viernes, 7 de abril de 2023

 

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HEGEL

Terry Pinkard

 

 

Una red se puede definir de dos maneras, según sea el punto de vista que se adopte. Normalmente, cualquier persona diría que es un instrumento de malla que sirve para atrapar peces. Pero, sin perjudicar excesivamente la lógica, también podría invertirse la imagen y definir la red como hizo en una ocasión un jocoso lexicógrafo: dijo que era una colección de agujeros atados con un hilo. Lo mismo puede hacerse en el caso de la biografía. La red va siendo arrastrada: se llena, y luego el biógrafo la cobra, selecciona, tira parte de la pesca, almacena, corta en filetes y vende. Pero, ¿y todo lo que no pesca? Siempre es más abundante que lo otro. La biografía, pesada y respetablemente burguesa, descansa en el estante jactanciosa y sosegada: una vida que cueste un chelín te proporciona todos los datos; si cuesta diez libras incluirá, además, todas las hipótesis. Pero piénsese en todo lo que se escapó, en todo lo que huyó con el último aliento exhalado en su lecho de muerte por el biografiado... ¿Qué posibilidades tendría el más hábil biógrafo ante el sujeto que le ve venir y decide divertirse un rato?

 

( JULIAN BARNES, ‘El loro de Flaubert’ )

 

 

Los acontecimientos y los actos de esta ‘Historia de la filosofía’ no son de aquellos en los que imprimen su sello y dejan su contenido, fundamentalmente, la personalidad y el carácter individual —como ocurre en la historia política, en la que el individuo ocupa el puesto que corresponde a su modo especial de ser, a su genio, a sus pasiones, a la energía o a la debilidad de su carácter, en una palabra: lo que hace de él este individuo—. Aquí en ‘La historia de la filosofía’ las creaciones son tanto mejores cuanto menos imputables son, por sus méritos o su responsabilidad, al individuo, cuanto más corresponden al pensamiento libre, al carácter general del hombre como hombre, cuanto más se ve tras ellas, como sujeto creador, vacío de personalidad, al pensamiento mismo.

 

( HEGEL, Introducción a las lecciones sobre la historia de la filosofía)

 

 

 

PREFACIO

 

Hegel es uno de esos pensadores de los que toda persona culta cree saber algo. Su filosofía fue la precursora de la teoría de la historia de Karl Marx, pero, a diferencia de Marx, que era materialista, Hegel fue un idealista en el sentido de que pensaba que la realidad era espiritual en última instancia, y que esta realidad se desarrollaba según un proceso de tesis/antítesis/síntesis. Hegel glorificó también el Estado prusiano, sosteniendo que era obra de Dios, la perfección y la culminación de toda la historia humana: todos los ciudadanos de Prusia le debían lealtad incondicional a su Estado, que podía disponer a su antojo de ellos. Hegel desempeñó un gran papel en la formación del nacionalismo, el autoritarismo y el militarismo alemanes con sus celebraciones cuasi-místicas de lo que él llamaba pretenciosamente "lo Absoluto".

 

Prácticamente todo lo que se dice en el párrafo anterior es falso, salvo la primera frase. Pero lo más chocante es que, pese a ser clara y demostrablemente falso, y a que desde hace tiempo es conocida su falsedad en los círculos académicos, este cliché de Hegel continúa repitiéndose en casi todas las historias breves del pensamiento o en las cortas entradas de un diccionario. Ahora bien, si este no era el Hegel real, ¿quién era entonces Hegel? ¿Y cómo puede explicarse que fuera tan mal entendido?

