sábado, 21 de mayo de 2022

 

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LOS MITOS DE LA DERECHA

 

Juan Nicolás Padrón

 

 

El mito corporiza el significado y secuestra el lenguaje hasta vaciarlo de contenido. Desde el inicio de la modernidad comenzó este proceso en las artes, la literatura y la comunicación social con fines políticos y publicitarios, y actualmente exhibe resultados de un cinismo perverso, especialmente cuando se utiliza por imperios en crisis que, al alimentarlo, anuncian su decadencia. La expresividad de la lengua ha contribuido a reforzar la intencionalidad de este vaciamiento, y aunque la ideología difiere de la semiología, esta última se ha subordinado a la primera para lograr una eficacia impresionante. Hoy la burguesía ha borrado su nombre de la representación social y el capitalismo se muestra como un concepto histórico diluido en la “despolitización” de la sociedad. Los mitos de la derecha han logrado, mediante un proceso siniestro, una obra de arte al apoderarse de todos los discursos: la justicia, la moral, la estética, la pedagogía, la diplomacia, los medios… El oprimido ha desaparecido en su invisibilidad y habla en nombre de su opresor, lo apoya, lo elige y hasta se siente representado por él.

 

En su larga experiencia en el manejo de la represión, la derecha ha logrado vacunarse contra diversos ataques de la izquierda. Una seria acusación se convierte en circunstancia menor, y abiertamente se sigue su rastro para aplacar quejas significativas con la “economía de la compensación”. Lo que en un tiempo constituyó la “diplomacia del dólar” como política del gobierno de Estados Unidos, se ha generalizado en sociedades capitalistas desarrolladas como política activa comúnmente usada, lo mismo por una empresa para hacer su voluntad, que por una alcaldía. Se calcula la partida de gastos para la “compensación” y se evalúa su pago. La derecha no se concibe en su naturaleza conservadora si no cuenta con un cálculo de costo-beneficio para sus acciones; su plusvalía le permite egresos necesarios para “avanzar” en sus objetivos y amortizar los obstáculos; es su protección ante una razón o argumento inconveniente y tiene en cuenta su amparo contra verdades irrefutables que le son políticamente incómodas. Ya no importan mucho ni la coherencia ni la credibilidad: la urgencia apremia.

 

La derecha convierte lo cualitativo en cuantitativo, partiendo del clásico fetichismo mercantil. Todo es vendible y comprable. La cuestión se reduce a saber cómo hacerlo y, sobre todo, cuánto cuesta y a quién. El principio está bien claro y solo se trata del know how y la cantidad sujeta a diferencia entre diversas sociedades y personas. Lo “caro” o “barato” depende de varios factores objetivos y subjetivos porque se basa en la especulación, pero el mito lo reduce a un número, pues bajo sus procedimientos a cualquier cualidad se le puede asignar una cantidad. Usando todo tipo de argumentos ─los idóneos en esta época aparentan negar lo que en realidad se pretende─ se organizan las operaciones. Las empresas que agreden el medio ambiente son “ecologistas”, los políticos racistas proclaman luchar contra la discriminación, organizaciones “no lucrativas” tributan a sociedades con grandes utilidades… Los actores naturales salen del teatro para su mejor representación en el escenario del mundo, usando la ciencia del desenfreno, la adulteración y la falsedad más estudiada en “la sociedad del espectáculo”. Los códigos cuantitativos se establecen para calidades en diferentes universos, desde la belleza hasta la inteligencia. El mito se estremece cuando algo o alguien no se deja comprar o vender.

 

