miércoles, 3 de agosto de 2022

 


[ 199 ]

 

ESCRITOS CORSARIOS

Pier Paolo Pasolini

 

 

22 de septiembre de 1974

 

EL HISTÓRICO DISCURSITO DE CASTELGANDOLFO

 

Es probable que algún lector haya sido sorprendido por una fotografía del Papa Paulo VI con la cabeza coronada de plumas Sioux, rodeado por un grupito de «Pieles rojas» con vestimenta tradicional: un pequeño cuadro folklórico extremadamente embarazante en la misma medida que la atmósfera parecía familiar y grata.

 

No sé qué cosa habrá inspirado a Paolo VI colocarse en la cabeza esa corona de plumas y a posar para el fotógrafo. Pero no existe incoherencia. Más bien, en el caso de esta fotografía de Paolo VI, se puede hablar de una actitud coherente con la ideología, consciente o inconsciente, que guía los actos y gestos humanos, convirtiéndolos en «destino» o en «historia». En el caso, «destino» de Paolo VI e «historia» de la Iglesia.

 

En los mismos días en los cuales Paolo VI se hizo esta fotografía a propósito de la cual «callarse es bueno» (pero no por hipocresía, sino por respeto humano) ha pronunciado un discurso que no dudaría, con la solemnidad debida, en declarar histórico. Y no me refiero a la historia reciente o, menos todavía, a la actual. Tan es así que este discurso de Paolo VI no ha tenido siquiera resonancia periodística: he leído en los periódicos reseñas lacónicas y evasivas, relegadas a un rincón de la página.

 

Al decir que el reciente discurso de Paolo VI es histórico, intento referirme al curso entero de la historia de la Iglesia Católica, es decir, de la historia humana (eurocéntrica y culturocéntrica, por lo menos). Paolo VI ha admitido, explícitamente, que la Iglesia ha sido superada por el mundo; que el papel de la Iglesia se ha convertido de pronto en incierto y superfluo; que el Poder real no necesita más de la Iglesia y la abandona por lo tanto a sí misma; que los problemas sociales son resueltos en una sociedad en la cual la Iglesia no tiene más prestigio; que no existe más el problema de los «pobres», es decir, el problema fundamental de la Iglesia, etc., etc. He resumido los conceptos de Paolo VI con palabras mías: es decir, con palabras que uso desde hace ya mucho tiempo para decir estas Cosas. Pero el sentido del discurso de Paolo VI es precisamente este que he resumido: y tampoco las palabras son en resumidas cuentas muy diferentes.

 

Para decir verdad no es la primera vez que Paolo VI es sincero: pero, hasta ahora, sus impulsos de sinceridad han tenido manifestaciones anormales, enigmáticas y a menudo (desde el punto de vista de la propia Iglesia) un poco inoportunas. Eran casi raptus que revelaban su estado de ánimo real, coincidente objetivamente con la situación histórica de la Iglesia, vivida personalmente en su Cabeza. Las encíclicas «históricas» de Paolo VI, luego, eran siempre fruto de un compromiso, entre las angustias del Papa y la diplomacia vaticana: compromiso que no dejaba nunca comprender si esas encíclicas eran un progreso o un regreso con relación a las de Juan XXIII. Un papa profundamente impulsivo y sincero como Paulo VI había terminado por aparecer, por definición, ambiguo e insincero. Ahora de pronto ha brotado hacia afuera toda su sinceridad, que Paolo VI es sincero: pero, hasta ahora, sus impulsos de sinceridad han tenido manifestaciones anormales, enigmáticas y a menudo (desde el punto de vista de la propia Iglesia) un poco inoportunas. Eran casi raptus que revelaban su estado de ánimo real, coincidente objetivamente con la situación histórica de la Iglesia, vivida personalmente en su Cabeza. Las encíclicas «históricas» de Paolo VI, luego, eran siempre fruto de un compromiso, entre las angustias del Papa y la diplomacia vaticana: compromiso que no dejaba nunca comprender si esas encíclicas eran un progreso o un regreso con relación a las de Juan XXIII. Un papa profundamente impulsivo y sincero como Paulo VI había terminado por aparecer, por definición, ambiguo e insincero. Ahora de pronto ha brotado hacia afuera toda su sinceridad, con una claridad casi escandalosa. ¿Cómo y por qué?

