lunes, 23 de mayo de 2022


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DISCURSO DE LA REVOLUCIÓN. DISCURSO CRÍTICO 

 

Bolívar Echeverría

 

Publicado por elsudamericano mayo 22, 2022

Publicado en Cuadernos Políticos. Editorial Era, México. 1976

 

 

“La obra de que se trata en primer lugar es Crítica de las categorías económicas o, if you like, el sistema de la economía burguesa expuesto críticamente. Es al mismo tiempo exposición del sistema y, mediante la exposición, crítica del mismo.”

 

Marx a Lasalle, carta del 22 de febrero de 1858.

 

*

 

 

En situaciones históricas como las de América Latina en la primera mitad de este siglo XX, la combinación de dos procesos revolucionarios de distinto orden, el liberal y el comunista, determina en el plano propiamente discursivo de la existencia social la presencia de un fenómeno paradójico que podría ser descrito así: el discurso liberal restaurador («vulgar») proveniente de la burguesía europea posrevolucionaria o conservadora —discurso cuya virtud más aparente es la racionalidad analítica— es asumido por la intelectualidad representante de la clase proletaria —enfrentada a un contorno significativo de irracionalidad precapitalista— como discurso básico o de partida en su intento de formular un discurso comunista concreto.

 

La mayoría de los investigadores de izquierda de la realidad social latinoamericana no ve ninguna contradicción en el hecho de entreverar en su labor categorías metódicas y conceptos descriptivos de la sociología positivista, por un lado, y del materialismo histórico, por otro. Confiados en un efecto directo y determinante de sus intenciones políticas sobre su producción teórica, no reparan en que los orígenes y las tendencias discursivas contrapuestos de estos dos aparatos teóricos se hallan inscritos y permanecen activos en la estructura de los mismos, ni en que, al yuxtaponer los dos funcionamientos, someten necesariamente —aunque sea contra su voluntad— la eficacia del aparato más débil, el insurgente o revolucionario, a la del más fuerte, el establecido o contrarrevolucionario.

 

Esta situación del discurso político y de la ciencia social en América Latina comenzó a cambiar en la década de 1950. La “sociología marxista” se ha planteado ya, tanto metodológicamente como en sus investigaciones concretas, el problema de su especificidad como teoría revolucionaria. La discusión está abierta. Lo que intentamos a continuación es introducir en ella la consideración del modo peculiar (y, creemos, ejemplar) —la crítica— en que esa relación entre el discurso burgués —la ciencia de la economía política— y el discurso revolucionario del proletariado —el comunismo científico— tiene lugar en la obra teórica de Marx.

 

 

I. TEORÍA REVOLUCIONARIA Y REVOLUCIÓN DE LA TEORÍA

 

La principal obra teórica de Marx, la crítica de la economía política, pertenece en calidad de elemento central a la realización de un proyecto teórico mucho más amplio y diferenciado, el del comunismo científico; éste le adjudica su función predominante y, sobre todo, le imprime su carácter crítico.

 

El proyecto teórico del comunismo científico se afirma como proyecto crítico en la medida en que se realiza como un proyecto a la vez científico y revolucionario; aún más, revolucionario por ser científico y científico por ser revolucionario.

 

Una doble exigencia —que por el año de 1844 se concentra en la situación de Marx, el filósofo y el militante— obliga a esta doble realización. Es por un lado una exigencia que aparece en el terreno propio de la teoría, es por otro una exigencia que viene directamente de la revolución.

 

a) De la teoría de la revolución

 

La actualidad de la revolución comunista comporta una radicalidad tal que afecta y pone en juego incluso al estrato más profundo de la realidad, aquel que no pudo ser tocado por las otras revoluciones de la «era histórica» (o, mejor, “prehistórica”): la esfera en que ella se distingue en cuanto tal (lo “cósmico”) de la materia en sí (lo “caótico”).

