martes, 20 de mayo de 2025



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HISTORIA SOCIAL DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ( XXVI)

 

 

Carlos Blanco Aguinaga, 

Julio Rodríguez Puértolas, 

Iris M. Zavala.

 

 

 

II

 

EDAD CONFLICTIVA

 





LOS DOS LUISES O LA DERROTA DEL HUMANISMO. 

EL CASO DE HERRERA

De humilde familia granadina, Luis de Sarriá (1504-1588), dominico, es prior en Córdoba (1544) y Badajoz (1554), provincial en Portugal (1556-1560) y predicador y confesor de la reina Catalina de Portugal y de la nobleza española y lusitana. Murió en Lisboa.FRAY LUIS DE GRANADA tal vez haya sido en su época el escritor didáctico de más fama en Europa, excepción hecha de San Ignacio de Loyola; varias de sus obras se tradujeron al francés, italiano e inglés. No por todo ello escapa a encuentros con la Inquisición y tanto su Libro de oración y meditación (1554) como la más famosa Guía de pecadores (1556-57) son prohibidos en el Indice de 1559. Volverán a ser tolerados en 1564, pero la edición de la Guía de 1567 ha sufrido ya grandes transformaciones. 

 

Escribe también un Manual de oraciones (1536), un Compendio de doctrina cristiana (1559, Lisboa) y se le atribuye a veces una traducción de la Imitación de Cristo aparecida en Sevilla en 1536. Pero son la Guía de pecadores y el libro de su vejez, la Introducción del símbolo de la fe (1582), sus obras más importantes. En ellos se funda la enorme fama europea de Luis de Granada. 

 

Es Luis de Granada un escritor didáctico cuya obra ha de ser entendida estrictamente dentro de las limitaciones de la temática y problemática cristiana del siglo XVI. En cuanto tal, es la suya una escritura siempre clara, ordenada, coherente, aunque con la natural tendencia del predicador a la repetición, e incluso a la machaconería, hasta en los mejores momentos de la Introducción del símbolo de la fe, donde sorprende tal vez más que en la Guía la falta de realismo científico. Como, por ejemplo, cuando para explicar la «inclinación natural» que «dio el Creador a todas las cosas», nota Luis de Granada que si una gota de agua «cae sobre el polvo, luego se recoge y reconcentra dentro de sí, y se hace redonda, porque así está más lejos de secarse que si estuviese derramada y extendida». El problema está, por supuesto, en que el por qué no es ese. Tropezamos aquí -como en cualquiera de los ejemplos que da Granada- con la cuestión de la validez científica de su pensamiento. Trata la Introducción ... , esencialmente, del argumento  del diseño: Dios como perfecto arquitecto del Universo; es decir, se trata de demostrar la existencia de Dios por ese argumento. En cuanto tal, es la Introducción...uno de los modelos máximos de la «prosa didáctica» del XVI. Pero en su argumentación se explica la perfección del Creador por lo creado afirmando, por ejemplo, que la tierra está «en medio del mundo», que el «cielo» «ciñe y abraza» al mundo y que el sol se mueve «alrededor de la tierra»; todo esto cincuenta años después de la publicación del primer tratado de Copérnico (heliocentrismo y universo «abierto»). 

 

No es menos notable que cuarenta años después de la publicación de la gran obra de Vesalio (De humani corpori fabrica, 1543), donde el gran anatomista, aunque no libre del todo de la fisiología antigua, liquida la teoría de los espíritus vitales y de la centralidad del hígado en cuanto productor de sangre, y treinta años después de haber descubierto Servet la circulación pulmonar, fray Luis de Granada siga con su Galeno y Aristóteles en estas cuestiones. Tal vez estos «detalles» no tendrían importancia si no se tratase, precisamente, de una obra «didáctica»; pero se trata aquí de enseñar la existencia y perfección de Dios por la del Universo... cuyo centro es la tierra y su máxima criatura el hombre.  

 

Pues así podemos decir que el hombre es como un breve mapa que aquel soberano Artífice trazó, donde no por figura, sino por la misma verdad, nos representó cuanto había en el mundo. 

