martes, 10 de enero de 2023

 


[ 316 ]

 

ENSAYOS

Michel de Montaigne

 

 

CAPÍTULO V

DE LA CONCIENCIA

 

 

Viajando un día con mi hermano, el señor de La Brousse, durante nuestros trastornos civiles, encontramos un gentilhombre de maneras distinguidas, que pertenecía al partido opuesto al nuestro. No estaba al corriente de estas circunstancias, pues el personaje en cuestión disimulaba de maravilla sus opiniones. Lo peor de estas guerras es que las cartas están tan barajadas, que el enemigo no se distingue del amigo por ninguna señal exterior, como tampoco por el lenguaje, ni por el porte, educado como está bajo idénticas leyes, costumbres y clima; con lo que es bien difícil evitar la confusión y el desorden consiguientes. Estas consideraciones me hacían temer a mí mismo el encuentro con nuestras tropas donde yo no fuera conocido, si no declaraba mi nombre a tiempo. Una vez, a causa de tal equivocación, perdí hombres y caballos, y me mataron miserablemente, entre otros, a un paje, caballero italiano que iba siempre conmigo y a quién yo prodigaba muchas atenciones, con cuya vida se extinguió una infancia hermosa y una juventud llena de esperanzas. Aquel caballero era tan miedoso y experimentaba un horror tan extremo, le veía yo tan muerto cuando encontrábamos gente armada o atravesábamos alguna ciudad dominada por el rey, que al fin caí en que todo aquello eran alarmas que su conciencia le procuraba. Le parecía a aquel pobre hombre que a través de su semblante y de las cruces de su casaca se podían leer incluso las más secretas inclinaciones de su pecho, ¡tan maravilloso es el poder de la conciencia!, la cual nos traiciona, nos acusa y nos combate, y a falta de un testigo ajeno nos denuncia contra nosotros mismos.

 

Ella misma nos sirve de verdugo y nos azota sin cesar con su látigo invisible.

(JUVENAL)

 

El cuento siguiente se oye con frecuencia en boca de los muchachos. Bessus, peoniano, al ser reprendido por haber encontrado placer en echar por tierra un nido de gorriones a quienes después dio muerte, contestó que no los había matado sin razón, porque aquellos pajarracos no dejaban de acusarle constante y falsamente de la muerte de su padre. Este parricida había mantenido oculto su delito hasta entonces, mas las vengadoras furias de la conciencia hicieron que se delatara él mismo y tuvo que sufrir el castigo de su crimen. Hesíodo corrige la sentencia de Platón que afirma que la pena sigue bien de cerca al pecado, pues aquel escribe que la pena nace en el instante mismo que la culpa se comete. Quien aguarda el castigo lo sufre de antemano, y quien lo merece lo espera. La maldad elabora tormentos contra sí misma:

 

El mal recae sobre quien lo meditó.

(AULO GELIO)

 

a semejanza de la avispa, que pica y mortifica, pero se hace más daño a sí misma, pues pierde para siempre su aguijón y su fuerza:

 

Y deja su vida en la herida que ella misma hizo.

(VIRGILIO)

 

Las cantáridas tienen en su cuerpo una sustancia que sirve a su veneno de contraveneno; de la misma manera que en el vicio se encuentra placer, el mismo vicio produce hastío a la conciencia, que nos atormenta con imaginaciones penosas, lo mismo dormidos que despiertos:

 

A veces los culpables se acusaron en sueños o en el delirio de la fiebre, y revelaron los crímenes que guardaban ocultos.

(LUCRECIO)

 

Apolodoro soñaba que los escitas le desollaban, que le ponían después a hervir dentro de una gran marmita y que mientras tanto su corazón murmuraba: «Yo, solo yo, soy la causa de todos tus males». Ninguna cueva sirve para ocultar a los delincuentes, decía Epicuro, porque ni siquiera ellos mismos pueden tener la seguridad de que están ocultos; la conciencia los descubre constantemente.

 

El primer castigo del culpable consiste en que ni él mismo se absolvería juzgándose ante su propio tribunal.