 

Dentro de la perspectiva de la ocupación teórica, científico-filosófica —que es la perspectiva inicial de Marx—, este efecto de la actualidad de la revolución comunista se experimenta bajo la forma de un cuestionamiento. La noción tradicional acerca de una determinación metafísica (extrasocial) e idealista (espiritual) de las posibilidades que tiene un discurso de ser científico o de producir un saber verdadero exige ser superada, y no sólo en términos dialécticos e historizadores (Kant, Hegel) sino también en términos materialistas.

Las tesis de Marx “ad Feuerbach” resumen esa superación. En términos dialéctico-materialistas, las posibilidades de verdad que hay para el saber se definen dentro de un horizonte social-natural de objetividad o sentido que va siendo constituido prácticamente como negación o re-ordenamiento de lo puramente natural. Es la tendencia básica que llevan las modificaciones históricas (revoluciones) adoptadas por la praxis o proceso social de reproducción (trabajo) la que marca la dirección dentro de la cual la intención de un saber puede ser verdadera o científica.

 

De ahí el primer aspecto de la autoafirmación teórica comunista-marxista: realizarse como teoría científica quiere decir realizarse como teoría de la revolución, esto es, como teoría que participa en la revolución y teoría sobre la revolución. Y como la totalidad del proceso social de reproducción ha entrado, desde las primeras crisis del capitalismo, en toda una época de destrucción y reestructuración radicales, en la época de la revolución total, el desarrollo de un saber verdadero sólo puede corresponder a un discurso que siga necesariamente el impulso de este movimiento: al discurso comunista o compuesto a partir de la práctica de la clase propiamente anticapitalista y revolucionaria, la clase proletaria.

 

b) De la revolución a la teoría

 

 

Pero el movimiento revolucionario comunista se construye lentamente, probando y desechando distintos esbozos; la formación de su identidad sigue una historia dura y larga: la historia de las luchas que llevan a la masa de proletarios miserables, aislados, desesperados, indefensos, a constituirse como clase social organizada y como contrapoder efectivo, impulsor de una alternativa política global frente al mundo de los explotadores capitalistas. Y cuando Marx se suma al proletariado esta historia se halla aún a medio camino.

 

La intervención de Marx parte precisamente de la constatación de una insuficiencia decisiva del movimiento proletariado revolucionario y culmina en la solución de la misma. La insuficiencia: el movimiento obrero ha llegado a ser ya una fuerza social y política de importancia central, pero “algo” hace que su impulso se desvíe, en unos casos hacia lo inesencial o inofensivo (“reformismo”), en otros hacia lo irreal y autodestructivo (“utopismo”). Su actividad se halla todavía sometida —sea absorbida o neutralizada— a la acción del mecanismo reproductor de las relaciones sociales-institucionales capitalistas.

 

La solución: para la construcción del contrapoder (“partido”) comunista se requiere que la clase proletaria alcance todo un nuevo grado de independencia organizativa y de radicalidad programática, y ello sólo puede darse si tiene lugar un acontecimiento propiamente discursivo o que pertenece al terreno específico de la lucha ideológica, pero que ha adquirido una función relativamente predominante o ha concentrado en sí coyunturalmente la función resolutiva de todos los demás acontecimientos —incluso los más determinantes— del movimiento revolucionario: el desarrollo de un saber científico —es decir, propio de la clase proletaria y liberado de las limitaciones impuestas por el discurso burgués dominante— sobre las condiciones del tránsito del modo capitalista de la reproducción social a su organización comunista.

 

De ahí el segundo aspecto de la autoafirmación teórica comunista-marxista —y, al mismo tiempo, la definición de su tarea teórica—: realizarse como teoría revolucionaria quiere decir realizar la revolución también como revolución en el terreno específico del discurso teórico. Y primeramente como revolución en el discurso que versa sobre la realidad económico-social (política), puesto que en toda la era mercantil y capitalista el conjunto del discurso teórico gira —abierta o embozadamente— en torno a él.

