jueves, 6 de marzo de 2025



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HISTORIA SOCIAL DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ( XXI )

 

 

 

Carlos Blanco Aguinaga, 

Julio Rodríguez Puértolas, 

Iris M. Zavala.

 

 

 

II

EDAD CONFLICTIVA

 





 

 

LITERATURA Y ERASMISMO: LA UTOPÍA HUMANISTA 

 

 

Las ideas del humanista holandés ERASMO DE ROTTERDAM (1465-1536) representan una revisión a fondo, a menudo felizmente lograda por medio de la ironía y la sátira, de todos los aspectos sociales, políticos y religiosos del momento. Defensor de una religión pura y escueta, desprovista de ceremonias exteriores y de hipocresías, Erasmo propugnaba, simplemente, la secularización del cristianismo, un humanismo tan clásico como cristiano, que sirviera, al propio tiempo, para llevar a cabo una auténtica reforma política y social, conducente, en fin, a la construcción de un estado universal y pacífico: pax et unanimitaspodría ser el lema erasmiano. Si bien el propio Erasmo no confiaba excesivamente en Carlos V como artífice de ese imperio humanista y cristiano, alentó a sus seguidores a intentar tal tarea. Fue en España donde floreció el erasmismo de modo espectacular, al menos por algunos años. Ya en 1511 se traducía al castellano un libro fundamental de Erasmo, el Elogio de la locura; su autor era invitado no mucho después a enseñar en la nueva universidad de Alcalá, donde en 1517 se terminaba la Biblia Políglota Complutense con la colaboración de Nebrija y todo un equipo de doctos en que abundaban los erasmistas. Mas Erasmo nunca aceptó la oferta: Non placet Hispania, dijo al respecto. A pesar de ello, sus ideas y doctrinas continuaron desarrollándose poderosamente en España, llegando a influir en la mística heterodoxa de los alumbrados y atrayendo la sensibilidad de los conversos peninsulares. Las traducciones de sus obran siguieron apareciendo en España, su fama y. popularidad alcanzaron límites insospechados, y el asunto llegó incluso al campo de las frases proverbiales: 

 

«El que habla mal de Erasmo, o es fraile o es asno». 

 

 

Príncipes de la Iglesia, el Inquisidor General Manrique, intelectuales, cortesanos, se agruparon en torno a la ideología renovadora del holandés; 1527 es la fecha de su máximo esplendor (cf. Nota Introductoria). Mas no sin tener que sufrir en todo momento los ataques de la reacción tradicional, que acudía a todo tipo de argumentos, desde los teológicos de alto nivel hasta los más pedestres, que excitaban la imaginación popular, como en el siguiente caso, narrado por un contemporáneo y en que un fraile predica contra la nueva y peligrosa «secta»: 

 

 

«¿Qué esperan los que tienen entre manos el Cherrióno Chicharrón, de Erasmo, los que leen sin cesar en los corrillos y vías públicas? ¿No saben que estos días pasados el arcediano del Alcor, aquel, digo, que tradujo el Enchiridion de Erasmo, fue tragado por la tierra, que se abrió de repente?»Todos los presentes se pasmaron, pensando que había pasado así... 

 

 

1529, año de la caída del Gran Inquisidor Manrique, erasmista convencido, señala el principio del fin, que será, como sabemos, catastrófico, aunque más adelante y por extraños caminos, Miguel de Cervantes resucite de sus cenizas las viejas ideas. 

 

 

En el abundante y selecto grupo de erasmistas españoles destacan por su importancia el converso LUIS VIVES (1492-1540), los huesos de cuyos padres fueron desenterrados y quemados públicamente en Valencia. Vives optó por marcharse del país, convirtiéndose así en humanista itinerante: la Sorbona, Oxford, Brujas y Lovaina son hitos de su carrera europea. Filósofo, filólogo, sociólogo, pedagogo, Vives es tan racionalista como pacifista; una frase suya en carta dirigida a Erasmo a propósito de los Coloquios de éste traducidos al castellano, es reveladora: «SÍ los leen mucho, como me dicen que pasa, quitará a los frailes mucho de su antigua tiranía».

