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HISTORIA SOCIAL DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ( XXIV)
Carlos Blanco Aguinaga,
Julio Rodríguez Puértolas,
Iris M. Zavala.
II
EDAD CONFLICTIVA
LA NARRATIVA IDEALISTA
Ya al tratar de la literatura del siglo XIV se mencionó el hecho de la aparición de las primeras novelas de caballerías peninsulares. Sin embargo, el gran desarrollo y popularidad de las mismas durante el XVI ha hecho aconsejable trasladar el estudio del género al presente lugar. Las novelas de caballerías no son libros de origen hispánico, sino de allende los Pirineos, si bien se hicieron traducciones y adaptaciones desde temprano. Diferentes alusiones que pueden hallarse en el Poema de Alfonso Onceno,en el Libro de Buen Amor o en el canciller Ayala indican el conocimiento que de tales obras se tenía ya en el siglo XIV; a la época de Sancho IV de Castilla, por otro lado, pertenece la Gran conquista de Ultramar en que se mezclan elementos históricos de las Cruzadas con otros del género caballeresco. Los temas relativos a Carlomagno (ciclo carolingio)se introdujeron con facilidad en la Península, debido quizá a las relaciones que existieron entre el emperador franco y los países hispánicos, de que quedan constancia en crónicas y romances. Las narraciones sobre los hechos del rey Arturo o Artús (ciclo bretón), vencedor de los sajones y conquistador de Inglaterra, parecen haberse popularizado gracias a los lays,poemas franceses de tipo lírico que conservaban melodías y temas de las viejas canciones célticas, con un fuerte componente de fantasía y maravilla, de sensualidad e idealismo; la famosa pareja de amantes, Tristán e Iseo, pertenece a este ciclo, así como el tema de la conquista del Santo Grial y de Lanzarote. Otro grupo más heterogéneo es el formado por novelas independientes con héroes ficticios como Oliveros de Castilla, Partinuplés, Flores y Blancaflor... Por último, no faltan asuntos de la antigüedad clásica, especialmente Alejandro Magno y la guerra de Troya.
La primera muestra estrictamente peninsular es la Historia del caballero de Dios que había por nombre Zifar, de hacia 1300, montada tanto sobre una tradición épica como sobre otra oriental. Es libro complejo, con una acción principal de aventuras caballerescas, unos importantes elementos didácticos de intención política y, por fin, una serie de breves cuentos y anécdotas interpoladas. El escudero Ribaldo, con sus refranes y realismo, suele ser considerado como antecedente del Sancho Panza cervantino. El amor todavía ocupa aquí un lugar de escasa importancia, en una obra en que se juntan lo caballeresco, lo hagiográfico y lo moral. En lengua catalana apareció en la Valencia de 1490 una novela de caballerías de gran categoría, Tirant lo Blanch, comenzada hacia 1460; no abunda en ella lo fantástico, siendo en numerosos momentos acuciantemente realista; la sexualidad alegre y descubierta hace del Tirantuna obra en verdad mucho más atractiva que la inmensa mayoría de las restantes.
Pero el libro fundamental es el famoso Amadís de Gaula, cuya primera edición se publicó, en cinco partes, el año 1508 en Zara- goza. Existen varias menciones de un Amadís en tres partes antes de 1379, y es muy posible que se trate originalmente de una obra portuguesa, hoy perdida. El papel de Garci Rodríguez de Montalvo parece haber sido el de editor, con retoques, de las tres primeras partes, refundidor de la cuarta y autor de la quinta, con su propio título: Sergas de Esplandián. La narración se estructura en torno al caballero Amadís, hijo de unos amores clandestinos -Amadís Sin Tiempo, se le llama al principio--, enamorado de Oriana, princesa inglesa. Las aventuras se suceden unas a otras, en un escenario fantasmagórico y maravilloso, inglés, escocés e irlandés. Las relaciones de esta novela con el ciclo bretón son muy estrechas, y ha sido definida como la epopeya de la fidelidad amorosa y del buen caballero cristiano; la psicología es elemental, los personajes se dividen escuetamente en buenos y malos, y, como es natural, en Amadís se centran de modo paradigmático el valor, el amor, la lealtad y la religiosidad, todos los valores del feudalismo. Lo fantástico es fundamental en el Amadís, con gigantes, magos y monstruos, así como lo didáctico, siempre orientado hacia la defensa de las virtudes caballerescas. La popularidad de esta novela se demuestra por el simple hecho de que entre 1508 y 1587 hubo unas treinta ediciones de la misma; Juan de Valdés y Cervantes la salvan de entre la larga lista de las que condenan con vehemencia. Hubo toda una serie de continuaciones, hasta un total de doce amadises, comenzando por la quinta parte del propio Montalvo. Otro ciclo caballeresco español es el de los Palmerines, iniciado en 1511 con la publicación del Palmerín de Oliva y seguido, entre otros, por Primaleón y Palmerín de Inglaterra; abundan, en fin, otras novelas con diferentes héroes.
