lunes, 30 de septiembre de 2024



[ 645 ]

 

 

CONTRAHISTORIA DEL LIBERALISMO

 

Domenico Losurdo

 

(…)

 

 

 

capítulo tercero

 

LOS SIERVOS BLANCOS ENTRE

METRÓPOLI Y COLONIAS:

LA SOCIEDAD PROTO-LIBERAL

 

 

 

 

10. TRABAJO ASALARIADO Y CATEGORÍAS DE LA ESCLAVITUD

 


Algunos decenios posteriores a Franklin, en el paso de la primera a la segunda gran polémica en el partido liberal, también el gobernador de Carolina del Sur, James Henry Hammond, se empeña en evidenciar cuánto de esclavista continúa subsistiendo en Inglaterra. Envía una carta abierta a Thomas Clarkson, el venerable patriarca del abolicionismo inglés, poniendo el dedo sobre la llaga de la condición obrera en el país que se vanagloria de haber abolido la esclavitud en sus colonias:

 

 

«¿Cómo osáis hablarnos a nosotros del mundo de la esclavitud? […] Si sois verdaderamente humanos, filántropos y caritativos, hay víctimas en vuestros parajes. Socorredlas. Emancipadlas. Elevadlas de la condición de animales al nivel de seres humanos, por lo menos de esclavos americanos».

 

 

Indignadas son, obviamente, las reacciones que provienen de Inglaterra. He aquí, entonces, la insistencia acerca de la característica de hombre libre, característica que corresponde también al trabajador asalariado más miserable. Pero la tradición liberal, cuando define la figura del esclavo negro, a menudo recurre a las mismas categorías utilizadas en la antigüedad clásica y del otro lado del Atlántico con relación a aquel.

 

 

A los ojos de Locke, no es propiamente capaz de vida intelectual y moral «la mayor parte de la humanidad, que está consagrada al trabajo y ha sido esclavizada [enslaved] por las necesidades de su condición mediocre y cuya vida está dedicada solo a la satisfacción de sus necesidades propias». Totalmente «absorbidos por el esfuerzo de calmar los rumores de sus estómagos o los gritos de sus hijos», estas personas no tienen la posibilidad de pensar en otra cosa:

 

 

«No se puede esperar que un hombre, agobiado durante toda su vida por un oficio fatigoso, conozca la variedad de cosas que existen en el mundo, más de lo que un caballo de carga, llevado y traído del mercado por un sendero estrecho y una calle inmunda, pueda conocer de la geografía del país».

 

 

Locke no duda en afirmar que «hay una mayor distancia […] entre algunos hombres y otros, que entre algunos hombres y ciertas bestias»; para darse cuenta de ello, basta comparar, por un lado, el «palacio de Westminster» y la «Bolsa» y por el otro, los «asilos de mendicidad» y los «manicomios». 

 

 

Imperceptible y vago es el límite que separa mundo humano y mundo animal: «Si comparamos el entendimiento y el ingenio de algunos hombres, con el de algunos brutos, advertiremos una diferencia tan escasa que será difícil decir que la del hombre sea más esclarecida o más amplia».

 

 

También Mandeville, al condenar la difusión de la instrucción entre las clases populares, compara el trabajador asalariado con un «caballo»: «Ninguno se somete de buen grado a sus iguales y si un caballo supiera todo lo que sabe un hombre, realmente yo no querría ser su caballero». Es una metáfora que retorna también con ocasión de la polémica contra la excesiva generosidad de la que daría prueba el patrono rico con respecto al siervo en Inglaterra:

 

 

«Un hombre puede tener veinticinco caballos en sus establos sin que tenga que ser considerado un loco, si esto está en proporción con el resto de sus propiedades; pero si tiene uno solo y le da demasiado de comer para demostrar así su propia riqueza, tendrá solo la fama de loco pese a todos sus esfuerzos».

 

 

El liberalismo inglés no es el único que argumenta en estos términos. Así, el proceso de deshumanización alcanza su punto más alto quizás en Sieyès:

 

 

«Los desgraciados dedicados a los trabajos fatigosos, productores de los disfrutes ajenos, que ganan apenas para sustentar sus cuerpos sufridos y necesitados de todo, esta muchedumbre inmensa de instrumentos bípedos, sin libertad, sin moralidad, sin facultades intelectuales, dotados solo de manos que ganan poco y de una mente abrumada por miles de preocupaciones, que les acarrea solo sufrimientos, […] ¿son estos los que vosotros llamáis hombres? Se les considera civilizados [policés], pero ¿se ha visto siquiera a uno solo de ellos que fuera capaz de entrar en la sociedad?».

