jueves, 8 de agosto de 2024

 

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HISTORIA SOCIAL DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ( XI )

 

Carlos Blanco Aguinaga,

Julio Rodríguez Puértolas,

Iris M. Zavala.

 

 

 

 

I

EDAD MEDIA

 

LA CRISIS DEL SIGLO XIV

 

 

 

 (...)

 

 

DON JUAN MANUEL O LA REACCIÓN ARISTOCRÁTICA

 

Nieto de Fernando III el Santo, sobrino de Alfonso X el Sabio y primo de Sancho IV el Bravo, don JUAN MANUEL (1282-1348) es autor de numerosas obras en prosa, siendo así el máximo continuador y perfeccionador de la tradición que arranca de Alfonso X. La mayor parte de sus escritos son de carácter doctrinal, referentes a temas y problemas de la sociedad de su época; sus títulos hablan por sí solos: Libro del caballero y del escudero, Libro de los estados, Libro de las armas ... ; el llamado Libro infinido está destinado a la instrucción y educación de su propio hijo. La gran obra de don Juan Manuel es el Conde Lucanor o Libro de Patronio, compuesto en su parte básica por cincuenta y un ejemplos o pequeñas historias siempre con el mismo marco: un gran señor pidiendo consejo a su servidor favorito acerca de materias concernientes al buen gobierno de sus estados. Comienza así en Castilla, como suele decirse, el arte de la fabliella, de la narración corta. Los cuentos del Conde Lucanor son de origen oriental, esópico, tradicional y eclesiástico, y terminan siempre con unos breves versos en que se resume la moraleja de la historia contada por el consejero Patronio.

 

Vemos así que toda la obra de don Juan Manuel está orientada hacia lo social y lo político, pero antes de adentrarnos en ella será preciso recordar el problema personal del poderoso autor, que tiene por un lado el orgullo de su sangre y por otro y al mismo tiempo, la frustración de ser en todo momento un segundón. Ello queda patente en el Libro de las Armas, en que humilla brutalmente a la realeza castellana y declara que su propio linaje es «bendito por el que 'había a ser vengada la Muerte de Jesucristo'». A partir de tan espectacular creencia hay que interpretar muchos de los hechos de la biografía de don Juan Manuel, y también mucho de lo que dice en sus escritos.

 

Don Juan Manuel participa de la manera más activa y personal en las luchas castellanas por el control del poder entre Nobleza y Monarquía, llegando a cometer verdaderos actos de traición, como cuando en 1327 se desnaturaliza de Castilla y ofrece alianza a los musulmanes para atacar los territorios cristianos. Suele decirse que la vida de don Juan Manuel está llena de contradicciones, pero se trataría, en todo caso, de un tipo de contradicciones relacionadas con la Historia de su propia época. En medio de posibles confusiones, sin embargo, la trayectoria de don Juan Manuel es clara: llevar su pro adelante, su enriquecimiento personal y familiar, lo cual no excluye, desde luego, otro propósito importante, lograr la salvación de su alma. Si atendemos al Conde Lucanor, puede verse que los problemas de este aristócrata coinciden sospechosamente con los del propio don Juan Manuel, que compendia su actitud personal ante el beneficio y el aumento de poder de modo harto descarnado en los versos finales del ejemplo XVII del Conde Lucanor

 

En lo que tu pro pudieres fallar,

nunca te fagas mucho por rogar.

 

[«En aquello que pueda aprovecharte, / no te hagas mucho de rogar»]

 

Pero el estado tiene sus peligros, y llevarlo adelante no es tarea fácil, pues ya nada es tan fijo ni tan estable como en los viejos tiempos; los hombres, además, no son, en modo alguno iguales, según se nos dice en el prólogo del libro:

 

de cuantos homes en el mundo son, non ha uno que del todo semeje a otro en la cara... Et pues en las caras que son tan pequeñas cosas ha en ellas tan grant departimiento, menos maravilla es que haya departimiento en las voluntades et en las entenciones de los homes.

 

[ «Entre todos los hombres que hay en el mundo no hay dos iguales en sus rostros... Y pues en los rostros, que son cosas tan pequeñas, hay tantas diferencias, no debe asombrarnos que haya diferencias en las voluntades y en las intenciones humanas.» ]

 

 

El problema dejaría de serlo si la desigualdad humana se limitase a los confines sociales, pues el feudalismo por definición así lo exige y lo cree firmemente. La sospecha y la inseguridad son consecuencia inmediata de la situación descrita, y no es sorprendente que a tales temas se dediquen varios ejemplos del Conde Lucanor. El problema básico no es otro que el de conocer la realidad, imprescindible para un político de la talla de don Juan Manuel, y de ello se ocupan abundantes ejemplos: los versos finales del XXIV dicen así:

 

Muchas cosas parescen sin razón,

et qui las sabe, en sí buenas son.

