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CARLOS MARX / FEDERICO ENGELS
CORRESPONDENCIA
33. DE MARX A ENGELS
Londres, 2 de diciembre de 1856.
...Lo que me ha dispuesto decididamente en favor de Polonia, en base a mis últimos estudios de historia polaca, es el hecho histórico de que la intensidad y vitalidad de todas las revoluciones a partir de 1789 pueden medirse bastante exactamente por su relación con Polonia. Polonia es el termómetro “externo ’. Esto puede mostrarse en detalle mediante la historia francesa. Es evidente en nuestro breve período revolucionario alemán, y también en el de Hungría.
De todos los gobiernos revolucionarios, incluyendo el de Napoleón I, “el Comité de Salud Pública” constituye una excepción debido únicamente a que rehusó intervenir, no por debilidad sino por “desconfianza". En 1794 citaron al agente de los insurrectos polacos y le plantearon a este “ciudadano" las siguientes preguntas:
“¿Cómo es que, siendo vuestro Kosciuszko un dictador popular, aguanta a su lado a un rey quien, además, como debe saberlo Kosciuszko, ha sido puesto en el trono por Rusia? ¿Por qué no se atreve vuestro dictador a emprender la movilización en masa de los campesinos?; ¿por temor a los aristócratas, que no quieren sacar las ‘manos’ del trabajo? ¿Cómo es que sus proclamas perdían su tono revolucionario en proporción a la distancia que en su línea de marcha lo apartaba de Cracovia? ¿Por qué reprimió inmediatamente con la horca la insurrección popular en Varsovia, en tanto que los aristócratas traidores a su país’ van libremente de un lado a otro o son protegidos tras las largas formalidades de un proceso? ¡Conteste!”.
A lo cual el “ciudadano" polaco no pudo hacer otra cosa que permanecer en silencio.
¡Qué cuentas acerca de Neuchátel y Valangin! Este caso me ha llevado a complementar mi muy defectuoso conocimiento de la historia prusiana. No cabe duda alguna de que la historia universal jamás ha producido algo más sórdido. La larga historia de cómo los reyes nominales de Francia se volvieron reyes reales también está llena de minúsculas luchas, traiciones e intrigas. Pero, es la historia del origen de una nación. La historia austríaca, que muestra cómo un vasallo del Imperio Germano establece el poder de su propia Casa, se hace interesante por la circunstancia de que, gracias al enredo con el Oriente, con Bohemia, Italia, Hungría, etc., el vasallo se impone como emperador; y finalmente, porque el poder de esta casa adquiere tales dimensiones que toda Europa teme se vuelva una monarquía universal. En Prusia no ocurre nada de esto. Prusia nunca subyugo a una sola nación eslava poderosa, y en quinientos años nunca fue capaz siquiera de retener a Pomerania, hasta que la consiguió finalmente por “canje". En realidad, el margraviato de Brandeburgo —cuando estaba en manos de los Hohenzollern— nunca hizo conquista real alguna, a excepción de Silesia. Como esta es su única conquista, ¡Federico II es sin duda el “Único”! Pequeños robos, sobornos, compras directas, tratos bajo cuerda con los herederos, etc.; la historia de Prusia se reduce toda a este ruin negocio.
Y lo que corrientemente resulta interesante en la historia feudal —la lucha entre señor y vasallo, los ardides con las ciudades, etc.— está aquí todo caricaturizado en una escala liliputiense debido a que las ciudades son pequeñas y chatas, los señores feudales rústicos insignificantes, y el propio soberano es una nulidad. En tiempos de la Reforma, como en la Revolución francesa, se ve aparecer la perfidia vacilante, la neutralidad, la paz por separado. Los reyes prusianos se inquietan sólo por atrapar unos pocos bocados que Rusia les arroja en el curso de las diversas particiones impuestas por ella (así con Suecia, Polonia, Sajonia). A esto se agrega que en la sucesión de regentes no se presentan más que tres tipos de personajes, que se suceden uno al otro como la noche al día, sin que nunca se introduzca un nuevo tipo: el pietista, el sargento mayor y el payaso. Lo que ha mantenido el Estado a sus pies a través de todo esto ha sido la mediocridad —la dorada mediocridad—, la exacta contabilidad, el evitar los extremos, la precisión en horadar gota a gota, cierta mezquindad doméstica y el “orden eclesiástico”. ¡Repugnante!...
