lunes, 17 de julio de 2023

 

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LA CIA Y LA GUERRA FRÍA CULTURAL

 

Frances Stonor Saunders

 

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«Operación Congreso»

 

 

Tenemos que hacernos oír en todo el mundo en

una gran campaña de verdad. Esta tarea no es diferente

a otros componentes de nuestra política exterior.

HARRY TRUMAN, 1950

 

 

A pesar de la obstinación de algunos de los delegados británicos, Wisner estaba satisfecho de que la conferencia de Berlín hubiese compensado con creces la inversión. Aunque su futuro aún era incierto, se agregó al «inventario de Activos Propagandísticos» de la CIA, una lista oficial de procedimientos y personas en los que podía confiar la Agencia. Conocida oficiosamente como la «Wurlitzer de Wisner», el mote revela la percepción de la Agencia de cómo se esperaba que funcionasen estos «activos»: con tan sólo pulsar un botón, Wisner podía hacer sonar cualquier melodía que quisiese escuchar.

 

Wisner retornó al problema de Melvin Lasky, cuya arrogante presencia en la conferencia de Berlín tanto le había enfurecido. Su orden de que se eliminase a Lasky de la primera línea había sido tan descaradamente desobedecida, que escribió una nota interna llena de indignación: «Congreso por la Libertad Cultural de Berlín: Actividades de Melvin Lasky», en la que decía que el protagonismo de Lasky fue

 

«un error garrafal y así fue reconocido por nuestros mejores amigos del Departamento de Estado… Delata una desacertada tendencia, aparentemente, más arraigada de lo que esperaba, de sucumbir a la tentación de la propia conveniencia (hacer las cosas por la vía fácil) sin tener en cuenta la seguridad u otras consideraciones técnicas de la mayor importancia».

 

Wisner no dejaba lugar a dudas: a no ser que el empecinado Lasky fuese excluido del Congreso por la Libertad Cultural, la CIA no seguiría apoyando la organización.

 

La nota de Wisner fue cablegrafiada a Alemania.

 

«El agente de la OPC que la recibió montó en cólera y respondió por el mismo conducto una histriónica protesta, aunque nada se podía hacer. Lasky tenía que salir, y la OPC se las arregló para que fuese eliminado del proyecto».

 

Existen dos explicaciones posibles: o bien Lasky tenía algún tipo de relación con la OPC, y por lo tanto, constituía un verdadero riesgo porque se negaba a pasar inadvertido; o era, como él siempre había dicho, un agente independiente, en cuyo caso su destitución representaba el primero de otros muchos actos de mano dura por parte de la CIA. El oficial de la OPC al que se encargó de la destitución de Lasky fue Michael Josselson, cuya tendencia a perder la paciencia cuando se le provocaba le costaría cara en el futuro. Lasky y Josselson ya habían establecido el fuerte vínculo que posteriores observadores pensaron era inquebrantable. Es difícil hacerse una idea de los aspectos psicológicos de esta relación: el ascendiente de Lasky sobre Josselson, su superior desde todo punto de vista, era algo muy particular.

 

«Josselson, a veces, se sentía desconcertado por la intencionada sordera de Lasky —escribió una persona bien informada del Congreso—. A veces le exasperaba la incapacidad de Lasky de imaginar las consecuencias de sus palabras y actos, pero al mismo tiempo le tenía en gran consideración y le admiraba con indulgencia».

 

Para algunos, en la influencia de Lasky sobre Josselson había un aspecto edípico. «Josselson adoraba a Lasky como el hijo que nunca tuvo. Siempre le defendía», recordaba Natasha Spender. A Lasky no le gustó esta apreciación, y prefirió calificarla de relación «fraternal». En cualquier caso, Josselson pronto se dio cuenta de que su teatral defensa de Lasky era una mala estrategia. De esta manera, accedió a la exigencia de Wisner de que Lasky fuese excluido oficialmente del proyecto. Oficiosamente, Lasky seguiría siendo el asesor más cercano de Josselson durante toda la existencia del congreso. Vendrían después otras recompensas.

