENZA…
EL LIBRO INFIERNO
Carlo Frabetti
[ A la memoria de mi abuelo materno, Andrea Varini, que me ayudó a ver la diferencia ontológica entre Dante y el ratón Mickey ]
*
«Sono un uomo solo, un solo inferno.»
SALVATORE QUASIMODO
*
Canto Primero
En medio del camino de la vida,
me encontré en una oscura biblioteca,
un abismo con forma de guarida.
«El pecado es la pena del que peca»,
dijo el bibliotecario, un saturnino
diablo de lengua negra y voz reseca.
«En estos libros duerme tu destino
desde la eternidad, y una eviterna
búsqueda en adelante es el camino
que habrás de deshacer hacia la interna
meta u origen. Fueron tu pecado
los libros: sean tu noche y tu linterna.»
Igual que este terceto encadenado
me vi, pues, al lenguaje y su impostura,
en su inmenso palacio confinado…”
El Catálogo Imposible
No me sorprendió que el infierno fuera una biblioteca. Tener acceso a las palabras y no a lo que designan es la más refinada versión del suplicio de Tántalo.
– Puedes pedirme cualquier libro -me dijo el bibliotecario, un demonio plomizo de ojos melancólicos.
– ¿Y si no lo tienes?
– Los tengo todos -replicó con orgullo (satánico, naturalmente).
– ¿Tienes, por ejemplo, El paraíso perdido en dialecto boloñés? ¿Y el catálogo de todos los libros en los que aparece la palabra «clepsidra»?
– Los libros que no tengo en acto, los tengo en potencia. Puedo traducir a Milton al boloñés y confeccionar ese catálogo en cuestión de segundos.
– ¿Y si te pido un libro que no tienes ni eres capaz de hacer? -insistí.
– Eso es imposible.
– Supongamos que sucede. -En ese caso, quedarías libre -dijo el demonio con una mueca parecida a una sonrisa-. Pero si estás pensando en un libro infinito, no te lo aconsejo: aunque soy muy rápido, tardaría una eternidad en confeccionarlo, y mientras no podrías pedirme ningún otro.
– Estaba pensando en un catálogo… Como sabes, hay libros autorreferentes, es decir, que se mencionan a sí mismos. Por ejemplo, en el Quijote se habla del Quijote, y en la Divina Comedia Dante alude a la gestación de su poema. Por no hablar de los numerosos libros que llevan un prólogo alusivo a su propio contenido…
– ¿Quieres el catálogo de todos los libros autorreferentes? Eso está hecho.
– Al contrario: quiero el catálogo de todos los libros no autorreferentes.
– Bueno, será bastante más extenso, pero no tardaré mucho -aseguró el bibliotecario, y desapareció con un sordo chasquido.
Al poco rato volvió con un enorme volumen, del tamaño de un armario, en cuya portada ponía en grandes letras góticas: «Catálogo de los Libros No Autorreferentes».
– Aquí lo tienes. ¿Quieres comprobar si están todos? -preguntó el demonio con una sonrisa burlona.
– ¿Está el catálogo? -pregunté a mi vez.
– ¿Qué quieres decir?
– Si el propio Catálogo de los Libros No Autorreferentes (CLNA: la sal de esta insulsa condena) figura en esas páginas.
– No -respondió el bibliotecario con expresión sorprendida.
– En tal caso, tu catálogo es un libro no autorreferente, puesto que no alude a sí mismo.
– Así es -admitió el demonio.
– Pero puesto que es un libro no autorreferente, debería estar incluido en el CLNA. Tu catálogo es incompleto.
– Es cierto. Pero no cantes victoria: no tengo por qué acertar a la primera -dijo el bibliotecario pasando las páginas del enorme libro a una velocidad vertiginosa y haciendo una fulminante corrección con una pluma de colibrí que se sacó de la amplia bocamanga y mojó en su propia saliva-. Voilà: ahora el catálogo está completo.
– ¿Debo entender que has añadido a la lista el propio CLNA?
– Así es. Puedes comprobarlo si quieres.
– No es necesario, te creo… Pero, en tal caso, en el catálogo figura ahora una alusión a sí mismo, y, por tanto, es autorreferente, luego no debería estar en el CLNA. Tu catálogo es erróneo.