 

 

II. LA NECESIDAD DEL CARÁCTER CRÍTICO DEL DISCURSO COMUNISTA

 

La necesidad, para la teoría, de volverse teoría de la revolución y la necesidad, para la revolución, de ampliarse como revolución, en la teoría: ambas se resuelven unitariamente en la realización del proyecto teórico comunista-marxista como discurso teórico esencialmente crítico. Esto es así porque ni esa conversación de la teoría ni este perfeccionamiento de la revolución pueden tener lugar de manera positiva y pura (acrítica) —como creación de un saber meramente sustitutivo a partir de la nada—, sino sólo de manera negativa y comprometida, como resultado de la elaboración permanentemente conflictiva, en contra pero dentro del dominio ideológico capitalista, de un saber de la revolución comunista.

 

 

1. LAS CONDICIONES DEL DOMINIO IDEOLÓGICO

 

«El lenguaje mismo es tanto el producto de una comunidad como, desde otra perspectiva, la misma existencia concreta [Dasein] de la comunidad como existencia concreta que implica al ser hablante [selbstedena].»

 

K. Marx, Grundrisse..., p. 390.

 

*

 

Las ideas de la clase dominante capitalista no sólo son dominantes porque son expuestas (e impuestas) con medios de difusión de un alcance y una eficacia inmensamente mayores que los de los gestos y las palabras con que protestan las clases sometidas. Sin duda, los mensajes que hacen la apología del orden social establecido se vuelcan de manera abrumadora sobre todos los individuos sociales; pero no es esta brutal insistencia la que sustenta el carácter dominante de las ideas dominantes. La lucha ideológica no consiste simplemente en un enfrentamiento entre dos cuerpos de doctrina que se disputen el derecho a asentarse sobre la «conciencia social» y a ocuparla, y en el que uno, el de la burguesía, se imponga y acalle al otro debido tan sólo a una supremacía física en el acceso a los aparatos de comunicación.

 

Las ideas del burgués dominan porque —como dice Marx (La ideología alemana, III, 1: “El viejo testamento”, 6, B) — él puede “demostrar” fácilmente con el lenguaje de la época la “identidad” entre las “relaciones individuales o humanas en general” y las “relaciones mercantiles”. Y puede hacerlo porque “este propio lenguaje es un producto de la burguesía y, por tanto, igual que en la realidad, también en el lenguaje las relaciones de intercambio valorizador [Schacher] han sido convertidas en la base de todas las demás”. La lucha ideológica y el dominio ideológico son hechos que ocurren en primer lugar y de manera determinante, en la esfera profunda del “lenguaje de la vida real”, allí donde se produce el discurso, el “lenguaje propiamente dicho”, es decir, “la conciencia y las ideas”.

 

Dos hechos que pertenecen a esta esfera serían, así, las causas que determinan el carácter dominante del discurso o las ideas de la clase dominante burguesa en el modo de reproducción capitalista. El primero y principal es de orden general y afecta así directamente a todo el proceso de producción/consumo de significaciones o proceso comunicativo de la sociedad; el segundo, supeditado al primero, sólo afecta directamente de manera particular a la producción/consumo discursiva o propiamente ideológica de significaciones, como rama central pero aislada dentro del proceso comunicativo.

 

Primer hecho: únicamente en el caso de las significaciones concretas (inclusive significaciones discursivas o ideas) compuestas por la clase burguesa para defender sus propios intereses su eficiencia o verosimilitud se encuentra potencializada por la acción de un dispositivo normador o subcodificador del código comunicativo general, que imprime a toda la producción/consumo de significaciones un sentido apologético elemental respecto del modo capitalista de la reproducción social.

 

1.-

La praxis o el proceso social de reproducción (R), como todo proceso de reproducción gregario, es un proceso de producción/consumo indirecto del sujeto (S) mediante producción/consumo directo de objetos intermedios o de naturaleza (N) transformada. La especificidad de la praxis o proceso social de reproducción reside en que es además —como dice Marx en el capítulo V de El Capital, I— un proceso de “realización”: un proceso de reproducción indirecta en el cual todos los objetos intermedios poseen en mayor o menor medida un carácter instrumental o son aptos para dar lugar a un conjunto abierto de efectos (y no a uno solo o a una serie cerrada de ellos), por cuanto se hallan mediando o posibilitando, como objetos prácticos, productos útiles (con valor de uso) o bienes producidos (B/P), el cumplimiento de un conjunto de fines (satisfacciones de necesidades) que siempre está todavía por ser elegido o decidido, pro-puesto o proyectado por el sujeto. Dicho en otros términos: la especificidad de la praxis reside en que es un proceso colectivo de reproducción que sólo puede cumplirse como proceso de autorreproducción: un proceso en el que toda la reproducción natural se halla al servicio (o sometida a la finalidad) de un proceso reproductivo de otro orden y que lo transciende: el proceso de producción/consumo de la estructura misma de las relaciones sociales (políticas) que constituyen al sujeto.

