martes, 16 de agosto de 2022

 

[ 208 ]

 

JUAN DE MAIRENA

 

Antonio Machado

 

 

 

HABLA JUAN DE MAIRENA A SUS ALUMNOS

 

(…)

 

 

“Cuando el saber se especializa, crece el volumen total de la cultura. Esta es la ilusión y el consuelo de los especialistas. ¡Lo que sabemos entre todos! ¡Oh, eso es lo que no sabe nadie!

 

* * *

 

El alma de cada hombre —cuenta Mairena que decía su maestro— pudiera ser una pura intimidad, una mónada sin puertas ni ventanas, dicho líricamente: una melodía que se canta y escucha a sí misma, sorda e indiferente a otras posibles melodías —¿iguales?, ¿distintas?— que produzcan las otras almas. Se comprende lo inútil de una batuta directora. Habría que acudir a la genial hipótesis leibnitziana de la armonía preestablecida. Y habría que suponer una gran oreja interesada en escuchar una gran sinfonía. ¿Y por qué no una gran algarabía?

 

* * *

 

(Sobre el escepticismo).

 

Contra los escépticos se esgrime un argumento aplastante: «Quien afirma que la verdad no existe, pretende que eso sea la verdad, incurriendo en palmaria contradicción». Sin embargo, este argumento irrefutable no ha convencido, seguramente, a ningún escéptico. Porque la gracia del escéptico consiste en que los argumentos no le convencen. Tampoco pretende él convencer a nadie.

 

* * *

 

—Dios existe o no existe. Cabe afirmarlo o negarlo, pero no dudarlo.

—Eso es lo que usted cree.

 

* * *

 

Un Dios existente —decía mi maestro— sería algo terrible. ¡Que Dios nos libre de él!

 

 

 

II

 

Nunca la palabra burgués —decía Juan de Mairena— ha sonado bien en los oídos de nadie. Ni siquiera hoy, cuando la burguesía, con el escudo al brazo —después de siglo y medio de alegre predominio—, se defiende de ataques fieros y constantes, hay quien se atreva a llamarse burgués. Sin embargo, la burguesía, con su liberalismo, su individualismo, su organización capitalista, su ciencia positiva, su florecimiento industrial, mecánico, técnico; con tantas cosas más —sin excluir el socialismo, nativamente burgués—, no es una clase tan despreciable para que monsieur Jourdain siga avergonzándose de ella y no la prefiera, alguna vez, a su fantástica gentilhombría.

 

* * *

 

La vida de provincias —decía mi maestro, que nunca tuvo la superstición de la corte— es una copia descolorida de la vida madrileña; es esta misma vida, vista en uno de esos espejos de café provinciano, enturbiados por muchas generaciones de moscas. Con un estropajo y un poco de lejía… estamos en la Puerta del Sol.

 

* * *

 

 

(La pedagogía, según Juan de Mairena, en 1940).

 

 —Señor Gozálvez.

—Presente.

—Respóndame sin titubear. ¿Se puede comer judías con tomate? (El maestro mira atentamente a su reloj).

—¡Claro que sí!

—¿Y tomate con judías?

—También.

—¿Y judíos con tomate?

—Eso… no estaría bien.

—¡Claro! Sería un caso de antropofagia. Pero siempre se podrá comer tomate con judíos. ¿No es cierto?

—Eso…

—Reflexione un momento.

—Eso, no.

 

El chico no ha comprendido la pregunta.

 

—Que me traigan una cabeza de burro para este niño.

 

* * *

 

Nunca, nada, nadie. Tres palabras terribles; sobre todo la última. (Nadie es la personificación de la nada). El hombre, sin embargo, se encara con ellas, y acaba perdiéndoles el miedo… ¡Don Nadie! ¡Don José María Nadie! ¡El excelentísimo señor don Nadie! Conviene que os habituéis —habla Mairena a sus discípulos— a pensar en él y a imaginarlo. Como ejercicio poético no se me ocurre nada mejor. Hasta mañana.

 

* * *

 

La palabra representación, que ha viciado toda la teoría del conocimiento —habla Mairena en clase de Retórica—, envuelve muchos equívocos, que pueden ser funestos al poeta. Las cosas están presentes en la conciencia o ausentes de ella. No es fácil probar, y nadie, en efecto, ha probado que estén representadas en la conciencia. Pero aunque concedamos que haya algo en la conciencia semejante a un espejo donde se reflejan imágenes más o menos parecidas a las cosas mismas, siempre debemos preguntar: ¿y cómo percibe la conciencia las imágenes de su propio espejo? Porque una imagen en un espejo plantea para su percepción igual problema que el objeto mismo. Claro es que al espejo de la conciencia se le atribuye el poder milagroso de ser consciente, y se da por hecho que una imagen en la conciencia es la conciencia de una imagen. De este modo se esquiva el problema eterno, que plantea una evidencia del sentido común: el de la absoluta heterogeneidad entre los actos conscientes y sus objetos.

