miércoles, 21 de agosto de 2024

 

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HISTORIA SOCIAL DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ( XII )

 

Carlos Blanco Aguinaga,

Julio Rodríguez Puértolas,

Iris M. Zavala.

 

 

 

 

I

EDAD MEDIA

 

LA DISGREGACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL

 

 

 

 

NOTA INTRODUCTORIA

 

Todos los elementos y líneas de fuerza mencionados al tratar del siglo XIV continúan presentes en el XV, centuria en verdad básica para la ulterior evolución de la Historia hispánica. En la Península, como en el resto de Occidente, las contradicciones del feudalismo en descomposición aumentan de manera notable. La influencia y el desarrollo del humanismo –concepto ideológico de la nueva clase burguesa– trabajan disgregadoramente en la vieja coherencia religiosa, al tiempo que la propagación de las predicaciones populares franciscanas y su correlato, el mesianismo profético, rebelde y colectivista, se manifiesta con gran fuerza en Europa, si bien llega a España en tono menor. A otro nivel, los pogroms antisemitas llevados a cabo en la Península en 1391 señalaban ya con claridad el camino por el que iban a discurrir las futuras relaciones entre cristianos y judíos; los conversos, obligados por la persecución, en efecto, aumentan de número a lo largo de todo el siglo XV, ;creando una minoría tan poderosa como odiada, mientras que los judíos ortodoxos verán disminuidas más y más sus posibilidades de acción y de convivencia hasta su total expulsión en 1492. La lucha por el poder entre la oligarquía nobiliaria y la Corona, además, continúa sin descanso. La dinastía Trastamara, condicionada desde sus mismos orígenes por la nobleza, se defiende impotente contra las ambiciones y excesos de los aristócratas. El reinado de Juan II (1406-1454), por la figura de Alvaro de Luna durante treinta años, significa, por un lado, la pérdida clara y progresiva de los valores tradicionales, y por otro, la importancia de una clase hasta entonces poco significativa, la burguesía, cuyos intereses representa el discutido condestable Luna, protector de comerciantes y de conversos y enemigo mortal de la Nobleza. El fondo de la cuestión se halla en el enriquecimiento, por un lado, de conversos y mercaderes, y por otro, de la oligarquía latifundista. En este choque de intereses económicos, Luna se apoya en el primer grupo. El trágico final de don Alvaro, degollado públicamente en Valladolid, supone como en el caso de otra muerte violenta, la de Pedro I en 1369 una derrota más de la nueva clase.

 

 

Pero es con Enrique IV (1454-1474) cuando el poder de los nobles y la degradación de la institución monárquica alcanzan sus puntos máximos. Lo que se ha llamado «farsa de Ávila» (1465), que no es sino un destronamiento puro y simple del rey legítimo en favor de su joven hermano de once años, señala la auténtica fuerza de la oligarquía nobiliaria y eclesiástica, dueña de latifundios, rentas y cargos, y en control, además, de gran parte de la vida económica del país a través de sus agentes judíos. Resulta todavía tan imprescindible como impresionante el texto de la Crónica de Enrique IV:

 

Allí se puso una silla real con todo el aparato acostumbrado de se poner a los reyes, y en la silla una estatua sentada que representaba la persona del rey, vestida de luto con corona en la cabeza y cetro real en la mano... El arzobispo de Toledo... subió en el estrado alto en que la estatua estaba y quitóle la corona de la cabeza, diciendo no ser digno de la dignidad real. El marqués de Villena... le tiró el cetro real de la mano; el conde de Plasencia... le quitó el estoque...; los condes de Benavente y Paredes le quitaron todos los otros ornamentos reales; Diego López de Stúñiga derribó la estatua de la silla en que estaba... y todos ellos diciendo palabras muy furiosas y deshonestas, con los pies lo derribaron del cadahalso en tierra...