 

 

Otras veces, el proceso de deshumanización aparece según modalidades distintas. Retomando la distinción —propia de la antigüedad clásica— entre los distintos instrumentos de trabajo, Burke incluye al trabajador asalariado en la categoría de instrumentum vocale. De manera análoga, Sieyès habla de la «mayor parte de los hombres», definidos, sobre todo en los apuntes privados anteriores a 1789, como «máquinas de trabajo» (machines de travail), «instrumentos de trabajo» (instruments de labeur) o «instrumentos humanos de la producción» (instruments humains de la production) o bien «instrumentos bípedos» (instruments bipèdes).



Trazas de este proceso de deshumanización se pueden descubrir hasta en Smith: a causa de la constricción y de la monotonía del trabajo, un trabajador asalariado «se hace generalmente tan estúpido e ignorante cuanto cabe en una criatura racional», incapaz de tomar parte en «una conversación racional» y de «concebir sentimientos nobles y generosos».

 

 

Así como del otro lado del Atlántico la clase dominante es separada de los negros esclavos y de los negros en general, del mismo modo en Europa es separada de los siervos blancos en virtud de un abismo que tiene connotaciones étnicas y raciales. A los ojos de Locke «un peón […] no es capaz de razonar mejor que un indígena [a perfect natural]»: uno y otro no han alcanzado aún el «nivel de criatura razonable y de cristianos». A su vez, Sieyès es de la opinión según la cual los «instrumentos humanos de la producción» pertenecen a un «pueblo» distinto (e inferior) respecto a aquel del que forman parte los «jefes de la producción», es decir, «las personas inteligentes», la «gente respetable».

 

 

Un motivo posterior interviene para hacer infranqueable el abismo que separa la comunidad de los libres por un lado, y a los siervos y los esclavos por el otro. Estos últimos son considerados incapaces de advertir plenamente la humillación, las frustraciones, los afectos, el dolor, así como todos los demás sentimientos que caracterizan la vida espiritual del hombre. Veamos de qué manera argumenta Mandeville a propósito de la masa de los miserables en Europa: sí, estos son obligados a sufrir fatigas y privaciones, a menudo terminan en la horca «por nimiedades», de las que se declaran culpables en el intento por escapar del hambre. Y, sin embargo,

 

 

«ser feliz consiste en estar satisfecho y un hombre se contenta fácilmente con lo que tiene, si no conoce un modo de vida mejor […]. Cuando un hombre se divierte, ríe y canta y en su comportamiento puedo notar todos los signos de la alegría y de la satisfacción, digo que es un hombre feliz».

 

 

Mirándolo bien, «el más grande de los reyes» podría envidiar «la encantadora […] serenidad de espíritu» del «más humilde e ignorante campesino» y «la calma y la tranquilidad de su alma». En términos no menos enfáticos se expresa el teórico virginiano que ya conocemos, Thomas R. Dew, a propósito de los esclavos: «No albergamos dudas de que estos constituyen el segmento más feliz de nuestra sociedad. No hay un ser más feliz sobre la faz de la tierra que el esclavo negro en los Estados Unidos».

 

 

En conclusión, no solo es muy difícil definir como libre la condición de los siervos blancos en Europa, sino que la imagen que el pensamiento liberal de la época nos transmite de ellos no es muy distinta de la imagen del esclavo negro del Sur de los Estados Unidos. Entonces, ¿tiene razón el gobernador de Carolina del Sur al burlarse de la hipocresía y de la ingenuidad de los abolicionistas? Sería una conclusión precipitada. Como quiera que sea, estamos obligados a reflexionar posteriormente acerca de las características de la sociedad que se ha ido formando en las dos orillas del Atlántico y acerca de las categorías más adecuadas para comprenderla…

 

(continuará)

 

 

 

[Fragmento de: Domenico Losurdo. “Contrahistoria del liberalismo”]

 

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