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ESCRITOS CORSARIOS
Pier Paolo Pasolini
25 de enero de 1975
«THALASSA»
Querido director:
Le envío aparte, con una dedicatoria que es signo de sincera amistad —aunque en este caso concreto no está privada de polivalencias y de extensas vibraciones alusivas— Thalassa de Ferenczi. No es un texto sagrado. Pero es cierto que por ejemplo Marcuse, Barthes, Jakobson o Lacan lo aman. Es un libro de los «orígenes» del psicoanálisis, no es posible dejar de amarlo. Léalo. Le ruego que lo lean también algunos de sus colaboradores. No es para incomodarse: el no haberlo leído no es ninguna grave laguna. Me refiero a un artículo aparecido en «Paese sera», del 21 de enero de 1975. «Las cenizas de Solzhenitsin», que serían en consecuencia las mías: por lo que parece, se me quiere decididamente incinerado, si se tiene en cuenta también el artículo de Eco en el «Manifiesto» del mismo día, «Las cenizas de Malthus», también éste referente por interpósita persona a mis cenizas. Estoy aquí para tratar de resurgir una vez más, precisamente de las cenizas. Que, como es notorio, son el resto de una hoguera en la cual generalmente se queman las ideas. En este sentido, quisiera anticipar que una de las luchas más plenas de tensión de los hombres de izquierda es contra aquella serie de artículos del código Rocco (sobre el cual escribí aquí, en el «Paese sera» hace por lo menos unos quince años, frases, «extremistas» que entonces no eran siquiera advertidas), que versan sobre el «delito de opinión».
¿Usted cree, en este sentido, que lo que nos indigna en tales artículos de nuestro código sea el «castigo» que allí está contemplado? ¿Aquellos famosos meses con la condicional que arriesgábamos cada día? No lo creo. Lo que cuenta es la condena. La condena pública. El ser señalado ante la opinión pública como «reo» de ideas contrarias a la comunidad. Su colaborador Nello Ponente no hace otra cosa que pronunciar a propósito de mí esta condena: me acusa frente a una «comunidad» —la «comunidad» de los intelectuales de izquierda y de los trabajadores— y me acusa de un «delito de opinión».
Mi opinión, en el caso específico, es que considero el «aborto» una culpa. Pero no moralmente; esto no puede ser siquiera discutido. Moralmente no condeno a ninguna mujer que recurra al aborto y a ningún hombre que esté de acuerdo con éste. No hago ni he hecho una cuestión moral sino jurídica.
La cuestión moral concierne sólo a los «actores»: es una cuestión que concierne a quién aborta, a quien ayuda a abortar, a quien está de acuerdo con el aborto y la propia conciencia. Donde yo no quiero por cierto entrar. Si en concreto lo he hecho, he elegido siempre, naturalmente, el menor mal, es decir el aborto. He incurrido en culpa. En la vida, en la praxis, la moralidad es práctica, no hay alternativa. Pero al pensar la vida, y a su ineluctable desarrollo pragmático, lo que cuenta es la razón: que nunca puede contradecirse ni pactarse. La razón sanciona los principios, no los hechos, aunque no se puede partir más que de hechos. Es cierto «practicismo» exterior a su «rigor democrático», siempre tan vivamente racional y racionalmente extremista, lo que yo notaba en mis amigos radicales en mi intervención del «Corriere».
No hay ninguna buena razón práctica que justifique la supresión de un ser humano, aunque sea en los primeros estadios de su evolución. Yo sé que en ningún otro fenómeno de la existencia existe una equivalente, furibunda, total, esencial voluntad de vida como en el feto. Su ansia de ejercer su propia potencialidad, recorriendo fulminantemente la historia del género humano, tiene algo de irresistible y por ello de absoluto y de gozoso. Aunque después nazca un imbécil.
Esta es mi «opinión»: personal, se entiende. Como pretenden ser todas las «opiniones». ¿Con esta «opinión» mía he quizás puesto en peligro al PCI, la cultura de izquierda, la lucha obrera? ¿He caído en «desviacionismo»? ¿He sido un traidor al pueblo? De todos modos, el veredicto de Nello Ponente es más o menos éste. Es verdad que luego el texto de su condena está privado completamente de la lucidez burocrática de las condenas de los tribunales del Estado. Es bastante más vivaz, y también decididamente más confuso.
Nuestro Nello Ponente ignora por completo el psicoanálisis y quiere ignorado virilmente. No ha leído por cierto a Freud ni a Ferenczi, ni otros representantes particularmente despreciables de la «infracultura» a la cual me honro en pertenecer. Nello Ponente (como, por lo que parece, Giorgio Manganelli) nunca ha soñado con ser sumergido en el Océano: y esto indudablemente es suficiente para destruir decenios de investigaciones psicoanalíticas sobre este problema.