 

En tanto que proceso de “realización”, el proceso de reproducción social posee necesariamente una dimensión dentro de la cual él mismo es un proceso de producción y consumo de significaciones. El proceso de “realización” sólo puede llevarse a cabo en la medida en que procede como ciclo comunicativo, como movimiento que, al producir/consumir objetos, sintetiza a un sujeto carente de unidad consolidada o de figura preestablecida. Al “realizar” objetos, el sujeto social debe realizarse: debe crear o re-crear su propia identidad social o esencia política. En otros términos, debe constantemente salvar en sí mismo un hiatus o superar una escisión que le es constitutiva: la falta de una coincidencia natural o una correspondencia espontánea entre las dos perspectivas de su existencia: como sujeto en acto de producir (p) y como sujeto en acto de consumir (c). Debe, por tanto, emitir/recibir (producir/consumir) el mensaje con el que, estando en un momento dado (t. 1), define su figura futura o se proyecta a sí mismo para el momento siguiente (t. 2).

 

Por esta razón, todo objeto propiamente instrumental o práctico es siempre una cosa significativa o dotada de sentido: una porción de materia sustancializada (estrato natural) por una forma (estrato social) que la determina (circunscribe, recorta) de manera biplanar, con un aspecto de significado o contenido y con otro de significante o expresión, dentro de esa tensión autorreproductiva y comunicativa.

 

El conjunto de leyes de acuerdo al cual se organizan las posibilidades de figuración concreta del sujeto social en su autorreproducción implica necesariamente un código general que organiza las posibilidades concretas de su comunicación o su significar. Y así como ese conjunto de leyes cambia históricamente, lleva una tendencia estructural en su modificación y califica positiva o negativamente en referencia a ella a toda acción social posible, así también el código general sigue esa tendencia básica en su dinámica específica y califica de verdaderos o falsos, según se adecuen o no a ella, a todos los mensajes concretos posibles.

 

2.-

Pero el modo de funcionamiento propiamente capitalista del proceso social de reproducción o trabajo sólo coincide de manera contradictoria con las determinaciones estructurales o básicas del mismo. El proceso de trabajo capitalista, dice Marx, es la “unidad contradictoria del proceso de trabajo (T) con un proceso de valorización del valor (Vv)”. (Es la configuración más acabada —absolutizadora o universalizadora— de la modalidad histórica del proceso de reproducción social como serie inconexa de procesos productivistas privados del trabajo, es decir, como proceso reproductivo cuya totalidad se encuentra organizada y regulada contradictoriamente por un proceso espontáneo o casual de formación e intercambio de valores.)

 

En la modalidad capitalista del proceso de vida social global, la autorreproducción del sujeto comunitario sólo se lleva a cabo en la medida en que se halla subordinada a la satisfacción de un sistema de necesidades que es heterogéneo respecto del suyo propio: el que se determina en la dinámica autorreproductiva y acumulativa del capital —relación social que adjudica a una parte del sujeto la función de “cosa valiosa” para la otra— o “sujeto automático” por sustitución. Para el sujeto comunitario, autorreproducirse de manera capitalista es, por ello, realizar (afirmar) su propia supervivencia, pero hacerlo —he aquí su contradicción— en tanto que sujeto explotado (negado) tanto en lo físico (el derecho al disfrute del producto de su labor) como en lo específicamente humano (en su autarquía o facultad de decidir sobre sí mismo).

