martes, 12 de diciembre de 2023

 

[ 505 ]

 

LA INDUSTRIA DEL HOLOCAUSTO

 

Norman G. Finkelstein

 

( 05 )

 

 

1.

HOLOCAUSTO

EMPIEZA A ESCRIBIRSE CON MAYÚSCULAS

 

 

 

2. Embaucadores, mercachifles y un poco de historia

 

(…)

 

Buena parte de las obras sobre la solución final de Hitler, donde se exponen los dogmas clave del Holocausto, carecen de todo valor desde el punto de vista del saber académico. De hecho, el campo de los estudios del Holocausto está repleto de disparates, cuando no de simples falacias. El medio cultural que alimenta la literatura sobre el Holocausto resulta muy revelador.

 

El primer fraude importante sobre el Holocausto fue The Painted Bird, del exiliado polaco Jerzy Kosinski. El libro «se escribió en inglés», explicaba Kosinski, porque eso le permitió «escribir desapasionadamente, sin las connotaciones emocionales que siempre posee la lengua nativa». En realidad, las partes del libro que Kosinski escribió personalmente —cuáles son es una cuestión que queda por dilucidar— estaban en polaco. The Painted Bird era supuestamente un relato autobiográfico del vagabundeo de un solitario Kosinski niño por la Polonia rural durante la Segunda Guerra Mundial. Lo cierto es que Kosinski vivió con sus padres durante toda la guerra. El motivo de la obra son las sádicas torturas sexuales perpetradas por los campesinos polacos. Los lectores escarnecieron las prepublicaciones del libro, viendo en ellas una «pornografía de la violencia» y «el producto de una mente obsesionada con la violencia sadomasoquista». En realidad, casi todos los episodios patológicos narrados por Kosinski son fruto de su imaginación. Los campesinos polacos con los que trató quedan retratados como virulentos antisemitas. «¡Machaquemos a los judíos! —gritan—. ¡Machaquemos a esos cerdos!» En realidad, la familia Kosinski fue acogida por unos campesinos polacos, pese a que sabían muy bien que eran judíos y a lo que se arriesgaban si los descubrían.

 

En la New York Times Book Review, Elie Wiesel elogiaba The Painted Bird diciendo que era «una de las mejores» denuncias de la era nacionalsocialista, «escrita con profunda sinceridad y sensibilidad». Cynthia Ozick alardeaba tiempo después de haber reconocido «de inmediato» la autenticidad de Kosinski en cuanto «judío testigo y superviviente del Holocausto». Y, mucho después de que quedara en evidencia que Kosinski era un consumado timador, Wiesel continuaba prodigando halagos al «notable conjunto de su obra».

 

The Painted Bird se convirtió en texto básico del Holocausto. Fue un best-seller galardonado con premios y traducido a numerosas lenguas, y lectura obligatoria en institutos y universidades. Una vez incorporado al circuito del Holocausto, Kosinski adoptó como sobrenombre el «Elie Wiesel a precio reducido». (Quienes no podían pagar la tarifa de conferenciante de Wiesel —el «silencio» sale caro— recurrían a él.) Cuando, finalmente, un semanario de investigación puso al descubierto a Kosinski, el New York Times continuó defendiéndole contra viento y marea alegando que era víctima de una conspiración comunista.

 

Fragments, de Binjamin Wilkomirski, un fraude más reciente, se inspira sin el menor recato en el kitsch del Holocausto de The Painted Bird. A semejanza de Kosinski, Wilkomirski se retrata como un niño superviviente solitario que se vuelve mudo, termina en un orfanato y solo más adelante descubre que es judío. Como en The Painted Bird, el principal recurso narrativo de Fragments es la voz simple y esquemática de un ingenuo niño, y, a la vez, se mantiene un tono vago con respecto al marco temporal y a los nombres de los lugares. Al igual que en The Painted Bird, todos los capítulos de Fragments alcanzan su punto culminante con una orgía de violencia. Kosinski dijo que The Painted Bird era «una lenta descongelación de la mente»; en tanto que Wilkomirski dijo de Fragments que era la «memoria recuperada».

