miércoles, 29 de enero de 2025

 

 

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HISTORIA SOCIAL DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ( XX )

 

 

 

Carlos Blanco Aguinaga, 

Julio Rodríguez Puértolas, 

Iris M. Zavala.

 

 

 

 

 

 

 

II

EDAD CONFLICTIVA

 

 

EL IMPERIO Y SUS CONTRADICCIONES




NOTA INTRODUCTORIA

En páginas anteriores se han hecho ya referencias y menciones a la aparición de la burguesía y a su papel corrosivo en el seno de la sociedad medieval. Su auge significa el momento de transición del feudalismo al estado político moderno, el paso de una sociedad cerrada orgánicamente a otra abierta y competitiva, en que los valores del individuo adquieren importancia radical. Empiezan a dominar ahora unas diferentes relaciones de producción, resultado de la conjunción de varios factores, entre los cuales cabe recordar el crecimiento de las ciudades, la ruptura de una economía aislada y de mercado local y su sustitución progresiva por una economía de relaciones comerciales y financieras, es decir, una economía monetaria. La transición puede efectuarse gracias al paso de productor a mercader y «capitalista» o gracias a que el pequeño mercader se apodera de la producción misma, con idénticos resultados. Esencial al proceso es la ruptura de las relaciones tradicionales entre el siervo y el señor, la separación del campesino -que con el tiempo será masiva- de la tierra que trabajaba y de sus utensilios, por lo que se convierte en un trabajador «libre», es decir, que para subsistir, sólo puede ofrecer su fuerza de trabajo y no ya, como en las relaciones feudales, una parte equis del producto de su trabajo. La fuerza de trabajo, el ser humano mismo, se convierten así en mercancía. Donde todo se transforma en objeto vendible, el ser humano mismo es cosificado por otros seres humanos. El dinero termina por transformarse en el gran objeto deseable y todopoderoso, en el marco de la competición individualista. Funcionan ya, además, las conexiones internacionales del capital; el descubrimiento de América y de sus riquezas, pone en circulación una masa de metales preciosos que alimentará las actividades comerciales hasta lo entonces inconcebible. La posesión de la riqueza se convierte en un fin por sí mismo, y va más allá de los límites de la propia clase burguesa; los aristócratas de origen feudal y la misma Iglesia -que ya desde atrás había observado atentamente y previsto lo que se acercaba- se identifican con la nueva mentalidad.

 

 

En su papel histórico, la burguesía destruyó los condicionamientos tradicionales y patriarcales del viejo orden. Como bien se ha dicho, destrozó los lazos interestamentales y humanos del feudalismo; quitó el velo mitificador al ardor religioso y caballeresco y puso al descubierto el egoísmo y el cálculo racionalista; redujo a valor de cambio el valor del ser humano, y, en fin, reemplazó la explotación encubierta bajo el disfraz feudal de religiosidad y de política a lo divino por la escueta y directa explotación del hombre por el hombre, sin máscara alguna.

 