 

[ «Hay muchas cosas que parecen no tener sentido, / mas para quien las entiende, son buenas.» ]

 

 

Dentro de este esquema de sospecha y sobresalto, y dentro también del sistema de relaciones feudales, es de fundamental valor contar con parientes, allegados y amigos que se agrupen en torno al gran señor. Mas aquí se plantea una nueva dificultad, ya conocida a otros niveles; como dice el Libro Infinido,

 

todos los amigos que vos deuedes de auer non. son todos eguales, et por esto non auedes de pasar con todos egualmente. 

 

[ «No todos los amigos que puedas tener son iguales, y por ello no debes tratar a todos por igual.» ]

 

Varios ejemplos significativos del Conde Lucanor se dedican al tema de la amistad; el XLVIII se titula claramente «De lo que contesció a uno que probaba sus amigos». En este mundo ya relativizado, en el que todos viven en acecho mutuo y constante, es preciso estar alerta y despierto, actuar pragmáticamente, idea en la que coinciden Juan Ruiz y don Juan Manuel. Por ello, varios ejemplos ofrecen el consejo de cerrar filas contra los enemigos; los grandes señores deben agruparse «corporativamente» (no olvidemos que los lectores del Conde Lucanor no son otros que los miembros de la clase dominante de la época).

 

Don Juan Manuel es un defensor de la ley y el orden, es decir, de una ley y un orden impuestos por su grupo en defensa de sus intereses particulares. En el Conde Lucanor aparecen dos casos de especial importancia al respecto. En el primero, un padre y un hijo que sirven a señores diferentes, participan en una batalla en que se encuentran en bandos opuestos; el padre llega a enfrentarse directamente con el señor de su hijo, quien ante el peligro en que ve a aquél, no duda en matar a su progenitor, teniendo la desgracia de herir mortalmente, al propio tiempo y con el mismo enérgico golpe, a su señor. El atribulado caballero se presenta ante los reyes y grandes nobles de «aquéllas comarcas» para ser castigado por lo hecho, mas

 

todos tovieron... que non ficiera cosa porque meresciera haber ninguna pena, ante le preciaron mucho et le fecieron mucho bien por la grand lealtad que ficiera en ferir a su padre por escapar a su señor.

 

[ «Todos estuvieron de acuerdo... en que no había hecho nada merecedor de castigo, antes al contrario, le alabaron mucho y le trataron muy bien por la gran lealtad que demostró al herir a su padre por ayudar a su señor » ]

 

 

El segundo caso, si bien no tan espectacular, no es menos intencionado. Se trata de la conocida fábula de la golondrina, las aves y el sembrador de lino. Cuando la golondrina comprende que los demás pájaros no harán nada para evitar el futuro peligro (que crezca el lino recién sembrado, el cual servirá para fabricar redes),

 

fuése para! homne et metióse en su poder et ganó dé! seguranza para sí et para su linaje. Et después acá viven las golondrinas en poder de los homnes et son seguras dellos. Et las otras aves que se non quisieron guardar, tómanlas cada día con redes et con lazos.

 

[ «Se fue con el hombre y se acogió bajo su poder, y consiguió así protección para sí y para su linaje. Y desde entonces viven las golondrinas bajo los hombres y están seguras con ellos. Y las demás aves, que no quisieron. hacer lo mismo, son atrapadas todos los días con redes y trampas» ]

 

La alegoría es transparente: fuera del sistema de vasallaje feudal, no hay seguridad ni tranquilidad.

 

Resulta revelador del esquema ideológico de don Juan Manuel su predilección por la Orden de Predicadores: construyó un monasterio dominico en Peñafiel, donde quiso ser enterrado, y en sus obras señala más de una vez su admiración por dicha orden. Y ello está dentro de una perfecta lógica, pues los dominicos funcionaban como defensores máximos del orden social feudal y jerárquico, enemigos implacables de todo elemento de disolución social y de novedades, al igual que don Juan Manuel, quien compuso un Libro de los frailes predicadores en que entre otras cosas señala que estos religiosos son

 

los que «han mayor afazimiento con las gentes».

