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POR EL BIEN DEL IMPERIO
Josep Fontana
EL CERCO A CUBA
Uno de los primeros problemas a que tuvo que enfrentarse la nueva administración fue la operación para liquidar el régimen de Castro que había preparado en tiempos de Eisenhower Richard Bissell, encargado del Directorio de Operaciones de la CIA, como respuesta al giro a la izquierda de la revolución cubana. Era del mismo estilo que la que se realizó para derrocar a Árbenz en Guatemala en 1954, pero usando esta vez exiliados anticastristas. Se iniciaría con un desembarco apoyado por un ataque aéreo previo, efectuado por aviones norteamericanos camuflados para hacer creer que se trataba de desertores cubanos. La CIA garantizaba los resultados de este proyecto, que Eisenhower había acogido con entusiasmo.
Kennedy encontró el plan ultimado, con los cubanos que habían de invadir la isla entrenándose en una plantación de café de Guatemala, y Allen Dulles y la CIA insistieron en que había de ponerse en práctica de inmediato, lo que el nuevo presidente aceptó, con la condición de que el asunto debía aparecer como enteramente cubano, y dejando claro que no toleraría que los Estados Unidos apareciesen implicados directamente en él, lo que hubiera hecho inviables sus proyectos de acercamiento político a América Latina. La decisión final la tomó cuando un coronel de marines enviado a inspeccionar la brigada cubana en Guatemala informó que creía a aquellos hombres capacitados para realizar «no solo misiones de combate inicial, sino también el objetivo final y definitivo: el derrocamiento de Castro».
«Fue por nuestra parte —diría más adelante Kennedy— la estupidez de unos principiantes, y por la suya, la estupidez de vivir envueltos en sus ilusiones», puesto que el proyecto se basaba en la convicción de que el odio del pueblo cubano al castrismo haría que un simple desembarco bastase para producir un levantamiento en masa (la CIA calculaba que se podía llegar a movilizar a un 25 por ciento de la población); si las cosas no iban bien, los desembarcados podían refugiarse en las montañas para iniciar una guerra de guerrillas, como Castro había hecho en 1956. De una u otra forma el objetivo inmediato no era tanto el derrocamiento de Castro por las tropas invasoras, que solo sería posible de producirse un levantamiento general contra el gobierno, sino el de «apoderarse de una pequeña área y defenderla», con el fin de que desembarcase en ella «un gobierno provisional que pueda ser reconocido por los Estados Unidos», lo cual justificaría una intervención militar norteamericana.
La verdad es que había serias discrepancias acerca de las posibilidades de la operación entre el Departamento de Estado, que se mostraba escéptico, y los militares y la CIA, que lo apoyaban con entusiasmo. La historia oficial de la CIA revela, sin embargo, que en noviembre de 1960, cinco meses antes de la operación, se había llegado a la conclusión de que el proyecto era irrealizable «a la luz de los controles establecidos por Castro». El propio historiador de la CIA se preguntaba cómo era posible que, habiendo llegado en noviembre de 1960 a estas conclusiones, que no se comunicaron al presidente electo, se decidiese en abril de 1961 emprender el desembarco con una fuerza tan reducida.
A lo cual hay que añadir el error en escoger el lugar del desembarco, Bahía de Cochinos (Playa Girón), que estaba en una zona que tenía difícil salida, con tan solo tres carreteras que facilitarían el rápido acceso de tropas cubanas y dejarían a los invasores aislados, separados por una zona pantanosa de las montañas donde se había previsto que estableciesen una base de guerrillas («el peor sitio posible en Cuba», diría Miró Cardona, el presidente del Consejo revolucionario en el exilio, quejándose de que la CIA, que al parecer había basado sus planes en mapas antiguos, no les hubiese consultado).
El 15 de abril, ocho bombarderos norteamericanos B-26 con insignias falsificadas trataron de destruir por sorpresa los cazas cubanos en el suelo, sin conseguir los resultados que esperaban, puesto que quedaron los suficientes aparatos como para hacer frente a la invasión (a Adlai Stevenson, embajador norteamericano en la ONU, le engañaron para que asegurase que se trataba de aviones cubanos que habían desertado y se habían refugiado en Florida).
En la mañana del 17 de abril de 1961 una brigada de 1400 hombres (estudiantes, hombres de negocios, médicos, abogados, campesinos con tan solo unos 135 soldados) desembarcó en Playa Girón en condiciones que llevaron a que la operación fuera un desastre. Combatiendo sin los suministros adecuados, iban a verse obligados a enfrentarse a 20 000 soldados cubanos, con el agravante de que la aviación cubana hizo embarrancar una de las embarcaciones y hundió otra que llevaba su reserva de municiones y la mayor parte de los suministros de alimentos y gasolina, lo que dio lugar a que otros transportes de equipamiento y comunicaciones huyeran para protegerse. Seis de los ocho B-26 que apoyaban la invasión fueron destruidos o inutilizados en el primer día, lo que obligó a poner en juego otros, tripulados ahora por pilotos norteamericanos. Los invasores resistieron mientras esperaban en vano que les apoyara una gran intervención aérea norteamericana, como se les había hecho creer, pero tuvieron que rendirse al tercer día, sin poder reembarcarse, puesto que la aviación cubana hundió las lanchas que habían de recogerlos. Todas las peticiones hechas a Kennedy para que permitiese un ataque aéreo o enviase dos destructores para sostener a los desembarcados fueron rechazadas por este. El resultado final fueron 114 muertos y unos 1200 prisioneros entre los presuntos libertadores de la isla.
