lunes, 18 de septiembre de 2023

 

[ 469 ]

 

LA LUCHA DE LA CULTURA

 

Michael Parenti

 

( 09 )        

 

 

 

JUZGANDO DIFERENTES CULTURAS

 

 

 

 

 

 LA INSTITUCIÓN MÁS FUNDAMENTAL DE LA CIVILIZACIÓN

 

 

 

Durante 2003 y 2004 y con el corazón de América crispado de horrible asombro, miles de hombres homosexuales se casaron unos con otros, al igual que miles de lesbianas, en San Francisco  y otros  lugares. No tardó en surgir un grito de protesta de aquellos que proclamaban saber de qué lado de  la  Kulturkampf estaba Dios. El presidente  George Bush  propuso una enmienda a la Constitución declarando  delito federal las bodas entre personas del mismo sexo. El matrimonio heterosexual, declaró, “es  la  institución más fundamental de la civilización”.

 

De acuerdo con  las encuestas de opinión en 2004 una mayoría de americanos creían que el matrimonio debería ser un asunto exclusivo hombre-mujer.  Al menos catorce estados  han aprobado leyes o enmiendas a su constitución  estatal prohibiendo el matrimonio gay. Ocho de esos estados también han declarado fuera de la ley las uniones civiles y las asociaciones conyugales  domésticas, incluyendo las heterosexuales. O es un matrimonio hombre-mujer o no hay vínculo. Una victoria para la cultura tradicional.

 

Los que se oponen a las bodas del mismo sexo no ofrecen un solo ejemplo concreto de cómo esto dañaría a la sociedad. El matrimonio gay es legal en Bélgica, Holanda y en la mayoría de las provincias de Canadá, y esto ni ha afectado al matrimonio tradicional ni ha subvertido el orden civil en esas sociedades. Yendo más allá, si el matrimonio es una institución tan sagrada, ¿por qué dejarlo enteramente en manos de los heterosexuales? La historia nos da incontables ejemplos de cómo los heterosexuales han devaluado y deshonrado la santidad de esta institución supuestamente dada por Dios. Un líder de Ciudadanos para la Protección del Matrimonio, un grupo de Michigan, proclamó felizmente que la gente en su comunidad apoyaba “la definición tradicional, histórica y bíblica del matrimonio”, pero, ¿ cuál es realmente esa definición tradicional, histórica y bíblica ? Durante milenios el matrimonio heterosexual consistió en un enlace, no entre un hombre y una mujer, sino entre un hombre y cualquier número de mujeres. La poligamia es un concepto aceptado en la propia Santa Biblia. El rey Salomón tenía 700 esposas, por no mencionar 300 concubinas, y sin embargo no sufrió el más mínimo rechazo por parte de Dios o de los hombres. Otros personajes célebres de las Escrituras y a través de la historia han tenido multitud de esposas.

 

Hoy día en algunas partes del mundo la poligamia todavía la practican los hombres que tienen dinero para comprar esposas adicionales. iComprar! Exactamente. Demasiado a menudo el matrimonio no es de consentimiento mutuo, sino la esclavitud de una de las partes. La mujer no tiene nada que  decir en el asunto. En varios países del mundo los mullahs, los señores de la guerra, los jefes tribales y otros hombres prósperos y prestigiosos poseen tantas esposas como puedan abarcar. Las mujeres a  menudo se encuentran  encarceladas y sin amor de por vida, sujetas a control constante, a violencia periódica, aislamiento prolongado, analfabetismo forzoso, falta de atención si están enfermas  y otras condiciones opresivas.

 

Otra práctica tradicional indeseable es la del matrimonio de niñas. Niñas  de once  o doce  años  todavía son permutadas en diversas partes del mundo, conducidas a una noche nupcial que supone una violación infantil, a menudo seguida de años de malos tratos por parte del novio y su  familia. Los actuales  defensores del matrimonio tradicional dicen poco de  cómo  su santa institución se utiliza en algunos lugares como instrumento de abuso sexual infantil y esclavitud.

