sábado, 1 de octubre de 2022


 

[ 244 ]

 

HISTORIA SOCIAL DEL FLAMENCO

 

Alfredo Grimaldos

 

[ y 03 ]

 

 

 

1

LA TRAGICOMEDIA FLAMENCA

(…)

 

 

TOREROS DE ARTE

 

Reconoce que quiso ser torero, pero le faltó valor. Para acreditarlo, muestra unas cuantas fotos en las que aparece con un capote en la mano, en el campo, frente a una vaquilla. También conserva una película pasada a vídeo en la que se le puede ver toreando junto a Camarón, otro espada frustrado. En la filmación casera aparece el artista de La Isla dando unos muletazos, mientras se escucha a la suegra de Rancapino, Rafaela Núñez, cantando por bulerías. Rafaela y su yerno provienen de la misma estirpe flamenca: el padre de ella y el de Rancapino eran primos hermanos.

 

Juan Luis, uno de los seis hijos varones de Alonso —tiene, además, una niña—, hizo sus pinitos en el mundo del toro, pero no cuajó como figura. También atesoraba más arte que valor. En una ocasión que se encontraba un poco cortito de dinero, Rancapino se sacó de la manga una peña flamenca-taurina con su nombre, en Chiclana, y organizó un festival benéfico, con el fin de superar el bache. Consiguió que toreasen en su pueblo, en una plaza portátil, nada menos que Curro Romero, Rafael de Paula, Pepe Luis Vázquez y Ortega Cano, junto a su hijo Juan Luis. «Cuando fuimos al tentadero a escoger los novillos, mi niño dio varios pases a una vaquilla. Eligió una de su tamaño, y alguien le gritó: “¿No has encontrado una más pequeña?”. Curro Romero le contestó: “Pues así deberían ser todos”».

 

Sostiene que el mundo del toro y el del flamenco tienen que seguir tan unidos como lo han estado hasta ahora: «A Caracol le gustaba el toro más que el cante. Era un genio. Un cantaor tiene que estimularse con cosas de arte. Ahora, a los jóvenes les gusta el tenis y el golf. ¿Qué van a cantar luego? Si Caracol, Talega o Mairena escuchasen cantar a algunos gitanitos famosos de ahora, los mandaban meter presos. Y a sus padres, por dejarles hacer esas cosas».

 

Después de su primera y breve visita a Madrid para trabajar en Las Brujas, Rancapino volvió a la capital, ya junto con Camarón, en 1969, durante la época dorada de los tablaos. «Estuvimos en la casa de un palmero de Bambino, a quien decían El Chico, muy buena gente. Allí parábamos Fernanda y Bernarda de Utrera, Turronero, Pansequito, Camarón y yo. Para que se pudiera vestir uno, tenían que salir todos los demás. Estaba en la calle de López Silva, al lado de El Rastro. Bambino ha sido un genio en su género. Pasarán muchos siglos hasta que salga otro como él. Fue el que revolucionó las canciones por bulerías y los tangos metidos en aire de rumba. Era un fenómeno».

 

Toda su vida, Rancapino ha sido un artista de artistas, pero cuando empezó a ser conocido y valorado por la mayor parte de la afición madrileña fue ya después de 1980. Desde entonces, se ha convertido en uno de los flamencos que tiene mayor tirón. En la terminal del AVE le conoce todo el mundo. «Una de las veces que fui a Madrid, llegué a Atocha y resulta que hacía mucho frío. Tenía que cantar en la Peña Chaquetón, y cuando me vio tiritando su presidente, Pablo Tortosa, que había venido a recogerme, se asustó, pensando que me iba a poner malo y no iba a poder cantar esa noche. Me dijo: “Espérate”, entró en una tienda del paseo de las Delicias y me compró un abrigo. Bien bonito que es, no veas lo que roneo yo con él. Estoy loco por que haga frío para ponérmelo». En otra ocasión, cuando llegó a la misma peña, se dio cuenta de que había dejado los zapatos de las actuaciones en el hotel, y no podía salir a cantar con los que llevaba puestos. Hubo que pedir unos prestados entre el público. Los que se consiguieron le apretaban y no pudo dar patadas para marcar el compás en toda la noche.

Entre sus inagotables recuerdos del pasado, le viene a la cabeza una anécdota reciente:

 

«El otro día, en Madrid, iba por la Gran Vía con mi maleta en la mano, camino del hotel Regente, donde paro siempre, y veo que se me acerca un morito por un lado. Enseguida noto que otro me va a cerrar, y entonces, me paro y les digo: “Pero ¿dónde vais?, si yo soy como ustedes”».

