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LA BRÚJULA Y EL MAPA
Néstor Kohan
Cuba y sus polémicas culturales
Entrevista a ROBERTO FERNÁNDEZ RETAMAR
(realizada en 1999 en La Habana)
Néstor Kohan: ¿Qué incidencia tuvo el bloqueo de Estados Unidos hacia Cuba en el campo específico de la cultura?
Roberto Fernández Retamar: Hay que pensar que por razones históricas Cuba, como toda el área caribeña, incluyendo México y las Antillas, es una zona muy «norteamericanizada». Cuba fue desde 1898 hasta 1959 primero un protectorado abierto y después una neocolonia de Estados Unidos. Por eso la influencia cultural ha sido muy fuerte y hemos recibido muchas veces la subcultura norteamericana. Con el bloqueo hemos sido corta-dos en un orden negativo. En los medios intelectuales de Estados Unidos, por ejemplo, hay fuerzas muy hostiles al bloqueo con publicaciones teóricas de gran nivel que nos gustaría recibir y que se nos hace muy difícil.
Al no haber tenido Cuba relaciones oficiales con la mayoría de los países de América Latina, ¿qué papel jugó la Casa de las Américas?
Ante ese problema, la Casa asumió funciones que podríamos llamar «diplomáticas». Pero no con el mundo oficial de los países sino con sus medios intelectuales. No fuimos los únicos, también el ICAIC (creado apenas un mes antes de la Casa, en marzo de 1959) realizó tareas similares. Establecimos entonces relaciones de tipo personal con muchísimos intelectuales del continente y esto fue un extraordinario subproducto positivo del bloqueo. Nos hizo más latinoamericanos y más caribeños que nunca. Obviamente, no fue solo por el bloqueo, sino también por la vocación continental que ha tenido siempre nuestra Revolución. La figura emblemática de este carácter continental es, por supuesto, el Che Guevara. No es una figura única, pero sí es la mayor.
Cuando Cuba ingresa en los setenta al sistema económico del Este europeo (CAME) y la cultura soviética adquiere un papel mayor en el campo educativo e ideológico de la isla, ¿qué incidencia tuvo este proceso en el área de la Casa de las Américas? ¿Hubo presiones o quizás conflictos?
Un crítico nuestro, Ambrosio Fornet, ha llamado al período entre 1971 y 1976 «el quinquenio gris». Algunos piensan que fue más largo que un quinquenio y mucho más oscuro que el gris. Fue un mal momento para la cultura del país. Debemos recordar que la Casa fue fundada y dirigida por una extraordinaria heroína de nuestra Revolución, Haydee Santamaría, que la dirigió hasta 1980. Yo tuve la suerte de trabajar con ella desde 1965, cuando comencé a dirigir la revista Casa de las Américas. Nunca me pareció mayor y más relevante la personalidad de Haydee Santamaría que durante esos años setenta. Estuvo a la altura de las circunstancias. Ella es la responsable de que Casa de las Américas no haya sufrido las «estrecheces» que sufrieron entonces otras áreas de la cultura del país. Sucedió algo similar con el Instituto del Cine, dirigido por Alfredo Guevara. Fueron estas, dos instituciones que no sucumbieron a esas presiones que oscurecieron la vida cultural del país.
Al despuntar los primeros años del siglo xxi surgieron en Cuba toda una serie de revistas nuevas. Según tu opinión, ¿esta aparición retoma la cultura cubana en los sesenta o implica acaso un movimiento nuevo?
Un crítico español decía que «todo lo que en el arte no es tradición es plagio». Aquí no estamos hablando de arte, pero yo creo que lo mejor que le puede pasar a la Revolución Cubana es ser fiel a sus orígenes. Creo que a partir del llamado «Proceso de rectificación de errores» iniciado a mediados de los ochenta y sobre todo a partir del colapso del llamado «mundo socialista» europeo, lo que ha sucedido es que la Revolución Cubana ha vuelto cada vez más hacia su propio origen y sus propias características originales. Esa búsqueda de sus fuentes martianas y mariateguianas hace a la línea que fue siempre su línea, su propio perfil. Lo que ocurrió en los setenta fue un desvío de esa línea que hemos abandonado para retomar —y subrayo la palabra retomar— la línea central de la Revolución Cubana. En la cultura pero también en la política.