 

Otra terrible vía para el santo matrimonio es la violación. En algunos lugares del sur de Europa y en catorce países de América Latina, la costumbre, y a veces el propio código penal, exoneran al violador si éste se ofrece a reparar el daño casándose con la víctima y ella acepta. (En Costa Rica se le libera incluso si ella no acepta la oferta). Los familiares a menudo presionan a la víctima para que acepte, con objeto de reparar el honor de la familia y el de ella  misma. Cuando una mujer es violada por una banda, todos los violadores pueden estar dispuestos a proponerle matrimonio para evitar la prisión.

 

“ ¿Se puede  imaginar  a una mujer que ha sido violada por una banda, presionada para que elija con cuál de sus atacantes quiere pasar el resto de su vida ? ”,

 

comenta un irritado abogado de Perú. Los grupos pro derechos de la mujer de Latinoamérica condenan las leyes que implícitamente perdonan el crimen de violación, ya que se obtiene fácilmente la absolución con una oferta oportunista de matrimonio.

 

Un abuso tradicional de la boda heterosexual es cuando se utiliza para cimentar alianzas políticas, reforzar fortunas familiares o avanzar en carreras profesionales. Desde la antigua Roma hasta los últimos tiempos de la aristocracia europea, las mujeres de las mejores familias de una nación o facción política eran tratadas como piezas de un juego y casadas con hombres bien situados de otra nación o facción. Y no solo entre aristócratas. Durante el siglo XIX   y principios del XX, en la respetable sociedad burguesa, la disponibilidad de una esposa la determinaban precisamente la bolsa y el pedigrí como atractivos emocionales más genuinos. Históricamente el matrimonio ha tenido más que ver con la propiedad que con el amor, y los arreglos respecto a la propiedad han tendido a beneficiar más al esposo. Durante generaciones en los Estados Unidos y otros países occidentales una mujer casada no podía tener propiedades. Tenía que perder la herencia de su familia a manos de su esposo, por lo que quedaba reducida a un apéndice del padre de familia y raramente podía acceder a una educación avanzada o una carrera profesional.

 

Los arreglos matrimoniales continúan en nuestros días en muchas partes del mundo, con poca atención a los sentimientos de los jóvenes afectados y mucha a la dote, al nivel social y a la condición financiera de las respectivas familias. Incluso en nuestro país hay hombres y mujeres que se casan por dinero, estatus social u otras razones que tienen poco que ver con el sentimiento y afecto personales. ¿No devalúan estos cálculos oportunistas la institución? Sin embargo no oímos ningún clamor sobre este tema por parte de los guardianes de la heterosexualidad nupcial.

 

En nuestros días los matrimonios arreglados son relativamente raros en los Estados Unidos, excepto en los reality shows de la televisión, donde jóvenes y atractivas mujeres —seleccionadas por los productores— optan abiertamente por la oportunidad de casarse con un millonario a quien ni siquiera han visto antes. Se ponen en el escaparate, generalmente una docena a la vez, mientras algún gran hombre rico tarda torturantes semanas en irlas eliminando a todas excepto a una. Entonces él y su selección final se casan en la pantalla ante millones de telespectadores. Ésta seguramente es una calurosa bendición de la sagrada institución.

 

Otro capítulo triste en la historia del matrimonio heterosexual es la forma en que se ha utilizado para alentar el racismo. En unos diecisiete estados de los Estados Unidos el santo matrimonio fue una institución nada santa, con leyes que prohibían las bodas entre personas de diferentes razas. Durante generaciones hemos vivido con matrimonios entre personas de la misma raza por mandato legal. La última de estas leyes estuvo en vigor hasta 1967.

 

Hoy en los Estados  Unidos  hombres  de  clase media abandonan a sus  familias, dejando a  la mujer con la carga de sacar adelante a los hijos. Son conocidos como los “ padres ausentes”. A menudo ni siquiera conocen o están en contacto con sus hijos. Si el matrimonio heterosexual es “la  institución  más fundamental de la civilización”, deberíamos pensar que podría producir unos resultados algo  más  admirables  que estos.

