miércoles, 12 de octubre de 2022

 

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EL GRAN WYOMING Y LAS CREDENCIALES DEMOCRÁTICAS

 

Manuel Rodríguez Illana

 

 

El presentador de El Intermedio mete a Arabia Saudí y Catar en el mismo saco que Rusia y China, lo cual merece algunos comentarios

 

” Independientemente del relato otanista y euroccidentalocéntrico “el mundo que hemos conocido está cambiando radicalmente y […] en su centro está el declive relativo de EEUU”

 

Recientemente La Sexta reemitió uno de los editoriales de El Gran Wyoming, uno de los referentes mediáticos de la izquierda televisiva, en El Intermedio, donde el conocido showman dijo así:

 

« Necesitamos combustible para calentarnos. Y la mala suerte ha querido que entre los diez países productores de gas natural estén Catar, China, Arabia Saudí o Rusia, dictaduras o pseudodemocracias que gracias a los ingentes ingresos que les proporciona el gas o el petróleo han ido acumulando dinero, que es tanto como decir poder. Tanto que Putin se permite una invasión en suelo europeo injusta y cruel, sabedor de que nos tiene, como Marta Sánchez a Carlos Baute, colgando en sus manos. ¿Significa esto que debemos aceptar sus abusos? Me refiero a los de Putin, no a los de Carlos Baute. »

 

De este modo, el presentador de El Intermedio está metiendo a Arabia Saudí y Catar en el mismo saco que Rusia y China, lo cual merece algunos comentarios.

 

No muy lejos del momento en que el presentador de El Intermedio estrenaría su editorial se cumplían siete años del inicio de la invasión de Yemen liderada por la decisión política del rey de Arabia Saudí, Salman bin Abdulaziz (el padre del príncipe heredero, Mohamed, quien aparece en la pantalla de fondo, justo a la izquierda de Putin, mientras Wyoming desarrolla su monólogo). Se trata de una campaña militar que en ese lapso acumulaba víctimas en las estadísticas y en las fosas comunes y cuyos lanzamientos de misiles hasta ese momento habían supuesto la muerte de 1.419 niños yemeníes. El eje encabezado por la monarquía saudí en marzo de 2015 llevó a cabo desde esa fecha hasta siete años después más de 24.000 ataques aéreos cuyos bombardeos, dirigidos a edificios de servicios médicos (90 veces), escuelas y universidades (394 veces), instalaciones de agua y electricidad (en 153 ocasiones), mercados (228 veces), granjas (772) e instalaciones de almacenamiento de alimentos (67), habían provocado la muerte de de casi 9.000 civiles, entre los cuales, aparte de la citada cifra de víctimas infantiles, se contabilizaban 838 mujeres. Por cierto, Wyoming podía haber mencionado que las exportaciones de material militar del muy democrático reino de España a Riad, que lo posicionan como uno de sus principales suministradores, alcanzaron hasta ese momento los 1.858 millones de euros, a los que se sumaban otros 603 provenientes de operaciones con Emiratos Árabes Unidos, aliado de Bin Abdulaziz en los ataques contra Yemen; todo ello en contradicción con lo estipulado en el Tratado de Comercio de Armas firmado por el Estado español (Publico.es, 24/III/2022) .

 

Otro ejemplo: en la Libia «liberada» por la OTAN en 2011, donde se reinstauró la poligamia según la cual cada hombre tendría derecho a casarse hasta con cuatro esposas, se ha dado la violación sistemática de mujeres y, convencidas por autoridades religiosas y predicadores fundamentalistas, prostitutas niñas y chicas de familias pobres, menores de edad y a menudo analfabetas de varios países han viajado clandestinamente a Siria para ofrecerse a los guerreros integristas y solazarles entre batalla y batalla. Uno de los que incita a la «guerra santa del sexo» es un jeque precisamente de Arabia Saudí, país que no reparó en gastos para armar a los rebeldes sirios, y los gastos del viaje con el que llegaban a Siria vía Libia o Turquía (miembro este de la OTAN), según un informe de la ONU, corrían, justamente, a cuenta de Catar. Si en algunos casos las participantes de la «yihad del sexo» eran supuestamente voluntarias, en otros eran retenidas o finalmente asesinadas. Y, por otra parte, “No cabe duda de que Occidente es también responsable de esta infamia, promovida por predicadores y autoridades de Arabia Saudí, financiada por Catar y facilitada por la complicidad de Turquía y de la «nueva Libia». Son países que cuentan con el respaldo político o por lo menos con la benévola tolerancia de Washington y Bruselas” (Losurdo, La izquierda ausente. Crisis, sociedad del espectáculo, guerra. Barcelona: El Viejo Topo)

