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¿Qué es el amor? Es como tener sed y beber.
“…Yo finjo que no me percato, que no sé nada, y las acepto. Porque sé perfectamente que su anhelo de una semana de amor se convertirá en una semana de infierno… El cretino que usted ha oído imagina delicias y delirios eróticos. Y, en cambio, ¿sabe qué están haciendo esos cinco adúlteros, esos cinco pecadores? Están discutiendo. Y discuten sin motivo, o por algún motivo fútil, por una especie de autocastigo; precisamente porque se sienten adúlteros, se sienten pecadores… Si va usted a escuchar junto a sus puertas (y son muchos los que lo hacen en este momento), les oirá reñir más que a cualquier pareja legítima, con más furor, con mayor crueldad… Créame, el mejor modo de hacer el amor es el inmediato y fugaz que ofrecen las prostitutas…
—Pero, así, usted…
—Es una cosa tan sencilla hacer el amor… ¿Qué es el amor? No hay otra cosa entre un hombre y una mujer… Es como tener sed y beber. No hay nada más sencillo que tener sed y beber; quedar satisfecho por beber y por haber bebido; dejar de tener sed. Sencillísimo. Pienso en si el hombre hubiera dedicado al agua, a la sed, al beber (por un orden distinto de la creación y de la evolución), todo el sentimiento, la atención, los ritos, las justificaciones y las prohibiciones que ha dedicado al amor: no habría nada tan extraordinario y prodigioso como beber cuando se tiene sed… Y en cuanto a las prostitutas, piense en si los mejores tragos que hemos tomado en nuestra vida no son los que hicimos en una fuentecita en una esquina de la calle, o en un pozo junto al camino…
—Esto de la sed y del beber no es nuevo.
—Es de una revolucionaria rusa, pero Lenin, ¿se acuerda?, planteó la cuestión del vaso; se negaba a beber en el vaso en que hubieran bebido otros. Más bien reaccionario, ¿no le parece?
—Puritano, yo diría puritano. Todos los revolucionarios lo son.
—Sí, si hubiera dicho: yo bebo siempre en el mismo vaso…
—De acuerdo, pero ¿no le parece que es mucho más reaccionario postular la existencia de las prostitutas?
—Yo soy tan reaccionario como revolucionario.
—Y no le importan los vasos —dije, un poco maliciosamente.
—Alto. No se ponga grosero. Intente liberarse de la malévola y vulgar literatura sobre los curas que envenena a todos los italianos, incluso a los practicantes. Sea más sutil y más serio… Yo puedo decir de mí lo que un cronista medieval decía de Arrigo VII: «Era casto de su persona, y la castidad debió de haberle podrido por dentro». Es la castidad lo que me lleva a simplificar lo que suele llamarse amor. Y es la falta de castidad lo que le lleva a usted a complicarlo. Es verdad: reconozco que la castidad es espantosa, pero sólo en los primeros tiempos en que se la escoge y se afronta… Después es algo parecido, usted puede entenderme, a lo que pasa con el arte para quien lo practica: los límites y los impedimentos expresivos son la forma, no son límites e impedimentos. De igual modo, la castidad es la forma más sublime que puede alcanzar el amor propio: convertir la propia vida en arte.
—Yo no puedo vivir —dije— si no es amando a una mujer, y con todas las complicaciones posibles. No siempre a la misma, claro. Una mujer desaparece de mi vida, y aparece otra. Y en ocasiones la segunda aparece antes de que haya desaparecido la primera.
—Y yo apuesto a que siempre es la misma. Quiero decir en el carácter, aunque quizá también en el físico.
Reflexioné un instante.
—Tal vez ganaría la apuesta —dije…”
[Fragmento de: Leonardo Sciascia. “Todo modo”]
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