viernes, 1 de julio de 2022

 

[ 173 ]

 

DIÁLOGOS CON BRECHT

(Notas de Svendborg)

 

Walter Benjamin

  

1934

  

(…)

 

12 de julio. Ayer, después de la partida de ajedrez, dice Brecht: «Bueno, cuando venga Korsch tenemos que elaborar con él otro juego. Un juego en el que las posiciones no permanezcan siempre iguales, en el que la función de las figuras, después de estar un rato en el mismo sitio, se modifique: entonces se volverán más eficaces o más débiles. Así esto no se desarrolla, esto permanece demasiado idéntico a sí mismo».

 

 

23 de julio. Ayer, visita de Karin Michaelis, que acaba de regresar de su viaje a Rusia y está delirante. Brecht se acuerda de su gira con Tretjakov. Éste le muestra Moscú, está orgulloso de todo lo que le hace ver al huésped, sea lo que sea. «Eso no está mal», dice Brecht, «muestra que todo eso os pertenece. Uno no se enorgullece de las cosas ajenas». Después de un rato agrega: «Sí, al final, yo estaba un poco cansado. No podía admirarlo todo, ni quería, tampoco. Es así, en efecto: son sus soldados, sus camiones. Pero no son míos, por desgracia».

 

24 de julio. En una viga longitudinal que sostiene el techo del cuarto de trabajo de Brecht están pintadas las siguientes palabras: «La verdad es concreta». En el alféizar de una ventana hay un pequeño asno de madera que puede asentir con la cabeza. Brecht le ha colgado un cartelito que dice: «También yo debo entender».

 

5 de agosto. Hace tres semanas le di a Brecht mi trabajo sobre Kafka. Él lo había leído, pero nunca había llegado a hablar por su cuenta de ese tema y las dos veces que llevé la conversación a ese punto, me había contestado con evasivas. Finalmente yo había vuelto a tomar en silencio el manuscrito. Anoche de pronto se refirió él a ese trabajo. La transición, un tanto abrupta, fue motivada por la observación de que tampoco yo estaba completamente libre de una escritura estilo diario íntimo, a la manera de Nietzsche. Mi trabajo sobre Kafka, por ejemplo —que se ocupaba de Kafka sólo en el aspecto fenoménico— tomaría la obra como algo crecido por sí mismo, desasido de todas sus vinculaciones con su circunstancia e incluso con el autor. Siempre sería la pregunta acerca del carácter lo que saldría de mí. Pero ¿cómo entendérselas con esto? A Kafka hay que aproximarse preguntando qué hace, cómo se comporta y esto debe observarse en lo general antes que en particular. Entonces se descubre que habrá vivido en Praga en un mal ambiente de periodistas y literatos pretenciosos; en ese mundo era la literatura la realidad principal, si no la única; de esa concepción dependen las virtudes y las debilidades de Kafka; su valor artístico, pero también su multifacética inutilidad.

 

Es un muchacho judío —se podría acuñar también el concepto de muchacho ario— una triste criatura insignificante, una burbuja en la irisada ciénaga de la cultura de Praga, nada más.

 

Pero después habría ciertos aspectos muy interesantes, que se podrían destacar. Habría que imaginarse una conversación del discípulo con Laotsé. Laotsé dice: «Bien, discípulo Kafka, ¿las organizaciones, formas de arrendamiento y economía en que vives se han vuelto siniestras para ti?» —«Sí»— «¿No puedes adaptarte a ellas?» —«No»— «¿Un fajo de acciones te parece siniestro?» «—Sí—» «¿y ahora pides un guía, alguien en quien apoyarte, discípulo Kafka?»— «Eso es, por supuesto, despreciable», dice Brecht: «Yo rechazo a Kafka», y se refiere al símil de un filósofo chino sobre «las penurias de la utilidad». En el bosque hay diferentes clases de troncos. Con los más gruesos se recortan tablones de navío; con los troncos menos gruesos, pero siempre considerables, se hacen cajones y ataúdes; con los más finos se hacen varillas; pero con los deformes no se hace nada, esos evitan las penurias de la utilidad.

 

«Por lo que Kafka ha escrito hay que pasear la mirada como por ese bosque. Entonces se hallará una cantidad de cosas útiles. Las descripciones son buenas. Pero el resto es misterio al menudeo. Eso es vicio. Hay que dejarlo de lado. Con la profundidad no se avanza. La profundidad es una dimensión en sí, sólo profundidad, de la que nada sale a luz». Yo le aclaro finalmente a Brecht que penetrar en la profundidad es mi manera de dirigirme a las antípodas.

 

En mi trabajo sobre Kraus yo había salido a luz precisamente allí. Yo sabía que el estudio sobre Kafka no había resultado tan feliz; no podía negar el reproche menos gruesos, pero siempre considerables, se hacen cajones y ataúdes; con los más finos se hacen varillas; pero con los deformes no se hace nada, esos evitan las penurias de la utilidad.


En mi trabajo sobre Kraus yo había salido a luz precisamente allí. Yo sabía que el estudio sobre Kafka no había resultado tan feliz; no podía negar el reproche de haber llegado a unos apuntes estilo diario íntimo. De hecho, la explicación de esa zona fronteriza, que define a Kraus y, de otro modo, a Kafka, me importa muy directamente. “Por último, en el caso de Kafka, todavía no he explorado esa zona. Para mí es claro que allí hay mucho escombro y desperdicio, mucho misterio realmente al menudeo. Pero lo decisivo es otra cosa, y algo de esto lo he tocado en mi trabajo. El planteamiento de Brecht debería verificarse en la interpretación de lo particular. Propongo «La próxima aldea» (*). De inmediato pude observar el conflicto en el que se vio Brecht a raíz de esta propuesta. Rechazó decididamente la afirmación de Eisler de que ese cuento «carecía de valor». Pero por otro lado, tampoco podía definir su valor. «Habría que estudiarlo en detalle», opinó. Entonces se interrumpió la conversación; eran las diez y llegaban noticias de la radio de Viena… ”

 

(continuará)

 

 

[ Fragmento de: Walter Benjamin. “Brecht: Ensayos y conversaciones” ]

 

*

 

 (*)

 

EL PRÓXIMO PUEBLO / Kafka

 

Mi abuelo solía decir: «La vida es asombrosamente corta. Ahora se comprime tanto en mi recuerdo que apenas comprendo cómo un hombre joven puede decidirse a cabalgar hasta el próximo pueblo sin temer —dejando aparte casualidades desgraciadas— que el tiempo de una vida normal y feliz pueda alcanzar para semejante viaje».

 

[ Franz Kafka. “Cuentos completos”]

 

*

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