 

Poco podrá probarse si conocido ya el heliocentrismo, habiendo escrito ya Vesalio y Servet, fray Luis de Granada se empeña en dar explicaciones equivocadas. A lo largo del libro abundan las referencias a Aristóteles, Galeno, Platón, Séneca («aunque sean gentiles») o a Avicena («aunque sea moro»); es notable, en cambio, la ausencia absoluta de mención de quienes, una generación antes, habían revolucionado el conocimiento de la realidad (aunque sean cristianos). 

 

 

Notable es también la contradicción -sin duda no original en Luis de Granada, sino característica del cristianismo- entre la visión de la «fábrica» del mundo que ofrece la Introducción... como «orden y concierto y hermosura y grandeza», en que se ve que son «más perfectas las obras de la naturaleza que las del arte» («esta armonía del mundo»), y la tesis de la Guía de pecadores de que «este mundo» es «tierra estéril, campo pedregoso, bosque lleno de espinas, prado verde y lleno de serpientes, jardín florido y sin fruto...», en el cualengañosamente, «su sosiego es congojoso... su orden y concierto lleno de confusión». Visión antihumanista que reaparecerá, brutalmente exagerada, en el barroco y, tal vez de manera especial, en el Guzmán de Alfarache. En suma, se trata de una prosa didáctica de la que no habían de poderse fiar sus lectores; más medieval que producto de un fracasado y casi no existente «segundo Renacimiento». 

 

Más complejo es el caso de FRAY LUIS DE LEÓN (1528-1591), nacido en Belmonte (Cuenca), de familia acomodada en la cual se encuentran antepasados conversos. La familia se trasladó a Madrid siendo Luis de León muy niño todavía; a los quince años y en Salamanca ingresa en la orden de los agustinos. En Salamanca pasará lo más de su vida, con algún que otro ocasional viaje fuera de Castilla o de España. Estudió las Sagradas Escrituras, teología y los clásicos. A los treinta años de edad (1558) recibió el título de Maestro en Teología. No sin ciertas dificultades (resultado, generalmente, de pleitos con dominicos) obtuvo diversas cátedras, llegando a ser uno de los profesores más famosos de su tiempo. Pero no han de haber sido sólo los dominicos culpables de sus dificultades universitarias: el más apasionado y sabio estudioso de la obra de fray Luis nos habla de su carácter difícil, más bien iracundo y le llama incluso intrigante y egoísta. No sólo contra los dominicos, sino en su propia orden aplicó esta fuerza de su carácter, llegando dos veces a ser definidor de la orden y, ya al final de su vida, Vicario General de Castilla y Provincial de los Agustinos (1591). 

 

 

Sabido es que fue perseguido y acusado varias veces ante la Inquisición, yendo a dar a la cárcel en 1572 por casi cinco años. La acusación se refería a su traducción del Cantar de los cantares (cuyo exaltado erotismo fray Luis explica, pero de ningún modo esconde) y resulta comprensible, no sólo en el contexto de sus rencillas con los dominicos, sino dentro del modo general de opresión dogmática de la España postridentina, así como por la manía casticista de la «limpieza de sangre». En ese mismo contexto no debemos olvidar -y no suele mencionarse- que fray Luis también fue delator y acusó frente a la Inquisición al gran erudito y amigo suyo Arias Montano.

 

Aparte del Cantar de los cantares (1561) y de la Exposición del Libro de Job (obra trabajada desde 1572 a 1591, inédita hasta 1779), sus obras principales son De los nombres de Cristo (elaborada en 1574-75, en la cárcel; primera edición, Salamanca, 1583), La perfecta casada (1583) y las odas.De los nombres de Cristo es la obra más ambiciosa de fray Luis de León. Escrita en forma de diálogo, no se trata, en verdad, de una obra dialéctica en el sentido platónico, sino de un largo discurso de su personaje principal, Marcelo, que de vez en cuando interrumpen Sabino o Juliano con algún breve comentario. Obra de estricta teología, se elaboran en sus largas páginas los diversos nombres que son imágenes de la realidad única de Cristo «en cuanto hombre». Se plantea, pues, en seguida, la cuestión del posible nominalismo de fray Luis. Significó la escuela nominalista una de las varias rupturas ideológicas del mundo medieval, ya que al negar la existencia de los universales (lo que no excluye que se pueda generalizar acerca de los particulares en cuanto tales), apuntaba contra el dogmatismo definitorio y hacia la investigación y el experimento. Según los nominalistas (de los cuales algunos llegaron a enseñar en Alcalá y hasta en Salamanca) los símbolos lingüísticos con que se generaliza son imágenes mentales. Al tratar de «esto que llamamos nombre» habla fray Luis de la «imagen de aquello en que muchas cosas, que en lo demás son diferentes, convienen entre sí y se parecen» y explica que «el nombre es como imagen de la cosa». Por su aplicación estrictamente teológica de esta idea (como teológica fue en su origen), no es claro sin embargo que podamos considerar este cuidadoso «nominalismo» de fray Luis como inserto en el pensamiento científico del Renacimiento. 

