jueves, 22 de septiembre de 2022

 

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LA ERA DEL IMPERIO

Eric J. Hobsbawm

 

 

“ (…) John Maynard Keynes, a quien también nos hemos referido anteriormente, constituye un ejemplo de la segunda alternativa, tanto más interesante cuanto que durante toda su vida apoyó al Partido Liberal británico y fue un miembro consciente de lo que llamaba su clase, «la burguesía educada». Durante su juventud, Keynes fue totalmente ortodoxo como economista. Creía, acertadamente, que la primera guerra mundial carecía de sentido y era incompatible con una economía liberal, y por supuesto también con la civilización burguesa. Como asesor profesional de los gobiernos de guerra a partir de 1914, se mostró partidario de interrumpir lo menos posible la marcha normal de los negocios. Con toda razón consideraba también que el gran líder de guerra, el liberal Lloyd George, estaba conduciendo al Reino Unido a la destrucción económica al subordinar todo lo demás a la consecución de la victoria militar. Se sentía horrorizado, aunque no sorprendido, al ver cómo amplias zonas de Europa y lo que él consideraba como la civilización europea se hundían en la derrota y la revolución. Concluyó, también correctamente, que un tratado de paz irresponsable, impuesto por los vencedores, daría al traste con las posibilidades de restablecer la estabilidad capitalista alemana y, por tanto, europea, sobre una base liberal. Sin embargo, enfrentado con la desaparición irrevocable de la belle époque anterior a la guerra, que tanto había disfrutado con sus amigos de Cambridge y Bloomsbury, Keynes dedicó toda su notable brillantez intelectual, así como su ingenio y sus dotes de propaganda, a encontrar la forma de salvar al capitalismo de sí mismo.

 

En consecuencia, se dedicó a la tarea de revolucionar la economía, que era la ciencia social más vinculada con la economía de mercado en la era imperialista y que había evitado esa sensación de crisis tan evidente en otras ciencias sociales. La crisis, primero política y luego económica, fue el fundamento del replanteamiento keynesiano de las ortodoxias liberales. Se convirtió en adalid de una economía administrada y controlada por el Estado, que, a pesar de la evidente aceptación del capitalismo por parte de Keynes, habría sido considerada como la antesala del socialismo por todos los ministros de Economía de los países industriales desarrollados antes de 1914.

Es importante destacar a Keynes porque formuló la que sería la forma más influyente, desde el punto de vista intelectual y político, de afirmar que la sociedad capitalista sólo podría sobrevivir si los Estados capitalistas controlaban, administraban e incluso planificaban el diseño general de sus economías, si era necesario convirtiéndose en economías mixtas públicas/privadas. Esa lección fue bien aceptada, después de 1944, por los ideólogos y los gobiernos reformistas, socialdemócratas y radicaldemocráticos, que la adoptaron con entusiasmo, en los casos en que, como ocurrió en Escandinavia, no habían defendido ya esas ideas de forma independiente. La lección de que el capitalismo según los términos liberales anteriores a 1914 estaba muerto fue aprendida casi de forma universal en el período de entreguerras y de la crisis económica mundial, incluso por aquellos que se negaron a adjudicarle nuevas etiquetas teóricas. Durante cuarenta años, a partir de los inicios de la década de 1930, los defensores intelectuales de la economía pura del libre mercado eran una minoría aislada, aparte de los hombres de negocios cuyas perspectivas siempre hacen difícil reconocer los mejores intereses de su sistema como un todo, en la medida en que centran sus mentes en los mejores intereses de su empresa o industria particular.

 

La lección tenía que ser aprendida, porque la alternativa en el período de la gran crisis del decenio de 1930 no era una recuperación inducida por el mercado, sino el hundimiento total. No se trataba, como pensaban esperanzadoramente los revolucionarios, de la «crisis final» del capitalismo, pero probablemente era la única crisis económica hasta el momento, en la historia de un sistema económico que opera fundamentalmente a través de fluctuaciones cíclicas, que había puesto en auténtico peligro al sistema. Así, los años transcurridos entre los inicios de la primera guerra mundial y el desenlace de la segunda constituyeron un período de crisis y convulsiones extraordinarias en la historia. Ha de ser considerado como la época en que desapareció el modelo mundial de la era imperialista bajo la fuerza de las explosiones que había ido generando calladamente durante los largos años de paz y prosperidad. Sin duda alguna, lo que se hundió era el sistema mundial liberal y la sociedad burguesa decimonónica como norma a la que, por así decirlo, aspiraba cualquier tipo de «civilización». Después de todo, fue la era del fascismo. Las líneas maestras de lo que había de ser el futuro no comenzaron a emerger con claridad hasta mediados de la centuria e incluso entonces los nuevos acontecimientos, aunque tal vez predecibles, eran tan diferentes de lo que todo el mundo se había acostumbrado en el período de convulsiones, que hubo de pasar casi una generación para que se advirtiera qué era lo que estaba ocurriendo…”

 

 

 

[ Fragmento de: LA ERA DEL IMPERIO, Eric J. Hobsbawm ]

 

 

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