 

Los objetos prácticos, mediante los cuales tiene lugar este proceso, adoptan, consecuentemente, una forma peculiar, de doble estrato social como la de los fetiches u objetos de culto religioso. Junto a la objetividad que es en ellos básica o estructural, la concreta o social-natural —la de productos que se expresan como bienes (B/P) —, adquieren otra, derivada de la primera, que actúa sobre ella y que la configura o refuncionaliza: la objetividad abstracta o social por valorización —la de valores que se expresan como valores de cambio o precios ($/V). Se vuelven mercancías, objetos “sensorialmente suprasensoriales”, propios de la autorreproducción de la comunidad (“terrenales”) y propios de ellas como autovalorización del capital (“celestiales”), objetos “místicos”.

 

3.-

La modificación capitalista del proceso social de reproducción o trabajo implica necesariamente una modificación similar de su dimensión específicamente comunicativa. Lo que es configuración capitalista de la estructura y la tendencia básica del proceso de reproducción se presenta también como refuncionalización capitalista de su dimensión comunicativa, como normación o subcodificación capitalista del código y la tendencia general de la reproducción/consumo de significaciones.

 

En la vigencia de esta subcodificación, todo sucede como si un mensaje singular resultara “naturalizado” o convertido en el principio inherente e incuestionable de una restricción sistemática de todo el conjunto de posibilidades que el código general delimita para la producción/consumo de significaciones. Un mensaje singular absurdo según la tendencia elemental del propio código, pero necesario históricamente como la organización capitalista de la reproducción social: el mensaje que afirma la identidad entre autoproducción del sujeto comunitario y autovaloración del valor.

 

En estas condiciones, significar con verdad, esto es, con adecuación respecto de la tendencia estructural o básica que sigue el devenir de la praxis social, parece ser lo mismo que significar con adecuación respecto de la configuración capitalista de esa tendencia. Por ello, el sentido o la significatividad coextensiva al objeto práctico mercantil (de forma fetichoide) es un sentido o una significatividad fetichista. En la mercancía la significatividad estructural básica que ella tiene como todo objeto práctico es tratada —diría Hjelmslev en La stratification du langage— como simple material y convertida en la sustancia (II) de una forma (II) superpuesta y parasitaria que la configura de un modo particular (capitalista). En ella, la presencia del sentido básico se vuelve indirecta y “misteriosa”: se encuentra, dice Marx, como en un “jeroglífico”.

 

Dentro de la conveniencia social capitalista comunicar se vuelve una acción en la que el agente concreto no queda como el único emisor/receptor de sus significaciones; junto a él, «despertado» por él, entra en escena otro agente, inasible pero efectivo: el capital como modo cosificado (enajenado) de existencia del sujeto social. Su aporte consiste en intensificarles el sentido apologético respecto del orden social establecido a las significaciones que iban ya a tenerlo, dotarles de uno a las que iban a pretenderse neutras y debilitarles o invertirles el suyo a las que iban a ser impugnadoras. De esta manera, toda significación producida/consumida dentro del modo capitalista de reproducción conlleva necesariamente un estrato dependiente pero dominante que se sirve de ella para “repetir” una vez más la intención de ese “mensaje” procapitalista difuso y omnipresente.

 

4.-

Una subcodificación o normación restrictiva, montada sobre el código general y confundida con él, instituye por tanto a esa identificación apologética entre la modalidad capitalista del proceso de trabajo y la estructura del mismo, que sólo es de interés positivo para una parte de la sociedad —para la clase burguesa o clase cuya existencia depende de que la reproducción social se realice como producción de plusvalor—, como algo dotado de un interés positivo social universal (algo perteneciente al código, incuestionable).

