[ 096 ]
IRONÍAS
“…Permaneció en su despacho durante un par de horas, escribiendo un informe de su visita al presidente Riches. Introdujo toda aquella ironía que nadie de los que iban a leerla estaría en condiciones de apreciar: toda la jerarquía por la que iba a pasar el futuro investigador de archivo, el historiador. Vivía en un país poco dotado para la ironía, pero Rogas disfrutaba igualmente usándola. Y terminó el informe así: «Desde el momento en que un servidor abandonó la casa del presidente del Tribunal Supremo, tiene la concreta sensación de estar vigilado por personas expertas, es decir, especialmente aptas para dicha tarea, como si hubiesen sido adiestradas en un cuerpo de policía estatal o privado. En el caso de que organismos superiores se hubieran tomado la molestia de disponer un servicio de protección para un servidor, un servidor no puede por menos que expresar su gratitud, pero a la vez permitirse observar que dicha vigilancia, muy costosa debido a la utilización de tantos hombres que se relevan en la vigilancia, estaría mucho mejor empleada en la protección de los jueces. Pero en el caso de que los organismos superiores no la hubiesen ordenado ni estuviesen bien informados de ello, un servidor considera que sería oportuno, e incluso absolutamente necesario, hacer que agentes de policía, igualmente hábiles, se dedicasen a vigilar a quienes me vigilan a mí»...”
[ Fragmento de: Leonardo Sciascia. “El contexto” ]
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Nota del autor
Hace exactamente diez años, por una nota añadida al final del relato 'El día de la lechuza', me salió, como suele decirse, el tiro por la culata. La había añadido como una especie de moraleja de la fábula: simulando, ya que había escrito contra la mafia, tener miedo de la ley; ese miedo que en cambio los mafiosos no tenían. Pero la inmensa mayoría la tomó al pie de la letra, y todavía hoy hay quien me la echa en cara.
Ahora espero que esta nota sea interpretada como la otra no debió ser interpretada: es decir, literalmente. Y, en consecuencia, he escrito esta parodia (enmascaramiento cómico de una obra seria que he pensado pero no intentado escribir, utilización paradójica de una técnica y de determinados clichés) partiendo de un suceso leído en la prensa: un individuo acusado de intento de uxoricidio a causa de una concatenación de indicios que parecían haber sido fabricados, predispuestos y ofrecidos por su propia mujer. En torno a este caso, concebí la historia de un hombre que va matando jueces y de un policía que, a partir de un cierto momento, se convierte en su alter ego. Un divertimento. Pero se me fue por otro lado, ya que a partir de un momento dado la historia empezó a moverse en un país totalmente imaginario; un país donde las ideas carecían de valor, donde los principios —todavía proclamados y reclamados— eran objeto de cotidiano escarnio, y donde las ideologías se reducían en política a puras denominaciones en el juego de los diferentes papeles que el poder se atribuía, donde lo único que contaba era el poder por el poder. Un país imaginario, repito.
Que también puede hacernos pensar en Italia, puede hacernos pensar en Sicilia, pero en el sentido de mi amigo Guttuso cuando dice: «Hasta cuando pinto una manzana, está Sicilia». La luz. El colorido. ¿Y el gusano que se la come por dentro? Pues bien, el gusano, en esta parodia, es completamente imaginario. Puede haber sicilianos e italianos, la luz, el colorido (¿de verdad lo hay?), los accidentes, los detalles; pero la sustancia (si es que la hay) pretende ser la de un apólogo sobre el poder en el mundo, sobre el poder que progresivamente degenera en la inexplicable forma de una concatenación que aproximadamente podemos llamar mafiosa. Y por último: los que, al empezar a leer, en las primeras líneas, con el fiscal asesinado, digan «ya está», pensando en el asesinato del fiscal Scaglione en Palermo, deben tener en cuenta que esta primera parte de la parodia había sido ya publicada por aquel entonces: en el número I, enero-febrero de 1971, de la revista siciliana ‘Questioni di Letteratura’.
Lo cual me lleva a decir que, prácticamente, he tenido guardada esta parodia en un cajón durante más de dos años. ¿Por qué? No lo sé muy bien, pero esta podría ser una explicación: porque empecé a escribirla para divertirme y, cuando la terminé, ya no me divertía.”
L.S.
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