 

Hegel nació en el apogeo de la Edad Moderna, y su vida asistió a las dos grandes revoluciones de esta era. Nacido en 1770, se crió en un tiempo en el que los reyes estaban seguros en sus tronos, y para el observador superficial, la sociedad estaba asentada en una forma asumida mucho tiempo atrás. Cuando Hegel entraba en la adolescencia, las revoluciones americana y francesa hicieron saltar por los aires ese mundo para siempre, y hacia el tiempo en que murió, en 1831, la revolución industrial estaba en pleno proceso de expansión, los viajes por tren y la fotografía se adueñaban de la escena, y el mundo asistía al despertar de ese movimiento hacia la globalización de la economía que tan normal nos resulta a las gentes de nuestro tiempo. Aunque actualmente tendemos a pensar que el masivo cambio tecnológico está alterando rápidamente nuestras vidas, probablemente ninguna generación ha sufrido tan drástica transformación en sus modos de vida como la que le tocó vivir a la generación de Hegel. El impacto que la industrialización y los cataclismos de las revoluciones políticas de la época tuvieron sobre las vidas de las gentes fue excepcional; el mundo se cerraba repentinamente como una tenaza, la perspectiva de una revolución se cernía permanentemente en la cargada atmósfera de los tiempos, las guerras revolucionarias sembraban esperanzas y destrucción a lo largo y a lo ancho del continente, y para la década de 1830, barcos de vapor y locomotoras atravesaban los países poniendo en contacto los más apartados e idílicos rincones con las grandes metrópolis del mundo. Profesiones totalmente nuevas comenzaban rápidamente a surgir para aten-der a las expansivas economías del mundo moderno. 

 

Los jóvenes de uno y otro sexo intuían, y no sin justificación, que iban a vivir otro tipo de vidas, que el pasado y el mundo de sus padres no eran ya guías adecuadas para la vida en el nuevo mundo que ante ellos emergía. Algunos reaccionaron contra ese vigoroso sentimiento de pérdida de sus raíces y anhelaron una restauración del viejo mundo desaparecido; otros alimentaron esperanzas revolucionarias de una humanidad transformada. El propio Hegel no permaneció indiferente a todos estos sucesos revolucionarios y a las experiencias vividas por los jóvenes de su generación. Se sintió capturado por tales sucesos, los vivió como propios, y decidió dedicar su vida a tratar de comprender aquellas circunstancias y experiencias, a darle sentido a los grandes cambios que él y sus jóvenes compañeros tenían que asumir en su condición de alemanes y europeos cuando acababa el siglo XVIII. Buena parte de su filosofía fue un intento de comprender lo que aquellos acontecimientos podían y debían significar para "nosotros, los modernos", que aún nos debatimos por comprender el sentido de nuestras propias vidas en las sociedades de mercado y en el culto de la libertad. Hegel estaba llamado a ser, y no sin razón, el primer gran filósofo que hiciera de la modernidad misma el objeto de su reflexión. Pese a su gran influencia en el pensamiento posterior, Hegel continúa siendo una figura misteriosa dentro de una buena parte de la filosofía contemporánea, y ese misterio varía en función de que se considere la recepción de su pensamiento en el contexto de la filosofía anglófona o en el de la filosofía continental europea. En el pensamiento continental, casi todo el mundo ha reaccionado ante él, y Hegel continúa siendo una fuerza viva en esta tradición de la filosofía, un pensador cuya influencia se deja sentir casi en todas partes. Por detrás de tantos intereses y preocupaciones, el estatuto de la cultura moderna, por ejemplo, la relación de la ciencia con las humanidades, el papel del Estado, el modo de entender la historia misma o las posibilidades del arte moderno, son problemas en cuyo ámbito se perfila Hegel como una de las figuras centrales del debate. Aunque repetidamente se ha proclamado que su pensamiento estaba definitivamente muerto y enterrado de una vez por todas, que era algo ya decididamente superado, el pretendido cadáver se ha levantado una y otra vez de su tumba para reaparecer nuevamente en los lugares más insospechados. 