 

[ Los que «tienen más predicamento con las gentes» ]

 

 

Hasta aquí todo en la obra y el pensamiento de don Juan Manuel ofrece una coherencia y, una lógica en verdad impresionantes. Pero falta algo más, y de no escasa importancia: el papel del rey en toda esta estructuración cuidadosamente organizada. La teoría, como él dice, no parece presentar problema alguno, pues «los reys tienen lugar de Dios en la tierra». Pero ocurre que hay monarcas injustos y tirarios, y, por otro lado, que don Juan Manuel no se considera inferior a ninguno de ellos. Dos ejemplos del Conde Lucanor ponen por extenso de manifiesto lo que en verdad piensa el aristócrata. El primero parece una inocente narración cinegética: un halcón ataca a una garza, y es, a su vez, atacado por un águila. Irritado el primero, termina por hacer frente al águila, a quien consigue quebrar un ala, tras de lo cual, mata a la garza. La alegoría no es difícil de descifrar: se trata de una justificación del vasallo rebelde (halcón), que deja temporalmente de acosar a los moros (garza) para agredir al rey (águila). Se trata, desde luego, del propio don Juan Manuel y de su actitud ante el rey: los moros están tranquilos porque la aristocracia castellana debe ocuparse de defenderse contra los excesos de la realeza, con lo cual las desgracias del país deben achacarse exclusivamente al monarca. El último ejemplo de la colección trata de «lo que contesció a un rey cristiano que era muy poderoso et muy soberbioso». El problema del conde Lucanor consiste aquí en decidirse por seguir el camino de la humildad o el de la soberbia: consultado el indispensable Patronio, narra la historia del mencionado rey; conocida ya en otras colecciones latino-medievales: el monarca castigado por su soberbia y transformado en miserable y enfermo mendigo, sustituido en el trono por un ángel y restituido en el poder tras su arrepentimiento. Llama la atención la prolijidad y casi complacencia con que don Juan Manuel describe la humillación del monarca caído: el ángel explica, por fin, el verdadero contenido del ejemplo, cuya intención apunta directamente al soberano:

 

seed cierto que nunca fue tierra, nin linaje, nin estado, nin persona en que este pecado regnase, que non fuese desfecho o muy mal derribado.

 

[ «Estad seguro de que nunca hubo tierra, linaje, estado ni persona dominada por este pecado que no haya sido destruida o muy mal parada.» ]

 

Don Juan Manuel insiste así, de acuerdo consigo mismo, en una crítica despiadada de la monarquía no controlada por la aristocracia, manifestando una vez más no sólo sus ambiciones y actuaciones políticas personales, sino también el ya viejo y conocido conflicto entre Monarquía y Nobleza. Y todo ello en un momento en que este nieto de reyes, por otra parte, defiende a ultranza los privilegios feudales de su clase y el sistema que le sostiene.

 

Conviene, por último, decir unas palabras acerca del tópico «didactismo» de don Juan Manuel. Que existe en su obra es indiscutible; lo que no queda tan claro es que sea del tipo convencional que han creído ver muchos críticos, quienes, además, han llegado a hablar de una supuesta concepción idealista e ingenua de la vida por parte del autor del Conde Lucanor. Se ha dicho, incluso, que don Juan Manuel es un «asceta». Mas la realidad es muy diferente. El gran aristócrata castellano no ha escrito una sola línea sin un concreto propósito político y social. Don Juan Manuel, en efecto, su vida, sus actitudes y sus ideas, corresponden a un delimitado entorno histórico, el de la crisis del sistema estamental. Es un producto típico, con sus contradicciones, de un momento en que la sociedad feudal se disolvía en individuos, pero individuos egoístas que, en el caso de los nobles, luchaban desesperadamente por mantener sus privilegios de clase contra los cambios radicales que corroían el sistema, al tiempo que, irónicamente, al enfrentarse con la monarquía, contribuían en buen grado a la destrucción de ese mismo sistema que pretendían perpetuar. En tal contexto, resulta por lo menos curioso que sea precisamente en el siglo XIV cuando se desarrolle en la Península el conocimiento y la propagación de la literatura caballeresca, así como que sea entonces cuando aparezca la primera novela de caballerías «indígena», la Historia del caballero de Dios que había por nombre Zifar (tema del que se tratará más adelante), en que didactismo y aventuras, tradición árabe y tradición épica se unen para formar un todo sorprendente…

 

(continuará)

 

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