 

El matrimonio heterosexual no es una institución particularmente amable o incluso segura para  millones de mujeres y sus hijos. Consideremos algunas estadísticas sacadas sólo de los Estados Unidos: una cantidad estimada de dos millones de mujeres son golpeadas repetidamente, y la mayoría están casadas con sus atacantes; la violencia doméstica es la mayor causa de lesiones y la segunda mayor de muertes entre las mujeres; un número incontable de esposas son violadas por sus maridos; casi tres millones de niños  padecen  un serio abandono, maltrato físico o abuso sexual  y cada año decenas de miles de menores se van de sus casas para escapar del maltrato. Es evidente que tomar los votos sagrados del santo matrimonio  no es una  garantía contra este tipo de sucios hechos.

 

Los niños son maltratados en las familias cristianas tradicionales como en cualquier otra. Realmente la adscripción religiosa conservadora hace “muy predecible el abuso infantil, más que la edad, el género, la clase social o el tamaño de la vivienda”. Tampoco las mujeres lo pasan bien en los hogares fundamentalistas. Reducidas frecuentemente al papel tradicional de esposa, madre y ama de casa, dependen de sus maridos y por tanto son más vulnerables ante el abuso. Los sacerdotes fundamentalistas que consultan, a menudo están inclinados a menospreciar sus quejas y a aconsejarles que sufran calladamente como buenas esposas. Las leyes cristianas restrictivas con el divorcio hacen todavía más difícil para las mujeres dejar una relación opresiva y potencialmente letal.

 

Cuando las mujeres desarrollan su educación, ganan en poder y se hacen menos dependientes económicamente de los hombres, tienen menos posibilidades de padecer matrimonios abusivos. De hecho están menos dispuestas a casarse. En países como Japón la mitad de las mujeres de edades entre treinta y cinco y cuarenta y cinco años que están solas no tiene intención de casarse y el 71 por ciento no quieren tener hijos. Las mujeres prefieren permanecer solas para poder “continuar manteniendo un amplio círculo de amigos y continuar sus carreras profesionales”, según un informe. La misma situación puede observarse en Singapur, Corea del Sur y otros países. A pesar del alto nivel de desempleo la mujer está poniendo primero su formación y su carrera, sin mostrarse ansiosa por el matrimonio tradicional.

 

En los Estados Unidos el matrimonio se está haciendo cada vez menos popular tanto entre  las mujeres como entre los hombres. Los números de la Oficina del Censo muestran que el 9 por ciento de los hombres de edades entre treinta y treinta y cuatro años nunca se habían casado en 1970; la cifra había saltado al 33 por ciento en 2003. Durante ese tiempo el porcentaje de nacimientos fuera del matrimonio se había más que triplicado. De nuevo, si el matrimonio está en declive, no es porque los gays lo hayan deteriorado.

 

Una encuesta informa que el 38 por ciento de los americanos casados dicen que están felizmente casados; no hay ningún  estudio que  nos diga cuánto dura esa felicidad. En cualquier caso, millones de parejas heterosexuales en los Estados Unidos y en todas partes encuentran que el matrimonio es una experiencia gratificante, si no para toda la vida, sí con una duración sustancial. Pero para la mayoría de los matrimonios en los Estados Unidos el final más predecible es el divorcio, el 51 por ciento para ser exactos, una estadística extraordinaria difícil de igualar. Si hubiera un 51 por ciento de asesinatos o suicidios o de abuso de narcóticos, la sociedad sería inhabitable. Sin embargo con un 51 por ciento de matrimonios que  terminan  en divorcio la sociedad  no se ha desintegrado.  Quizá entonces es que el matrimonio no es la institución más fundamental, la base de la sociedad. Más bien, en la mayoría de los hogares en que  hay abusos el divorcio  realmente es una bendición.