(JUVENAL)

 

Y del mismo modo que nos llena de temor, nos transmite también seguridad y confianza. De mí puedo afirmar que caminé entre circunstancias muy variadas con el pie bien firme por la rectitud de mis designios y porque avanzaba siguiendo mi propia voluntad:

 

Según el testimonio que el hombre se da a sí mismo, así a su alma acompañan la esperanza o el temor.

(OVIDIO)

 

Mil ejemplos hay de ello; bastará con traer a cuento tres relativos al mismo personaje. Un día fue acusado Escipión ante el pueblo de una falta grave, y en vez de excusarse o de adular a sus jueces, les dijo: «No os sienta mal pretender disponer de la cabeza de quien os concedió el poder de juzgar a todo el mundo». En otra ocasión, ante las imputaciones que le dirigía un tribuno del pueblo, en lugar de defenderse, exclamó: «Vamos allá, conciudadanos, vamos a dar gracias a los dioses por la victoria que alcancé contra los cartagineses tal día como hoy»; y colocándose al frente de la muchedumbre, camino del templo, la asamblea toda e incluso su acusador le siguieron. Y cuando Petilo, instigado por Catón, le pidió cuenta de los caudales gastados en la provincia de Antioca, compareció Escipión ante el Senado para dar cuentas; presentó el libro en que constaban, que tenía guardado bajo su túnica, y dijo que aquel cuaderno contenía con exactitud matemática la relación de los ingresos y los gastos; pero como se lo reclamaran para anotarlo en el cartulario, se opuso a semejante petición, diciendo que no quería inferirse a sí mismo tal deshonra; y en presencia del Senado desgarró con sus manos el libro y lo hizo añicos. Yo no puedo creer que un alma torturada por los remordimientos pueda ser capaz de simular un aplomo semejante. Escipión tenía un corazón demasiado grande, acostumbrado a las grandes hazañas, como dice Tito Livio, para defender su inocencia de haber sido culpable del delito que se le imputaba.

 

Las torturas son una invención perniciosa y absurda, y sus efectos, a mi entender, sirven más para probar la paciencia de los acusados que para averiguar la verdad. Aquel que las puede soportar la oculta, y el que es incapaz de resistirlas tampoco la declara; porque, ¿qué razón hay para que el dolor me haga confesar la verdad o decir la mentira? Y por el contrario, si el que no cometió los delitos de que se le acusa posee resistencia bastante para hacerse fuerte al tormento, ¿por qué no ha de poseerla igualmente el que lo cometió, y más sabiendo que en ello le va la vida? Yo creo que el fundamento de esta invención tiene su origen en la fuerza de la conciencia, pues al delincuente parece que la tortura le ayuda a exteriorizar su crimen y que el quebranto material debilita su alma, al tiempo que la misma conciencia fortalece al inocente contra las pruebas a que se le somete. Son en conclusión, y a decir verdad, un procedimiento lleno de incertidumbre y de consecuencias detestables; en efecto, ¿qué cosa no se dirá o no se hará con tal de librarse de tan horribles suplicios?

 

El dolor obliga a mentir hasta a los mismos inocentes.

(PUBLIO SIRO)

 

de donde resulta que el reo a quien el juez ha sometido al tormento por no morir inocente, muere sin culpa, y además martirizado. Hubo infinidad de hombres que hicieron falsas confesiones; Filoto, entre otros, al considerar las particularidades del proceso que Alejandro entabló contra él y al experimentar lo horrible de las pruebas a que se le sometió. Con todo, dicen algunos que es lo menos malo que la humanidad ha podido idear contra sus debilidades, aunque a mi modo de ver sea una práctica inhumana e inútil.

