jueves, 23 de marzo de 2023

 

[ 345 ]

 

ESCRITOS CORSARIOS

 

Pier Paolo Pasolini

 

 

 

18 de febrero de 1975

LOS NIXON ITALIANOS

 

He visto en la televisión durante algunos instantes la sala en que se había reunido el consejo de los poderosos democristianos que nos gobiernan desde hace cerca de treinta años. De las bocas de aquellos viejos hombres, obsesivamente iguales a sí mismos, no salía una sola palabra que tuviese alguna relación con lo que nosotros conocemos y vivimos. Parecían asilados que desde hace treinta años habitasen un universo concentracionario: había algo de muerto hasta en su propia autoridad, cuyo sentimiento, de todas formas, expiraba todavía en sus cuerpos. Los llamados de Fanfani al ancien régime, plenos de ampulosa falta de prejuicio, eran de tal manera faltos de sinceridad que rozaban el delirio; los jóvenes descritos por Moro eran fantasmas como pueden ser imaginados sólo desde el fondo de un foso de serpientes; el silencio de Andreotti estaba desleído por una sonrisa cerúlea de astucia terriblemente insegura y más bien tímida sin reparos…

 

Precisamente Andreotti. Y es a su respuesta que debo contestar. Naturalmente no sin titubeos. Lo que temo es que me haya arrastrado a propósito a su pantano, con la habilidad que es natural al poder. Por lo tanto, si en este pantano gris, yo le respondo, le hago el juego.

 

Si no contesto, sin embargo, no hago mi juego.

 

¿En qué consistiría la habilidad de Andreotti (si existe)? En haber contestado a un artículo que yo no he escrito. En efecto; a mí no podría siquiera ocurrírseme escribir algo que concierna al mal gobierno o al desgobierno. Hay centenares de periodistas y de políticos, mucho más informados que yo, que escriben precisamente y desde hace treinta años, sobre el mal gobierno y el desgobierno democristiano. Andreotti, según la hipótesis que estoy aquí formulando, habría fingido incluirme entre los que escriben del mal gobierno y del desgobierno democristiano, y en consecuencia habría escrito una fingida defensa de oficio. En este «juego de ficciones» yo no tendría más remedio que perderme.

 

Quiero en cambio excluir —al menos por ahora— esta muy atendible hipótesis del «juego de las ficciones» en el cual Andreotti me habría, no sin cortesía, empantanado: quiero aceptar la carta de su contestación, quiero creer en su sinceridad. Quiero creer que aunque hablando con él a solas —y con la hipotética certidumbre de su buena fe— él me habría dado la respuesta que me ha dado públicamente en el «Corriere della Sera».

 

En este caso él no habría fingido no haber comprendido lo que yo he escrito a propósito de la Democracia Cristiana: él no habría realmente comprendido lo que yo he escrito.

 

¿En qué consiste, en efecto, honestamente, su defensa de la Democracia Cristiana (la cual, en este sentido, no he soñado nunca atacar)? Consiste en una larga, previsible y diligente lista de méritos, precisamente de la Democracia Cristiana. Esta lista no carece, técnicamente, de un cierto allure litúrgico: se sabe que todas las religiones tienen debilidad por las listas, cuyo esquema es el mandamiento, la letanía, el rosario. Lo que favorece en cierto sentido a Andreotti, porque demuestra inequívocamente —como toda prueba lingüística— que su buena fe católica, proveniente de la infancia, tiene algo de sincero.