En consecuencia él confunde el recuerdo de las aguas prenatales con el «mamismo», es decir con la «fijación» de un período de la vida en el cual el hijo, ya nacido, se apega a la madre. Nello Ponente, siempre virilmente, desprecia (siempre como Giorgio Manganelli) las «mamás». Mientras yo no veo razones, salvo conformistas, para avergonzarme de tener por mi madre o, mejor, por mi «mamá», un fuerte sentimiento de amor. Esto dura toda la vida, porque ha sido luego confirmado por la estima que yo siempre experimento por la dulzura y la inteligencia de aquella mujer que es mi madre. He sido coherente con este amor. Coherencia que en otros tiempos ha podido llevar a los campos de concentración y que de todas maneras continúa marcando con infamia. Nello Ponente, con la misma delicadeza con la cual indica al pueblo la hoguera para Freud, Ferenczi y todo el psicoanálisis, me señala ante el desprecio del pueblo corno «mamista». Naturalmente el desprecio por la «infracultura» habrá impedido a Nello Ponente leer toda la larga serie de poesías que yo he dedicado a mi madre desde 1942 hasta hoy. Lo desafío a demostrar que se trata de poemas de un «mamista» para usar su vulgar, conformista, degradante definición de hombre intercambiable, nivelado con cualquier mediocre, con cualquier necesitado de pertenecer a un rebaño.
Y, por el contrario, más bien quisiera declarar públicamente que de un hombre tan ignorante y tan orgulloso de su propia ignorancia yo no soy, no lo he sido ni lo seré nunca un «compañero de ruta». Su carácter intercambiable, en efecto, fundado sobre el conformismo y sobre la moderación, no puede ser más que signo de «continuismo». El «continuismo» de la pequeña burguesía italiana y de su conciencia infeliz (rechazo de la cultura, ansia de la normalidad, qualunquismo fisiológico, caza de brujas). Por algo napolitano, en el texto en examen, es reducido a la función de un hombre de poder frente al cual «acusar», como si se tratase de un Bottai o de un cardenal.
El conformismo es siempre deplorable, pero el conformismo de quien está de parte de la razón (es decir, para mí, el «conformismo de izquierda») es particularmente doloroso. Naturalmente mi artículo «contra el aborto» es incompleto y pasional, lo sé. Una amiga mía, Laura Betti, me ha hecho notar que falta fisiológicamente la mujer. Tiene razón. Alberto Moravia ha dicho que el fondo de mis argumentos es paulino: es decir, en mí, como en San Pablo, existe la inconsciente pretensión de la castidad por parte de la mujer. Tiene razón también él. Yo he puesto más el acento sobre el hijo que sobre la madre, en cuanto en nuestro caso se trata de una madre enemiga. No podía destituirla y proteger su fruto. Tal como el cardenal Florit, que hablando precisamente de matanzas de inocentes (los fetos) ignora las matanzas de inocentes (las mujeres como ciudadanos inferiores). Pero como es considerada puramente «casual» mi eventual concordancia ideológica con Nello Ponente, he considerado igualmente «casual» la coincidencia de mi opinión sobre el aborto con la del cardenal Florit. En efecto, yo excluyo que pueda lícitamente hablar de atentados de fetos inocentes, quien no haya igual y pública y explícitamente hablado de matanzas, por ejemplo, de judíos, y más todavía, que no hable igual y pública y explícitamente de las matanzas culturales y humanas del nuevo poder (que sin embargo, un cardenal no puede avalar sin solución de continuidad con el poder precedente).
Finalmente, en cuanto a mi opinión, no espero nada más que se me convenza de que es equivocada. No puede más que complacerme estar también en este punto junto a hombres con los cuales sustancialmente (a pesar de la fuerza centrífuga, herética, desviacionista que corresponde precisamente a mi naturaleza intelectual) yo concuerdo, y si se puede decir lícitamente, lucho. Aspecto que me convence racionalmente y no mediante argumentos a brazo partido sobre mi persona o sobre la «corrección» de mi ideología.
[ Fragmento de: Pier Paolo Pasolini. “Escritos corsarios” ]
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En el corazón del escrito (acaso el corazón del mismo): "El conformismo es siempre deplorable, pero el conformismo de quien está de parte de la razón (es decir, para mí, el «conformismo de izquierda») es particularmente doloroso". Afirmación de dolorosa vigencia en estos tiempos de anfibología y aggiornamento arribista.
ResponderEliminarSalud y comunismo
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Ciertamente Pasolini se lamenta de la sumisión conformista que modela en el terreno de las ideas y en la práctica a la mayoría social. Una mayoría integrada por “…gentes necesitadas de pertenecer a un rebaño” (…) no solamente ignorantes sino además orgullosas de su propia ignorancia”. Lo cual demuestra el poder y la especial habilidad de la clase dominante a la hora de nublar el entendimiento de la gente y así gobernar ‘sus’ esclavizados modos de vida.
ResponderEliminarLe suele faltar al ‘gramsciano’ Pasolini, si no en su pensamiento sí al menos en sus escritos, señalar la raíz estructural de tales relaciones de dominación en la esfera cultural e ideológica:
Marx: «…las relaciones de producción de toda sociedad forman un todo»… «…son el punto de partida metodológico y la clave del conocimiento histórico de las relaciones sociales»
Salud y comunismo
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