 

Un filósofo francés contemporáneo observó una vez que la gran ansiedad que sufre todo filósofo moderno está en que, sea cual sea el camino que tome, cada uno de esos caminos acaba en un callejón sin salida, y en cada uno de ellos está Hegel aguardando con una sonrisa. Para muchos, la reputación de Hegel está indisolublemente ligada a la de la persona más famosa en la adaptación del pensamiento hegeliano a las nuevas circunstancias: Karl Marx. Marx y sus seguidores afirmaban que habían transformado la dialéctica supuestamente "idealista" de Hegel en una teoría "materialista" de la historia, de la sociedad y de la revolución. No es de extrañar, por tanto, que la reacción ante Hegel después de Marx estuviera supeditada a la reacción ante el marxismo mismo, y según la idea que se tenía de este así era la postura que se tomaba ante Hegel. Para una buena parte de los hombres del siglo XX, "Hegel" aparecía como la parte no independiente de la frase "de Hegel a Marx". Del mismo modo, y debido a una presentación expurgada de la filosofía hegeliana por parte de Heinrich Moritz Chaly-báus, un pensador especialmente oscuro que fue inmensamente popular en Alemania a mediados del siglo XIX (y que fue leído por Marx), el pensamiento de Hegel se tornó rápidamente en sinónimo de la árida fórmula tesis/antítesis/síntesis, una fórmula que Hegel no usó nunca y que, en cualquier caso, no acierta a representar la estructura de su pensamiento. Pero aquella caracterización cuajó, y Hegel quedó encasillado para muchos simplemente como el progenitor del materialista Marx, lo cual (dependiendo otra vez de la actitud que se tuviese hacia Marx) hizo de él un héroe o un villano, pero en ambos casos alguien cuyo pensamiento propio tenía poco valor y cuya real importancia estaba en los personajes por él influidos. 

 

La recepción de Hegel en la filosofía anglo-americana ha sido siempre muy diferente de la que ha encontrado en el continente europeo. Aunque siempre ha tenido devotos lectores en los círculos intelectuales de habla inglesa, también ha sido firmemente, a veces incluso furiosamente, rechazado por un amplio e importante segmento de la filosofía anglo-americana bajo la acusación de que no tenía nada importante que decir. En muchos lugares de esta filosofía de habla inglesa, puede decirse probablemente con seguridad que Hegel no ha sido re-chazado, sino simplemente ignorado. No es infrecuente encontrar importantes departamentos de Filosofía donde no se habla en absoluto de Hegel, especialmente en el nivel de la licenciatura. Y no es ningún secreto que hay muchos filósofos anglo-americanos que se niegan a leer a Hegel y que parecen haber absorbido completamente las críticas que le dirigió Bertrand Russell incluso sin haberse parado a considerar al propio Hegel. Entre ellos continúa viva la sospecha, alimentada primeramente por Russell y otros grandes críticos analíticos del idealismo alemán a comienzos del siglo XX, de que la claridad y el rigor argumentativo que son tenidos por uno de los grandes logros de la moderna filosofía analítica, solo pueden ser alcanzados y sostenidos por un definitivo rechazo y alejamiento de la oscura prosa y la densidad continental del pensamiento de Hegel. Para estas figuras de la filosofía contemporánea, Hegel aparece no como uno de los grandes pensadores de la era moderna, como alguien con quien simplemente hay que entenderse, sino como alguien a quien hay que evitar a toda costa, que no tiene nada importante que decir, y cuyo pensamiento es, en el mejor de los casos, una tentación viciosa de la cual las mentalidades jóvenes deben ser especialmente protegidas. Casi como si se tratara de un huésped no deseado, Hegel ha sido desterrado del ámbito de la filosofía analítica, aunque sigue apareciendo inesperadamente en muchos de los senderos de la vida intelectual contemporánea. ¿Por qué ha sido dejado de lado? ¿Qué ocurrió con Hegel para hacer de él un paria? Parte de la explicación de este fenómeno es claramente histórica. Hegel fue denostado en los países de habla inglesa a causa del autoritarismo germano que condujo a la Primera Guerra Mundial, y por el tipo de culto nacionalista del Estado encarnado por los nazis que desembocó en la Segunda Guerra. No solo resultó Hegel sospechoso del ofuscamiento teutónico y de ser un impostor dentro de los ámbitos de la academia: su nombre quedó asociado también con los desastres morales del siglo XX. Cuando, después de la Segunda Guerra Mundial, Karl Popper publicó su inmensamente influyente libro ‘La sociedad abierta’ y sus enemigos, colocando muy buena parte de la responsabilidad de la catástrofe alemana en la funesta influencia del pensamiento de Hegel, pareció que se había ajustado el clavo final del ataúd del hegelianismo. Que el tratamiento popperiano de Hegel fuera un escándalo en sí mismo, no sirvió para acallar los temores de muchos de que el estudio de las obras de Hegel como si estas tuvieran algo que decir, fuera de por sí una empresa peligrosa. Hegel sobrevivió a unos ataques que aún siguen produciéndose, aunque no enteramente del mismo modo. No es inusual encontrar ahora en los departamentos de muchas universidades importantes a profesores famosos que tienen a Hegel por uno de los gigantes intelectuales del mundo moderno, mientras que otros profesores igualmente famosos en otro departamento de la misma universidad lo consideran un ridículo farsante, un charlatán, e incluso un fraude. Hegel, la figura misteriosa, sigue siendo tan controvertido como lo fue ayer durante sus lecciones en los campus universitarios. 