 

 

Y ya que hablamos de Washington, por otra parte, no podemos dejar de llamar la atención sobre el hecho de que El Gran Wyoming ha omitido decir, casualmente, que entre esos diez países productores de gas natural figura, en primer lugar, Estados Unidos , nación a la que ahora hay que pasar a comprárselo en grandes cantidades, que “da igual que tenga presidente republicano o demócrata” cuando “está decidido a lograr y conservar una superioridad militar tan aplastante que le permita intervenir de un modo expeditivo o devastador contra cualquier país en cualquier rincón del mundo” y así “acabar radicalmente con la «libertad de vivir sin miedo»”, para lo que dispone de “una red formidable de bases militares, terrestres o navales, que abarca todo el planeta” y en cuya dinámica militarista hay que enmarcar “el desplazamiento (anunciado y ya iniciado) de la mayor parte del aparato militar estadounidense hacia el Pacífico y China”, sin ir más lejos (op. cit.).

 

Pero aparte de su actuar hacia el resto del mundo, hablamos de una potencia que en su política interna es cacareado como la más antigua democracia y paradigma del mundo libre donde, empero, y bajo un «monopartidismo competitivo» en régimen de plutocracia, “los que compiten en una contienda electoral, que a veces puede ser muy dura, son dos partidos, o mejor dicho dos personalidades, que con su visión del mundo y su programa remiten, en última instancia, a alguno de los «grupos de intereses» que componen ese 1% que controla la riqueza y la vida política del país”. Como han señalado numerosas figuras de la historiografía, la política y la economía, la plutocracia o gobierno de las clases más adineradas hace que la acción política descanse actualmente más en la disponibilidad económica que en el activismo, que dados los espantosamente elevados costes de las campañas electorales se reserve el acceso a la política a quienes tienen fortunas personales o reciben dinero de los comités de acción política y lobbies y que, en definitiva, en un país dominado por el dinero la desigualdad económica se traduzca en desigualdad política, “como si la discriminación censitaria, que había salido por la puerta, volviese a entrar por la ventana”. A ese condicionamiento estructural, incluso legal, hay que sumar las maniobras fuera de la norma aceptada, aun ya injusta, puesto que ese bipartidismo, por ende, ha sido impuesto por la clase dominante por la fuerza en ciertos momentos críticos de su historia si consideramos que “Para que la competencia no ponga en cuestión el monopartidismo sustancial, no debe extenderse a demasiados candidatos. Lo ideal es que no pase de dos” (op. cit.).

 

De hecho, en el país modelo de la democracia cuyo dirigente no ha nombrado El Gran Wyoming en su editorial hablado, tal bipartidismo ha sido impuesto por la fuerza en momentos clave, como es el caso de 1917. En aquel año, tal como reconocía el propio consejero del entonces presidente Woodrow Wilson, Joseph Tumulty, “«los dos partidos [tradicionales] estaban totalmente desacreditados ante el ciudadano medio» mientras se reforzaba un partido completamente alternativo con respecto a los demócratas y los republicanos”, los cuales coincidían ambos en que Estados Unidos debía entrar en la Primera Guerra Mundial. Se trataba del Partido Socialista que, en las elecciones municipales de dicho año, bajo el impulso de la oposición a la guerra, se había consolidado como un partido de primer orden con el 22% de los votos obtenido por su candidato a alcalde de la ciudad de Nueva York, cuyo Estado homónimo contaba en su asamblea legislativa con diez socialistas, mientras en Chicago su porcentaje de voto había sido nada menos que el 34,7%. Acabada la mentada guerra, en la que, por supuesto, EE.UU. terminó entrando en su último tramo, la repercusión mundial de la Revolución Soviética del citado año llevó al régimen estadounidense a restablecer el bipartidismo mediante la represión contra toda persona u organización sospechosa de deslealtad o falta de fervor patriótico; un castigo del que fue víctima señalada el mencionado partido: por nombrar algunas muestras, su candidato a la contienda presidencial, Eugene V. Debs, fue detenido y condenado a diez años de cárcel (aunque fue excarcelado al final de 1921 con setenta años de edad) y los referidos diez representantes socialistas de la asamblea legislativa del Estado de Nueva York fueron expulsados de ella pese a haber sido elegidos con todas las de la ley. Unas tres décadas después, con la guerra fría, el bipartidismo se volvió a salvar y consolidar mediante la represión contra las y los comunistas y quien estuviera bajo sospecha de aliarse o simpatizar con su ideología (op. cit.).