 

Otro dato significativo: los adoradores de Jesús pueden rezar juntos, pero no necesariamente estar juntos. De acuerdo con un estudio de 2001, realizado por Barna Research Group Ltd., los cristianos confirmados se divorcian tanto como los menos creyentes, y casi todos los divorcios ocurren “después de que han aceptado a Cristo, no antes”. Los números de 2003 de la Oficina del Censo muestran que los porcentajes de divorcios son realmente más altos en las áreas donde viven los cristianos conservadores. Estados culturalmente convencionales y seguidores de la Biblia como Kentucky, Mississippi y Arkansas votaron multitudinariamente la enmienda constitucional que prohibía el matrimonio gay, sin embargo tienen los más altos porcentajes de divorcios del país, aproximadamente dos veces más altos que en estados más liberales como Massachussets. Parece que hay un número sustancial de compañeros religiosos que no practican lo que predican.

 

Los fundamentalistas mantenedores de la moral pública lamentan el alto porcentaje de divorcios, pero no miden con el mismo rasero a la boda gay. El punto es, si individuos rectos, tales como el comentarista radiofónico reaccionario Rush Limbaugh, pueden casarse y divorciarse una y otra vez sin denigrar la institución, ¿qué es lo que hay de amenazante en la unión gay? ¿Piensa Limbaugh que el matrimonio gay hace mofa de sus tres incursiones en el santo matrimonio y de cualquier otra que pueda venir? Si acaso, los gays felices que quieren entrar en la institución pueden ayudar a compensar a todos aquellos infelices que quieren salir de ella.

 

En cuanto a si los niños pueden esperar tener una educación apropiada con padres gays, un juez de Arkansas sentenció que sí. Dictaminó que los gays y lesbianas pueden criar a sus hijos, encontró una serie de hechos que demostraban que los niños de los hogares de gays y lesbianas están igual de adaptados que los demás, no tenían mayores problemas académicos o confusiones con su identidad de género, o dificultades respecto a sus compañeros, o ejemplos de abuso sexual. No hay evidencia, concluyó, de que los padres heterosexuales sean mejores que los gays respecto a sus hijos.

 

Si las uniones del mismo sexo violan las enseñanzas de la iglesia, entonces la iglesia (o la sinagoga, o la mezquita) deberían negarse a llevar a cabo matrimonios gays, y muchos lo hacen así. Los gays que yo vi casándose en el San Francisco City Hall en 2004 lo hacían con matrimonios civiles, sin ningún sacerdote en la ceremonia, y lo que contemplé me abrió el corazón. Era gente, muchos con largas relaciones, que experimentaba su humanidad, felices de tener el derecho a casarse con la persona a quien amaban, felices de poder ejercitar su ciudadanía y ser tratados como iguales ante las leyes. Como comentó un novio gay, que había estado con su pareja durante diecisiete años antes de casarse, “no sabíamos la vergüenza y la iniquidad con la que habíamos vivido hasta que se nos dio la bienvenida en el City Hall como a seres humanos iguales”.

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Pero no todo es amor y rosas en las bodas gays. Menos de un año después de casarse, cierto número de parejas del mismo sexo pidieron el divorcio alegando “diferencias irreconciliables”, demostrando de nuevo que los gays no son diferentes al resto de nosotros.

 

He aquí algunas de las cosas que el matrimonio adecuado nos ha dejado a lo largo de los siglos: poligamia, novias infantiles, arreglos sin amor alguno, tráfico de mujeres, permuta de esposas, mujeres golpeadas, esposas violadas, esclavitud sexual, abuso y abandono de niños, leyes racistas y porcentajes astronómicos de divorcios. Si los gays no están cualificados para casarse, ¿qué podemos decir de los demás? Los homofóbicos adoradores de Jesús que quieren defender esta “ institución más fundamental de la civilización” deben empezar por echar una mirada honesta a la sucia condición de muchas uniones heterosexuales en este país y en todo el mundo…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: “La lucha de la cultura” / Michael Parenti ]

 

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