 

Aunque sea un burdo fraude, Fragments constituye el arquetipo de memorias del Holocausto. La acción se sitúa, en primer lugar, en los campos de concentración, donde todos y cada uno de los guardianes son monstruos dementes y sádicos que se complacen en machacar los cráneos de los recién nacidos judíos. Sin embargo, las memorias clásicas de los campos de concentración nazis concuerdan con la apreciación de la doctora Ella Lingens-Reiner, superviviente de Auschwitz: «Había pocos sádicos. No más de un cinco o un diez por ciento». Ahora bien, el omnipresente sadismo alemán es un rasgo destacado de la literatura del Holocausto. Cumple una función doble: «documenta» la irracionalidad excepcional del Holocausto y, a la vez, el antisemitismo fanático de sus perpetradores.

 

Lo que singulariza a Fragments no es la descripción de la vida durante el Holocausto, sino después de él. Adoptado por una familia suiza, el pequeño Binjamin debe soportar nuevos tormentos. Está atrapado en un mundo donde todos niegan el Holocausto. «Olvídalo…, es un mal sueño» —chilla su madre—. No es más que un mal sueño… No debes pensar más en eso». «Aquí, en este país —se queja Binjamin—, todos repiten continuamente que tengo que olvidarlo, que no ha sucedido, que lo he soñado. ¡Pero todos saben muy bien lo que pasó!»

 

Incluso en el colegio, «los niños me señalan, cierran el puño y gritan: “Está delirando, no ha pasado nada de eso. ¡Embustero! Está loco, pirado, es un imbécil”». (En esto, dicho sea de paso, tenían razón.) Todos los niños gentiles cierran filas contra el pobre Binjamin, golpeándolo a la vez que entonan cantinelas antisemitas, y entretanto los adultos no cesan de burlarse de él: «¡Te lo estás inventando!».

 

Sumido en la más abyecta desesperación, Binjamin llega a tener una revelación sobre el Holocausto. «El campo de concentración sigue ahí, escondido y bien disfrazado. Se han quitado los uniformes y se han puesto ropa bonita para que no se les reconozca […]. Hazles la más leve insinuación de que quizá, posiblemente, eres judío, y te darás cuenta: son las mismas personas, estoy convencido. Todavía pueden matar, aunque no lleven uniforme». Más que un homenaje al dogma del Holocausto, Fragments es un rifle humeante: incluso en Suiza, en la neutral Suiza, todos los gentiles quieren asesinar a los judíos.

 

Fragments fue ampliamente aclamado como un clásico de la literatura del Holocausto. Se tradujo a una docena de idiomas y fue galardonado con el Premio Nacional Judío de Literatura, el Premio del Jewish Quarterly y el Prix de Mémoire de la Shoha. Convertido en estrella de documentales, principal orador de congresos y seminarios sobre el Holocausto y reclamo para recaudar fondos para el Museo Conmemorativo del Holocausto de EEUU, Wilkomirski pasó rápidamente a ser una figura emblemática del Holocausto.

 

Daniel Goldhagen, que calificó Fragments de «pequeña obra maestra», se erigió en defensor a ultranza de Wilkomirski en el mundo académico. Pero algunos reputados historiadores, como Raul Hilberg, denunciaron que la obra de Wilkomirski era un fraude. Más adelante, cuando se descubrió que en efecto lo era, Hilberg planteó las preguntas correctas:

 

«¿Cómo es posible que esta obra fuera aceptada como libro de memorias por varias editoriales? ¿Cómo han podido abrirle a Wilkomirski las puertas del Museo Conmemorativo del Holocausto de EEUU y las de diversas universidades de prestigio? ¿Cómo se explica que carezcamos de un control de calidad decente cuando se trata de evaluar el material sobre el Holocausto que va a publicarse?».

 

 

Wilkomirski, a medias chiflado, a medias charlatán de feria, en realidad había pasado toda la guerra en Suiza. Y ni siquiera es judío. Veamos, no obstante, algunas notas póstumas de la industria del Holocausto:

 

 

Arthur Samuelson (editor): Fragments «es un libro audaz […]. Solo es un fraude si no se considera una obra de ficción. Así pues, lo reeditaré en la categoría de ficción. Tal vez no es cierto, ¡pero entonces su calidad como escritor es aún mayor!».