 

Si nos seguimos acercando en la línea del tiempo, en las elecciones presidenciales de 1988 que dieron la victoria al republicano George Bush padre frente al demócrata Michael Dukakis, había una tercera candidata, Lenora B. Fulani, mujer negra, psicóloga de Nueva York, apoyada por la población afroamericana decepcionada con el Partido Demócrata y con un programa pacifista de amistad con Cuba y solidaridad con Palestina (amén de igualdad racial, derechos para el colectivo homosexual y reforma política, especialmente para apoyar la participación de terceros partidos). Fulani presentó un recurso a la comisión que teóricamente debía velar por la igualdad de oportunidades entre todos los candidatos denunciando que las cadenas de televisión, que ni la invitaban a los debates ni la mencionaban, habían ocultado la existencia de una tercera candidata nacional al electorado estadounidense; recurso que, claro está, fue rechazado aduciendo que las empresas televisivas estaban en su derecho de considerar su candidatura como de insuficiente relieve informativo, a pesar de que en aquellos días una encuesta de opinión pública fidedigna revelaba que el 63% de dicho electorado no se sentía representado por ninguna de las dos caras del bipartidismo (de nuevo, op. cit.).

 

Un ejemplo más reciente lo tenemos en otra mujer, Jill Stein, candidata por el Partido Verde a las presidenciales de 2012 que fue detenida de inmediato por la policía cuando intentaba organizar una protesta pública por su exclusión de los debates de las cadenas de televisión, donde se centra la contienda electoral, controladas por los grandes grupos monopolistas que deciden quién participa y quién no. Una vez excluidos los candidatos alternativos los problemas reales se pasan por alto o tienen un tratamiento muy marginal, como que en aquel año EE.UU. ocupase el puesto 34 de la clasificación mundial en su esfuerzo por erradicar la pobreza infantil y el 49 en terminar con la mortalidad en la misma franja de edad, frente a su no muy honroso primer lugar en el podio de la tasa de encarcelamiento; muy superior esta última, precisamente, a las de Rusia o China, a la que, como hace El Gran Wyoming, se suele poner de contraejemplo respecto a EE.UU. en tanto modelo de respeto a los derechos humanos, si bien incluso los círculos más prooccidentales del país asiático se horrorizan y no dan crédito cuando se enteran de que en la mayoría de Estados de la superpotencia, donde, por usar una lítote, las condiciones carcelarias no son las más suaves, las reclusas tienen que dar a luz encadenadas. Y es que la jerarquización racial es una de las características de la república norteamericana, lo que le ha hecho ser comparada con la sudafricana de los tiempos del apartheid. En la década de los ochenta la población carcelaria estadounidense se duplicó con creces superando en un 30% la tasa récord de Sudáfrica, con un 4,26% frente a un 3,33% respectivos; población integrada sobre todo por gente afroamericana, entonces la octava parte del país, pero con la mitad de los puestos en las cárceles. A finales del pasado siglo la probabilidad de condena a muerte con el veredicto de culpabilidad por matar a una persona blanca era once veces superior a la de quien lo arrostraba por matar a una negra. Por las mismas fechas un varón negro del barrio neoyorquino de Harlem tenía más probabilidades de morir que una persona del mismo sexo y edad en Bangladesh, y no, como se podría suponer, asesinado o por el consumo de drogas, sino por infarto, enfermedad cardíaca, cáncer o diabetes. En la época de las mencionadas elecciones donde se vetaba la participación mediática de la candidata Stein, la esperanza de vida en las zonas más pobres era entre 10 y 15 años de promedio más corta que en los distritos ricos, con el comentado trasfondo racial (op. cit.: 44-45, 58-63).