 

De todas formas, en lo que nos concierne, esta lista de Andreotti de los méritos de la Democracia Cristiana se nos presenta esencial y fatalmente, como una lista de Obras del Régimen. No lo digo tanto para polemizar (ésta existe, se entiende, atento a que yo he querido sinceramente aceptar la sinceridad de la respuesta de Andreotti), pero lo digo sobre todo relevar un fenómeno que es objetivamente común a todas las Obras del Régimen, y que es el siguiente: las Obras del Régimen no son Obras del Régimen. Son solamente Obras que el Régimen no pudo no hacer. Las hace, naturalmente, de la peor manera (y en esto la Democracia Cristiana no se distingue de los otros Regímenes), pero, repito, no puede no hacerlas. Cualquier gobierno en Italia hacia finales de los años treinta habría saneado los Pantanos Pontinos: el Régimen fascista ha incluido este saneamiento, de gobierno común, entre sus propias Obras. De todas las Obras que Andreotti litúrgicamente inventaría como meritorias Obras del Régimen Democristiano se podría repetir la misma cosa: el Régimen Democristiano no podía dejar de hacerlas. Y, repito, las ha hecho mal. Pero yo no me ocupo de mal gobierno o de desgobierno. Sólo si yo me ocupase de mal gobierno o de desgobierno podría anotar cómo la lista de Andreotti omite toda alusión a los hospitales y a las escuelas (se alude a la «población escolar» haciendo de ello una petición de principios: es decir, como si los italianos fuesen mejorados en las escuelas italianas en lugar de ser empeorados).

 

Escojo dos de las más relevantes de las Obras enumeradas por Andreotti, es decir, la construcción de casas («los italianos que habitan una casa de la cual son propietarios han superado el cincuenta por ciento») y el traslado de grandes masas desde el campo a la ciudad («millones de campesinos han pasado al trabajo industrial o al trabajo autónomo»).

 

Se trata de dos fenómenos que Andreotti ve desde un punto de vista estrictamente pragmático, factual, material, casi diría nomenclatorio. Se presentan en la lista como fríamente privados de significado fuera de su mera existencia (o de ser actuales). Puro nominalismo administrativo. Andreotti no se preocupa, como si no fuera asunto suyo, de los efectos humanos, culturales, políticos, de estos fenómenos. Parece no haber siquiera sentido hablar nunca de la degradación antropológica que deriva de un «desarrollo sin progreso», cual ha sido el italiano con sus Casas y su urbanismo. Aparte del hecho de que las casas construidas en Italia en los años del treinteno democristiano son una vergüenza, y que las condiciones de vida a que son sometidos emigrados al Norte o a Alemania son atroces. (Pero yo no soy alguien que se ocupa de mal gobierno o de desgobierno). Para permanecer por lo tanto en el juego que en realidad no debería aceptar, haré a propósito de los dos fenómenos elegidos como ejemplo, las siguientes observaciones.

 

A propósito de la construcción de casas y del abandono del campo, se pueden verificar con precisión particular y pertinencia —creo que hasta estadísticamente— las dos «fases de las luciérnagas» de las cuales hablaba en mi verdadero artículo.

 

En efecto, durante la «fase de la presencia de las luciérnagas» (años cincuenta) las casas, que mediante una serie de escándalos edilicios memorables, la Democracia Cristiana construyó de todas formas, son una obra a la que la Democracia Cristiana estaba obligada por la más normal y tradicional lucha de clases. Y lo mismo vale para la política agraria. La Democracia Cristiana ha puesto de sí, de original, precisamente, las especulaciones y los disparos de la policía.

 

Durante la «fase de la desaparición de las luciérnagas» (años sesenta y setenta) ocurre un completo cambio de la situación: se llega a aquella «solución de continuidad» que yo no he titubeado, no titubeo ahora, en llamar milenarista: el pasaje de una época a otra, debida al arribo del consumismo y de su hedonismo de masas, evento que ha constituido, sobre todo en Italia, una verdadera y exacta revolución antropológica. En esta «fase» la Democracia Cristiana no ha sido lanzada a las Obras (salvo relativamente al comienzo) por la clase obrera guiada por el PCI: han sido, por el contrario, los patrones, con su incontenible «expansión económica». Ésta ha construido —precisamente a través de una embriagada Democracia Cristiana— millones de casas y ha absorbido del campo a millones de campesinos.