 

No por ello deja de ser interesante la elaboración que hace fray Luis de algunos de esos «nombres» (Amado, Pastor, Paz, etcétera) y es alta la hermosura conceptual y de estilo de ciertos momentos del libro. Meditando con sus amigos a orillas del Tormes, alcanza fray Luis en estas páginas la armonía, sencillez y belleza que tal vez no consigue nunca plenamente en su poesía. Tiene, además, conciencia de ello, según explica sus ideas sobre la lengua en la introducción al Libro Primero y, muy especialmente, en la Introducción al Libro Tercero: «Es engaño común tener por fácil y de poca estima todo lo que se escribe en romance», declara ahí; «las palabras no son graves por ser latinas, sino por ser dichas como a la gravedad le conviene»; sólo que el buen escritor debe elegir las palabras «que convienen» y «mira el sonido de ellas, y aun cuenta a veces las letras, y las pesa, y las mide, y las compone, para que no solamente digan con claridad lo que se pretende decir, sino también con armonía y dulzura». 

 

Más interesante puede resultar La perfecta casada,obra, seguramente, de pocas pretensiones, pero mucho más leída todavía hoy y considerada generalmente como modelo de análisis de la «psicología femenina», de las «buenas costumbres» familiares, etc. Tampoco es original en La perfecta casada el pensamiento de fray Luis, ya que las ideas básicas del libro vienen no sólo de los Santos Padres, sino de Vives (De institutione foeminae Christianae), pero es obra que se ha difundido mucho más que la de Vives. Dedicada a doña María de Varela Osorio, parienta de fray Luis y esposa de hombre rico, la obra arranca con el tópico ancestral: es la mujer origen del «pecado» por su «ánimo flaco»; es por ello un ser «deleznable», de poco valor: de hecho sólo lo «varonil» es siempre valioso. Se trata, por lo tanto, de corregir siempre a la mujer, de enseñarla, en lo posible, a «bien obrar». Para ello escribe fray Luis su obrita. 

 

Lo notable, entre tanta mixtificación de este asunto como hoy predomina en los estudios sobre Fray Luis, es que de los veinte capítulos del libro, con gran realismo, casi una tercera parte están dedicados a la economía doméstica. El capítulo II sienta ya las bases nunca olvidadas: la mujer ha de ser ahorrativa, «porque para vivir no basta ganar hacienda, si lo que se gana no se guarda». Se trata de que la mujer asista «a su oficio» para que la familia ande «en concierto» y «la hacienda crezca». Y el «oficio» de la mujer, por lo pronto, es no gastar, a diferencia del hombre, que si resulta gastador, lo es siempre en cosas «duraderas u honrosas», aunque algunas veces «no necesarias». Pero no es ahorrar todo el «oficio» de la perfecta casada. La mujer ha de ser productora: «todas ellas, por más nobles y ricas que sean, deben trabajar y ser hacendosas», porque deben contribuir a «acrecentar la hacienda». De ello tratan, rigurosamente, sin mixtificación ninguna, los capítulos 3, 4, 5, 6, 7 y 13. Sobre este fundamento se erige la ideología que, a la vez que niega lo «valioso» de la mujer, ensalza «virtudes» en apariencia desligadas de su función económica: honestidad, caridad, etc…

 

(continuará)

 

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