 

Una democracia ejemplar. Como la española, en la que para desacreditar a uno de los partidos de la contienda electoral, un periodista de la misma cadena en la que trabaja El Gran Wyoming difunde a sabiendas información falsa cocinada ad hoc contra el líder y otros miembros de dicha organización política e invita a las tertulias de la cadena al productor del bulo en cuestión, con la complicidad del presidente del grupo mediático al que pertenece la cadena y de un expolicía autor de servicios parapoliciales encargados por políticos de alta jerarquía y grandes empresarios (Cronicalibre.com, 9/VII/2022) .

 

En la pantalla que servía de fondo al speech de El Gran Wyoming aparecían, amén de los citados Mohamed bin Abdulaziz (príncipe heredero de Arabia Saudí, en el cuadrante inferior izquierdo) y Vladímir Putin (presidente de Rusia, como bien sabemos; en el inferior derecho), el emir de Catar, Tamim bin Hamad Al Thani (en el superior izquierdo), y el presidente de China, Xi Jinping (superior derecho). Como decíamos, el totum revolutum de Wyoming permite asimilar textual y visualmente cuatro realidades políticas muy diferentes.

 

La primera es una dictadura teocrática gobernada por la trágica dinastía saudí, que ha abusado hasta el paroxismo de su pueblo y de las riquezas de su subsuelo, en la que la sharía o ley islámica se une a las necesidades represoras del Estado y en la que la Mutaween o Comité para la Propagación de la Virtud y la Prevención del Vicio (policía religiosa) tiene carta blanca para castigar o encarcelar arbitrariamente a cualquiera que se considere estar faltando a algún precepto del Islam, entendido y aplicado en su versión más oscura, el wahabismo, de donde abrevan también grupos como Al Qaeda y Estado Islámico, lo que ha permitido a sus gobernantes gestar un sistema social ultraconservador, hostil a toda innovación, al tiempo que la familia reinante se permite todos los «vicios» occidentales, y donde la minoría chiíta dentro del reino, el 15 % de la población, es absolutamente marginada sin derechos y permanentemente perseguida (Calvo, 2016). La segunda es otra monarquía del Golfo Pérsico donde, si bien una minoría de nacionalidad catarí disfruta de un acomodado nivel de vida, constituye otro apartheid de facto en el que el 86,5 % de la población total, integrado por inmigrantes de nacionalidades diversas como paquistaníes, nepalíes, indios o indonesios dedicados a la construcción en condiciones deplorables, corren el riesgo de sufrir condiciones de explotación y abuso que equivalen en ocasiones a trabajos forzados, contingencias entre las que encontramos no ya solo la prohibición de afiliarse sindicalmente sino la retención del pasaporte por parte del empleador o la imposición de tasas de contratación exorbitantes que requieren años de trabajo para poder liquidarse, mientras se producen muchas muertes en el ámbito laboral no reconocidas en su mayoría por las autoridades (Vahdat Owrang, 2012) . Como evidenciaron las revelaciones de Wikileaks, los gobiernos de ambos países, Arabia Saudí y Catar, financiaron al terrorismo del ISIS y, por cierto también, a la Fundación Clinton fundada por el expresidente demócrata de EE.UU.; Publico.es, 21/VIII/2017 ). Con estos dos regímenes mezcla El Gran Wyoming a Rusia y a China en tanto dictaduras o pseudodemocracias, según sus palabras.

 

Mientras la llegada al poder de Putin detuvo el declive de una Rusia camino de convertirse en una dependencia neocolonial de Occidente y le devolvió el control de su inmenso capital energético, una parte considerable del cual había caído en manos de plutócratas y cleptócratas, amén de multinacionales que en última instancia tenían sus puntos de referencia en Bruselas y Washington, la derrota en Asia del país de esta última capital, que esperaba igualmente convertir a China en una semicolonia, se hizo aún más patente y en vez de eso la República Popular reforzó su independencia no solo en lo político sino también en el ámbito económico y tecnológico, lo que la ha convertido en un contrapeso cada vez mayor a la otrora superpotencia solitaria (Losurdo, op. cit.: 210). Hasta tal punto ha sido así que el representante de la ONU en el país declaraba en 2021 que “El hecho de haber sacado a casi 800 millones de personas de la pobreza extrema en las últimas cuatro décadas, así como a los casi 100 millones de ciudadanos rurales pobres en los últimos ocho años, hace que los logros de China sean simplemente asombrosos”, poniéndolos como “ejemplo que debemos compartir con otras naciones en desarrollo” y subrayando que “su actuación preventiva en materia de salud pública ha establecido un modelo a seguir en todo el mundo para frenar la propagación del virus” del Covid-19 “y salvar vidas y medios de subsistencia” (Chatterjee, 2021)