 

 

Carol Brown Janeway (editora y traductora): «Si las acusaciones […] resultan ser correctas, lo que está en tela de juicio no son una serie de hechos empíricos que pueden comprobarse, sino unos hechos espirituales que invitan a la reflexión. Habría que fiscalizar un espíritu, y eso es imposible».

 

 

Y eso no es todo. Israel Gutman es director del Yad Vashem y especialista en el Holocausto de la Universidad Hebrea. Además, estuvo prisionero en Auschwitz. Según Gutman, «no tiene tanta importancia» que Fragments fuera o no fuera un fraude. «Wilkomirski ha escrito una historia que él vivió profundamente; de eso no cabe duda […]. No es un impostor. Es alguien que ha vivido una historia en lo más hondo de su espíritu. El dolor es auténtico». Así que es indiferente que Wilkomirski pasara la guerra en un campo de concentración o en un chalet suizo; no es un impostor porque su «dolor es auténtico»; así habla un superviviente de Auschwitz convertido en experto del Holocausto. Mientras las opiniones de otros inducen al desdén, Gutman solo inspira lástima.

 

El artículo de The New Yorker donde se ponía en evidencia a Wilkomirski llevaba por título «Robar el Holocausto». Antes se festejaba a Wilkomirski por sus historias sobre la maldad gentil; hoy se le censura por ser un gentil malvado. La culpa siempre la tienen los gentiles. Wilkomirski inventó su pasado como víctima del Holocausto, cierto es; pero también es cierto y más importante que la industria del Holocausto, levantada sobre una apropiación fraudulenta de la historia con propósitos ideológicos, se lanzó a celebrar la invención de Wilkomirski. Era un «superviviente» del Holocausto a la espera de ser descubierto.

 

En octubre de 1999, a la vez que retiraba Fragments de las librerías, el editor alemán de Wilkomirski reconoció al fin que el autor no era un huérfano judío, sino un hombre nacido en Suiza, llamado Bruno Doessekker. Cuando le informaron de que se le había terminado el juego, Wilkomirski tronó desafiante: «¡Soy Binjamin Wilkomirski!». Hubo de pasar un mes más para que Schocken, el editor estadounidense, descatalogara Fragments.

 

 

Pasemos ahora a considerar la literatura menor sobre el Holocausto. Un rasgo revelador de dicha literatura es el espacio que concede a la «conexión árabe». Pese a que el muftí de Jerusalén no desempeñó «ningún papel importante en el Holocausto», según afirma Novick, la Enciclopedia del Holocausto, de cuatro volúmenes, preparada por Israel Gutman le asignó un «papel estelar». El Muftí también es uno de los principales protagonistas en el Yad Vashem: «El visitante llega a la conclusión —afirma Tom Segev— de que los planes nazis para destruir a los judíos y la animosidad árabe contra Israel tienen mucho en común». Con ocasión de un acto conmemorativo de Auschwitz oficiado por clérigos de todas las denominaciones religiosas, Wiesel solo puso objeciones a la presencia de un cadí musulmán: «¿No estamos olvidándonos […] del muftí Hajj Amin el-Husseini de Jerusalén, el amigo de Heinrich Himmler?». Si el Muftí, dicho sea de paso, figuró tan destacadamente en la solución final hitleriana, no deja de ser extraño que Israel no tratara de llevarlo a los tribunales como a Eichmann. Habría sido lo más natural, dado que se instaló para vivir tranquilamente en el vecino Líbano después de la guerra.