 

Es por ello que la lucha de clases en la esfera de la producción/consumo de significaciones —inclusive, por supuesto, la lucha propiamente discursiva o ideológica—, cuando es una lucha que tiene lugar en condiciones normales, es decir, como enfrentamiento y forcejeo directo (duelístico) sobre el mismo terreno, se encuentra ya decidida de antemano. Ni aun proponiéndoselo, el significar burgués puede perder ante el significar proletario: el terreno de la lucha es el de una cuesta sumamente inclinada en su favor. Normalidad no es otra cosa que acondicionamiento absolutamente beneficioso para él. Debe vencer porque hay una como “verdad” que está de su lado: el sentido “objetivo” de los hechos del mundo capitalista —que se entrega en los datos sensoriales que son, como se sabe, “a prueba de toda duda”— y su propio sentido “subjetivo” burgués son uno solo; tiene, por tanto, que coincidir. El significar revolucionario del proletariado, en cambio, debe luchar también, y en primer lugar, contra el propio instrumento de que se sirve, en el que hay un dispositivo (la subcodificación capitalista) que lo reprime espontáneamente: que le permite hacerse presente pero sólo como significar desvirtuado en su intención (invertido en su tendencia) o, si se prefiere, como significar morboso y absurdo.

 

Segundo hecho: únicamente en el caso de las ideas o significaciones discursivas concretas compuestas por la clase burguesa para defender sus propios intereses, su capacidad persuasiva se encuentra apoyada por el contorno significativo no discursivo (técnico e institucional) resultante de toda la actividad social como actividad organizada para perpetuar el modo capitalista de su realización.

 

(1)

La producción/consumo de significaciones discursivas o ideas es la producción/consumo de objetos prácticos que se “especializa” en aquellos cuyo carácter práctico se concentra exclusivamente en su comunicatividad o en su función de portar o transmitir un mensaje. Precisamente porque su especialidad consiste en la producción/consumo de objetos que son significaciones en estado de independencia, su capacidad productiva/consuntiva de significaciones es de un orden superior (cualitativa y cuantitativamente) respecto de la del resto de la producción/consumo de objetos prácticos, que sólo produce/consume significaciones atadas o insertadas en la practicidad básica de los objetos.

 

 

Sin embargo, durante toda la era mercantil —era de la atomización del sujeto social y de la enajenación de su socialidad—, la producción/consumo discursiva o de significaciones en estado puro, pese a su capacidad funcional superior, que hace de ella la ocupación más directamente política o decisora de la figura de las relaciones sociales, no recibe adjudicada ninguna tarea especialmente central dentro de la totalidad del proceso reproductivo social. Su independencia técnica, en estas condiciones, equivale más bien a una desvinculación y una pérdida relativa de influencia sobre el conjunto de la producción/consumo de significaciones en estado práctico. Ese aumento de la pureza y el volumen de su producción/consumo de significaciones redundan aquí en una disminución relativa de la capacidad persuasiva que debería corresponderle.

 

Sobre todo en la época del modo capitalista de reproducción, la capacidad persuasiva de las ideas o significaciones que aparecen en la producción/consumo discursiva es débil y subordinada: depende en gran parte de lo que acontezca en el contorno significativo básico, producido/consumido por todo ese “lenguaje” no discursivo “de la convivencia” (al que se refieren Marx y Engels en La ideología alemana). Depende de si este contorno las apoya (corrobora, completa) o las rechaza (desmiente, contradice).

 

(2)

Y ese «lenguaje» no discursivo es precisamente el que “hablan” los individuos sociales al ejercer su actividad concreta en tanto que ejecución de los designios emanados del proceso abstracto de valorización del valor (producción de plusvalor y acumulación del capital) como proceso en el que se ha cosificado la autarquía del sujeto comunitario. Es el “lenguaje” de todos los actos de una convivencia social que, al realizarse y continuarse, reafirma y prolonga la vigencia de la supraestructura institucional o modo capitalista de convivencia como condición “natural” e indispensable de sí misma.

 

Es por ello que, dentro de la lucha de clases propiamente ideológica del capitalismo, las ideas apologéticas del discurso burgués cuentan con el respaldo de este contorno significativo superestructurado en sentido capitalista, y adquieren así una mayor fuerza persuasiva. A la inversa, las ideas impugnadoras del discurso proletario son oprimidas por ese mismo contorno: “todo habla” en contra de ellas, un “consenso” implícito las declara ilusorias, irrealistas, y merma así su capacidad persuasiva.

