sábado, 1 de febrero de 2025

 

[ 717 ]

 

 

CONTRAHISTORIA DEL LIBERALISMO

 

Domenico Losurdo

 

(…)

 

 

 

 

capítulo cuarto

 

¿ERAN LIBERALES LA INGLATERRA Y LOS ESTADOS UNIDOS

DE LOS SIGLOS XVIII Y XIX?

 

 

 

 

 LA «DEMOCRACIA PARA EL PUEBLO DE LOS SEÑORES» ENTRE LOS ESTADOS UNIDOS E INGLATERRA

 

Queda sin resolver una cuestión: Si es intrínsecamente aristocrática, ¿es, entonces Inglaterra una sociedad liberal? Constant no tiene dudas: es el país donde «las diferencias sociales son más respetadas» (en total beneficio de la aristocracia), pero en el cual, a la vez, «los derechos de cada uno están más garantizados». Y esta es también la opinión de Tocqueville, pero solo con posterioridad al año 48, después de que la angustia por la desviación socialista y bonapartista de Francia ha restado valor a cualquier otra preocupación: está fuera de discusión la «constitución aristocrática de la sociedad inglesa» y, sin embargo, se trata siempre del «país más rico y más libre».

 

 

Antes del derrocamiento de la monarquía de julio, por el contrario, no faltan en Tocqueville dudas y reservas: es necesario saber distinguir «dos formas distintas de libertad»; no se debe confundir la «concepción democrática y, me atrevo a decir, la concepción justa de libertad» con la «concepción aristocrática de libertad», entendida no como «derecho común», sino más bien como «privilegio». Es esta última visión la que prevalece en Inglaterra, como «en las sociedades aristocráticas» en general, con la consecuencia de que no hay lugar para la «libertad general». La democracia en América refiere y aprueba la observación de un ciudadano estadounidense que ha viajado durante largo tiempo por Europa: «Los ingleses tratan a sus sirvientes con una altivez y con maneras tan dominantes que nos sorprenden». No es que esté ausente el pathos de la libertad en aquellos que incluso asumen el comportamiento de amos absolutos. Al contrario:

 

 

«Puede hasta suceder que el amor por la libertad se muestre más vivo en algunos cuanto menos garantías de libertad existan para todos. La excepción en tal caso es mucho más preciosa cuanto más rara resulta. Esta concepción aristocrática de la libertad produce, en aquellos que han sido educados así, un sentimiento exaltado de su valor individual y un gusto apasionado por la independencia».

 

 

El texto nos induce a pensar en la bien conocida observación de Burke, con independencia del juicio de valor que hace, que es distinto y contrapuesto: a los dueños de esclavos la libertad les parece «más noble y más liberal» aún. ¿Debemos comparar a Inglaterra con la Virginia esclavista? En efecto, no faltan los puntos de contacto, como resulta de la lectura de Tocqueville. Este observa que en los Estados Unidos los blancos se niegan a reconocer en los negros «los rasgos generales de la Humanidad». Pero también en Inglaterra las desigualdades son tan claras e insuperables que existen «tantas humanidades distintas, cuantas clases hay»; faltan «ideas generales», comenzando, precisamente, por la idea de humanidad.

 

 

En ese momento Tocqueville se preocupa por distinguir la democracia norteamericana de la aristocracia que domina en Inglaterra. Sin embargo, en muchas ocasiones su análisis termina por llamar la atención sobre las semejanzas entre las dos sociedades. Aquellas que en una orilla del Atlántico se configuran como relaciones de clase, en la otra se presentan como relaciones de raza. En lo que respecta a Inglaterra podemos hablar de sociedad liberal del mismo modo en que Burke habla de sociedad liberal para la Virginia y para la Polonia de su época. Queda establecido un punto esencial: las clases populares, a menudo excluidas del disfrute de los derechos civiles y de la libertad negativa, en la propia Inglaterra —según un reconocimiento indirecto, pero tanto más significativo, de Tocqueville— continúan siendo separadas de la clase o casta superior por un abismo que recuerda el que está vigente en un Estado racial.