 

Son los hermanos gemelos Juan y Alfonso de Valdés (nacidos en Cuenca, c. 1490) quienes representan de modo definitivo el erasmismo español. JUAN DE VALDÉS (m. 1541) es autor de unos Diálogos de la doctrina cristiana, que en 1529 circulaban como «anónimos»; denunciados a la Inquisición -que ya no controlaba Manrique-, Valdés hubo de marcharse de España, y en Nápoles formó en torno suyo un círculo humanista y cristiano de tonos heterodoxos. A su muerte, fue por fin condenado por la Iglesia, y uno de sus discípulos italianos quemado públicamente. Sobre su importante Diálogo de la lengua se tratará más abajo. 

 

ALFONSO DE VALDÉS (m. 1532), secretario de Carlos V, resume en su vida y en su obra el ideal y las esperanzas erasmistas a todos los niveles: satírico, anticlerical, imperialista y pacifista. La victoria de Carlos en Pavía (1525) y el saco de Roma (1527) exaltan a Alfonso de Valdés y le llevan a escribir sus dos importantes obras, Diálogo de las cosas ocurridas en Roma Diálogo de Mercurio y Carón. El primero es una apasionada defensa de la política imperial y un violento ataque contra las actitudes del Papado, al tiempo que una sátira demoledora de las costumbres eclesiásticas: simonías, inmoralidades, supersticiones. Véase, como muestra, lo que se dice acerca de las reliquias: 

 

El prepucio de Nuestro Señor yo lo he visto en Roma y en Burgos, y también en Nuestra Señora de Anversia... Pues de palo de la cruz dígoos de verdad que si todo lo que dicen que hay della en la cristiandad se juntase, bastaría para carga una carreta. Dientes que mudaba Nuestro Señor cuando era niño, pasan de quinientos los que hoy se muestran solamente en Francia. Pues leche de Nuestra Señora, cabellos de la Magdalena, muelas de San Cristóbal, no tienen cuento. 


No olvida Alfonso de Valdés el gran problema de la Iglesia de la época y común a toda la sociedad, el de la metalización y fetichismo del dinero: 

 

Veo, por una parte, que Cristo loa la pobreza..., y por otra veo que de la mayor parte de sus ministros ninguna cosa santa ni profana podemos alcanzar sino por dineros. Al bautismo, dineros; a la confirmación, dineros; al matrimonio, dineros; a la sacras órdenes, dineros; para confesar, dineros; para comulgar, dineros. No os darán la extrema unción sino por dineros; no tañerán campanas sino por dineros; no os enterrarán en la iglesia sino por dineros..., de manera que parece estar el paraíso cerrado a los que no tienen dineros. 

 

 

El Diálogo de Mercurio y Carón, escrito entre 1528 y 1529, ofrece una interesante estructura literaria y un fascinante contenido ideológico. La conversación entre Mercurio, mensajero de los dioses, y Carón, el fúnebre barquero, versa acerca de lo que ocurre en una Europa polarizada en torno a la rivalidad entre Carlos V y Francia. Se trata, pues, de un diálogo político, en que Valdés maneja incluso documentos oficiales de la cancillería imperial, al tiempo que expresa sus ideas para una paz ecuménica y humanista - de nuevo pax et unanimitas-. La conversación de los dos dioses se ve interrumpida con frecuencia por la llegada de diferentes almas de muertos, con una primera serie de personajes negativos, unidos por el signo de un falso cristianismo, y una segunda con algunos positivos, entre los que destaca el retrato de un rey ideal erasmista. El mal obispo, por ejemplo, aparece así: 

 

Obispo es traer vestido un roquete blanco, decir misa con una mitra en la cabeza y guantes y anillos en las manos, mandar a los clérigos del obispado, defender las rentas dél y gastarlas a su voluntad, tener muchos criados, servirse con salva y dar beneficios. 

