viernes, 12 de agosto de 2022

 

[ 207 ]

 

EL CONTRARIO DE UNO

 

Erri De Luca

 

“ (…) La primera vez que no escapaste te cogieron, mejor dicho, te dieron a base de bien. Te acurrucaste en el suelo, la gorra voló de una patada, pero el instinto supo aconsejarte. Entre sus piernas era más difícil ser golpeado, mientras que es más cómodo y fuerte el golpe sobre quién se encoge quedando a media altura. Se desahogan contigo, después uno de ellos te empuja hacia la retaguardia, te ganas algún golpe más, uno más duro te hace caer otra vez, viene de detrás, aprende, sí, así aprendes que aunque atrapado, rendido, no estás a salvo, antes debes pasar entre todos ellos. No es como de niños cuando quien era hecho prisionero estaba quieto una vuelta, nadie lo tocaba. Aquí estás en el purgatorio de su retaguardia, saltan golpes en frío, de chulos de cartón, como se dice en tu pueblo.

 

Así quedaste atrapado la primera vez, peor que un pollastre, que por lo menos intenta escabullirse entre las piernas. Tú nada, los esperaste sin pensamiento alguno, sólo porque no querías marcharte. Arrojado al interior de un coche celular, la sorpresa es que no estás solo. Cerca de ti, bajo la escasa luz, hay alguien más, vestido apenas mejor que tú, sin sangre en la cara o en la ropa. Te pregunta cómo estás, si reconoces, si sabes contar. Se interesa por si tienes daños dentro del cráneo, o sólo los de fuera. Dice que es dura una cabeza, nada fácil romperla, aunque de arañarla sí. Te mira la brecha, apartando el pañuelo con el que aprietas, dice que quedará como nueva con un par de puntos.

 

Lo han cogido, pero ha permanecido en pie, ha esquivado algunos golpes, no han podido tirarlo al suelo, le han llevado en vilo cogido de los brazos hasta el coche celular, así tenían las manos ocupadas. No es la primera vez que le pasa. Pregunta por qué no has huido. No lo sabes, aunque sí, lo sabes, pero no quieres decir que de repente te ha entrado vergüenza de huir, una vergüenza más fuerte que el miedo. Podrías decirlo en tu dialecto, «me so’ miso scuomo ‘e fui», me dio vergüenza huir, resultaría preciso, pero en italiano suena extraña la intimidad de una vergüenza, así que aprietas con más fuerza el pañuelo contra la brecha y permaneces callado. Ahora lo sabes pero entonces no: una buena cantidad de corajes brotan de la vergüenza y son más tenaces que los que provienen de la cólera, que son impulsos rápidos en enfriarse. En cambio las vergüenzas son de grano duro y no se pasan.

 

Entre tanto abren y arrojan dentro a otro que queda quieto en el suelo, él se levanta y le ayuda a sentarse, el otro se resiste, tiene miedo de recibir de nuevo, él insiste, si se queda en el suelo, los otros entrarán y repartirán golpes: porque no estás en tu casa donde puedes dormir en el suelo como el perro que eres. Así lo convence y lo acomoda en el último asiento al fondo, en la oscuridad del coche celular. Se abren de par en par las dos portezuelas, entre chillidos y bofetones entra un grupito de seis, con una chica incluso, todos cogidos a la vez, cierran, el coche celular arranca, con la sirena y con la escolta.

 

Adónde nos llevan, pregunta uno, a la comisaría dice él. Nos arrestarán, pregunta, a algunos sí, al tuntún, de vez en cuando, contesta. Otro recuerda que no ha dicho nada en casa. Al llegar al cuartel él te dice: cuando abran salgo yo el primero, tú vente detrás y mantente pegado a mí, camina lo más deprisa que puedas, no te pares, sobre todo no te caigas, no dejes de mirar al suelo, dónde pones los pies, nos hacen pasar en medio de ellos, si te caes recibirás más que antes y harás que les den a los que están detrás que no pueden pasar.

 

Y así es, él sale, recibe los primeros puñetazos y va derecho al fondo del pasillo de los golpes sin tropezar en los pies, en las zancadillas, tú le sigues de cerca y consigues entrar en la sala sin nuevos golpes en la cabeza, sólo patadas. Te ha abierto el paso, sientes por él una gratitud rayana en las lágrimas. Detrás de ti el primero ha tropezado, has oído los gritos, no te has dado la vuelta. Cuando también los demás consiguen llegar por fin a la sala, te tapas los ojos con las manos y no quieres mirar. Pero te harían falta otras dos manos para las orejas. Le dices gracias, contesta que no lo ha hecho por ti, sino por él mismo, que si delante ibas tú y te parabas, él hubiera recibido más.

 

Cuántas veces le han cogido, preguntas, unas cuantas, contesta. Estáis sentados cerca. No pidas permiso para ir al retrete, dice, si tienes ganas, háztelo encima, total, se seca enseguida. Le preguntas si nos detendrán. Si pasamos la noche aquí, no, nos soltarán mañana por la mañana; en caso contrario, en el curso de la tarde nos llevarán a la cárcel y por lo menos allí podremos mear en paz.


No has huido, te pregunta. No. El tampoco, empiezan a encontrarse aquellos que no quieren escapar. Empieza a formarse una fila de obstinados. Están diseminados aún, pero se conocen. Os intercambiáis los nombres. Así pasa tu primera noche de trincado, hablando de mañana, de las próximas veces, de cómo detener las cargas. Eso es, tú eres uno de los que empezaron así. Por la mañana os sueltan. No vas a urgencias, sino a ver a un médico que ayuda a los heridos de las manifestaciones, te lleva él, el amigo de menos de un día, a quien confiarías tus dos ojos, porque aquéllos son días en los que va a toda prisa la confianza, la lealtad y hasta el destino.

 

En las reuniones, en las asambleas son muchos los que conocen a muchos. Se habla de no dejarse mandar al garete, de preparar defensas con quien se sienta capaz de cerrar filas. El más claro de entre nosotros dice que no hay diferencia entre violencia de agresión y violencia de defensa, que una barricada es violencia pura y una piedra también, y una botella de gasolina. Dice que la diferencia estriba entre violencia del estado y violencia del pueblo, una es atropello, la otra no. Y además dice que nos quitemos de la cabeza palabras exóticas aparecidas en otros continentes, por ejemplo, guerrilla, que quiere decir guerra pequeña. Entre nosotros, dice, se dan batallas callejeras, para poder estar en la calle incluso en contra de las prohibiciones, para no dejar que nos dispersen, para no dejar que nos detengan. No es guerra la nuestra, ni pequeña ni grande, es hurto con destreza de algunas horas de manifestación. No liberamos territorios, nos tomamos solamente la libertad de estar contra todos los poderes constituidos.


A algunos les parece poco, ¿y la revolución? Llegará, si llega, al final de muchos días de democracia robada…”

 

 

[ Fragmento de: Erri De Luca. “El contrario de uno” ]

 

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