– Tienes razón, ahora mismo borro la… -empezó a decir el demonio, pero su frase se interrumpió para convertirse en un gemido de frustración, mientras el catálogo imposible se esfumaba dejando en su lugar un rectángulo de sombra, el hueco de una puerta.
El Fichero Perfecto
No me sorprendió que el infierno fuera una biblioteca. Subir la piedra de la ignorancia por una montaña de libros, sin alcanzar nunca la cima del conocimiento, es la más refinada versión del suplicio de Sísifo.
– La biblioteca es inmensa, como puedes ver -dijo el demonio-, y crece sin cesar; pero tiene un pequeño defecto: carece de fichero. Hacerlo será tu cometido.
– Eso es tarea del bibliotecario -objeté.
– Cierto. Y sólo el bibliotecario puede salir de aquí; por lo tanto, si quieres recobrar la libertad, tienes que asumir su función. Mejor dicho, tienes que consumarla. Deberás hacer fichas precisas y detalladas de todos los libros, lo más completas posible.
– Todas las semanas se publican miles de libros -protesté-. Por muy deprisa que hiciera las fichas, cada vez estaría más lejos de la meta.
– Estás dando por supuesto que la producción de libros nunca tendrá fin. Ni la de hombres. Lo cual es de todo punto inverosímil. Lo más probable es que acabes tu tarea en unos cuantos milenios. SÍ la emprendes con diligencia y tesón, naturalmente.
Las últimas palabras me llegaron distorsionadas por el efecto Doppler, pues, mientras las pronunciaba, el demonio se alejó a gran velocidad por un larguísimo corredor de la inmensa biblioteca.
Al cabo de un rato lo llamé, e inmediatamente apareció a mi lado con un chasquido eléctrico.
– ¿Todavía no has iniciado tu tarea? -preguntó al ver que no me había movido del sitio.
– Por el contrario, ya la he terminado.
– Espero que no te ofendas si me permito ponerlo en duda -ironizó. O tal vez hablara en serio, pues en su rostro no había más que melancolía.
– No sólo he fichado todos los libros que ahora mismo hay en la biblioteca -afirmé-, sino que he puesto a punto una máquina que fichará automática e instantáneamente todos los que vayan entrando.
– Fascinante -dijo sin inmutarse-. ¿Y dónde está?
– Es una máquina conceptual, y la hemos inventado entre los dos. Tú me has dado la clave.
– ¿De qué modo?
– Al decirme que tenía que hacer fichas precisas y detalladas, lo más completas posible.
Obviamente, he dado por supuesto que no te conformarías con la mera consignación del título, el autor, la editorial, la fecha de publicación y demás datos técnicos.
– Obviamente.
– He pensado que las fichas tendrían que dar constancia del contenido de cada libro. Qué menos que un resumen del argumento, me dije. Pero enseguida me di cuenta de mi error, pues resumir es trivializar o traicionar, y un bibliotecario tan riguroso como tú nunca aceptaría fichas triviales o traicioneras.
– Puedes estar seguro de ello.
– Y entonces me he acordado de tus últimas palabras al hablar de las fichas: lo más completas posible. Ahora bien, ¿cuál es la ficha lo más completa posible de un libro? La respuesta es obvia: el libro mismo. Una ficha en la que no figurara el libro entero podría ser más completa y, por tanto, no cumpliría el requisito de ser la más completa posible. De modo que aquí tienes tu fichero -concluí señalando con un amplio gesto las interminables estanterías-. Cada libro es la ficha de sí mismo, la más precisa y detallada, la única realmente completa.
– Merdre -masculló el bibliotecario mientras los libros empezaban a bajar de sus estantes y a apilarse formando una pirámide escalonada, una torre de Babel para subir al cielo…”
[ Fragmento de: Carlo Frabetti. “El libro infierno” ]
*
"Queremos advertir que la comprensión de la estructura del pensamiento de Marx y su método constituye un mayor nivel de dificultad que la comprensión de la estructura del pensamiento de Hegel, ya que su obra supone, además de un manejo ágil de la dialéctica hegeliana, nuevos niveles de abstracción y de realidad, insospechados para Hegel. Esta complejidad nos exigirá comenzar a construir conceptos nuevos para poder expresar de manera más clara el alcance del método de Marx". (Pág. 65)
ResponderEliminar¿HACIA UNA CIENCIA DE LA LÓGICA CRÍTICA?
Katya Colmenares Lizárraga
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Salud y comunismo
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