 

 

El precedente medieval de las danzas de la muerte queda claro en el diálogo de Valdés, quien utiliza hábilmente la técnica de la conversación con elegante claridad y sencillez, con observaciones y amenidad incluso humorística. Valdés llega a manifestar sin ambages su concepto de un laicismo social puro, representado por el hombre casado, que compendia las cualidades civiles de la ideología erasmista, frente a príncipes de la Iglesia, frailes y monjas. La reforma religiosa propuesta por Valdés incluye el abandono de todo formulismo ceremonial, la neutralización política y social de la Iglesia, la vuelta al Evangelio sin decoraciones mitificadoras. En política, se trataría de la creación de un estado universal fuerte y al tiempo pacífico, la valorización del individuo y del pueblo, la eliminación de parasitismos y favoritismos inmorales y corruptores. Alfonso de Valdés piensa, en efecto, que los grandes señores deberían dejar vivir en paz los pobres pueblos, que de sus diferencias ninguna culpa tienen. 

 

Una derivación del tema pacifista y de la debatida cuestión sobre las guerras justas e injustas, es el tratamiento de la conquista de un pueblo por otro. El Mercurio de Valdés dice: 

 

Fuime a un reino nuevamente por los cristianos conquistado, y diéronme dellos mil quejas los nuevamente convertidos, diciendo que dellos habían aprendido a hurtar, a robar, a pleitear y a trampear. 

 

La referencia a la conquista del Nuevo Mundo no es demasiado oscura; el propio Erasmo hace que un personaje de cierta obra suya declare sobre las tierras americanas: 

 

Sí las he visto, y he sabido que de allá se ha traído botín; no he oído decir que se haya introducido allí el cristianismo. 

 

 

El peligro de doctrinas tan coherente y convincentemente expuestas hizo que el nuncio papal en España, Baltasar de Castiglione de quien volveremos a ocuparnos más adelante, llegase a exigir, inútilmente, del inquisidor Manrique la prohibición de los diálogos de Alfonso de Valdés.

 

Un curioso personaje de la época imperial es el franciscano ANTONIO DE GUEVARA (c. 1480-1545), paje del hijo de los Reyes Católicos, predicador y cronista real, inquisidor, obispo de diócesis de tercera categoría. Guevara muestra en sus obras un obsesivo orgullo genealógico, orgullo que ha podido ser calificado como de «nuevo rico» y también explicado como consecuencia no de unos orígenes precisamente nobles, sino conversos, intento angustiado de crearse un prestigio, como se ha dicho: «soy caballero y no comunero», escribió aparatosa y significativamente Guevara. En sus obras -que tuvieron sorprendente éxito y fueron traducidas en numerosas ocasiones- Guevara hace gala de una erudición clásica que se ha demostrado ser o inventada o de tercera mano; erudición, por otro lado, anecdótica y curiosa. El Libro áureo de Marco Aurelio incorporado al Relox de príncipes (1529) es historia totalmente imaginaria del emperador romano tomada de un falso «manuscrito griego»; el Relox es un manual de buen gobierno, repleta, de lugares comunes y de didactismos vulgares entreverados de «erudición». Un episodio muy significativo del Marco Aurelio es el del «Villano del Danubio», especie de buen salvaje -precursor del de Rousseau- que llevado ante el Senado romano discursea acerca de las ventajas de la vida natural, en lo que pueden detectarse alusiones al problema moral de la conquista de América. Tema que con variantes retomará Guevara en su Menosprecio de corte y alabanza de aldea(1539), libro ampuloso y retórico, de estilos paralelos y antitéticos, y en que el título habla con suficiente claridad. Es -aparte de breves casos anteriores- el momento en que surge la nostalgia por la vida campesina y aldeana, frente a las tensiones y presiones de la urbana y moderna. Incapaz de superar las contradicciones, Guevara -y después otros muchos- se dedica a idealizar el supuesto aspecto idílico del campo: el garcilasismo en ciertos aspectos, la novela pastoril a otro nivel, señalan con evidencia la tendencia a escapar de la acuciante realidad, y el arte se utiliza así para lanzar una cortina de humo sobre los graves peligros circundantes. Como también se ha dicho, tras el sueño de la armonía rural se puede descubrir la insatisfacción del mundo real, ciudadano y conflictivo. Por último, y aparte de otras obras menores, Guevara es también autor de unas Epístolas familiares (1539), especie de mentirosa y enciclopédica miscelánea en que el franciscano llega a inventarse destinatarios para sus cartas. La figura de Guevara -«caballero y no comunero»- es representación viva de las contradicciones en que se debatía la nueva sociedad española del Imperio. 