 

*

 

2. LAS POSIBILIDADES DE ROMPER EL DOMINIO IDEOLÓGICO

 

“…a estas relaciones petrificadas hay que obligarlas a bailar cantándoles su propia melodía”.

 

K. Marx, Contribución a la crítica de la filosofía hegeliana del derecho. Introducción.

 

 

El discurso teórico comunista-marxista tiene el carácter de un discurso crítico en tanto que existe y se desarrolla dentro de la lucha ideológica de clase propias de la época culminante del modo histórico capitalista de la reproducción social: dentro de un enfrentamiento constante con este doble dominio ideológico de la clase burguesa.

 

a)

La lucha contra la segunda causa —la causa extradiscursiva, supeditada y mediata— del carácter dominante del discurso burgués no puede ser llevada a cabo por el discurso comunista en cuanto discurso. Se trata de una lucha que se confunde con la empresa revolucionaria en su conjunto, es decir, con la actividad comunista general de la clase proletaria.

 

Esta actividad, que se constituye en torno a las posibilidades reales — presentes en el propio mundo capitalista— de una nueva forma (comunitaria) para las relaciones de reproducción social, actualizándolas desde ahora en las organizaciones obreras y en el contrapoder revolucionario, afecta también, necesariamente, a esa producción/consumo de las significaciones no discursivas en el “lenguaje de la convivencia” cotidiana. La nueva sociedad se esboza ya —siempre como negación determinada de la sociedad actual— y elabora los elementos de un significar social liberado creando su propio contracontorno significativo básico. Contrarresta así la acción del contorno capitalista dominante y crea el ambiente favorable o campo de persuasión donde su discurso puede encontrar y desplegar su cientificidad crítica.

 

b)

La crítica es el carácter que corresponde propiamente a la presencia del significar revolucionario del proletariado o significar comunista en la esfera específica de la producción/consumo discursiva, y, por tanto, de la lucha ideológica dentro del modo de reproducción social capitalista. En otros términos, la crítica es el único modo adecuado que puede adoptar la construcción científica de un saber proletario revolucionario en las condiciones de subcodificación o normación apologética impuesta en beneficio propio por el modo capitalista de la reproducción social a la producción/consumo de significaciones en general.

 

En efecto, la primera causa —la causa específica, principal e inmediata— del carácter dominante del discurso capitalista no puede ser combatida por el significar proletario de manera a-crítica, ingenua o normal. Un enfrentamiento de tal naturaleza lo sometería a las reglas de juego del discurso burgués y haría de él, en última instancia —y a pesar suyo—, un discurso apologético del orden capitalista.

 

En este sentido, dos ilusiones acerca de la conveniencia revolucionaria de este enfrentamiento directo —que estaría dirigido a vencer al saber burgués en el escenario de la Ciencia y a sustituirlo por un saber proletario— deben ser desechadas.

 

Primera ilusión: el significar revolucionario puede constituirse en un discurso positivo, similar u homogéneo respecto del discurso burgués, aunque alternativo frente a él y con mayor capacidad de verdad.

 

Se trata de una ilusión porque refleja sobre las posibilidades de cientificidad del discurso revolucionario el deseo imposible de repetir la figura histórica concreta que ha adoptado la cientificidad en el discurso teórico de la era mercantil y de la época capitalista.

 

Para disiparla es necesario reconocer que, por el contrario, el significar revolucionario comunista se compone en medio de la actualización o vigencia adelantada de unas relaciones sociales de reproducción —las comunitarias— que pertenecen a un tiempo nuevo, esencialmente diferente de la era mercantil y capitalista.

 

En efecto, el significar revolucionario comunista acontece en la realización del proceso de reproducción social capitalista en lo que él tiene de proceso fundamental o proceso concreto de producción/consumo de objetos prácticos, es decir, en lo que él tiene de proceso de reproducción del factor subjetivo real (la comunidad explotada).

 

Acontece, por tanto, en la realización básica o estructural del proceso social de reproducción, que se halla subsumida y explotada por la realización del proceso sobrepuesto o proceso de acumulación del capital.