 

Algunas naciones, menos bárbaras en esto que la griega y la romana, que aplicaron a las otras aquel dictado, consideraron cruel y espantoso descuartizar a un hombre cuyo delito no está todavía probado. ¿Es acaso el supuesto delincuente responsable de vuestra ignorancia? Si lo pensamos dos veces, con la tortura somos injustos en grado sumo, pues por no matarle sin motivo justificado le provocáis experiencias peores que la muerte. Y que esto es así lo prueba las veces que el supuesto delincuente prefiere acabar injustamente a pasar por el suplicio, que con frecuencia es más terrible por su crudeza que la muerte misma. No recuerdo el origen de este cuento, que refleja con exactitud cabal el grado de conciencia de nuestra justicia. Ante un general, gran administrador de sus hombres, acusó una aldeana a un soldado por haber arrebatado a sus pequeñuelos unas pocas gachas, único alimento que quedaba a la mujer, pues la tropa lo había consumido todo. El general, después de advertir a la mujer que mirase bien lo que decía y de añadir que la acusación recaería sobre ella en caso de no ser cierta, como la mujer insistió de nuevo, hizo abrir el vientre del soldado para asegurarse de la verdad del hecho, y, en efecto, aconteció que la aldeana tenía razón. Lo que supone una condena instructiva.

 

 

 

 

[ Fragmento de: Michel de Montaigne. “Ensayos” ]

 

*


2 comentarios:

  1. Me ha venido a la cabeza la picana, esa maquinita eléctrica infernal a la que la Triple A ajustaba una cucharita de café para introducirla por la vagina y el útero y dar corriente alterna a las detenidas embarazadas.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Se desprende del ensayo de Montaigne, que la tortura tanto física como psicológica, estaba ya muy presente en la antigua sociedad griega y romana (por no hablar de China, India, Egipto…). Por ejemplo, no era, y es, poca tortura el esclavismo (Los obreros del ‘Mundial’ de Catar, lo han sufrido con estruendoso silencio mediático), aunque ciertamente inhumano no tan inútil, digo para los esclavistas, como apunta en pleno siglo XVI el señorito Montaigne. Y es que, hablando no ya de figuras sino de instituciones ‘torturadoras’ (claro está que para la defensa de la ortodoxia, el castigo y escarmiento de herejes y la difusión del terror preventivo entre la plebe), ya la Inquisición medieval se fundó en 1184, y la Inquisición española en 1478. Cada persona asociará la palabra ‘tortura’ con experiencias o conocimientos personales directos o indirectos, ya sea bajo la dictadura argentina, chilena, uruguaya, franquista… o la democracia, yanqui, francesa, británica… o española. La tortura, la física y mental, es elemento fundamental de todas las relaciones sociales que sostienen y reproducen la explotación y la opresión que ejercen las clases dominantes.

      Chiloé, me permito recomendarte la visión de dos obras: Una, la exitosa serie de televisión “Exterior Noche” (2022, Filmin), sobre el secuestro y asesinato de Aldo Moro. Ese es el relato ‘humanista’ hoy dominante: se santifica al ‘torturado’ presidente de la, eso sí lo conceden, ‘hipócrita’ Democracia Cristiana, se ‘resantifica’ a su Santidad ‘anticomunista’ Pablo VI, se documenta la discreta y ‘desinteresada’ asesoría de la CIA en la ‘solución’ del caso, y por último se criminaliza a unos inverosímiles militantes de las Brigadas Rojas absolutamente caricaturescos, descerebrados y fanáticos ‘terroristas’ que se chiflan por torturar, disparar y cantar la Internacional.

      Dos, la película “Estado de sitio” 1972, disponible en Youtube, obra del director Costa-Gavras con guion de Franco Solinas, el mismo autor de “La batalla de Argel”, de Gillo Pontecorvo . La historia está basada en hechos reales: en Uruguay la guerrilla secuestra al jefe de la CIA y pide a cambio la liberación de 150 presos políticos. Aquí no se santifica ni criminaliza a nadie. Se documentan los hechos: el secuestro, los interrogatorios y la sentencia. Y, sobre todo, aparece ‘el contexto’ político, económico, histórico que arroja luz sobre el conflicto. El guion extraordinario, los diálogos inolvidables para alimentar conciencia de clase. Los auténticos ‘torturadores’, desenmascarados.

      Salud y comunismo

      *

      Eliminar