[ 191 ]
DIÁLOGOS CON BRECHT
(Notas de Svendborg)
Walter Benjamin
1934
(…)
“31 de agosto. Anteayer, un largo y agitado debate sobre mi Kafka. Su fundamento: la acusación de que favorecía al fascismo judío. Mi trabajo multiplicaría y extendería las tinieblas en torno a esa figura, en vez de disiparlas. Frente a esto, importaría ante todo clasificar a Kafka, esto es, formular las sugerencias practicables, que se pueden extraer de sus cuentos. Cabe sospechar que hay sugerencias en esos cuentos, aunque más no sea por la calma circunspecta que define la actitud de esos relatos. Sería preciso buscar esas sugerencias en el sentido de los grandes males que soporta hoy la humanidad.
Brecht busca la huella de esos males en la obra de Kafka. Se atiene preferentemente al Proceso. Hay allí, ante todo, según Brecht, el temor ante el crecimiento incontenible, interminable, de las grandes ciudades. Por íntima experiencia conocería él la pesadilla con que esa representación abruma al hombre.
Las insoslayables servidumbres, dependencias intrincadas, en las que se ven metidos los hombres por las formas contemporáneas de existencia, encuentran su expresión en esas ciudades. Encuentran por otra parte su expresión en el deseo de un «Führer» —que viene a ser para el pequeño burgués aquel a quien puede hacer responsable de toda su desgracia, en un mundo en el que cada uno puede remitirse a otro y todos se excusan—. Brecht llama al Proceso un libro profético. «Lo que puede llegar a ser la “Cheka” se ve en la Gestapo».
—Perspectiva de Kafka: la del hombre que ha caído bajo las ruedas. Al respecto es significativo Odradek: Brecht explica la preocupación del padre de familia como la del que sostiene la casa. Al pequeño burgués le tiene que ir mal.
Su situación es la de Kafka. Pero mientras el tipo de pequeño burgués hoy corriente —el fascista, por tanto— resuelve enfrentar esa situación con su voluntad acerada, indoblegable, Kafka apenas le hace resistencia, es sabio. Donde el fascista saca a relucir el heroísmo, él saca a relucir preguntas. Pregunta por las garantías para su situación. Pero ésta es tal, que las garantías deben rebasar toda medida razonable. Es una ironía kafkiana que el hombre fuera un agente de seguros, que de nada parece tan convencido como de la falibilidad de todas las garantías. Por lo demás, su ilimitado pesimismo está libre de todo sentimiento trágico del destino. Pues no sólo la espera de la desgracia tiene para él fundamentos empíricos —sin duda imperfectibles— sino que, con incorregible ingenuidad hace depender el criterio del éxito final de las empresas más insignificantes y cotidianas: la visita de un viajante de comercio o una solicitud de informes en oficinas públicas.
La conversación se concentró por momentos en «La próxima aldea».
Brecht declara que es una contrapartida de la historia de Aquiles y la tortuga. Uno no llega nunca a la próxima aldea, si compone el viaje con la suma de sus partes más pequeñas —sin contar los accidentes. Entonces la vida es demasiado corta para ese viaje. Pero la falla está aquí en ese «uno». Pues si el viaje se divide en partes, lo mismo le sucede al viajero. Y si desaparece la unidad de la vida, también desaparece su brevedad. Puede ser tan breve como se quiera. Eso no importa, pues el que llega a la aldea es otro que el que emprendió el viaje. —Yo, por mi parte, doy la siguiente explicación: la verdadera medida de la vida es el recuerdo. Este atraviesa retrospectivamente la vida, como un rayo. Con tanta rapidez como se vuelve atrás un par de hojas, regresa al recuerdo desde la próxima aldea al sitio donde el viajero tomó la resolución de emprender la cabalgata. Aquéllos a quienes la vida se les ha convertido en escritura, como a los ancianos, sólo pueden leer esa escritura hacia atrás. Sólo así se encuentran consigo mismos, sólo así —huyendo del presente— pueden comprender la vida.”
“27 de setiembre, Dragar. En una conversación nocturna, que tuvo lugar hace unos días, se refirió Brecht a la peculiar irresolución, que en estos momentos interfiere con el trazado de sus planes. En la base de esa irresolución se hallan —según él mismo destaca— las ventajas que distinguen su situación personal sobre la de la mayoría de los exiliados. Si bien él no reconoce, en general, el exilio como base para empresas y planes, en su caso, la relación con el exilio es tanto más irrefutable. Sus planes son muy amplios. Se halla frente a una alternativa. Por un lado, esperan asuntos en prosa. El más modesto, que trata de Uí —una sátira de Hitler en el estilo de los historiógrafos renacentistas— y el más amplio, que es la novela sobre Tui.
Esta novela está destinada a dar una visión panorámica sobre las necesidades de los «telectualines» (intelectuales); se desarrollará, al parecer, en China por lo menos parcialmente. Está terminado un pequeño bosquejo de esta obra. Pero junto a esos planes en prosa, le exigen además otros proyectos que se remontan a estudios y reflexiones de hace mucho tiempo. Mientras que las reflexiones, que surgieran en torno al teatro épico, pudieron fijarse precariamente en las observaciones e introducciones de los «Ensayos», otros pensamientos brotados de los mismos intereses han rebasado estos límites más estrechos desde que se vincularon, por un lado, al estudio del leninismo y, por otro, con la tendencia del empirismo a las ciencias naturales. Esos pensamientos se agrupan desde hace años, a veces bajo este, a veces bajo aquel lema; de modo que alternativamente estuvieron en el centro de las inquietudes de Brecht: la lógica no aristotélica, la doctrina conductista, la nueva enciclopedia, la crítica de las representaciones. Estos diversos quehaceres convergen actualmente en la idea de un poema didáctico filosófico.
Los escrúpulos de Brecht lo llevan a preguntarse si él —considerando toda su producción anterior, en particular sus textos satíricos y sobre todo la Novela de tres centavos— encontraría en el público el crédito necesario para semejante exposición. En ésta se encuentran dos órdenes de pensamientos diversos. Por un lado, se manifiestan escrúpulos a medida que Brecht se interioriza más en los problemas y métodos de la lucha de clases proletaria —ante los cuales deberá suspender la actitud satírica y, sobre todo, la irónica.
Pero no se entenderían esos escrúpulos —que son más bien de naturaleza práctica— si no se les identifica con otros más profundos. Esos escrúpulos de una capa más profunda se refieren al elemento artístico y lúdico del arte, pero sobre todo a aquellos momentos que a veces lo vuelven en parte refractario a la razón.
Estos esfuerzos heroicos de Brecht por legitimar el arte frente a la razón, lo han conducido siempre a la parábola; en la cual la maestría artística se acredita por el hecho de que los elementos del arte en última instancia se anulan en ella. Y justamente esos esfuerzos en torno a la parábola se imponen hoy en forma más radical con las reflexiones acerca del poema didáctico. En el curso de la conversación traté de mostrarle claramente a Brecht que un poema didáctico como ése deberá justificarse menos ante el público burgués que ante el proletario, el cual se basará probablemente para juzgarlo no tanto en la producción anterior de Brecht, de orientación parcialmente burguesa, como en el contenido dogmático y teórico del poema didáctico mismo.
«Si ese poema didáctico —le dije— consigue movilizar a su favor la autoridad del marxismo, el hecho de su producción anterior difícilmente podrá conmoverla»…”
(continuará)
[ Fragmento de: Walter Benjamin. “Brecht: Ensayos y conversaciones” ]
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