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sólo he tenido siempre una vida fingida
“…y pensaba en mi sillón de orejas que les había fingido un choque por el suicidio de Joana y les había fingido mi aceptación a su cena artística. Se lo había fingido todo. Sólo les había fingido aceptar su invitación, pensaba ahora, y, sin embargo, he hecho honor realmente a su invitación, el pensamiento es grotesco, pensaba, y ese pensamiento me divertía ya mientras lo pensaba. En el fondo, pensaba en mi sillón de orejas, no hice más que fingírselo todo al matrimonio Auersberger, y ahora estoy sentado en su sillón de orejas y se lo finjo todo otra vez; no estoy verdadera y realmente aquí, en su casa de la Gentzgasse, sino que les finjo sólo estar en la Gentzgasse y, por consiguiente, en su casa y en su piso, me decía. Siempre se lo he fingido todo, me decía. Sólo se lo he fingido siempre todo a todos, durante toda mi vida sólo he fingido y representado, me decía en mi sillón de orejas, no vivo una vida real, una vida verdadera, sólo vivo y existo una vida fingida, sólo he tenido siempre una vida fingida, nunca una vida real, verdadera, me decía, y llevé esa idea tan lejos que, finalmente, me creí esa idea…”
( Thomas Bernhard. “Tala” )
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Thomas Bernhard y Samuel Beckett, dos grandes escritores cuyas obras suelo releer y a los que, por algún motivo tal vez personal, asocio.
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Cada uno con su propia visión literaria, que estilísticamente están situadas en polos opuestos, nos dibuja unos personajes y unas relaciones sociales que, en ambos autores, están protagonizadas por especímenes del más variado pelaje social, que se mueven en escenarios descaradamente ‘teatrales’, y que viven encadenados entre sí. Uno y otro, el austriaco y el irlandés, relatan relaciones basadas en la competencia, el egoísmo, la agresividad y la más pura hipocresía. Todo ello para acabar grabando, pongamos con la técnica del aguafuerte, escenas que en su contexto resultan completamente realistas y lógicas aunque eso sí, ‘vestidas’ con el más grotesco de los disfraces del absurdo. Y cosa curiosa, ambos autores, pienso que quizás por eso nos resultan tan parecidos entre sí, se incluyen a sí mismos y con todas las consecuencias, en esa danza macabra en la que todos los participantes, se muestran socialmente ‘lúcidos y enfermos’, sin excepción.
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