 

 

Dos interesantes textos se atribuyen sin excesivo fundamento a CRISTÓBAL DE VILLALÓN -humanista de no muy gran categoría, profesor en Valladolid-. Es el primero El Crotalón, de hacia 1553, diálogo satírico típicamente erasmista; el segundo, Viaje de Turquía (también en ocasiones atribuido al médico Andrés Laguna), libro de supuestos viajes de carácter muy semejante al anterior. 

 

 

El erasmismo se manifiesta también en el teatro peninsular del siglo XVI. Coexisten restos religiosos de tipo todavía medieval con una crítica renacentista irónica y a las veces violenta, en que se mezclan tanto elementos cortesanos y elegantes como líricos y populares, incluso vulgares. Por otro lado, el teatro que puede enmarcarse con holgura dentro del erasmismo es paralelo de otro tradicional e incluso reaccionario en cuanto a ideas; ambas corrientes utilizan con destreza el género dramático para exponer sus respectivos puntos de vista. La muestra señera del optimismo humanista, al tiempo que de la identidad peninsular lograda por el erasmismo a nivel ideológico, la ofrece el portugués GIL VICENTE (c. 1465- c. 1537), autor de obras en su lengua nativa, en la castellana y en ambas a la vez. Inspirado inicialmente en Lucas Fernández y Juan del Encina, así como en las farsas cortesanas de Lisboa, Gil Vicente escribe su última obra conocida en 1536: curiosamente, ese mismo año se implantaba la Inquisición en Portugal. En su Templo de Apolo, –compuesto con motivo de la salida para España de la princesa Isabel, prometida de Carlos V– Gil Vicente llega a decir: 

 

seré como Dios del cielo,

que aunque vea arder el suelo, 

todo su hecho es callar. 

 

Aparte de un grupo de textos religioso-pastoriles, de un Auto de Sibila Casandra de tema navideño, y de la comedia Dom Duardos, de corte caballeresco, basada en una obra del género, es la Trilogía das Barcas, su obra quizá más representativa. .Estructurada en tres partes, correspondientes al Infierno, Purgatorio y Gloria (las dos primeras en portugués; la tercera en castellano), se halla relacionada directamente con la medievalDanza de la Muerte y con el Diálogo de Mercurio y Carón, de Alfonso de Valdés. Como éste, el portugués envía a la condenación eterna a la mayor parte de los personajes que aparecen en su trilogía; uno de los que se salva es, harto significativamente, un bobo de simples y honestas intenciones. Nobles y eclesiásticos, toda la escala social aparece sometida a dura crítica, en que se mezclan, además, el folklore y el lirismo. 

 

 

Otra figura de especial importancia es el extremeño BARTOLOMÉ DE TORRES NAHARRO (c. 1485-c. 1520), que pasó gran parte de su vida en Italia. Renacentista y erasmista, pleno de vitalidad, muestra en todo momento su anticlericalismo violento: de Roma y de las jerarquías eclesiásticas llegó a escribir, coincidiendo con una tradición crítica que ya encontramos en el Libro de Buen Amor, palabras radicales: 

 

El oro siempre su Dios; la plata, Santa María. 