 

Los apologistas de Israel trataron por todos los medios de estigmatizar a los árabes tachándolos de nazis después de la desafortunada invasión israelí del Líbano de 1982, en los tiempos en que la propaganda oficial israelí comenzaba a ser desacreditada por los ataques de los «nuevos historiadores» de Israel. El afamado historiador Bernard Lewis logró consagrar al nazismo árabe todo un capítulo de su compendio del antisemitismo y tres páginas completas de su «breve historia de los últimos 2.000 años» de Oriente Medio. Michael Berenbaum, del Museo Conmemorativo del Holocausto de Washington, representante del extremo liberal del espectro de teóricos del Holocausto, reconocía generosamente que

 

«las piedras que arrojan los jóvenes palestinos enfurecidos por la presencia israelí […] no son equiparables a los ataques nazis contra los indefensos civiles judíos».

 

La última farsa sobre el Holocausto ha sido Hitler’s Willing Executioners, de Daniel Jonah Goldhagen. Ninguna de las revistas de pensamiento importantes olvidó publicar al menos una reseña sobre esta obra durante las semanas siguientes a su aparición. The New York Times publicó varios comentarios sobre el libro, en uno de los cuales se decía que era uno de «los trabajos recientes» que merecían «excepcionalmente el calificativo de memorable» (Richard Bernstein). Con unas ventas de medio millón de ejemplares y traducciones al menos a trece lenguas, Hitler’s Willing Executioners fue aclamado en la revista Time como el segundo mejor ensayo del año y el que «más había dado que hablar».

 

Tras hacer resaltar la «admirable labor de investigación» y la «riqueza de pruebas […] con una apabullante aportación de datos y documentación», Elie Wiesel proclamaba que Hitler’s Willing Executioners era una «formidable contribución a la comprensión y el estudio del Holocausto». Por su parte, Israel Gutman alababa la obra porque volvía a «plantear con claridad las preguntas fundamentales» que «el cuerpo principal de estudios sobre el Holocausto» había pasado por alto. Propuesto para ocupar la cátedra dedicada al Holocausto de la Universidad de Harvard y equiparado a Wiesel en los medios de comunicación nacionales, Goldhagen no tardó en convertirse en figura ubicua en el circuito del Holocausto.

 

La tesis central del libro de Goldhagen no aporta nada nuevo al dogma establecido sobre el Holocausto: movido por un odio patológico, el pueblo alemán se lanzó sobre la oportunidad de asesinar a los judíos que le ofrecía Hitler. Incluso el destacado teórico del Holocausto Yehuda Bauer, profesor de la Universidad Hebrea y director del Yad Vashem, ha abrazado este dogma en algunas ocasiones. Reflexionando sobre la mentalidad de los perpetradores, Bauer escribió hace algunos años:

 

«Los judíos fueron asesinados por personas que, en general, no los odiaban […]. Para asesinar a los judíos, los alemanes no necesitaban odiarlos».

 

Sin embargo, en una reseña reciente sobre la obra de Goldhagen, Bauer sostenía exactamente lo contrario:

 

«A partir de finales de los años treinta se impusieron las actitudes asesinas de signo más radical […]. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, una aplastante mayoría de alemanes se había identificado hasta tal punto con el régimen y con su política antisemita que reclutar a los asesinos fue sencillo». Cuando se le interrogó sobre esta incongruencia, Bauer respondió: «No me parece que haya ninguna contradicción entre ambas afirmaciones».

 

Aunque presenta todo el aparato propio de un estudio académico, Hitler’s Willing Executioners es poco más que un compendio de actos sádicos de violencia. No es de extrañar que Goldhagen defendiera a capa y espada a Wilkomirski: Hitler’s Willing Executioners es Fragments con un añadido de notas a pie de página. Repleto de burdos errores interpretativos de los datos que presenta, así como de contradicciones internas, Hitler’s Willing Executioners carece de todo valor académico. En A Nation on Trial, Ruth Bettina Birn y el autor de estas líneas analizamos a fondo la chapucera obra de Goldhagen. La controversia que nuestra crítica desencadenó ilustra instructivamente los tejemanejes de la industria del Holocausto.