 

También en esto la Democracia Cristiana no participa. Tanto no participa que (parece) ni siquiera se ha dado cuenta de nada. No se ha dado cuenta de que se ha convertido casi de golpe, en nada más que en un instrumento de poder formal desbordado, a través del cual un nuevo poder real ha destruido a un país. Andreotti no emplea naturalmente nada más que dos palabras, contestándome, a propósito de la Iglesia. Pero la Iglesia es precisamente uno de aquellos valores que el nuevo poder real ha destruido, cumpliendo un verdadero y exacto genocidio de curas, que forma parte del cuadro de un mucho más e imponente genocidio de campesinos.

 

No quiero defender yo la Iglesia y sus valores, cancelados pragmáticamente por el «desarrollo». Pero Andreotti no puede por cierto acusarme de que no haya advertido el problema. Efectivamente es él quien se ríe de las luciérnagas, yo no.

 

Pero, cumplido mi triste deber, he aquí que llega el momento de volver sobre la primera hipótesis que he formulado: la muy divertida hipótesis de que Andreotti haya fingido no haberme comprendido, dándome por lo tanto una respuesta que ha desviado y enterrado todo. Que esta hipótesis tenga serias probabilidades de ser la justa puede ser demostrado por el hecho de que Andreotti —hacia el fin de su intervención— en el momento más retóricamente delicado, aquel que precede a la peroración, haya hecho una oscura alusión a la Suerte de Nixon.

 

El sentido diplomático de esta oscura alusión es de todas formas claro y es el siguiente: aquí en Italia, queridos míos, no se puede hacer como se ha hecho en América con Nixon, es decir, expulsar a quien se ha hecho responsable de graves violaciones al pacto democrático: aquí en Italia los poderosos democristianos son insustituibles.

 

Hay un desafío casi luciferino en esta oscura alusión de Andreotti de sentido tan claro. ¿Los poderosos democristianos son parangonables (más bien son parangonados) a Nixon: y con ello?

 

No sólo —parece decir Andreotti— los sucesores de Nixon siguen la misma política de Nixon y continúan por lo tanto sosteniendo, en lo que se refiere por lo menos a Italia, las mismas medidas que Nixon; no sólo, aquí en Italia, no habría un mediocre Ford dispuesto eventualmente a sustituir a nuestros Nixon (todos saben en qué cosa se ha convertido una carrera política en Italia, y cómo los abogaduchos provincianos y elegidos diputados hasta hace una docena de años, son con relación a sus posibles sucesores de hoy), no sólo, sino que nuestros Nixon son infinitamente más poderosos que el Nixon americano: ellos han encontrado precisamente, por lo que parece, la manera de hacerse insustituibles.

 

El lazo que une, en efecto, esta alusión de Andreotti a su igualmente significativa omisión es de una perfecta lógica. Quiero decir que —aun apuntando a la criminalidad, común y política que, casi caída del cielo, caracteriza la vida italiana actual— Andreotti ha omitido en su artículo hablar de la «estrategia de la tensión» y de los atentados.

 

Por lo tanto, los hombres que deciden la política italiana —y en definitiva nuestra vida— primero: no saben nada, o fingen no saber nada, de aquello que ha cambiado radicalmente en el «poder» que ellos sirven, prácticamente detentándolo o dirigiéndolo; segundo, no saben nada, o fingen no saber nada, sobre la única «continuidad» de este poder, es decir, sobre la serie de atentados. Esto es escandaloso. Y yo estoy escandalizado: a riesgo de ser también poco generoso y conformista (como es siempre el que está escandalizado, y se hace, por lo tanto, portavoz de un sentimiento común y mayoritario, no carente de cualunquismo). Es claro de todos modos que mientras los poderosos democristianos omitan el cambio traumático ocurrido en el mundo ante sus ojos, un diálogo con ellos es imposible.