 

Con Lasky, aparentemente, fuera de circulación, ahora, el objetivo de Wisner era darle carácter permanente al Congreso por la Libertad Cultural. Su continuidad había sido aprobada en un Consejo de Revisión de Proyectos de la OPC, a principios de 1950, y se le había asignado el nombre en clave de QKOPERA. Una de las primeras decisiones de Wisner fue trasladar la base de operaciones del congreso de Berlín a París. Existían poderosas razones simbólicas para mantener el grupo de Berlín, pero se pensó que el riesgo era excesivo, demasiado vulnerable a las infiltraciones del bando contrario.

 

Wisner ofreció a Josselson la tarea de dirigir el congreso por parte de la CIA. a las órdenes de Lawrence de Neufville, que había de supervisarlo desde la sección de Actividades Sindicales en Francia de la Agencia. Ambos aceptaron, dimitiendo de sus empleos de tapadera en el gobierno de ocupación americano en Alemania, pero llevándose consigo sus nombres en clave, Jonathan F. Saba (Josselson), y Jonathan Gearing (Neufville). A continuación, Wisner vinculó a Irving Brown al congreso como miembro fundamental del comité ejecutivo que había sido creado poco después de la conferencia de Berlín. En una ocasión se le describió como «más efectivo que todos los Koestlers y Silones juntos», como «la OSS en una sola persona» y como «personaje sacado de una novela de E. Phillips Oppenheim». Trabajaba para Jay Lovestone, antaño delegado en la Comintern y que ahora encabezaba la relación secreta de la CIA con el movimiento sindical estadounidense. Brown era extremadamente diestro para conseguir objetivos por métodos clandestinos, y había sido seleccionado por George Kennan, en 1948, entre los candidatos para dirigir la OPC, tarea que finalmente recaería en Frank Wisner. «Creo que jamás vi a Irving [Brown] utilizar ni un penique que perteneciese a la CIA», recordaba Tom Braden, que pronto se haría cargo de QKOPERA.

 

«Él decía que procedía de los sindicatos. Era una buena tapadera. Brown tenía el cargo de pagador, pero participaba en las labores de planificación. Era un tipo inteligente y está muy bien relacionado».

 

Para formar parte de la directiva nombraron también a James Burnham. Tras una presencia constante entre los círculos responsables de la elaboración de políticas y de los servicios de información, Burnham era considerado indispensable para el éxito del congreso, vínculo fundamental entre las cabezas pensantes y la oficina de Wisner. «Burnham era consejero de la OPC en prácticamente todos los temas de los que se ocupaba nuestra organización», escribió Howard Hunt, el artero embaucador de la CIA, que luego reaparecería como uno de los «fontaneros» del Watergate.

 

«Tenía amplios contactos en Europa y, en virtud de sus antecedentes trotskistas, era una verdadera autoridad en partidos comunistas nacionales y extranjeros y en organizaciones de tapadera».

 

Pero no a todos les gustaba el pasado trotskista de Burnham. Según el ejecutivo de la CIA, Miles Copeland, inicialmente se produjo

 

«cierto malestar sobre los flirteos de Burnham con la “extrema izquierda” (¿acaso no militaba en una “célula” en la que también estaban Sidney Hook, Irving Kristol y Daniel Bell?), pero todo se arregló cuando alguien recordó un comentario que venía a decir que si Jim hubiese sido un comunista serio se hubiese unido al partido y no hubiese sido un simple trotskista. Además, no era el único en el grupo de consultores de guardia de la CIA»,

 

que había militado en la extrema izquierda y había pasado a la extrema derecha. Según Miles Copeland, Burnham era «ciento por ciento capitalista e imperialista, firme creyente en la familia, en la empanada de manzana, el béisbol, en el drugstore de la esquina, y… en la democracia al estilo americano». También dijo que había aprendido de Burnham el siguiente principio:

 

«La primera tarea de todo grupo dirigente es mantenerse en el poder».