 

No se muestra nada optimista cuando analiza el futuro del flamenco. Detrás de su permanente sonrisa y buen humor, de su actitud cariñosa con todo el mundo, Rancapino acumula el peso de muchos reveses:

 

«La vida la he visto siempre muy fea, porque me han tratado muy mal. He recibido muchos golpes y he tenido que estar en la calle desde muy niño. Eso me ha hecho coger una psicología fuera de lo normal. Sé lo que es pasar sinsabores y doy su sitio a todo el mundo. Por eso, y porque canto con sentimiento, me quiere la gente. Si fuera por la cara que tengo... Chano Lobato me decía que soy el Robert Redford de África. Sólo pido que me den el sitio que me corresponde, tener trabajo para dar de comer a mis niños y que tengan la ropita limpia, y nada más. No envidio a nadie ni soy egoísta. Quiero que mis hijos estén buenos, que sean prudentes y respeten a todo el mundo. Y mi potaje en casa. Llevo unos años trabajando mejor, pero nunca estoy desahogado —confiesa—. Cuando veo quinientas mil pesetas juntas, me creo que soy el rey de España. Tengo siete niños y necesito trabajar mucho».

 

A pesar de ser un artista exquisito, durante mucho tiempo ha tenido que sobrevivir a salto de mata, fundamentalmente gracias a su proverbial ingenio. Las tragicómicas anécdotas que ha protagonizado dan para escribir un tratado de picaresca. En una ocasión, el constructor y ex presidente del Sevilla, José María González de Caldas, encargó a Rancapino la gestión de una casa en El Rocío para él y sus amigos. El cantaor se tenía que encargar no sólo de la parte flamenca, sino también de la infraestructura. Y para conseguir los somieres y los colchones que necesitaba, se le ocurrió acudir a un sargento de Intendencia amigo suyo, un hombre muy aficionado al cante. El militar le proporcionó material de desecho que estaba arrumbado en un barracón del Ejército, y lo trasladaron al lugar donde tenían que descansar los adinerados romeros. Pero lo que no estaba previsto es que en los muelles de los somieres y en el interior de los colchones viajaran también imprevistos invitados. Y al día siguiente, al levantarse, a los señoritos les picaba la juerga por todas partes.

 

 

EL PADRINO

 

En la primavera de 1999, Felipe González y Carmen Romero apadrinaron a José, el séptimo hijo del chiclanero, que aprovechó esa circunstancia para casarse con su mujer, Juana, después de más de dos décadas de convivencia. Cautivado por la gracia y el talento de Rancapino, el ex presidente del Gobierno no pudo resistirse a ser su compadre. «De acuerdo, yo pago el convite. ¿Y tú qué pones?», le dijo González al cantaor. «Yo pongo el niño», le contestó Rancapino.

Ambos se conocieron durante una fiesta celebrada en la gaditana Venta de El Chato. El chiclanero estaba contratado para convocar a los duendes flamencos durante la velada y, de repente, vio la ocasión de encontrar también un padrino de postín para su niño. Entre cantes y anécdotas, González aprovechó un momento para llamar por teléfono a Carmen Romero, que se mostró dispuesta a participar en la ceremonia, y la cosa quedó clara.

 

 

Unos meses después, tras el ritual del agua bendita, se celebró el convite en un estero de Chiclana, donde no se escatimó ni el pescaíto ni el fino Arroyuelo. Al final de la fiesta, cuando todo el mundo estaba bien comido y regado, González, antes de marcharse, hizo un aparte con Rancapino: «No te preocupes, que yo vendré por aquí, de vez en cuando, para ver al niño. Su porvenir está garantizado», le dijo cariñosamente. «¿Y el mío, qué?», le contestó el cantaor.

 

Con motivo del bautizo del crío, que pasó por la pila con cuatro años largos, sus padres se vieron obligados a casarse: «Juana y yo llevábamos toda la vida juntos y habíamos tenido seis hijos antes —explica Rancapino—. Pero el cura que bautizó a cuatro de ellos me dijo que ya no echaba el agua a ninguno más hasta que pusiéramos orden a nuestra situación. Me casé después de veintiún años, y con la misma. La gente le preguntaba a mis chiquillos: “¿Quién se casa?”. Y ellos contestaban: “Mi padre y mi madre”».