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[ En 1856, una pandilla de nobles de Neuchátel llevó a cabo un putsch monárquico a fin de restaurar sus privilegios agonizantes. Estos nobles proclamaron la restauración del derecho de los reyes de Prusia a ser príncipes de Neuchátel (derecho destruido por la revolución de 1848). Las autoridades suizas reprimieron rápidamente la revuelta y arrestaron a todos sus participantes (unos sesenta hombres). De esto surgió un conflicto que amenazó acabar en guerra. En Prusia estuvo a punto de decretarse la movilización.
Marx publicó en el periódico cartista People’s Paper, del 13 dediciembre de 1856, un artículo —titulado “The Right Divine of the Hohenzollerns” (El derecho divino de los Hohenzollern) —en que mostraba cómo los Hohenzollern habían adquirido en realidad sus "derechos divinos” sobre diversas posesiones: Brandeburgo, Prusia, el grado de Kurfürst y finalmente el rango de rey, “por el derecho divino del soborno, la compra abierta, la minúscula ratería, la caza de las sucesiones y traicioneros tratados de partición”.
En la carta de Engels a Mehring, del 13 de julio de 1893 figura la siguiente caracterización de la historia alemana:
“Estudiando la historia alemana, que es simplemente una larga y continua miseria, siempre he hallado que sólo se obtiene la justa proporción comparándola con los períodos franceses correspondientes, pues lo que ahí ocurre es exactamente lo opuesto de lo que ocurre entre nosotros. Ahí, la construcción de un Estado nacional a partir de los dispersos miembros del Estado feudal, al mismo tiempo que entre nosotros comienza la principal decadencia. Ahí, una lógica sorprendentemente objetiva en todo el curso del proceso; entre nosotros, una árida y siempre creciente confusión. Ahí, la intervención extranjera está representada por la intervención de los conquis tadores ingleses en la Edad Media del lado de la nación provenzal y en contra del Norte de Francia. Las guerras inglesas corresponden, por decirlo así, a la Guerra de los Treinta Años, pero, en cambio, terminan con la expulsión de los invasores extranjeros y la sujeción del Sur al Norte. Luego viene la lucha entre el poder central y su vasallo borgoñón, este último apoyado sobre posesiones extranjeras y desempeñando el papel de Brandeburgo-Prusia; nuevamente en este caso, el poder central sale victorioso y establece, por último, el Estado nacional. Y es exactamente en el mismo momento que entre nosotros se derriba por completo el Estado nacional (en la medida en que el ‘Reino Alemán’ dentro del Sacro Imperio Romano pueda llamarse Estado nacional), y empieza el saqueo en gran escala del territorio alemán. Esta es una comparación de lo más humillante para los alemanes, pero tanto más instructiva por esta misma razón, y ya que nuestros obreros han llevado a Alemania a la cabecera del histórico movimiento, podemos tragar con mayor facilidad la desgracia del pasado. Especialmente característico del desarrollo alemán es el hecho de que los dos Estados que lo componen, que terminaron por dividirse entre sí toda Alemania, no eran puramente alemanes sino, ambos, colonias en territorio eslavo conquistado —Austria una colonia bávara y Prusia una colonia sajona— y que sólo adquirieron poder en Alemania apoyándose en naciones extranjeras, no alemanas: Austria sobre Hungría (sin hablar de Bohemia) y Brandeburgo sobre Prusia. Esta clase de cosas no tuvo lugar en la frontera occidental, la más amenazada; en la frontera norte, se les permitió a los daneses proteger a Alemania de los daneses, y en el sur había tan poco que proteger que los guardias de la frontera, los suizos, fueron capaces de libertarse incluso de Alemania.”
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