¿Cuál es tu opinión sobre los recientes ensayos de politólogos europeos según los cuales la primera etapa ideológica de Fidel Castro fue «martiana», la segunda «marxista-leninista» y ahora vuelve a ser «martiano»?
Creo que la Revolución Cubana, y Fidel Castro como su vocero principal, han sido siempre martianos. A ese tipo de ideas yo he respondido en varias ocasiones. Por ejemplo, en 1976 se creó el Ministerio de Cultura, por eso pienso que en el campo de la cultura la llamada «Rectificación» se anticipó. Ello implicó el levantamiento de «vetos» o de obstáculos para una serie de figuras que habían sido marginadas en los primeros años setenta. Como parte de la tarea del Ministerio de Cultura, dirigido por Armando Hart (quien había llevado adelante nuestra campaña de alfabetización), se creó el Centro de Estudios Martianos. En 1977 yo fui su fundador y primer director. No se preveía entonces el derrumbe de la URSS... y, sin embargo, creamos el Centro de Estudios Martianos. También publiqué en 1965 un ensayo titulado «Martí en su (Tercer) Mundo», que tuve la dicha de que lo leyera el Che y me hiciera comentarios muy elogiosos, algo que no era común en él. También entre 1963 y 1964 se publicaron aquí las primeras Obras Completas de Martí. Entonces, a lo largo de la experiencia cubana la presencia de Martí ha sido siempre muy fuerte. Incluso en el primer prólogo de 1980 que se hace a esas Obras Completas, muy anterior a que cayera la URSS, Fidel dice que «Martí siempre ha sido y será el guía de nuestro pueblo...», etc., etc. No se ha regresado a Martí por la simple razón de que no se regresa adonde se está.
Yo no veo incompatibilidad entre el marxismo y el ideario de Martí. La misma Haydee Santamaría, casi una hermana del Che, dijo en su momento «Al Moncada fuimos siendo martianos, hoy somos marxistas y leninistas y no veo contradicción en ello».
Ya que eres especialista en la obra de Martí y que también has escrito otro ensayo famoso titulado Caliban , aludiendo al personaje de Ariel, la obra del modernista uruguayo José Enrique Rodó, ¿qué incidencia cultural tuvo el modernismo como ideología en la generación de los años cincuenta en que se formó el Movimiento 26 de Julio y el joven Fidel Castro?
El modernismo fue un gran instante, un gran momento y un quiebre fundamental para la literatura y el pensamiento de Hispanoamérica (aunque también llegó a España). El padre de esta criatura es José Martí. Cronológicamente es el mayor de todos los modernistas, pues tenía 14 años más que Rubén Darío —el gran modernista por excelencia. Darío quedó hechizado leyendo las crónicas publicadas por Martí en Buenos Aires en el diario La Nación. Lo llamó «maestro» en 1888. En 1887 Martí recibió el gran elogio de su vida. Se lo hizo Sarmiento en una carta abierta a Paul Groussac, también en La Nación de Buenos Aires. «Nada hay que se parezca a la salida de bramidos de Martí», dijo entonces Sarmiento. La actitud antimperialista que van a asumir frente a Estados Unidos, primero Darío y después Rodó, procede de Martí. Darío escribió contra los norteamericanos totalmente influido por Martí. Ello supone una actitud antimperialista que después van a seguir figuras como Manuel Ugarte en Argentina, García Monje en Costa Rica, etc. Los revolucionarios de los cincuenta se formaron con Martí, por lo tanto, con el gran modernista, aunque en los cincuenta no lo llamaran así. El modernismo fue entonces capital para formar a esos jóvenes que inician el Movimiento 26 de Julio.
¿Y en el caso del Che?
En el caso del Che, por ejemplo, él ya conocía a Martí desde Argentina. Después incrementará su lectura en Guatemala, en México. Su célebre Mensaje a la Tricontinental empieza con una cita de Martí. El modernismo tuvo importancia no solo en Cuba. Si Fidel se inspiraba en Martí, Carlos Fonseca, el fundador del sandinismo en Nicaragua, era un gran estudioso de Sandino pero también de Rubén Darío. Fonseca publicó en la revista Casa de las Américas un estudio sobre Darío y su crítica de los norteamericanos, y otro sobre Rubén Darío y Gorki.