 

El primer candidato al puesto de compadre de Rancapino había sido Curro Romero, pero el diestro, esquivo, no acababa de mostrarse dispuesto. Después, le llegó su turno al pintor Miquel Barceló. En este caso, eran los numerosos compromisos del artista balear los que no le dejaban hueco, y la criatura iba creciendo... Barceló se había acercado al mundo del flamenco interesado por la figura de Camarón, pero el genio de La Isla no era un hombre que se dejara cautivar por personajes de relumbrón, prefería estar con su gente y escuchando al cantaor más modesto del mundo, por si podía pillar algo de él. Pero, al final, Barceló fue el autor de la portada de Potro de rabia y miel, el disco póstumo de Camarón, y Rancapino tomó nota del asunto. Consiguió que, poco después, el pintor se encargara de diseñar también la portada de su segundo disco, una de las mejores grabaciones flamencas de finales del siglo pasado, en la que el chiclanero volvió a estar acompañado por el guitarrista Paco Cepero, que ya le había respaldado en estudio veinte años antes.

 

Cuando Juana, la mujer del cantaor, vio el peculiar retrato del artista que aparecía en la portada del nuevo disco, le dijo: «Ay, Alonso, ¿ése eres tú?». Pero Rancapino sabía que el original de aquello tenía su valor, aunque Barceló no se lo regaló. Posteriormente, el chiclanero visitó la casa del pintor, en Menorca, para cantar en una fiesta privada, acompañado por Moraíto. Y después del festejo, al parecer, pasaba el tiempo y nadie se estiraba allí, lo que hacía revolotear el fantasma de las antiguas reuniones de señoritos, en las que, a veces, los artistas no cobraban, después de haber estado trabajando toda la noche. Cuando por fin se arregló el asunto, Rancapino le dijo a su anfitrión: «Barceló, ya sé por qué haces los cuadros tan grandes, para que no te los roben».

 

 

UN COCIDO EN LA BOLA

 

En 1995, a raíz de la publicación de su segundo disco, el editor, Turner, le incluyó en una larga gira musical por tierras mexicanas, junto a Chavela Vargas, Joaquín Sabina, Lucrecia y Víctor Manuel. De todos los artistas que participaron en ella, el único que no estaba inscrito en la SGAE era él, por lo que muchos amigos le insistieron en que tenía que registrarse, porque estaba perdiendo un dinero que era suyo. Por fin, con la ayuda de José Manuel Gamboa, desde dentro de la entidad, y la decisiva participación de Alberto Martínez, propietario de la tienda El Flamenco Vive, se consiguió fraguar la operación.

 

«Después de muchos intentos de llevarlo a la SGAE para que se inscribiera, por fin lo convencí —relata Alberto—. Aprovechando que había venido a Madrid para trabajar, fui a buscarlo a las nueve de la mañana al hotel Regente. No se me olvidará nunca ese día. Nada más salir a la calle, se empeñó en regalarme lotería. Como el despacho estaba cerrado todavía, se metió por debajo del cierre a medio echar a pedir los dos billetes. “Toma —me dijo—, como Pepe Marchena, que siempre llevaba algún décimo para regalar”. Cuando llegamos a la SGAE, ya le estaban esperando y nos dieron el formulario donde había que escribir las letras que él cantaba en el disco. Unas suyas y otras adaptadas. Entonces me dice: “Para acordarme, las tengo que cantar”. Así que se tiró toda la mañana cantando el disco entero y yo, apuntando las letras. Al parecer, existe una fórmula que permite acumular los derechos de un autor con carácter retroactivo, aunque todavía no esté inscrito, y como la gira por México había sido muy potente, tenían ya preparado un dinero. Cuando bajamos a cobrar, el que pagaba iba haciendo la valoración de los derechos cante por cante: “Esto por la soleá, esto por los fandangos...”. Y Rancapino le dijo: “¿Todo eso sólo por los fandangos? Y tú, ¿dónde veraneas?... Pues, a partir de ahora, te vas a venir todos los años a Chiclana”. Cuando llegamos a El Flamenco Vive, abrió la puerta y dijo:

 

“Todos los que están aquí, a comer cocido”. Invitó a todos, empleados y clientes, a ir a La Bola».

 

El disco que metió a Rancapino en el mundo de los derechos de autor se abría con unos tanguillos escritos por él en los que hacía toda una declaración de principios flamencos, reivindicando a sus cantaores de cabecera:

 

A mi Camarón, mi Perla

nunca los podré olvidar,

ni a Caracol, ni a Mairena,

a Talega o a Tomás.