Otro mito consiste en el proceso de desentenderse de la Historia y construir la desmemoria; según este planteamiento, el pasado no existe y el futuro ya está aquí, en el presente absoluto. Se busca un mecanismo para olvidar todo lo incómodo a los objetivos del capital y borrarlo de la memoria sin dejar rastros, mediante una operación sistemática de “limpieza” hasta la amnesia colectiva. Para la derecha actual, la Historia es una abstracción innecesaria, una evaporación inútil que no debe dejar ninguna huella que cause dudas, un recuerdo obligado a desaparecer silenciosa y definitivamente, o que se maneja a conveniencia. La eternidad es este presente y este infinito, absolutos, que solo caben en un modelo preestablecido ad libitum. La Historia comienza siempre ahora, aunque se simulen opciones para que cada cual crea que está descubriendo el mundo. Su poder reafirma el de Cristóbal Colón, que “descubrió” un “nuevo mundo”, aunque en realidad fue una empresa, una invasión, y ya todo estaba descubierto por otros. Lo anterior siempre es primitivo, atrasado, infeliz… Se impone la dictadura de lo nuevo, porque el mundo nace con cada Poder. En pocos años, los “oscuros rincones del planeta”, que hoy ya son “huecos de mierda”, no existirán. La sublimación milagrosa de la Historia sirve para consolidar los mitos que a la derecha le conviene establecer: texto sin contexto, papilla doctrinal repetida en la educación y en los medios hasta fijarla definitivamente.

 

Un conservador de derecha no reconoce lo “otro”; lo ignora cuando no lo afecta y lo ridiculiza si interfiere sus intereses. Lo diferente, ante su ceguera o corta vista, se niega, no existe; y es pernicioso, depravado, inmoral, si se acerca peligrosamente. Lo único aceptable son los seres asimilables, porque llegan a ser versiones de sí mismo. A lo que no forma parte de la “civilización” que se representa, se le impone etiqueta peyorativa, y debe ser condenado por estar fuera de la ley, la moral, las costumbres, “los valores universales”, pero si algo aprovechable aparece, se asimila en un proceso de apropiación. Los calificativos para juzgar lo otro, van de delincuente a desviado, y en materia política, de antidemocrático a dictatorial, o de infiel a depravado si se apela a un fuerte contenido ideológico. La civilización humana está hecha a la medida de las creencias, color de piel, subordinación de género, preferencia sexual, hábitos de consumo, modo de vida… de la sociedad occidental, la vencedora.

 

Para estos mitos, lo feo es feo y lo bonito, bonito. Lo útil se hace válido cuando es provechoso y se convierte en inútil en el momento en que no aporta utilidades. Se trata de una explicación tautológica basada, parejamente, en emociones y pragmatismo, sin que se aporte un mínimo de razones lógicas o convincentes a los argumentos de belleza-fealdad, utilidad-inutilidad, entre otros. No hacen falta explicaciones porque el lenguaje es mágico para anular razones no deseadas y desconocer inducciones y deducciones alejadas de ciertos intereses. La adoración por lo racional es absoluta para sacar cuentas convenientes, en la misma medida en que la obstinación contra lo racional puede presentarse como una comedia de representaciones sancionadas por la tradición. Cuando hace falta una ruptura, se le echa mano sin reparos y se explica bajo el provecho o el beneficio, y el aporte de lo nuevo se asimila si es ancilar o de servicio; paralelamente, la autoridad de la tradición sirve para explicarlo todo: esto es así porque es así. En la actual etapa de crisis, “es así porque sí, y punto, y se acabó”: un autoritarismo que desprecia causas, razonamientos, puntos de vista y sentido común, ya casi perdido. No hace falta juicio para entender y ni siquiera lenguaje; el futuro se funda en un mundo muerto en que va inutilizándose la palabra.

 

Ni lo uno, ni lo otro, sino todo lo contrario. Obedece, cállate y coopera. Así se estructura el actual discurso en el mito derechista, pues consagra solo sus singulares valores y desestima cualquier otra opción, en un esquema de rechazos presto a depreciar lo que no se reconozca. Lo “real” existe si es cómodo, oportuno y de interés; lo demás se degrada y, equivalentemente, se le rebaja el “precio”. Su valor ─de uso y de cambio, pues todo se trata como mercancía─ se fija en dependencia de la comodidad o bienestar de la plutocracia o la oligarquía, lo demás se degrada por una desmovilización de valores que no cuentan dentro los cálculos de la civilización en que se han instalado los mitos. Una derecha firme convierte en mito sólidas y milenarias culturas bajo el principio de negar opciones, incluso opuestas; no importa, se anulan porque no se adecuan al ámbito de lo conveniente. Incluso una política puede resultar aceptable para algunos objetivos y rechazarse para otros: el neoliberalismo funciona si es ventajoso, pero si ocasiona perjuicios se rechaza y se adopta el proteccionismo. En un momento de crisis y desesperación, como el actual, este camino conduce a la ideología fascista, pues transforma en enemigos a competidores que forman parte de una raíz ideológica común. La lucha se concentra en la hegemonía para lograr más “espacios vitales” de comercio e influencia política.