El éxito de estos libros fue sencillamente espectacular; de 1508 a 1608 aparecen cincuenta en la Península, que junto con las oportunas reimpresiones suponen un total de 300 ediciones, sin contar las traducciones a otras lenguas. Carlos V, Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús, gustaron de ellos; Juan de Valdés asegura haber leído «todos»; su influencia en la literatura española y europea fue enorme. Cervantes, en una significativa escena del Quijote nos explica algunas de las razones por las cuales a las gentes les interesaban los libros de caballerías: el ventero, ante «aquellos furibundos y terribles golpes que los caballeros pegan» siente el deseo de imitarles; a su hija, «las lamentaciones que los caballeros hacen cuando están ausentes de sus señoras» la hacen llorar; a la criada Maritornes le complacen las descripciones eróticas...
Las novelas de caballerías eran lecturas favoritas de los conquis- tadores de América, y el cronista Díaz del Castillo describe los sentimientos de los soldados españoles al llegar a la ciudad de México:
Nos quedamos admirados y decíamos que parecía a las cosas de encantamiento que cuentan en el libro de Amadís por las grandes torres y cúes y edificios que tenían dentro del agua.
El nombre de California, como se dijo más arriba, fue tomado del de una isla de las Sergas de Esplandián.
La popularidad del género provocó las sospechas eclesiásticas e inquisitoriales; los moralistas calificaban estos libros de «sermonarios del diablo» y de «dulces ponzoñas», y las prohibiciones se sucedieron inútilmente. Mas lo que se oculta tras esta actitud puritana es otra cosa, la inquietud de los celosos vigilantes ante el hecho de que ahora la literatura hace la competencia a la religión; un tratadista dice en 1603:
La lástima es que habiendo tantos libros de historia y otros de devoción que tienen curiosidad, variedad y verdad... haya muchos que desto se cansan y los leen de caballerías, que se arman sin fundamento en el aire.
El cura del Quijote los ataca por «mentirosos», y sugiere sustituirlos por narraciones de, por ejemplo, las heroicidades del Gran Capitán. La Iglesia, pues, no tolera la creación de mundos en los que -a pesar de que se defienden los valores tradicionales- la imaginación y la libertad, la sensibilidad mundana, tienen papel fundamental; la novela pastoril será criticada por idénticas razones. Desde otro frente, el humanista-erasmista, los libros de caballerías son también atacados, pero por diferentes razones: su falta de realismo, su irracionalidad, su intento de perpetuar un mundo caduco. Como dijo Cervantes, los libros de caballerías son
en el estilo duros, en las hazañas increíbles, en los amores lascivos..., dignos de ser desterrados de la república cristiana como gente inútil.
Como es obvio, los ataques de la Iglesia eran los más peligrosos, y se intentó hallar una «solución»: transformar a lo divino tan seductoras novelas; baste citar un título: Caballería celestial de la rosa fragante (1554), en que Cristo aparece como «Caballero del León», sus apóstoles como doce paladines de la Tabla Redonda, el demonio como «Caballero de la Serpiente».