Por eso cuando yo canto

me tengo que recordar

los cantes de Terremoto,

de Aurelio y de la Calzá.

 

Artísticamente, añora los tiempos de Caracol y Talega, los dos patriarcas del cante que más le han marcado. Se lamenta de que casi todo lo que se hace ahora sea tan mecánico y lo achaca, en parte, a que los jóvenes no viven de verdad el flamenco en sus casas, como lo mamó él. Él está ahora peleando contra el tiempo, con una garganta que se apaga. Las voces gitanas tan flamencas y con tanto «pellizco» como la suya o la de Fernanda de Utrera tienen menos recorrido que las que hacen gorgoritos. Además, Rancapino no sabe falsear el cante y se rompe intentando echarlo fuera. «Ahora hay muchas trampas —señala—. Con esas máquinas tan buenas que han salido, a uno que tiene una voz que no es flamenca ni nada, se la ponen ronca».

«Cada vez hay más mentira en el arte, y lo que importa es comunicar —sentencia—. Esto tampoco es una cosa de muchas facultades. Caracol, por ejemplo, sacaba fuerzas de donde no las tenía. El cante duele cuando estás en el límite. En términos taurinos, ¿para qué quiero ver cuarenta naturales de un torero que no me llega, que no me va a pellizcar ni a decir nada? Prefiero uno solo de Curro, o de Paula, que me va a pegar bocados. Un ¡ay! por soleá de Fernanda de Utrera vale más que lo que hacen otros en toda su vida. Lo más difícil que hay es cantar despacito. Como tocar la guitarra, torear y hacer el amor. Despacito. Las cosas ligeras no valen un duro».

 

 

[ Fragmento de: Alfredo Grimaldos. “Historia social del flamenco ]

 

*


 

3 comentarios:

  1. "Se quemó el Café Habanero,
    no lo pueden levantar;
    ¡levántelo, caballeros,
    sólo por oír cantar
    al Rojo el Alpargatero!"

    Salud y comunismo

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  2. El relato de Rancapino, aunque él no lo sepa, es una visión crítica –que se niega a olvidar y perdonar las fatiguitas pasadas–, de las relaciones de clase del oprimido (él, Camarón, Gerena, Morente, Meneses…) con los ‘caritativos’ señoritos opresores (el capo de Kelvinator, Felipe González, el miserable Barceló…), en fin, la cultura popular que ni calla ni se resigna frente a la aplastante cultura hegemónica… ¡que no vale un duro!

    Salud y comunismo

    *

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  3. Fandangos - Chicho Sánchez Ferlosio

    Razón
    de qué vale la razón
    si aluego no se mantiene,
    el hombre con decisión
    dice la razón que tiene
    con pólvora y corazón.

    Fusil
    con balitas de fusil
    repartiremos la tierra
    y a los del 1 de abril
    les vamos a hacer la guerra
    muera la Guardia Civil.

    Patrón
    pa´ que tenéis de patrón
    al franco, el dólar y el marco
    pon pólvora en el timón
    y dale la vuelta al barco
    rumbo a la revolución.

    Cerilla
    con una sola cerilla
    arde una gasolinera
    y formando la guerrilla
    se libera España entera
    mira si es cosa sencilla.

    Carrillo
    ¿adónde vas tú, Carrillo?
    con tu reconciliación
    ponte con hoz y martillo
    a hacer la revolución
    no sólo contra el Caudillo.

    PCE
    ¿adónde vas tú, PCE?
    con tu línea pacifista
    el hombre que en eso cree
    es un burgués idealista
    de la cabeza a los pies.

    Conciencia
    ay mare cuánta conciencia
    hace falta para ver
    que el marxismo es pura ciencia
    y no verdades de fe
    ajenas a la experiencia.

    Los chinos
    qué bien lo dicen los chinos
    coger todos el fusil
    obreros y campesinos
    no pase como en Brasil
    y ganen los asesinos.

    Fidel
    aquí hace falta un Fidel
    pa´ hacer la revolución
    pero es preciso saber
    que un pueblo con decisión
    pare un Fidel igual que aquel.

    Lenín
    Vladimir Ilich Lenín
    era un hombre extraordinario
    que dijo que un proletario
    debe llegar hasta el fin
    si es que es revolucionario.

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