 

Si está definitivamente muerto y enterrado, si su pensamiento ha sido superado, si se ha demostrado que es falso y quizá incluso peligroso..., ¿por qué continúa Hegel rondando por nuestras cabezas? Las pasiones que provoca en la academia parecen completamente fuera de lugar para una figura de la historia de la filosofía cuya influencia está supuestamente desvanecida. 

 

¿Quién era, realmente, Hegel?

 

 

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4 comentarios:

  1. “Mi método dialéctico no sólo es en su base distinto del método de Hegel, sino que es directamente su reverso. Para Hegel, el proceso del pensamiento, al que él convierte incluso, bajo el nombre de idea, en sujeto con vida propia, es el 'demiurgo' de lo real, y lo real su simple apariencia. Para mí, por el contrario, lo ideal no es más que lo material transpuesto y traducido en la cabeza del hombre”.

    (Marx, Palabras finales a la segunda edición alemana del primer tomo de El Capital, 1873).

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    1. De la biografía de HEGEL escrita por Terry Pinkard, tuve la primera noticia por medio de Katia Colmenares en el muy recomendable video de Escuela de Cuadros “El método de Marx” que, si no recuerdo mal, también apareció en tu blog. Y no hace mucho, en una entrevista al gran Ramón Grosfoguel, le he escuchado decir que nadie le había explicado mejor que Katia Colmenares las diferencias entre la ‘dialéctica’ de Hegel y la dialéctica de Marx. Lamentablemente la versión en pdf del libro de Pinkard que he encontrado en la red está ‘bloqueada’ y no he podido convertirla en Epub. Así que de momento he de conformarme con este excelente PREFACIO que cita Katia y que desde luego es, para mí, todo un estímulo para esforzarme en encontrar el libro. La importancia que tiene comprender la LÓGICA de Hegel ya la destacó Lenin como un paso imprescindible para comprender EL CAPITAL de Marx, que en cierto modo es la LÓGICA de Marx. O sea su método, de investigación, análisis y exposición tan dialéctico como materialista. En palabras de Lukács, confieso que este asunto sigue siendo un dolor de muelas que me acompaña desde hace años…

      Aunque de vez en cuando encuentro textos que me explican con sencillez estos asuntos tan complejos:
      Lukács: “…la idea del hombre como fin en sí –la idea base de la nueva Kultur– es una herencia del idealismo clásico del siglo XIX. La verdadera contribución de la época capitalista a la construcción del futuro consiste en haber creado las posibilidades de su propio derrumbe y de la construcción del futuro sobre sus propias ruinas. De la manera en que el capitalismo ha fabricado por sí mismo los presupuestos económicos de su negación de la manera en que ha producido por sí mismo las armas espirituales de la crítica negadora que a través del proletariado lo aniquilaría (la relación de Marx con Ricardo), así también él crea aquí, en la filosofía desde Kant hasta Hegel, la idea de la nueva sociedad, llamada a provocar necesariamente su negación.”