Se dice, con notorio error, que Cervantes liquidó las novelas de caballerías con su Quijote. De hecho no es así: murieron de muerte natural. Como también se ha dicho, pero de modo más correcto, se trata de un género que sucumbe al pretender sostener y prolongar la vida de una forma más allá del momento en que la dialéctica histórica ha condenado ya las visiones trascendentes de la existencia. Fue tal vez la conquista de América lo que hizo posible el curioso fenómeno de la revitalización de unos ideales periclitados, pues aquella fue la época de la caballería andante de la plebe. Y, por otro lado, parece también claro que, a cierto nivel y en medio de las conflictivas circunstancias provocadas por el empuje de la burguesía y el establecimiento del estado absoluto, con su colusión con la aristocracia «modernizada», las novelas de caballerías significaban una vía irracional conducente a hundirse en un mundo tan atractivo como idealista y falso. Pues se trata, en el fondo, de mantener en existencia la ya imposible figura del héroe de dimensiones épicas. Sus conexiones con algunos aspectos de la novela sentimental y el amor cortés, su -a pesar de todo- religiosidad, su defensa apasionada de la justicia y el orden, su sometimiento a los formalismos, no suponen sino la desesperada protección de la superestructura ideológico-espiritual de una sociedad añorante, como ocurrirá con la novela pastoril.
La literatura pastoril tiene nobles antecedentes clásicos en los poemas de Virgilio, en los cuales, dicho sea de paso, se transparentan las preocupaciones por la situación problemática de una sociedad basada en la propiedad de la tierra. Dante, Petrarca y Boccaccio le dan al tema nuevas características, que en la Península aparecen poéticamente con Garcilaso, si bien tanto en la novela sentimental del siglo xv como enla caballeresca, lo bucólico tiene cierta relevancia secundaria. Fray Antonio de Guevara, desde otra vertiente, expresa ya algo que será inherente a la literatura pastoril: la alabanza de la vida aldeana y campesina. La novela estrictamente pastoril del Renacimiento se inicia en 1504 con L'Arcadia del italiano Sannazaro, libro que hará fortuna. En castellano, el primer novelista del género es el converso portugués JORGE DE MONTEMAYOR (c. 1520-1561), músico cortesano, poeta censurado por la Inquisición en 1559. Su Diana, publicada en 1558-59, nos ofrece un mundo irreal de supuestas pastores que narran sus experiencias amorosas y sus desengaños; se trata, en efecto, de un análisis del amor y de sus efectos y características, en torno a la ausencia, el desdén, el sufrimiento, el destino implacable. No se hace distinción explícita entre amor físico y espiritual; en todo caso, uno y otro son incontrolables, fuerzas cósmicas a las que el ser humano se halla sujeto. Y todo ello en un escenario natural, estilizado y difuso. La Diana de Montemayor es en ciertos aspectos una secuela de la cuatrocentista Cárcel de Amor, y significa el paso del amor cortés al neoplatónico.
El valenciano GASPAR GIL PoLO (m. en 1591) publicó en 1564 tina continuación de la primera Diana, Diana enamorada, en que aparecen los mismos personajes que en aquélla, con un fondo paisajístico algo más concreto, y en el que cabe descubrir, en la distancia, la ciudad de Valencia. El propósito de Gil Polo es mucho más moralista que el de Montemayor, y su novela constituye en realidad un ataque contra la pasión amorosa desbordada, con un neoplatonismo tenue y apagado, en que las aventuras y desventuras de los héroes terminan felizmente en boda. El autor aparece también como «pastor», y puede apreciarse una cierta conciencia de que asistimos a una obra de ficción sin pretensiones de gran verismo.
El género continuó vivo a todo lo largo del siglo XVI y parte del XVII. En 1585 Cervantes publicó la primera parte de su Galatea -nunca continuada-, y en el Quijote de 1605 un importante episodio, el de la pastora Marcela, revive el neoplatonismo amoroso y pastoril; la Arcadia de Lope de Vega aparece en 1598...