 

 

Torres Naharro es un gran conocedor del teatro clásico y del de su propia época. En su Propalladia se manifiesta como un teórico coherente del fenómeno teatral, en un documento que será preciso poner al lado del Arte nuevo de hacer comedias, de Lope de Vega. Divide las comedias en dos tipos: a noticia a fantasía. Las primeras se inspiran en la realidad misma; su Soldadesca y su Tinellaria son ejemplificaciones bien claras, especie de entremeses amplificados de picaresca y desenfado poco comunes. Las segundas son más imaginativas, pero no han de carecer, en todo caso, de verosimilitud; sus obras de amor y honor, Serafina Himenea (esta última basada en tres actos de La Celestina), son muestra de ello. El optimismo vital de Torres Nabarro se manifiesta en su definición de comedia: 

 

Artificio ingenioso de notables y finalmente alegres acontecimientos por personas disputado. 

 

 

Estructura sus obras en cinco jornadas o actos, aconseja un número de personajes que oscila entre 6 y 12, defiende la idea del «decoro» o propiedad, e introduce cada una de ellas con un llamado «introito» y el argumento narrado graciosamente por un pastor. Con todo, las normas de Torres Naharro no son dogmáticas; él mismo aconseja que se varíen siempre que se considere oportuno, defendiendo así - en coincidencia con otras libertades- la libertad creadora del artista. 

 

 

El tema de la Danza de la Muerte, que de una u otra forma estaba presente en el Mercurio y Carón, de Alfonso de Valdés, y en la Trilogía das Barcas, de Gil Vicente, adquiere un cierto desarrollo en el teatro renacentista, y es manejado por diferentes autores, como Juan de Pedraza, Sebastián de Horozco, Diego Sánchez de Badajoz y Miguel de Carvajal. Se insiste en las desigualdades sociales producidas por el dinero y el linaje, no se omite el problema converso y el erasmismo crítico está siempre presente. Las Cortes de la Muerte, de Carvajal, es quizá la más representativa del grupo. Dentro del esquema de unas Cortes Generales de rey y súbditos -la Muerte y las diferentes clases sociales-, Carvajal se ceba en frailes, monjas y eclesiásticos; he aquí el Obispo: 

 

Vuestro puñalico al lado,

el roquete tan vistoso,

el gorsalico labrado,

pues ¿la barba? De un soldado 

es más que de religioso. 

 

Por ventura, ¿andaba así 

San Pedro, vuestro mayor? 

Decí, padre, me decí, 

¡cierto, enviaron aquí

un galán procurador! 

 

Y ¿anda así todo el ganado 

eclesiástico vestido,

tan a punto repicado? 

Papagayo tan pintado 

de la India no ha venido. 

 

 

El pacifismo erasmista aparece en las Cortes de modo bien elocuente: reyes y señores se resisten a morir 

 

porque están ahora ocupados 

en guerras grandes, crueles: 

unos por acrecentar

sus principados y tierras 

y gentes a quien mandar,

no les vaga en sí pensar

con tanto estruendo de guerras. 

 

 

Todos ellos, en efecto, se precian «de desollar sus vasallos» para sostener sus criminales guerras. En el pasaje relativo a las quejas de los indígenas americanos aparece el espíritu del padre Las Casas: 

 

¿Qué campos no están regados 

con la sangre, que a Dios clama, 

de nuestros padres honrados, 

hijos, hermanos, criados, 

por robar hacienda y fama? 

¿Qué hija, mujer ni hermana 

tenemos que no haya sido 

más que pública mundana 

por esta gente tirana 

que todo lo ha corrompido? 

¿Qué orejas, para zarcillos,

no rompieron con cochillos? 

¿Qué brazos no destrozaron? 

¿Qué vientres no traspasaron 

las espadas con gran lloro? 

Destos males, ¿qué pensaron?, 

¿que en los cuerpos sepultaron 

nuestros indios su tesoro? 

 

En 1557 Luis Hurtado de Toledo publicó, con retoques, las Cortes de la Muerte, y dedicó el libro nada menos que a Felipe II; el silencio de Carvajal ante tal hecho vale por toda una declaración de principios y como símbolo de una nueva época. El erasmismo quedaba, utilizando una metáfora de las Cortes, como 

 

... quien busca bonanza

con barco roto y abierto,

si deja el seguro puerto

y en la mar se engolfa y lanza…

 

 

(continuará) 

 

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