 

 

En este sentido se puede decir que, durante algún tiempo, también la sociedad que la Revolución Gloriosa originó en Inglaterra se configura como una especie de «democracia para el pueblo de los señores», a condición —por supuesto— de que se interprete esta categoría en un sentido no puramente étnico. También de este lado del Atlántico una barrera infranqueable separa la comunidad de los libres y de los señores de la masa de los siervos, no por casualidad, comparados por Locke a los «indígenas». Y lejos de quedar satisfecha con la libertad negativa, la aristocracia dominante cultiva ideales de participación activa en la vida pública, cultiva ideales «republicanos». De esto se aprovechan algunos reconocidos intérpretes actuales, que al respecto hablan de visión «neo-romana», o de «momento maquiavélico». Y de nuevo nos encontramos con el peligro de la transfiguración involuntaria: las dos categorías sucintamente tratadas ponen en evidencia el pathos de participación libre e igualitaria en la vida pública, pero terminan por silenciar las macroscópicas cláusulas de exclusión que presupone tal pathos. La idea de una vida política rica, de tipo «neo-romano» o «maquiavélico», está bien presente en un autor como Fletcher, quien, por un lado, se declara «republicano por principio», pero por otro, teoriza la esclavitud a cuenta de los vagabundos. En estos círculos también podemos incluir a Locke. Este se pronuncia a favor de la esclavitud negra para las colonias, y a favor de la servidumbre o semiservidumbre para los trabajadores asalariados de la metrópoli; al mismo tiempo, con la mirada puesta en la aristocracia, desarrolla un pathos de Commonwealth y de civitas, que evoca los modelos republicanos de la antigüedad: esta, al menos, es la opinión de Josiah Tucker, quien identifica y denuncia en Locke un «whig republicano» y esclavista. Pero quizás el autor que mejor expresa en Inglaterra el ideal de la «democracia para el pueblo de los señores» es Sidney. Él insiste con gran fuerza en la igualdad de los hombres libres: «la igualdad en la que los hombres han nacido es tan perfecta que ninguno soportará su limitación, a menos que también los demás hagan lo mismo». Sin apelación resulta la condena de la esclavitud política, implícita no solo en la monarquía absoluta, sino también en todo régimen político que pretenda someter al hombre libre a normas decididas sin su consentimiento. Pero este pathos de la libertad implica la reivindicación por parte del patrón del derecho a ser «juez» del siervo propio, sin interferencias externas. No hay que perder de vista que «en muchos lugares, y hasta en virtud de una ley divina, el amo tiene un poder de vida y de muerte sobre su siervo [servant]». Queda establecido que «los viles y afeminados asiáticos y africanos», incapaces de comprender el valor de la «libertad», son justamente considerados por Aristóteles «esclavos por naturaleza» y «poco diferentes de los animales». No por casualidad —junto a Locke, Fletcher y Burgh— Sidney es señalado por Jefferson como un autor de referencia para la comprensión de los «principios generales de libertad» en los que se inspiran los Estados Unidos.

 

 

También Tucker procede a aproximar a Locke y Sidney —pero esta vez en sentido crítico— y entre otras cosas, señala que Sidney es un admirador de la «libertad polaca» (de un país donde la servidumbre de la gleba en su forma más dura, a la que son sometidos los campesinos, se entrecruza con la rica vida política de la aristocracia que domina la Dieta) y rinde homenaje a la «libertad republicana». Por otra parte, quien se expresa en términos muy halagadores también sobre Polonia, además de hacerlo respecto a las colonias meridionales de Norteamérica, es Burke, quien no por casualidad se convierte después en el numen tutelar del Sur esclavista. La admiración por un régimen de libertad republicana, basado en la esclavitud o en la servidumbre de una parte considerable de la población, por una «democracia para el pueblo de los señores», está muy presente en el ámbito del liberalismo inglés; los autores que expresan tal orientación pueden, a su vez, contar con amplias simpatías del otro lado del Atlántico…

 

(continuará)

 

 

 

 

 

[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “Contrahistoria del liberalismo” ]

 

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