 

Un participante en la guerra fría se refirió a él como «muy elocuente exponente del departamento de juego sucio». A principios de 1953, Burnham habría de tener un papel crucial en la operación AJAX de la CIA, en la cual se derrocó al Dr. Mossadegh en Teherán y se le sustituyó por el sha. Wisner había decidido que el plan era demasiado burdo y necesitaba «un toque de Maquiavelo», con lo cual se refería a una lección de historia por parte de Burnham. En su libro ‘Los maquiavelistas’ (que se convertiría en un manual de los estrategas de la CIA), Burnham utilizó, además de las de Maquiavelo, las ideas de los principales pensadores europeos modernos —Mosca, Pareto, Michels, Sorel— para

 

«desafiar la teoría política del igualitarismo Y demostrar la persistencia e inevitabilidad de una elite dirigente, incluso en una época de igualdad».

 

Un antiguo conocido de Burnham dijo en una ocasión que la única vez en que le vio manifestar auténtico entusiasmo intelectual fue cuando hablaba de Maquiavelo.

 

Junto a Irving Brown, Josselson, Neufville y Lasky (sin amilanarse por su anterior despido), Burnham trabajó en la tarea de proporcionar al Congreso por la Libertad Cultural una base permanente. El comité directivo se reunió a finales de noviembre de 1950 en Bruselas, y preparó una estructura de funcionamiento de la organización, a partir de un documento redactado por Lasky en julio. Entre los que asistieron a la reunión, podemos citar a Ignazio Silone, Carl Schmid (portavoz de los socialistas en el Parlamento alemán), Eugene Kogon (dirigente católico alemán), Haakon Lie (jefe del Partido Laborista Noruego), Julian Amery (parlamentario británico), Josef Czapski (escritor y artista polaco), David Rousset, Irving Brown y Nicolas Nabokov.

 

En lo fundamental, la estructura planteada por Lasky fue la que se adoptó: se nombró un Comité Internacional de veinticinco miembros, y cinco presidentes honoríficos. Para dirigir sus actividades se nombraba un Comité Ejecutivo de cinco personas —director ejecutivo, director editorial, director de investigación, director de la oficina de París, director de la oficina de Berlín— quienes, a su vez, serían coordinados por el secretario general. En el organigrama de Lasky, esta estructura parecía un fiel reflejo de la dirección de la Cominform.

 

«Los nombres eran los mismos que en el Partido Comunista —observó un historiador—. La CIA creó estos organismos culturales a imagen y semejanza del Partido Comunista, incluido el secretismo, como constituyente fundamental. En realidad hablaban el mismo idioma».

 

En una ocasión Nicolas Nabokov se refirió a los dirigentes del congreso como «nuestros chicos del Politburó».

 

También se debatió en la reunión de noviembre un informe de Arthur Koestler titulado «Tareas inmediatas del período de transición». En este documento, Koestler esbozaba las «tareas técnicas» que deberían realizarse como continuación de la conferencia de Berlín. Bajo el epígrafe «Campaña política en Occidente», Koestler, que una y otra vez había recibido desaires por parte de los neutralistas en la conferencia de Berlín, escribió:

 

«Nuestro propósito es ganar para nuestra causa a los que aún dudan, quebrar la influencia de los Joliot-Curies, por un lado, y de los neutralistas culturales al estilo de Les Temps modernes, por otro».

 

El cuestionamiento de la base intelectual de la neutralidad fue uno de los objetivos principales de la política estadounidense de la guerra fría, y era ahora adoptada como «linea» oficial del congreso. Donald Jameson, de la CIA, explicaba:

 

«Preocupaban particularmente los que decían, “bueno, el Este es el Este y el Oeste el oeste, y al diablo con ambos de ustedes”. [Intentamos] modificar, al menos, un poco sus posiciones hacia la forma de pensar occidental… Había muchas personas que pensaban que la neutralidad… era una postura que se encontraba en situación comprometida. Era una actitud que queríamos tuviese menos peso. Pero, por otro lado, creo que existía un consenso general de que no habría que abalanzarse sobre los neutrales y decir “Vuestra postura también es negativa, sois iguales que los rojos”, porque eso les empujada hacia la izquierda, y eso, ciertamente, no era deseable. Pero, sí, los neutrales eran uno de nuestros objetivos»…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Frances Stonor Saunders. “La CIA y la guerra fría cultural” ]

 

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