En el caso de la Argentina, ¿hubo repercusión sobre los revolucionarios cubanos de los jóvenes José Ingenieros y Leopoldo Lugones que también eran modernistas o de toda la tradición de la Reforma Universitaria que ellos inspiraron?
El movimiento de Reforma Universitaria de Córdoba fue determinante en todo el continente y también en Cuba. Su influencia llega ya a principios de los veinte. Yo fui alumno del profesor de psicología Alfonso Bernal del Riesgo que había estado entre los fundadores —junto a Julio Antonio Mella— del primer Partido Comunista cubano de 1925 y él era un hombre muy de la Reforma. Él trabajó a lo largo de toda su vida sobre la Reforma. Recuerdo que en 1959, cuando yo dirigía una revista titulada Nueva Revista Cubana, publiqué un trabajo de él que se llamaba «Realidad de la Reforma, reforma de la realidad». La Reforma Universitaria argentina de 1918 nos marcó profundamente. Sé que Ingenieros marcó a muchas figuras de la generación de los cincuenta de la que emerge Fidel. Como también había marcado a Rubén Martínez Villena, compañero de Mella en el primer partido comunista cubano. Personalmente, yo no tuve su influencia, pero sé que, por ejemplo Abel Santamaría, el hermano de Haydee y segundo en el asalto al cuartel Moncada, había sido un lector intenso de Ingenieros. Y en general muchas de estas figuras que asaltaron el Moncada habían estado marcados fuertemente por Ingenieros.
Entre otros libros, se publicó en Buenos Aires Fervor de la Argentina [1993], una obra que reúne artículos tuyos y correspondencia con Rodolfo Walsh, Juan Gelman, Julio Cortázar, Martínez Estrada, Haroldo Conti, Paco Urondo y Jorge Luis Borges. ¿A quién recuerdas con mayor cariño?
A casi todos los que cito. Esa es la realidad. Empiezo cronológicamente con Borges, que es un escritor que quiero mucho a pesar de sus opiniones políticas. De inmediato nombro a Martínez Estrada a quien quise mucho, incluso en lo personal. Fue para mí un maestro cuando vivió en Cuba. Necesariamente al Che... Fue un gran privilegio que me dio la vida el haberlo conocido. Y muchas otras figuras argentinas queridas: María Rosa Oliver, César Fernández Moreno, Rodolfo Walsh, Haroldo Conti, Julio Cortázar y muchos más. No me obligues a exponer toda la lista porque no quiero olvidarme de ninguno. Yo tengo una relación muy entrañable con la Argentina, aunque el lector de esta entrevista pueda pensar que soy un demagogo vil. No es así. No es demagogia. No es algo personal. Toda mi generación está marcada por la presencia argentina, desde el tango hasta la revista Sur.
¿Qué balance haces de todos estos años y décadas de Revolución en el plano personal? ¿Qué te aportó, en qué te cambió, qué no te gustó de ella?
Son 40 años [la entrevista es de 1999], yo tengo 68. Tenía 28 al triunfo de la Revolución. Llega un momento en que la Revolución se convierte en la propia vida. Ni uno está autorizado a elogiar su vida, ni está autorizado a ser tan tonto como para no darse cuenta que su vida tiene defectos. Ante esta situación, no me siento insatisfecho de haber vivido mi vida y la Revolución como mi vida misma. En estos 40 años hay momentos luminosos, hay momentos tristes, errores, aciertos. He encontrado amigos y amigas entrañables a lo largo del mundo y voy a terminar con una frase de Nietzsche que decía: «La vida desde luego no tiene sentido, pero que hay que dárselo». Bueno, estos 40 años de Revolución le han dado sentido a mi vida.
[Off the record]
Muchas gracias por esta entrevista.
El agradecido soy yo, y sobre todo porque en una entrevista para Argentina no me preguntaste sobre Sarmiento...
[ Fragmento de: “La brújula y el mapa" Néstor Kohan ]
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