El general Lemnitzer, jefe del Joint Chiefs of Staff, parece haber aceptado el plan de desembarco de la CIA, pese a considerarlo desastroso, con la esperanza de que su fracaso obligaría a Kennedy a intervenir. La propia CIA parece haber estado convencida de que el previsible fracaso del desembarco obligaría a un inexperto y asustado Kennedy a aceptar un ataque directo, antes que la vergüenza del fracaso: los hombres enviados a Bahía de Cochinos no habrían sido más que «carne de cañón» destinada a forzar una intervención militar directa. Que la negativa de Kennedy frustrase los planes de ataque directo aumentó el desprecio inicial que los militares, acostumbrados al mando de Eisenhower, sentían por ese gobierno de civiles.
Entre el vuelo orbital que Iuri Gagarin efectuó el día 12 y el fracaso cubano cinco días después, abril de 1961 fue un mal mes para Kennedy, que asumió públicamente su responsabilidad y limpió la CIA, comenzando por destituir a Allen Dulles, que le había garantizado el pleno éxito de la operación cubana (algunos de los agentes expulsados ahora intervendrían años más tarde en Watergate).
Aunque Kennedy desconfiaba de la capacidad de los altos mandos militares que exhibían las cintas de colores de sus condecoraciones —«Estos hijos de puta con toda su ensalada de frutas se sentaban ahí moviendo la cabeza y diciendo que iba a funcionar»— coincidía con ellos en su voluntad de derribar el régimen cubano a toda costa, solo que se proponía hacerlo salvando las apariencias, buscando algún motivo que legitimase la invasión de la isla.
Los Joint Chiefs of Staff habían preparado planes como el de la llamada Operación Northwoods, que incluía una campaña de actos terroristas en los Estados Unidos, incluyendo el asesinato de civiles inocentes, para hacer creer que se trataba de una acción de agentes cubanos.
Pero Kennedy no quería dejar estas cuestiones en manos de los militares, sino que lo que se iba a llamar Operación Mongoose, establecida en noviembre de 1961, dependería de su hermano Robert y sería dirigida por el general Edward Lansdale, con el concurso de unos cinco mil hombres, entre cubanos y norteamericanos, una flota de lanchas rápidas y un presupuesto inicial de unos 50 millones de dólares.
Eran los tiempos en que las novelas de espías de Ian Fleming gozaban de la mayor popularidad, lo cual influyó en los planes de los equipos de Mongoose, que proyectaban campañas de sabotaje, operaciones de guerra sucia e intentos de asesinar a Fidel Castro, en colaboración con los hombres de la mafia, que estaban interesados en recuperar sus propiedades en Cuba y en congraciarse con las autoridades norteamericanas, además de en embolsarse los 150 000 dólares que la CIA ofrecía en pago por la eliminación del dirigente cubano.
Cuatro meses después de Bahía de Cochinos, el 17 de agosto de 1961, Ernesto «Che» Guevara contactó en Uruguay con Richard Goodwin, un joven asesor de asuntos latinoamericanos de la Casa Blanca, y le ofreció el inicio de negociaciones para llegar a un modus vivendi: se comprometían a pagar indemnizaciones por las propiedades norteamericanas expropiadas, a no hacer ninguna alianza política con «el Este» y a discutir acerca de las actividades de la revolución cubana en otros países. Pero los Kennedy no estaban en aquellos momentos por negociaciones y no tomaron en cuenta la oferta, lo que resulta más fácil de entender si tomamos en cuenta que estaban entonces en plena organización de una serie de operaciones encubiertas contra Cuba, que, de acuerdo con sus proyectos, habían de culminar con una revuelta que derrocaría el régimen castrista.
En mayo de 1962 se firmaron acuerdos secretos entre Castro y el gobierno soviético, y los cubanos acabaron aceptando la propuesta de Jrushchov de instalar en la isla misiles rusos que habían de defenderles de la esperada invasión norteamericana; unos misiles que podían atacar ciudades norteamericanas y devastarlas con una explosión semejante a la que destruyó Hiroshima. Un año más tarde, en 1963, Guevara viajó a Argelia, donde obtuvo el compromiso de Ben Bella de dar pleno apoyo a las luchas revolucionarias en América Latina. El cambio de campo del régimen cubano era en buena medida una consecuencia del rechazo norteamericano.
[ Fragmento de: Josep Fontana. “Por el bien del imperio” ]
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