 

 

En 1474 sube al trono de Castilla la princesa Isabel, también hermana de Enrique IV, y casada desde 1469 con el príncipe Fernando, heredero de la corona catalana-aragonesa, a la que accede en 1479. Esta fecha marca para los historiadores tradicionales el momento de la unión de los dos grandes reinos peninsulares, unión en verdad precaria, pues solamente existía a nivel de las personas, mientras que tanto Castilla como Aragón-Cataluña seguían disfrutando de sus propias leyes, fueros y costumbres. Entre 1474 y 1479 tiene lugar en Castilla una nueva guerra civil provocada por el grupo aristócrata, apoyado ahora en la desgraciada Juana, hija de Enrique IV y llamada despectivamente la Beltraneja por el partido isabelino. Ya durante la guerra misma -que termina con la derrota de la nobleza- comienzan las medidas que han de conducir al afianzamiento del poder de los Reyes Católicos y a sentar las bases del estado moderno, es decir, del centralismo absolutista. Las cortes de 1476 señalan la tendencia autoritaria de Isabel; el concilio eclesiástico de 1478, la supremacía del Estado sobre la Iglesia. En otras cortes, las de 1480, la Corona consigue desposeer a la oligarquía de la mitad de las rentas adquiridas desde 1464, al tiempo que legisla, inteligentemente, a favor de los campesinos vasallos, buscando así el apoyo popular contra la aristocracia. La Inquisición, en fin, se establece en 1480-81, organismo que, recibido hostilmente por la Nobleza, se erigirá bien pronto en eficaz instrumento de represión de toda clase de disidencias. No hay que olvidar tampoco el proceso que culmina en el control real de las poderosas Ordenes Militares, feudo nobiliario hasta entonces. Pero la gran fecha es 1492: toma de Granada y fin de la legendaria «Reconquista»; descubrimiento de América; expulsión de los judíos no convertidos; primera gramática castellana, de acuerdo con la idea de Nebrija, según la cual, siempre la lengua fue compañera del Imperio. Un imperio que comienza a conformarse en América, en Canarias, en el norte de África, en la herencia aragonesa de Italia, en el centralismo, la intolerancia y el absolutismo. Todo ello lleva en sí los gérmenes de su propia destrucción y sus específicas contradicciones, que aparecerán ya de modo harto brutal en una obra como La Celestina (1499), y de forma definitiva cincuenta años después en Lazarillo de Tormes. Fragmentación, deshumanización, alienación, serán desde ahora inseparables del hombre español, en un marco de «unidad» nacional y de grandeza imperial y casticista.

 

Entre las contradicciones mencionadas será preciso destacar al menos la que representa en el seno de la sociedad hispánica la existencia de una minoría de ciudadanos de origen judío, los conversos, que constituyen, además y en buena medida, la crema de la nueva clase burguesa, aunque en la lucha entre Monarquía y Nobleza puedan servir indistintamente a una o a otra. La expulsión de los judíos y la persecución y discriminación de los conversos suponen crisis económica por un lado e inseguridad radical por otro, en un momento en que, curiosamente, parecía abrirse ante el país un futuro esplendoroso. El sultán Bayaceto, al recibir a los judíos expulsados de España, exclamó significativamente, refiriéndose a Fernando el Católico: «¡Este me llamáis rey político, que empobrece su tierra y enriquece la nuestra!»

 

 

La Historia peninsular del siglo XV se inserta, desde luego, en las coordenadas de la Historia europea de la época, tanto en lo que se refiere al conflicto existente entre Nobleza y Monarquía como al hecho fundamental del auge de la burguesía, que deja constancia de unos modos inéditos de actuar y de pensar, modos dominados en todo momento por el signo de la economía monetaria, del dinero. Pero, en todo caso, la presencia de un importante grupo converso-burgués en la sociedad peninsular y de un sentimiento antisemita popular cada vez más extendido, que llega a alcanzar categoría mítica al entroncarse con un supuesto casticismo hispano –limpieza de sangre, honor, religión, antiintelectualismo, horror al comercio y a las profesiones «mecánicas»– tiene como consecuencia la creencia irracional de la clase y casta dominante en una Historia, una economía y una cultura divinales.

 

 

Ello, y otros factores a que habremos de referirnos más adelante, producirá la meteórica formación de un gigantesco imperio moderno, pero también la insistente acción corrosiva de unos agentes autodestructores que trabajarán asimismo con una rapidez insospechada…

 

(continuará)

 

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