 

Y, entretanto es claro que mientras los poderosos democristianos callen sobre aquello que en cambio, en esta transformación, constituye la continuidad criminal del Estado, no solamente un diálogo con ellos es imposible, sino que es inadmisible su permanencia al frente del país. Además es necesario preguntarse qué es más escandaloso: si la desafiante obstinación de los poderosos en permanecer en el poder o la pasividad apolítica del país en aceptar su propia presencia física («cuando el poder ha osado desbordar todo límite no se puede cambiarlo, es necesario aceptarlo tal como es», Editorial del «Corriere della Sera» 9-2-1975).”

 

 

 

[ Fragmento de: Pier Paolo Pasolini. “Escritos corsarios” ]

 

*


3 comentarios:

  1. Pasolini no deja de provocar mi sorpresa y admiración. Este magnífico artículo es de una sustancial vigencia. Basta matizar algunos (pocos) puntos del mismo y tenemos una lente precisa para un análisis crítico de la realidad presente, al menos en cuanto al Estado español se refiere.

    "...no saben nada, o fingen no saber nada, de aquello que ha cambiado radicalmente en el «poder» que ellos sirven..."

    Salud y comunismo

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    1. Pasolini no fue uno de esos pensadores que se quedan al cobarde e interesado resguardo de lo libresco (véase Calvino, Eco, Moravia…). Venía de la puta calle y nunca la abandonó (dijo Rafael Azcona que los guionistas italianos –dudo que incluyera a Pasolini– habían comenzado su irreversible declive cuando dejaron de viajar en autobús), a pesar de su relativo éxito en el cine; como guionista y director; el periodismo, como articulista de opinión; y la literatura, como poeta ( Brossa, otro poeta que nunca perdió pie con la rúa, comentaba entre risas que a Antoni Tapies no le volvieron a ver el pelo –en los ‘provincianos’ encuentros de ‘Dau al set’– desde que se compró el primer ‘mercedes’) y novelista (Sciascia –otro que, sin ser comunista, no aceptó ‘el sobrecito’–, lo admiraba y respetaba).


      El mejor de ellos, no vale dos reales…


      Señalo estos pequeños detalles –que en mi opinión tienen mucho que ver con ‘eventos’ de las luchas de clases, que no existen, o mejor que no se ven, ‘pero haberlas haylas’– porque, de la misma manera que el CAPITAL asalarió, en fino cooptó, desde el siglo XIX, a la aristocracia obrera (qué bien lo cuenta Jack London en “Talón de hierro”), también lo ha hecho siempre con los intelectuales, políticos, periodistas, artistas… (qué bien lo cuenta Frances Stonor en “La CIA y la guerra fría cultural”), en fin, que los compra a casi todos. Y al que no se vende, lo mata. Andreotti tras el asesinato de Pasolini, comunista y maricón, declaró: «Se lo estaba buscando».

      Del pecado de pensamiento…

      En este extraordinario artículo podemos comprobar como a la mente más astuta y maquiavélica que haya existido en Italia desde el mismísimo Maquiavelo, la inteligencia en estado puro –no especialmente contaminada por la ideología dominante– de Pasolini lo pone en su sitio desde las primeras líneas:
      «¿En qué consistiría la habilidad de Andreotti (si existe)? En haber contestado a un artículo que yo no he escrito». A partir de aquí Pasolini le hace ver a Andreotti que ha visto su sucia jugada y no se va a dejar arrastrar “a su pantano gris”. Y en el resto del artículo, de manera concreta, sencilla y brillante, deja a Andreotti y a su mafiosa Democracia Cristiana, subordinada al Imperio yanqui, a la altura, como mucho, del betún.

      …al delito de pensamiento.

      No le perdonaron su inteligencia insobornable. Meses después vino el aviso a navegantes, el escarmiento, lo asesinaron a su manera mafiosa, la más infame.


      Salud y comunismo

      *

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    2. Hay un trágico paralelismo entre los infames asesinatos de Pasolini y García Lorca, al fin y al cabo ejecutados por la misma chusma fascista que hoy se empolva el rostro en los camerinos de Bruselas.

      Salud y comunismo

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