Se han hecho varias menciones al neoplatonismo que impregna la novela pastoril. Entre otros tratadistas renacentistas que se habían ocupado del tema, como Marsilio Ficino, destaca el sefardita LEÓN EBREO, quien articuló toda una filosofía del amor con sus Dialoghi d'Amore (1535), adaptando y modernizando varios elementos del amor cortés a las condiciones de la nueva sociedad, implantándolos en una base platónica. De los Dialoghi brota directamente la ideología de las novelas pastoriles. Amor, belleza y verdad son una misma cosa, pero el deseo acompaña siempre al primero; no se niega lo sensual, si bien el amor es esencial, pero no exclusivamente espiritual. El amor, por otro lado, es el alma del mundo, fenómeno cósmico, emanación divina que vuelve al lugar celestial de procede; la enamorada es elevada a un pedestal de nobleza y autoridad, divinizada, como, por lo demás, ya lo estaba en el amor cortés. Todo esto, de un modo u otro, es recogido en la novela pastoril, en la cual, además, es necesario un apropiado escenario, un locus amoenus de eterna primavera, una Naturaleza idílica y armónica, artificiosa y arquetípica. Unas palabras de Lope en su Arcadia revelan con claridad la falsedad de este paisaje:
De un valle se levanta el monte Ménalo, poblado de pequeñas aldeas, que entre los altos robles y nativas fuentes parece a los ojos de quien le mira desde lejos un agradable lienzo de artificiosa pintura...
Esa Naturaleza se halla íntimamente relacionada con el estado anímico de los personajes, los cuales son siempre «pastores» filósofos y cortesanos, introspectivos, dubitativos y por lo general desgraciados a causa del amor, aislados por completo de la realidad histórica y social con el fin de poder insistir con más intensidad en el aspecto emocional, el único de una novela pastoril. Todo ello en un tiempo sin tiempo, indefinido y vago.
Algún crítico tradicional ha llegado a afirmar que ninguna razón histórica justifica la aparición de la novela pastoril, a la que califica de puro dilettantismo estético. Tal afirmación no resiste una mínima confrontación con la realidad, pues esta novela es la respuesta literaria a las contradicciones de un momento social muy determinado, en el cual se unen varios y fundamentales temas. Se trata, para empezar, de una utopía bucólica, coincidente con otras más del Renacimiento, es decir, el retraimiento de una civilización racionalista a un mundo de ensoñación y nostálgico, como sucede también en el caso de la novela de caballerías. El contraste entre ciudad y campo -el retorno a la tierra- se inserta en esas mismas preocupaciones, que ya habíamos visto en fray Antonio de Guevara y de que tan abundantes muestras existen en la comedia del llamado Siglo de Oro, especialmente en la de Lope de Vega. El campo al cual se vuelve es un campo cuidadosamente idealizado, desprovisto de entorno social, delicado, armonioso, que sirve para calmar la inseguridad y el desasosiego de cortesanos, aristócratas y burgueses, en una sociedad que a pesar de todo y en buena medida es todavía agrario-señorial, y que en el caso de España está en parte dominada por los intereses ganaderos de la poderosa Mesta. La vuelta a la Naturaleza se halla en conexión con la búsqueda, inconsciente por lo general, de la armonía cósmica y la unicidad orgánica perdidas. Detalle final: las primeras novelas pastoriles españolas son obra de conversos, es decir, de marginados.