 

A vosotros, que vais para poetas, artistas imaginadores, os invito a meditar sobre este tema. Porque también vosotros tendréis que habéroslas con presencias y ausencias, de ningún modo con copias, traducciones ni representaciones.

 

* * *

 

 

[ Fragmento de: Antonio Machado. “Juan de Mairena” ]

 

*


3 comentarios:

  1. Aseguraría que Galeano bebió de esta machadiana fuente.

    Me ha gustado ese remate: "¿Y por qué no una gran algarabía?"

    Salud y comunismo



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    1. 1)
      Al fin y al cabo Galeano era un escritor que presumía de dedicar la mayor parte del tiempo a escuchar a la gente del pueblo letrada o iletrada… y a leer a algunos escogidos autores, como el mismo Antonio Machado (escribo nombre y apellido porque Borges, el cieguito facha, llegó a decir en una entrevista que no ‘sabía’ que Manuel Machado tuviera un hermano). Y Galeano no se vendió al poder como ‘intelectual orgánico’, aunque me consta que no le faltaron ofertas. Otra cosa es la España de OTAN y pandereta donde con la llegada del PSOE al poder, Machado fue ocultado como intelectual comprometido con la República y la lucha antifascista y reciclado como uno más de los poetas del 98. Incluso alguna sabandija como el tal Trapiello lo calificó de ‘viejo pederasta’…
      El caso es que ahí sigue la obra de Machado más viva y vigente que nunca, incluso entre…

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    2. 2)

      ONDAS DE RADIO
      Para Antonio Machado

      La lluvia ha cesado y ha aparecido la luna.
      No entiendo nada de ondas de radio,
      pero creo que viajan mejor justo después
      de que llueva, cuando el aire está húmedo. En cualquier caso,
      ahora podría sintonizar con Ottawa, si quisiera, o con Toronto.
      Últimamente, por las noches se me ha despertado
      un leve interés por la política canadiense
      y sus asuntos internos. Es cierto. Pero lo que buscaba sobre todo
      eran sus emisoras musicales. Podría quedarme aquí en la silla
      y escuchar, sin tener que hacer nada o pensar.
      No tengo televisión y había dejado de leer
      la prensa. Por las noches, encendía la radio.
      Cuando vine aquí pretendía escapar
      de todo. Especialmente de la literatura.
      Con lo que conlleva, y lo que sigue después.
      Existe en el alma el deseo de no pensar.
      De permanecer inmóvil. Junto a ello,
      el deseo de ser estricto, sí, y riguroso.
      Pero el alma también es una zorra ladina,
      no siempre de fiar. Y yo lo había olvidado.
      Escuché cuando decía: Mejor cantar a lo que ha
      desaparecido y no regresará que a aquello que sigue
      con nosotros y seguirá mañana con nosotros. O no.
      Y si no, bien también.
      No tenía importancia, decía, que un hombre cantase.
      Ésa era la voz que yo escuchaba.
      ¿Se imaginan que alguien pensara de esa forma?
      ¿Que todo da igual?
      ¡Menuda tontería!
      Pero yo pensaba esas bobadas por la noche
      sentado en la silla mientras escuchaba mi radio.
      ¡Y entonces, Machado, tus poemas!
      Fue casi como ver a un hombre de mediana edad
      enamorarse de nuevo. Algo extraordinario,
      y también embarazoso.
      Tonterías como colgar un fotografía tuya.
      Y me llevaba tu libro a la cama
      y dormía con él a mano. Una noche un tren
      me despertó al pasar por mis sueños.
      Lo primero que pensé, con el corazón desbocado
      allí en el dormitorio a oscuras, fue:
      No pasa nada, Machado está aquí.
      Luego pude volver a dormirme.
      Hoy cogí tu libro cuando salí a dar
      mi paseo. ‘¡Presta atención!’ decías
      siempre que alguien te preguntaba qué hacer con su vida.
      Así que miré a mi alrededor y tomé nota de todo.
      Luego me senté al sol con él, en mi sitio
      junto al río donde divisaba las montañas.
      Y cerré los ojos y escuché el ruido
      del agua. Luego los abrí y comencé a leer
      Últimas lamentaciones de Abel Martín.
      Esta mañana pensé mucho en ti, Machado.
      Y espero, sabiendo incluso lo que sé acerca de la muerte,
      que recibieras el mensaje que te dirigí.
      Pero si no, no pasa nada. Duerme bien. Descansa.
      Espero que tarde o temprano podamos encontrarnos.
      Y entonces te contaré yo mismo estas cosas.

      (Raymond Carver)
      *

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