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    2. Explicar de manera sencilla lo complejo requiere una facultad que no todo el mundo posee. Mi hambre de conocimiento no tiene más límite que mis propias facultades para adquirirlo y, obviamente, las circunstancias materiales que posibilitan o limitan su satisfacción. Creo que en nada he invertido tanto dinero (tanto, digo, porque nunca he dispuesto de mucho) como a la adquisición de libros, y a nada he dedicado tanto tiempo como a la lectura. Pero ocurre con el conocimiento lo mismo que al caminante, que el horizonte se desplaza a cada paso que da. Pretender alcanzar el horizonte es necedad, lo importante, o lo sensato, es no perder el rumbo, saber elegir el camino y la compaña. Si bien, esta ultima suele venir dada por el camino elegido.

      A veces un simple trozo de pan nos sacia y deleita más que una fuente colmada de viandas. Un vaso de agua, casi siempre más que un exquisito licor. A mí con el conocimiento, que no deja de ser un alimento, me ocurre un tanto como con la comida, me es imposible saber la composición biológica de todo nutriente, pero el cuerpo aprendió a distinguir entre lo que es bueno o perjudicial para él. Yo lo denomino "intuición cultivada". Hay, en mi opinión, distintas maneras de abordar las fuentes del conocimiento y de zambullirse en ellas. No sé si sería posible abarcar la obra de Marx en toda su colosal y profunda dimensión, pero sí sé que cuanto de ella he sido capaz de asimilar me ha hecho más consciente y mejor persona de lo que hubiera sido de no conocerla. Es una inmensa hogaza que iré comiendo y asimilando poco a poco, es pan que nunca endurecerá, mal que les pese a los del bimbo.

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    3. Según cuentas, tu modo de vida y la cultura que reproduces, resulta ser, dentro de lo que nos permite el Sistema, radicalmente anticapitalista, en contraste con lo que escribió

      Lukács: “El capitalismo ha desarrollado al máximo el servilismo del hombre hacia la sociedad, la producción, la economía. Por el contrario, el presupuesto sociológico de la cultura desde el punto de vista del socialismo es el hombre como fin en sí”.

      Hoy, la gente común, o si se prefiere los ‘pringaos’, vive en la ignorancia y, cierto que de manera inconsciente en su gran mayoría, esclavizada ideológicamente. A falta de pensar por cuenta propia –ejercicio de ‘pensamiento crítico’ que no han llegado a conocer o que en el mejor de los casos ya no echan de menos–, se dedican a ejecutar sin demora las sutiles órdenes, sobre producción y consumo, que reciben ‘de los del dinero’. Mandamientos e instrucciones que acatan –¡y presumen que lo hacen en ejercicio de su libertad!– de manera ‘fluida y natural’, y que seguidamente llevan a la práctica de forma tan acrítica como mecánica.

      En la estela de Marx, escribió Lukács:
      “… porque las cuestiones finales y decisivas de la existencia humana están recubiertas en la conciencia por los males y las miserias inmediatas –a pesar de lo poco que cuenten en comparación con las primeras– y no logran así, excepto rarísimas excepciones, hacerse a la luz.” (…) “En la sociedad proletaria (en la producción, por ejemplo de carácter cultural) desaparecerá no sólo su carácter de clase sino también su carácter de ajenidad respecto de la vida humana.”

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