viernes, 16 de septiembre de 2022

 

 

[ 232 ]

 

POR EL BIEN DEL IMPERIO

 

Josep Fontana

 

 

 

EL FINAL DE LA PRESIDENCIA DE BUSH

 

La presidencia del primer Bush no acabó bien. Tras la euforia del triunfo militar del Golfo que, en opinión del presidente, había «restaurado la credibilidad» norteamericana perdida en Vietnam, las cosas se complicaron. En 1992, el año que en sus memorias aparece calificado como «el peor de los tiempos», se produjo en los Estados Unidos una oleada de enfrentamientos raciales, que se desencadenó cuando un jurado blanco de Los Ángeles exculpó a cuatro policías blancos que habían dado una paliza brutal a un motorista negro, en una escena que grabó un videoaficionado y que proyectaron todas las televisiones. El resultado fue una revuelta con 55 muertos, más de 4000 heridos, más de 12 000 detenidos y 5270 edificios destruidos o dañados.

 

La economía norteamericana sufrió las consecuencias de una recesión, agravada por la costosa liquidación del problema de las Savings and Loans y por las dificultades por las que pasaban muchos bancos que habían invertido especulativamente en deuda latinoamericana y habían comprometido sus recursos en créditos inmobiliarios poco seguros, en una línea que anunciaba lo que iba a ser el desastre de 2007. Todo lo que se le ocurrió decir a Bush en sus memorias sobre esto fue que «el país estaba en una recesión pese a nuestros muchos intentos para arrancar la economía». Por otra parte, la guerra del Golfo implicó restricciones en el aprovisionamiento de petróleo y la necesidad, contra todas las promesas electorales del presidente, de crear nuevos impuestos, lo que acabó definitivamente con su escaso crédito público.

 

Con vistas a las elecciones de 1992 trató de redondear el triunfo militar sobre Saddam con un acuerdo para resolver el conflicto entre los israelíes, a quienes Bush concedió un crédito de 10 000 millones de dólares para financiar la acogida de inmigrantes de la Unión Soviética, y los palestinos, que se negociaría en una conferencia general, con participación de delegaciones de Israel, Siria, Egipto, Líbano y una conjunta de jordanos y palestinos, en la primera ocasión en que los palestinos participaban en una negociación de esta naturaleza, que se inició en Madrid el 31 de octubre de 1991 y estableció las bases para futuras reuniones multilaterales en los años siguientes. Pero el intento de montar un espectáculo preelectoral organizando un bombardeo de Bagdad se frustró cuando el New York Times lo reveló y los inspectores de la ONU, que habían de legitimar el ataque provocando al gobierno de Saddam para que este rechazase sus propuestas, se negaron a dejarse manipular por Washington.

 

Que su mandato acabase en tiempos de crisis económica favoreció el triunfo de su sucesor, el demócrata Bill Clinton, que consiguió superar la malintencionada campaña electoral de Bush, en que sus ayudantes se dedicaron a buscar en vano evidencias de que Clinton había tenido tratos con agentes soviéticos en Moscú durante la guerra de Vietnam. La derrota lo dejó dolido y sorprendido; nunca entendió que los norteamericanos lo hubieran rechazado por un hombre como Clinton («estaba convencido de que podía vencerle», dice en sus memorias).

 

Todavía tuvo tiempo, sin embargo, de rematar su gestión, una vez derrotado en las urnas, con un nuevo error y con una última vergüenza. En diciembre de 1992, un mes después de su derrota en las elecciones presidenciales, George Bush quiso hacer un gesto de prestigio tomando la iniciativa de una intervención en Somalia, bajo la bandera de la ONU y de acuerdo con su secretario general, Boutros-Ghali. El pretexto era la dificultad de hacer llegar al país ayuda humanitaria, puesto que el general Aidid, el más importante señor de la guerra local, se oponía a la actuación de la UNOSOM, la entidad de la ONU encargada de distribuirla. Bush decidió montar una operación con el nombre de Restore hope («Restablecer la esperanza»), que se suponía que iba a ser rápida (le aseguró a Clinton que se habría acabado antes de su toma de posesión en enero).

 

En la noche del 9 de diciembre de 1992 los norteamericanos desembarcaron en la playa de Mogadiscio en presencia de fotógrafos y cámaras de televisión, tras haber negociado previamente la conformidad de los jefes locales, y se apoderaron fácilmente del aeropuerto. Boutros-Ghali había dicho que se desarmaría a los grupos rivales y se restablecería la paz; pero los norteamericanos tenían prisa y se negaron a ello, buscando en cambio un acuerdo con los dos principales jefes de milicias, Aidid y Ali Mahdi Muhammad. Todo parecía funcionar de acuerdo con las previsiones, aunque la ayuda real prestada a una población que moría de hambre fue más bien escasa.

 

Pero cuando una segunda operación, bautizada como UNOSOM II, trató de realizar los planes más ambiciosos de Boutros-Ghali, pasando de la ayuda humanitaria al restablecimiento de la paz, con una nueva fuerza multinacional como apoyo, Aidid replicó, el 5 de junio de 1993, atacando a los cascos azules pakistaníes y matando a 25 de ellos. La operación se transformó entonces en una lucha directa contra Aidid, por cuya cabeza los norteamericanos, dirigidos por el almirante Howe, un integrista cristiano que actuaba como un cruzado, ofrecían 25 000 dólares, lo cual se anunciaba en carteles, al estilo del oeste americano (mientras los soldados italianos que participaban en la operación parecían, dirá Boutros-Ghali, estar informando y ayudando a Aidid).

 

El 3 de octubre de 1993 una operación de rangers norteamericanos, con el apoyo de 16 helicópteros, trató de capturar a asociados de Aidid en una emboscada en Mogadiscio. Fracasaron en el empeño y perdieron dos helicópteros y 18 hombres, y aunque los somalíes tuvieron muchos muertos, su victoria sobre una de las fuerzas técnicamente más avanzadas del mundo les dejó una sensación de victoria.

 

 

[ Fragmento de: Josep Fontana. “Por el bien del imperio” ]

 

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