 

Se trata de un significar propiamente revolucionario porque tiene lugar como actividad mediadora entre proyectos y necesidades concretas que contradicen estructuralmente el modo capitalista de reproducción; proyectos y necesidades que sólo pueden desarrollarse orgánicamente en la medida en que el sujeto social real (la clase proletaria) comienza a recobrar y reasumir la función sintetizadora de la socialidad (la autarquía, la sujetidad) que se halla enajenada como funcionamiento automático del “valor que se valoriza”, del capital. En otras palabras, se trata de un significar revolucionario porque la intención central de todos sus mensajes es verdadera, concuerda con la tendencia marcada por la nueva modificación (liberación) del código básico, o sea, por la formación de la nueva objetividad: la objetividad social-natural del nuevo vivir comunitario.

 

Es, por tanto, un significar que se compone en un plano esencialmente heterogéneo respecto del que sirve de plataforma al significar burgués. Su desarrollo como discurso no parte de una necesidad de refutación directa (de rectificación o perfeccionamiento) del discurso burgués, sino, por el contrario, de una necesidad de abolirlo y superarlo radicalmente.

 

Por lo tanto, su relación polémica adecuada con el discurso burgués sólo puede darse de manera indirecta, haciendo intervenir a los linderos de ese terreno, poniendo en cuestión las condiciones normales del enfrentamiento. Y sólo puede consistir en la composición de su propio saber en tanto que negación inmediata del saber capitalista o construcción sistemática de lo que no puede ser sabido por el saber adquirido de manera capitalista.

 

Segunda ilusión: el significar comunista puede desarrollarse como discurso científico de manera independiente respecto del discurso científico burgués, y puede levantar ya, antes del revolucionamiento total, un saber completo, al margen del saber capitalista, exclusivamente a partir de la experiencia de la clase proletaria.

 

Se trata de una ilusión porque refleja sobre las posibilidades actuales (en situación de sometimiento) de desarrollo del discurso comunista la imagen deseada pero aún irrealizable de lo que ellas habrán de ser en el futuro (en situación de libertad).

 

Las relaciones comunistas de reproducción social se hallan ya formalmente presentes en la reproducción social capitalista, es decir, en el interior de las relaciones propiamente capitalistas que constituyen al sujeto social. Pero su presencia es subordinada y reprimida; se delinea como una estructura en negativo —posible pero constantemente obstaculizada— en torno al conjunto de fallas o puntos de fracaso del propio orden capitalista. En consecuencia, la posibilidad de su presencia real no implica la creación de un mundo absolutamente desvinculado del que existe como mundo capitalista, sino, por el contrario, la construcción de otro esencialmente diferente de él pero que se esboza a partir de sus imposibilidades.

 

Igualmente, el discurso de las relaciones comunistas de reproducción formalmente presentes —discurso indirecto y negativo— se desarrolla dentro de las condiciones concretas del discurso en general: subordinado, por tanto, a la configuración capitalista que todavía afecta estructuralmente a éste durante todo el periodo de transición o revolucionamiento. Es un discurso que, en la época capitalista, se formula sobre la base del significar revolucionario del proletariado; significar que, a su vez, sólo existe efectivamente como significar transgresor de las normas del significar dominante: como “mal uso” o empleo “defectuoso” del conjunto de posibilidades (restringido en sentido capitalista) de significar en general.

 

 

Por ello, la relación polémica adecuada del discurso comunista con el discurso burgués sólo puede darse dentro del discurso teórico general y precisamente a través de una transgresión organizada de las normas específicamente capitalistas que rigen concretamente la producción del saber.

 

En conclusión, el discurso teórico propio del comunismo científico sólo puede ser un discurso crítico como el de Marx en El Capital: capaz de apropiarse del saber formado a partir de la objetividad capitalista, de someterlo a la acción desestructuradora de las significaciones espontáneas del proletariado y de recomponerlo de manera tal, que los vacíos dejados por el discurso burgués que lo produjo se vuelvan evidentes como sistema y constituyan, así, el saber necesario para la revolución.

 

*


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