 

 

Llegado a este punto, el mito tiende a lo sentencioso. No hace falta ninguna explicación porque solamente es preciso distinguir el lenguaje-objeto y ponerlo al servicio de la operación en que se asienta esa derecha. Se declaran sociedades demócratas y libres si se encuentran a su servicio; de lo contrario, son dictaduras esclavizantes, aunque cumplan todos los requisitos para ser aceptadas bajo los estatutos de la democracia y la libertad preestablecidos por Occidente. Cualquier acción sirve para desacreditarlas como antidemocráticas, para potenciar su desprestigio y tildarlas de represivas. Resulta útil lo mismo un proverbio popular que categorías marxistas o revolucionarias deformadas. El populismo y el izquierdismo infantil pueden ser siervos de este mito. Todo depende de la eficacia de las máscaras.

 

El mundo se instrumentaliza para convencer que todo está verificado dentro de un escenario de falsedades. El ciudadano común, para formar parte de redes digitales ha de aceptar que le digan que es confiable y que no revisan sus datos. El empirismo se usa para atraer incautos mientras el lenguaje programado contribuye a dirigir el mundo hacia un nuevo “feudalismo capitalista”, consagrado en una especie de clase inasible e intocable, parasitaria y nobiliaria, fuera de la ley y de la visibilidad, como si gozara de un don divino y suprasocial para dirigir a los dirigidos.

 

Hay otros mitos de la derecha y no pretendo agotar el tema. ¿Pero acaso la izquierda no tiene mitos? Imposible fundar un mito cuando la auténtica izquierda es consecuente con la revolución social y política, y tiene las intenciones de cambiar todo lo que deba ser cambiado. Por tanto, los mitos de la izquierda son los de la falsa izquierda que los ha tomado del conservadurismo de la derecha. El lenguaje y las acciones ─que debían corresponderse─, cuando son verdaderamente revolucionarios, no puede ser míticos porque negarían el carácter emancipador de su prédica y el fundamento de redención de su proyecto transformador. Si la izquierda de veras responde a un proceso de revolución social y de cambios políticos para llevarlo a cabo, naturalmente tiene que excluir al mito como parte de sus métodos, pues resulta nocivo para su real aspiración; más bien tiene que luchar contra él porque constituye una rémora: la Revolución verdadera ridiculiza todo mito. Por ello, la izquierda real no será conservadora de ninguna mitología, porque al final estas sirven al pensamiento de la derecha enemiga y se vuelven contra su proyecto. La ideología derechista sí necesita de los mitos para su subsistencia; la izquierda revolucionaria debe destruirlos y convertirlos en razones del progreso humano.

 

Los mitos desasidos y fracasados de la práctica de la falsa izquierda pertenecen a los remanentes de la derecha; fueron apoyados por el autoritarismo burocrático neoestalinista, el machismo patriarcal, los racismos enmascarados e infiltrados, la homofobia y transfobia ocultas y agazapadas, la xenofobia como miedo al diferente, la politiquería para afianzar falsos liderazgos empujados desde la cúpula, el dogmatismo doctrinario que sigue repitiendo consignas y etiquetas de otro contexto, el pavor a la crítica vista como amenaza al estatus y colaboración con el enemigo externo, la pésima propaganda por la ausencia de ciencia y técnica para desplegarla en las condiciones actuales, la resistencia al cambio abroquelada en mezquindades y vanidades… Esos mitos constituyen soportes y plataformas que pertenecen al pensamiento de la derecha. La colaboración con los mitos de la derecha en esa falsa izquierda, a la larga es una comodidad, no una necesidad, y forma un tejido de fuerzas que derivan en quinta columna contrarrevolucionaria. El mito consolidado en quienes se proclaman de izquierda sin ser revolucionarios, es artificial, reconstruido y torpe. Luchemos contra los mitos de la derecha infiltrados y ajenos al pensamiento revolucionario y ayudemos a desenmascararlos. Hacen mucho daño a la construcción socialista en Cuba.

 

 

 

[ Fuente: http://www.lajiribilla.cu/los-mitos-de-la-derecha/ ]

 

 

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