 

Este último ejemplo sanitario representa justo lo contrario que lo sucedido en Estados Unidos ante el desafío pandémico, donde ha imperado el sálvese quien pueda, independientemente de que la política china de «covid cero» haya sido juzgada desde los mainstream media como un intolerable ataque a las libertades individuales. Pero, por desgracia, “los sedicentes campeones de la democracia siguen gozando de amplio crédito en la izquierda occidental” (Losurdo, op. cit.: 160). Acudamos al clásico paradigma de la selección y omisión de información (Merril, Lee y Friedlander, 1992) (10) para ver cómo la hegemonía ideológica ha sido construida por la influencia de los medios de desinformación y buen número de ONG, “secundadas a menudo por una izquierda seguidista” y que han estado contribuyendo al recrudecimiento de la nueva guerra fría. Por ejemplo, en 2008 y 2014 respectivamente se emplearon a fondo para deslegitimar los juegos olímpicos de verano de Beijing y los de invierno de Sochi (coincidente estos últimos con el año del golpe de Estado en Ucrania apoyado por Occidente) “sumándose sin rechistar a la campaña lanzada por Occidente primero contra China y después contra Rusia”, a la que se acusaba por una controvertida ley que prohibía la divulgación a menores de la existencia de la diversidad sexual (norma que, vaya por delante, quien escribe el presente análisis no apoya) mientras en la misma época, en la India, el Tribunal Supremo ratificaba una realidad mucho peor: la tipificación de las relaciones homosexuales como delito, hecho que no tuvo la repercusión mediática internacional que sí recayó sobre la ley rusa, ya que “toda la atención se centró en el país de Putin, objeto del escarnio internacional”. Entre ambos eventos deportivos, chino y ruso, se celebraron las olimpiadas estivales de Londres de 2012, capital del Estado que había sido protagonista destacado de la preparación de la segunda guerra del Golfo (por cierto, sin autorización del Consejo de Seguridad de la ONU) mediante la difusión de la teoría de las famosas e inexistentes armas de destrucción masiva iraquíes y que fue corresponsable de los crímenes del campo de concentración y tortura de Abu Graib, a pesar de lo cual el doble rasero de Occidente, que “ha convertido los juegos olímpicos […] en un instrumento de guerra fría”, propició que nadie se cuestionara ni extendiera la más mínima sombra de sospecha sobre las olimpiadas británicas (Losurdo, op. cit.: 222-223).

 

También tenemos el caso de Borís Yeltsin, quien facilitó el control de Estados Unidos y la Unión Europea sobre Rusia a través de un proceso salvaje de privatización de la economía pública en beneficio de un reducido número de privilegiados y quien fue, a pesar de bombardear el parlamento ruso, un héroe de la democracia para un Occidente que a la vez se aprestó a acusar de vulnerar los principios democráticos a Vladímir Putin en cuanto este trató de recuperar la soberanía del país: daba igual que hubiera sido elegido democráticamente, que gozara de mucho más apoyo popular, que restaurara en cierta medida los derechos sociales y económicos y que, a diferencia de su antecesor, no consolidara su poder lanzando bombas a la Duma rusa (ibid.: 156).

 

Independientemente del relato otanista y euroccidentalocéntrico “el mundo que hemos conocido está cambiando radicalmente y […] en su centro está el declive relativo de EE.UU”. Lo grave es que el “temor era que lo que se conoce como la «trampa de Tucídides» llegara y lo hiciera pronto”; una denominación que hace referencia “a los procesos de conflictos y guerras que van unidos a la decadencia de las potencias hegemónicas y su sustitución por otras emergentes”

 

 

 

Completo aquí:

https://www.revistalacomuna.com/geopolitica-y-antiimperialismo/el-gran-wyoming-y-las-credenciales-democraticas/

 

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4 comentarios:

  1. Los medios progres, o cuando la hipoteca incluye principios y conciencia. Lacayunos demagogos practicantes de una histriónica y calculada ambigüedad. Gerald Celente acuñó para ellos/as el término "presstitutes".

    ('Presstitute' es un término que hace referencia a los periodistas y "cabezas parlantes" de los principales medios de comunicación que dan puntos de vista sesgados, engañosamente adaptados a una determinada agenda partidista, política, financiera o comercial, traicionando así el deber fundamental de informar imparcialmente. Acuñada por el investigador estadounidense Gerald Celente , la palabra es un acrónimo de prensa y prostituta).