Quizá sea en Italia, con su mosaico de repúblicas y señorías urbanas, donde el nuevo sistema adquiere un desarrollo más completo; no puede ser casual que sean precisamente italianas las palabras indicadoras ahora de los nuevos valores y conceptos. El viejo honor caballeresco aparece bajo el concepto de onestá: será el honor burgués; la nobleza de sangre será la nobilitas; el propio valer, individualizado, surge como una nueva virtú. Valores todos ellos estrictamente laicos, y basados, obvio es decirlo, en el poder proporcionado por el dinero. El racionalismo que se oculta bajo esta concepción no significa otra cosa, como explicó Maquiavelo, que el aprovechamiento de todas las potencialidades con vistas al enriquecimiento, eliminando, como correlato indispensable, todo emocionalismo alterador de esquemas organizados fríamente. La burguesía es, así, en relación con el feudalismo, históricamente revolucionaria, pero al propio tiempo y desde muy temprano en su desarrollo, comienza a adquirir características conservadoras. Desprecia a la plebe, la cual, por su parte -roto el estatismo feudal-, actúa en ocasiones tumultuariamente: la figura de Savonarola y su movimiento populista es una buena muestra de ello. Por otra parte, la alta burguesía se siente desde muy pronto fascinada por la aristocracia, al tiempo que ésta comprende y acepta lo que aquélla representa. La antigua nobleza rural y feudal se convierte ahora en ciudadana y cortesana, se vincula con la alta burguesía por lazos matrimoniales, con lo cual comienzan las grandes contradicciones de la nueva clase. Paralelamente, la organización política va conformándose en la norma del estado absoluto y centralista, moderno, con tendencias a la formación de un imperio universal de modelo romano: Carlos V es paradigmático al respecto. Y la burguesía pacta con la nueva monarquía; renuncia a ciertos aspectos de su agresividad revolucionaria para gozar de lo que ya posee, intentando poseer aún más al calor de las formas estatales imperiales y cesaristas. Así, como se ha dicho, la burguesía está ya en el camino de la reacción: su seguridad es el comienzo mismo de su decadencia, de la que no saldrá hasta el siglo XVIII.A nivel de superestructura cultural e ideológica, la aparición y estabilización primera de la burguesía es conocida bajo la etiqueta de Renacimiento. El Renacimiento significa el redescubrimiento de la cultura clásica, y a través de la misma, mas no sólo por esta causa, la formación de una concepción antropocéntrica de la realidad. Los grandes viajes y descubrimientos -América en 1492- van acompañados de inventos fundamentales como la imprenta (con lo cual la cultura y la ideología podrán difundirse más ampliamente), la brújula y la pólvora: estas dos últimas hicieron en verdad posible tanto la llegada al Nuevo Mundo como su conquista por los españoles. Es una época de optimismo, en que se piensa que el hombre es la medida de todas las cosas. El universo y la naturaleza parecen estar a disposición del hombre, el cual, con la ciencia y la técnica se cree capaz de dominarlos primero y de organizarlos después racionalmente, es decir, de explotarlos de modo apropiado. El racionalismo, pues, será un rasgo distintivo de la nueva época, y al lado de ello, de acuerdo con el individualismo y el personalismo burgueses, el psicologismo del uomo singolare. Surge el gran tema de la «dignidad del hombre», lanzado por los ideólogos al servicio de la burguesía, representación del paso del dogmatismo medieval al relativismo renacentista, y de la secularización de la sociedad y de la cultura: el organicismo ha sido destruido; Dios ha pasado a un segundo plano y el ser humano al primero.

 

 

Tan grandes y espectaculares cambios coinciden con la aparición del intelectual humanista, servidor de la nueva clase y articulador teórico de los intereses de la misma. Mas no sin graves y desgarradoras contradicciones. El intelectual renacentista se halla, por un lado, poseído del orgullo y la conciencia de su valer --como el burgués del suyo--, y si bien por una parte se inclina con interés hacia el pueblo, como indican sus defensas y usos de la lengua volgare o de los refranes populares, por otra se siente muy superior a todos por sus conocimientos clásicos, filosóficos, etc. Su pretensión de que sea el docto quien guíe la sociedad choca directamente con la alta burguesía, a quien, por lo demás, sirve; ello produce en el intelectual ciertos conatos de rebeldía contra el adocenado y poderoso burgués.

 

El espejismo de un imperio humanista, que el erasmismo ejemplifica de modo tan claro, hace que los intelectuales apoyen con decisión a Carlos V y lo que él representa en un momento temprano. El desengaño se produce al comprobar que el Imperio no es ni será lo que ellos pensaban, sino que acentúa más y más sus características absolutistas y centralizadoras, lo que supone el sometimiento del intelectual a unos planes político-económicos deshumanizadores. El humanista se refugia entonces en su torre de marfil erudita y científica, en una ensoñación marginada: en 1516 aparece la Utopía de Tomás Moro, a la que seguirán otros textos confusamente socializantes. La exaltación de la vida del campo es un fenómeno semejante, de un campo y de unos campesinos que tampoco corresponden a la realidad, pero que suponen un contraste idílico y falaz de la vida urbana, brutal y también deshumanizadora. La última contradicción, en fin, del intelectual renacentista, no es menos aguda. Sus aspiraciones de totalidad cultural y de integración humana -Leonardo da Vinci es el gran ejemplo: pintor, escultor, filósofo, científico, ingeniero, inventor...- se volatilizan ante la hiriente realidad del sistema burgués en que se agudiza la división del trabajo, y por lo tanto, la fragmentación interna del ser humano y la separación entre éste y su mundo exterior y entre uno y otro hombre; mundo de la alienación, en suma. Los humanistas de Carlos V acaban siendo sustituidos, en efecto, por sus banqueros…

 

(continuará)

 

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