 

Birn, la autoridad mundial más prestigiosa en los archivos consultados por Goldhagen, publicó por primera vez sus conclusiones críticas en la Historical Journal de Cambridge. Después de rechazar la invitación que dicha revista le hizo para que refutara las críticas de Birn, Goldhagen recurrió a los servicios de un poderoso despacho de abogados londinense para demandar a Birn y a la Cambridge University Press por «numerosos y graves libelos». Los abogados de Goldhagen exigieron a Birn que se disculpara, se retractara y prometiera no repetir sus críticas, y a continuación le lanzaron la siguiente amenaza: «La utilización de esta carta para generar cualquier tipo de publicidad equivaldría a agravar aún más los perjuicios causados»…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Norman Finkelstein / La industria del Holocausto ]

 

*

2 comentarios:

  1. Una industria que ha proporcionado y proporciona grandes dividendos económicos y cuotas de poder al ente sionista que, de facto, controla por completo la política exterior de EEUU y ejerce una determinante influencia en la interior. No sé a quienes se refería exactamente el críptico Leonard Cohen cuando, en su famosa canción 'First we take Manhattan', anunciaba:

    "First we take Manhattan, then we take Berlin" (Primero tomaremos Manhattan, después tomaremos Berlín).

    Pero el caso es que, si se refería a la entidad sionista todo parece indicar que dichos objetivos se han cumplido:

    "Compromiso con existencia de Israel, por escrito

    Toda persona que solicite la naturalización en Sajonia-Anhalt debe declarar su compromiso con el derecho del Estado de Israel a existir.

    El decreto, con efecto inmediato, establece que el derecho del Estado de Israel a existir es una obligación del Estado alemán. Por tanto, los solicitantes de naturalización deben confirmar por escrito 'que reconocen el derecho de Israel a existir y condenan cualquier esfuerzo dirigido contra la existencia del Estado de Israel' ".

    En la obscena pantomima de la subasta presupuestaria (previamente decidida) que tiene lugar cada cierto tiempo en el Congreso estadounidense, el servil Zelenski, de visita hoy en Washington, no tiene nada que hacer frente al todopoderoso AIPAC, ni en Washington ni, por supuesto, en Londres.

    Salud y comunismo


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  2. Señala Finkelstein que:

    «De hecho, el campo de los estudios del Holocausto está repleto de disparates, cuando no de simples falacias»

    Nosotros sabemos que tal aserto lo podemos aplicar a cualquiera de los distintos frentes de “batalla de las ideas” que tiene abiertos, en la realidad de los hechos, el Hegemón yanqui. Disparates y falacias componen el relato hegemónico que, dentro de la GUERRA TOTAL QUE NOS HA DECLARADO EL IMPERIO YANQUI, como bien dice Andrés Piqueras, pretende ocultar el genocidio que el ente sionista está ejecutando en Gaza. Y también sobre la guerra contra Rusia que el Imperio implementa por mediación de la barata carne de cañón ucraniana. Y también sobre los preparativos bélicos en torno a China con base en Taiwan. Y también sobre el criminal boicot sobre Cuba, Venezuela, Corea... Y también sobre el sigiloso saqueo del petróleo sirio, del oro venezolano, ruso, libio, iraquí, afgano… o las groseras injerencias en Nicaragua, Chile, Bolivia y Argentina para apropiarse de sus recursos naturales algunos tan estratégicos como el litio… y así podríamos seguir con un listado casi interminable de crímenes “por el bien del Imperio” en el continente africano, todos ellos convenientemente velados por el monopolio planetario de los medios de desinformación que ostenta el imperialismo yanqui…

    Los variados muñecos que puntualmente nos colocan en pantalla, llámense Zelenski, Borrell, Úrsula, Milei, Abascal y demás energúmenos, no dejan de ser esperpénticos títeres de usar y tirar cuya única misión consiste en distraer nuestra embrutecida mirada, como bien denuncia Caitlin Johnstone:

    «No importa cuántas razones me propongan los propagandistas y manipuladores para que mire hacia otra parte, no apartaré la mirada.
    No importa cuántos insultos y acusaciones me acribillen por negarme a apartar la mirada, no apartaré la mirada.
    No importa lo fácil que sea mirar hacia otro lado, no lo haré…
    No apartaré la mirada, porque eso sería darles a esos cabrones lo que quieren. »



    Salud y comunismo

    *

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