En cualquier caso, el éxito de las novelas pastoriles fue también grande: la Diana de Montemayor tuvo quince ediciones entre 1558-59 y 1600; ella y la de Gil Polo fueron traducidas a varias lenguas extranjeras, y como vimos, continuaron apareciendo narraciones pastoriles hasta entrado el siglo XVII. Mas como ocurrió con la novela de caballerías, también ésta hubo de enfrentarse con las violentas críticas de los moralistas y puritanos de turno, aparentemente a causa de las teorizaciones sobre el amor profano, pero en verdad por idénticas razones que en el caso de la materia caballeresca: por manifestar la libertad creadora y las preocupaciones estrictamente humanas de sus autores, por construir mundos imaginarios sin control eclesiástico. La solución fue también similar a la buscada para los libros de caballerías tardíos: su transposición a lo divino. Así, el aragonés fray Bartolomé Ponce de León publicó en 1599 su Clara Diana a lo divino, y en 1612 Lope de Vega, celoso mantenedor del casticismo, Los pastores de Belén. Cerraremos el tema de la novela pastoril citando de nuevo a Cervantes, que con su Galatea había contribuido a la consolidación del género. Cervantes, que señala en varias ocasiones -la última poco antes de morir- su deseo no satisfecho de escribir una continuación de su libro, afirma en El coloquio de los perros algo que nos revela, al tiempo que su propio dilema entre idealismo y realismo, un tipo de crítica harto significativo del falso mundo pastoril. Berganza, que ha sido perro pastor, dice:
... los diferentes tratos y ejercicios que mis pastores y todos los de- más de aquella marina tenían de aquellos que habían oído leer que tenían los pastores de los libros, porque si los míos cantaban, no eran canciones acordadas y bien compuestas, sino un Cata el lobo do va, Juanica, y otras cosas semejantes..., y no con voces delicadas, sonoras y admirables, sino con voces roncas, que solas o juntas parecía no que cantaban, sino que gritaban o gruñían. Lo más del día se les pasaba espulgándose o remendando sus abarcas, ni entre ellos se nombraban Amarilis, Fílidas, Galateas y Dianas..., todos aquellos libros son cosas soñadas y bien escritas para entretenimiento de los ociosos, y no verdad alguna ...
Además de las posibilidades de ensoñación idealista que se le ofrecían al lector español del siglo XVI, la heroica y la idílica, todavía tenía otras a su alcance: las exóticas de la novela bizantina y morisca; el misticismo, en otro plano. Las llamadas novelas bizantinas son narraciones de amor y de aventuras en que la necesaria pareja sufre la desgracia de la separación y experimenta independientemente cada uno extraños y complicados avatares, que terminan siempre felizmente, con el reencuentro de los amantes. El modelo es un libro griego, Historia etiópica, de Heliodoro, traducido varias veces al castellano con diferentes títulos en el siglo XVI; la obra póstuma de Cervantes, Persiles y Sigismunda (1617) se entronca con este género, y ha podido ser calificada como el último sueño romántico de su autor.
Más importancia tuvieron las novelas moriscas, narraciones de asunto granadino que aparecen como última derivación de romances del siglo XV. Es la primera la Historia de Abencerraje y la hermosa Jarifa, de autor desconocido y conservada en cuatro versiones; la de 1565 es la más atractiva y pulida literariamente. La narración se remonta al siglo xv, y es en verdad una novela sentimental, en que la pareja de enamorados está compuesta por musulmanes, Abindarráez y Jarifa, ambos de noble familia granadina, lo cual es sin duda fundamental. Un estilo sencillo y natural envuelve la estilización idealizada de tanto moros como cristianos. Esta novela dio origen a abundantes derivaciones en prosa, verso y teatro, incluso durante el Romanticismo.
El murciano GINÉS PÉREZ DE HITA publicó en 1595 su Historia de los bandos de zegríes y abencerrajes o Guerras civiles de Granada, con una segunda parte en 1619. La primera narra los sucesos anteriores a la conquista de 1492; la segunda, la rebelión de los moriscos en tiempo de Felipe II. La panorámica de la conquista de Granada aparece desde el punto de vista musulmán; el conjunto es el de un brillante cuadro de fiestas, torneos y color local. La idealización del moro es equivalente a la del pastor. ¿Razones? En 1565, fecha de la primera novela, los moriscos no se han sublevado todavía; en 1619, fecha de la segunda, su rebelión ha sido aplastada. En uno y otro momento se siente la atracción por el mundo granadino cuando parece haber perdido toda agresividad y cuando la presencia en España de una importante minoría de costumbres diferentes sirve para proporcionar un material novelesco y poético tan de primera mano como exótico, nueva posibilidad para lanzarse fácilmente por los caminos del irrealismo…
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