 

No es difícil contestarlo: por primera vez Paulo VI ha hecho lo que hacía normalmente Juan XXIII, es decir, ha explicado la situación de la Iglesia recurriendo a una lógica, a una cultura, a una problemática no eclesiástica: más bien externa a la Iglesia; la del mundo laico, racionalista, quizá socialista —aunque deformado y anestesiado mediante la sociología.

 

Una mirada fulmínea a la Iglesia vista «desde afuera» ha bastado a Paulo VI para comprender su real situación histórica: situación histórica que contemplada luego «desde adentro» ha resultado trágica.

 

Y he aquí que ha sido golpeada, esta vez sinceramente, la sinceridad de Paulo VI: en vez de tomar la vía del falso compromiso, de la razón de estado, de la hipocresía, siquiera post— Juan XXIII, las palabras «sinceras» de Paulo VI han seguido la lógica de la realidad. Las aceptaciones que de allí se deducen son, por lo tanto, aceptaciones históricas en el sentido solemne que he dicho: estas aceptaciones, en efecto, dibujan el final de la Iglesia o por lo menos el final del papel tradicional de la Iglesia que duró ininterrumpidamente dos mil años.

 

Por cierto —quizás mediante las ilusiones que no podrá dejar de dar el Año Santo— Paulo VI encontrará el modo de regresar (en buena fe) a la insinceridad. Su pequeño discurso de este fin de verano en Castelgandolfo, será formalmente olvidado, se alzarán alrededor de la Iglesia nuevas y tranquilizadoras maneras de prestigio y esperanza, etc., etc. Pero se sabe que la verdad, una vez dicha, es incancelable; es irreversible la nueva situación histórica que de ello deriva.

 

Ahora, al margen de los problemas prácticos particulares (como la terminación de las vocaciones religiosas) sobre cuya solución el Papa parece impotente para hacer cualquier hipótesis y sobre toda la dramática situación de la Iglesia que se le muestra del todo irracional (es decir, una vez más de otra manera, sincero). Efectivamente, la solución que él propone es «orar». Lo que significa que después de haber analizado la situación de la Iglesia «desde afuera» y de haber intuido su carácter trágico, la solución que propone está formulada nuevamente «desde adentro». Por lo tanto no sólo entre el planteamiento y la solución del problema hay una relación históricamente ilógica: se trata directamente de lo incompatible. Aparte del hecho de que si el mundo ha superado a la Iglesia (en términos todavía más totales y decisivos de cuanto había demostrado el «referéndum,» está claro que este mundo, precisamente, no «ora» más. Por lo tanto la Iglesia está reducida a «orar» por sí misma.

 

Así Paulo VI, después de haber denunciado, con dramática y escandalosa sinceridad el peligro del final de la Iglesia, no da ninguna solución o indicación para afrontarlo.

 

¿Tal vez porque no existe posibilidad de solución? ¿Quizás porque el fin de la Iglesia es ya inevitable, a causa de la «traición» de millones y millones de fieles (sobre todo campesinos convertidos al laicismo y al hedonismo del consumo) y de la «decisión» del poder, que ya está seguro, precisamente por tener en un puño a aquellos exfieles mediante el bienestar y sobre todo mediante la ideología impuesta a ellos sin siquiera la necesidad de dominarla?

 

Puede ser. Pero esto es cierto: que si numerosas y graves han sido las culpas de la Iglesia en su larga historia de poder, la más grave de todas sería la de aceptar pasivamente su propia liquidación por parte de un poder que se ríe del Evangelio. En una perspectiva radical, quizás utópica, o si es el caso de decirlo milenarista, es claro por lo tanto lo que la Iglesia debería hacer para evitar un final sin gloria. Debería pasar a la oposición. Y para pasar a la oposición, debería antes que nada negarse a sí misma. Debería pasar a la oposición contra un poder que la ha tan cínicamente abandonado, proyectando, sin consideraciones, reducida a puro folklore. Debería negarse a sí misma, para reconquistar los fieles (o aquellos que tienen un «nuevo» deseo de fe) que precisamente por lo que ella es la han abandonado.