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    1. Fernando Buen Abad: «…han fabricado la enfermedad de la “fe mediática” por encima de los hechos. Han potenciado el fanatismo de la calumnia con “prestigio” al mismo tiempo que han suprimido el rigor de la evidencia y la comprobación.»


      Los ‘intelectuales’ orgánicos (expertos, especialistas, tertulianos, famosos, famosillos, cuñados de…) al servicio de los poderosos, difunden el pensamiento políticamente correcto (“Tocan los problemas esenciales de refilón, y eso si los tocan”) ejerciendo la función ideológica de perro guardián del orden dominante. Por ejemplo al socavar o anular la capacidad de percepción y la comprensión lectora (jerarquizar, analizar, estructurar ideas…) de la que depende la cabal capacitación intelectual de las personas, se está deteriorando a ritmo galopante gracias a la presencia arrolladora de pantallas que ‘nos hacen el trabajo’ y del tirón nos ahorran, son así de generosos, las dificultades y el esfuerzo de la ‘nefasta manía de pensar’. De modo que nos inducen al idiotismo entreguista: “Que piensen ellos”. ¿Quiénes son ellos? ¿La inexistente clase dominante que nos impone la ideología dominante?

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  2. "Las sociedades y los Estados socialistas habían sido percibidos por el Occidente capitalista como adversarios. Lo eran, efectivamente, en la medida en que la construcción nacional popular que se habían fijado [como objetivo] escapaba a la lógica de la subordinación a las exigencias de la expansión capitalista mundializada. Sin embargo, conscientes de sus debilidades, estos Estados deseaban la “coexistencia pacífica”, para emplear la expresión que ellos mismos habían forjado.

    Pero Occidente no veía en esas debilidades más que un motivo suplementario para ejercer sobre ellos las presiones que juzgaba necesarias a fin de arruinar la perspectiva de éxito de la construcción nacional popular. Según los momentos y las circunstancias, esas presiones llegaron hasta la guerra fría, o incluso caliente, o hasta la carrera de armamentos, mientras que, coyunturalmente, un equilibrio de “distensión” podía atenuar su agudeza. Esta distensión tal vez esté en trance de volverse definitiva a partir del momento en que los países del Este han renunciado a su proyecto inicial y vuelven al sistema capitalista mundial. En este aspecto, pues, el discurso ideológico y la fraseología estereotipada cambian de campo: es en los medios de comunicación occidentales donde se vuelven a encontrar sus temas obsesivos (las “autocracias” satánicas del Este, su desprecio total de los principios, etc.), cuya función es, evidentemente, mantener la movilización del “consenso” occidental “antisocialista”.

    La hostilidad permanente contra las sociedades y los Estados del “socialismo real” era de la misma clase que la que Occidente sigue manteniendo con respecto a la liberación nacional, puesto que ésta se sitúa también en el mismo movimiento histórico de impugnación del capitalismo “realmente existente”. El “antitercermundismo” es aquí la expresión ideológica de esta hostilidad."

    Samir Amin, El Imperio del Caos.

    Completo (pdf) en el siguiente enlace:
    https://editorialkuruf.files.wordpress.com/2022/10/293.el-imperio-del-caos-samir-amin.pdf

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    1. Define Samir Amin a los medios de desinformación señalando que su: «función es, evidentemente, mantener la movilización del “consenso” occidental “antisocialista” ».
      En el mismo sentido, Fernando Buen Abad nos ilustra sobre algunos contenidos básicos de tal “consenso”:
      «En nada se ha empeñado “más la ideología dominante (falsa consciencia) que en esconder la lucha de clases; en hacer invisible el hurto del opresor sobre el producto del trabajo y sobre las riquezas naturales. Esconder, cueste lo que cueste, las miles de trampas, crímenes y torturas pergeñadas para que los trabajadores -y nuestra prole- jamás nos percatemos de la emboscada en que vivimos, generación tras generación. Y, todo eso, salseado con retahílas de valores “éticos” y “morales” (jueces, iglesias, preceptores y gurúes) para defender la “propiedad privada” de los amos y su “derecho supremo” a mantener, bajo sus botas, el pescuezo y el cerebro de los oprimidos.»
      Loam, se agradece el enlace al libro de Samir.

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