[ 793 ]
CONTRAHISTORIA DEL LIBERALISMO
Domenico Losurdo
(…)
capítulo quinto
LA REVOLUCIÓN EN FRANCIA Y EN SANTO DOMINGO,
LA CRISIS DE LOS MODELOS INGLÉS Y NORTEAMERICANO
Y LA FORMACIÓN DEL RADICALISMO EN LAS DOS RIBERAS DEL ATLÁNTICO
LA EFICACIA A LARGO PLAZO DE LA REVOLUCIÓN NEGRA DESDE ABAJO
Así las cosas, ¿a través de qué proceso se llega a la abolición de la esclavitud? Aun siendo decididamente hostigada por una formidable coalición internacional y por el movimiento liberal en su conjunto, la revolución de Santo Domingo genera una influencia a largo plazo que se revela mucho más fuerte cuanto más se agravan los conflictos en el ámbito de la comunidad de los libres y de la comunidad blanca en general. Ya conocemos el papel decisivo desempeñado por el país gobernado por los ex esclavos en la conducción del movimiento independentista en América Latina hacia posiciones abolicionistas.
Más allá del Sur de los Estados Unidos, la esclavitud continúa estando muy presente en las colonias europeas del Caribe. Pero también en esta área se hace notar la presencia de Haití: en 1822, al proceder a anexionarse la parte española de la isla, los ex esclavos ya en el poder infligen un nuevo duro golpe a la institución de la esclavitud. Un año más tarde estalla la revolución de los esclavos negros en Demerara (hoy Guyana). Se trata de una colonia en la cual habían influido las convulsiones que desde Francia habían repercutido en Santo Domingo. En 1794-95 una revolución exportada e impuesta por los ejércitos franceses había transformado a Holanda en la República Bátava y obligado al príncipe de Orange a refugiarse en Inglaterra. Paralelamente a tales acontecimientos, en Demerara —en aquel momento bajo control holandés— se había desarrollado una agitación liberal, promovida por los propietarios de esclavos, los cuales, sin embargo, al ver que se delineaba la perspectiva de una emancipación negra según el modelo de Santo Domingo, habían abandonado rápidamente cualquier simpatía por Francia y habían buscado la intervención y la protección de Inglaterra.
Pero la incorporación de Demerara al imperio británico no apaga el fuego que arde bajo las cenizas: una revuelta negra estalla en 1823 y provoca la muerte de tres blancos; se proclama la ley marcial y 250 esclavos son asesinados o ajusticiados. Sin embargo, reprimida en un lugar, la revuelta estalla de nuevo algunos años después y a poca distancia, esta vez en Jamaica, en 1831. En ambos casos los misioneros metodistas y bautistas desempeñan un importante papel: al convertir a los esclavos al cristianismo, terminan por proporcionarles una cultura, una conciencia y una posibilidad de encuentro y de comunicación, que entran en contraste irremediable con la des-humanización y mercantilización del ganado humano sobre el que se funda la institución de la esclavitud. La primera revuelta acarrea la condena capital y la muerte en prisión —poco antes de la ejecución de la sentencia y, en realidad, de la llegada desde Londres de la noticia de la gracia— del reverendo John Smith; la segunda se conoce como la «guerra de los bautistas». En uno y otro caso, además de recaer sobre los esclavos rebeldes, la represión de la clase dominante blanca recae también sobre la comunidad bautista y metodista: en Jamaica centenares de cristianos negros son azotados, torturados o pasados por las armas; también los misioneros ingleses sufren el arresto y vejaciones de todo género. Incluso en la vecina Barbados se producen saqueos y devastaciones de las iglesias, tumultos e intentos de pogrom contra la comunidad metodista. Incontenible es el odio de los colonos contra las iglesias no-conformistas, acusadas de estimular la revuelta de los esclavos. Se trata de un peligro que parece mucho más concreto e inmediato a causa de la cercanía de Haití y de los procesos de emancipación que se llevan a cabo en América Latina. Gracias también a esta cercanía geográfica, ya ha intervenido en la lucha —escribe un jamaicano blanco a su gobernador— un «tercer partido» (además del partido de la Corona presionada por el abolicionismo cristiano con su aire reformador y el de los colonos empeñados en la defensa del autogobierno y de su propiedad). Y este «tercer partido» está constituido por el esclavo, que «conoce su fuerza y quiere sostener su reivindicación de la libertad».
Llegados a este punto, para la clase dominante de la Inglaterra liberal, la abolición de la esclavitud en las colonias se presenta como la vía de escape obligada para enfrentar dos retos: el primero reside en la revolución desde abajo de los esclavos negros; el segundo, en la indignación que se difunde en la comunidad cristiana inglesa que, con creciente impaciencia, exige medidas decididas contra los colonos, culpables de esclavizar a los negros y de perseguir al cristianismo…
[ Fragmento: Domenico Losurdo. “Contrahistoria del liberalismo” ]
**
No hay comentarios:
Publicar un comentario