 

Retomando una lucha que está por otra parte en sus tradiciones (la lucha del Papado contra el Imperio), pero no por la conquista del poder, la Iglesia podría ser la guía, grandiosa pero no autoritaria, de todos aquellos que rechazan (y habla un marxista, precisamente en cuanto marxista) el nuevo poder consumista que es completamente irreligioso; totalitario; violento; falsamente tolerante, más bien, más represivo que nunca; corruptor; degradante (hoy más que nunca tiene sentido la afirmación de Marx que el capital transforma la dignidad humana en mercadería de cambio). Es precisamente este rechazo el que podría, por lo tanto, simbolizar la Iglesia: regresando a sus orígenes, es decir, a la oposición y a la revuelta. O hacer esto o aceptar un poder que no la quiere más: o sea suicidarse.

 

Propongo un solo ejemplo aunque sea aparentemente limitado. Uno de los más poderosos instrumentos del nuevo poder es la televisión. La Iglesia hasta ahora no lo ha comprendido. Más bien, penosamente ha creído que la televisión era un instrumento de su poder. Y en efecto, la censura de la televisión ha sido una censura vaticana, no cabe duda. La televisión hacía un continuo réclame de la Iglesia. Pero, precisamente, hacía un tipo de réclame totalmente distinto del réclame con el cual lanzaba los productos, por una parte, y por otra, y sobre todo, elaboraba el nuevo modelo humano del consumidor.

 

El réclame hecho a la Iglesia era anticuado e ineficaz, puramente verbal: y demasiado explícito, demasiado pesantemente explícito. Un verdadero desastre en relación con el réclame no verbal, maravillosamente leve, hecho a los productos y a la ideología del consumo, con su hedonismo perfectamente irreligioso (para qué el sacrificio, para qué la fe, para qué el ascetismo, para qué buenos sentimientos, para qué el ahorro, para qué la severidad en las costumbres, etc., etc.). Ha sido la televisión el principal artífice de la victoria del «no» en el referéndum, mediante la conversión laica, aun por estupidez de los ciudadanos. Y aquel «no» del referéndum, no ha dado más que una pálida idea de cuánto ha cambiado la sociedad italiana precisamente en el sentido indicado por Paulo VI en su histórico discursito de Castelgandolfo.

 

Ahora, ¿la Iglesia debe continuar y aceptar una televisión semejante? ¿Es decir, un instrumento de la cultura de masas que pertenece al nuevo poder que «no sabe más qué hacer con la Iglesia»? ¿No debería, en cambio, atacarla violentamente, con furia paulina, precisamente por su real irreligiosidad, cínicamente vestida por un vacío clericalismo?

 

Naturalmente se anuncia en cambio un gran exploil televisivo para la inauguración del Año Santo. Y bien, quede claro para los hombres religiosos que estas manifestaciones pomposamente teletransmitidas, serán grandes y vacías manifestaciones folklóricas, políticamente inútiles hasta en la derecha más tradicional.

 

He propuesto el ejemplo de la televisión porque es el más espectacular y macroscópico. Pero podría dar otros mil ejemplos referentes a la vida cotidiana de millones de ciudadanos: desde la función del sacerdote en un mundo agrícola en completo abandono, hasta la rebelión de las élites teológicamente más avanzadas y escandalosas.

 

Pero en definitiva el dilema es hoy éste: o la Iglesia hace propia la máscara traumatizante de Paulo VI folklórico que «juega» con la tragedia o hace propia la sinceridad trágica de Paulo VI que anuncia temerariamente su fin.

 

 

 

[ Fragmento de: Pier Paolo Pasolini. “Escritos corsarios” ]

 

*

 

2 comentarios:

  1. Salvo puntuales excepciones propiciadas por viejos creyentes, excepciones que vienen a confirmar la regla, las iglesias (me refiero a los templos) sólo abren sus puertas para vender cromos al turismo en horario restringido y previa cita. Algo similar a lo que ocurre con los palacios de la vieja nobleza monárquica, reconvertidos en hoteles en los que los herederos forman parte del rancio reclamo publicitario. La Iglesia está inserta en el capitalismo hasta las catacumbas.

    Salud y comunismo


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    1. Ciertamente desde que el emperador Constantino ordenó detener la persecución de los cristianos y dar libertad de culto al cristianismo, la Iglesia ha sido parte, más o menos determinante, parasitaria y beneficiaria, del poder establecido hasta el momento presente. Véase si no el Concordato vigente entre el Vaticano y la España de OTAN y pandereta...

      Aprovecho pra recomendar el interesantísimo libro de Alfredo Grimaldos, titulado “La Iglesia en España / 1977 – 2008”

      Salud y comunismo

      *

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