martes, 14 de febrero de 2023

 

[ 334 ]

 

DIARIO DE MOSCÚ

 

Walter Benjamin

 

 

 

1926

14 de diciembre

(escrito el día 15)

 

No vi a Asja en todo el día. La situación en el sanatorio es cada vez más delicada. Anoche la dejaron salir sólo después de arduas negociaciones y esta mañana no pasó a buscarme por el hotel como habíamos quedado. Estaba en nuestros planes la compra de material para su vestido. Apenas llevo una semana en Moscú y ya me tuve que enfrentar a lo difícil que resulta poder verla, y es aun más difícil la posibilidad de verla a solas. Ayer por la mañana irrumpió en mi habitación, agitada, y, como es habitual, más insoportable que molesta, como aterrorizada por tener que pasar un minuto en mi habitación. La acompañé a la sede de una comisión a la cual había sido citada. Compartí con ella las noticias que había recibido la noche anterior: Reich tenía altas chances de ser convocado como crítico de teatro de una publicación muy importante. Cruzamos Sadovaya. Yo hablé realmente poco, ella contó, muy efusiva, sobre su trabajo con los chicos del hogar de niños. Escuché por segunda vez la historia dos chicos que estaban a su cargo en la que uno golpeó en la cabeza al otro. Curiosamente, necesité de esta segunda oportunidad para comprender una historia más bien simple (que pudo haber tenido graves consecuencias para Asja, pero afortunadamente los doctores estaban convencidos de que el menor se encontraría a salvo). Esto es algo que me sucede muy seguido: la miro de una forma tan intensa, que apenas oigo lo que dice. Ella se explayó con su idea de dividir a los niños en grupos, porque es prácticamente imposible entretener a los más bravos —a los que ella llama «los más dotados»— cuando se encuentran todos juntos. Con las cosas que deslumbran a los chicos normales, ellos se aburren fácilmente. Y es también muy evidente que Asja, ella también lo afirma, tiene más asidero con los más revoltosos. Asja también habló de lo que estaba escribiendo: tres artículos para un periódico comunista de Letonia que se publica en Moscú.

 

Este diario llega a Riga por medios ilegales y le resulta muy útil ser leída en aquellas tierras. La sede de esta comisión está ubicada en la esquina del boulevard Strasnoi y la calle Petrovka. Mientras esperaba que saliera, caminé por Petrovka, yendo y viniendo durante media hora. Cuando por fin se dignó a salir, fuimos al Gosbank. Yo tenía que cambiar plata. Esa mañana estaba lleno de energía, por lo cual pude hablar con mucha calma y de un modo conciso acerca de mi estadía en Moscú y de mis escasísimas posibilidades. Esto la conmocionó. Me contó que el médico cuyo tratamiento la había salvado le había prohibido expresamente seguir viviendo en la ciudad. También le había recomendado que se fuera a un sanatorio ubicado en algún bosque. De todas formas, ella hizo caso omiso, ya que temía enfrentarse a una triste soledad en el bosque y además tenía en cuenta mi inminente llegada. Nos detuvimos frente a una tienda de pieles en la que Asja se había parado ya en nuestro primer paseo por la Petrovka. Colgado en la pared había un maravilloso traje de piel, adornado con perlas de colores. Entramos a preguntar el precio y así averiguamos que se trataba de una pieza de origen tungús (no era, pues, un traje «esquimal», como había creído Asja). Costaba doscientos cincuenta rublos.

 

Asja lo quería. Yo le dije: «Si te lo compro, tendré que marcharme inmediatamente». Pero me hizo prometerle que algún día, más adelante, le haría un gran regalo que pudiera conservar toda la vida. Al Gosbank se llega desde la Petrovka a través de un pasaje en el que hay un negocio que vende antigüedades a comisión. En la vidriera había un armario estilo Imperio fascinante. Avanzando por el pasaje podía verse cómo empaquetaban, o desempaquetaban, porcelana junto a unas estanterías de madera. Mientras regresábamos a la parada del autobús, unos minutos muy buenos. A continuación, mi audiencia con el Instituto Kameneva. Por la tarde, deambulé por la ciudad: no pude ir a ver a Asja. Ella estaba con Knorin, un comunista letón muy importante, miembro de la junta superior de censores. Esta tarde, lo mismo: mientras escribo esto, ella está con Reich. Mi tarde termina con una taza da café en la cafetería francesa de la calle Stolechnikov. Acerca de la ciudad: la Iglesia Bizantina no parece haber desarrollado un estilo de ventana propio. Dan una sensación como de magia, aunque también algo inquietante; las ventanas de las torres y los salones de las iglesias, profanas y austeras, dan a la calle y pareciera que mostraran ambientes habitados. En la iglesia, el sacerdote ortodoxo vive como un monje budista en su pagoda. La planta inferior de la Catedral de San Basilio bien podría pasar fácilmente como la mansión de un boyardo. Pero las cruces, colgando del techo de las cúpulas, parecen a veces pendientes gigantes que están pegados al cielo.

 

En la ciudad, pobre y venida a menos como está, hay un lujo que se mantiene como el sarro lo hace en una boca herida: la chocolatería de N. Kraft, una elegante boutique ubicada en la calle Petrovka, en la que enormes jarrones de porcelana, fríos y espantosos, se mezclan con abrigos de piel. La mendicidad no es tan agresiva como en el sur, donde la insistencia del vagabundo al menos implica un dejo de vitalidad. Aquí constituyen una corporación de moribundos. Las esquinas, especialmente aquellas en las cuales los extranjeros hacen sus negocios, están atestadas de harapos que funcionan de cama para los mendigos y hacen de Moscú una guardia de enfermería al aire libre. La limosna se organiza de otro modo cuando se trata de tranvías. Ciertas líneas circulares tienen largas detenciones durante el trayecto. En esos momentos los mendigos se suben al tranvía, o bien un niño se sitúa en un rincón del coche y empieza a cantar. Luego colecta kopeks. Es muy raro que la gente les dé algo. La mendicidad perdió su base más sólida: la conciencia colectiva culposa que abre más fácil los bolsillos que la compasión.

 

Pasajes. Tienen la indigna característica de acumular varios pisos y galerías altas que suelen estar tan vacías como las de las catedrales. El gran taller de calzado de fieltro por el que se pasean los campesinos y las señoras de buen pasar muestra las botas ajustadas como si se tratara de una prenda íntima, con todo el embarazoso detallismo del corsé. Las valenki (botas de fieltro) son la ropa de gala de los pies. Algo más sobre las iglesias: en general parecen descuidadas; tan vacías y frías como encontré el interior de la Catedral de San Basilio cuando la visité. Pero el resplandor de la nieve que sólo aparece esporádicamente en algún que otro altar se conservó bien en el vecindario de cabañas de madera. En sus callejones angostos, cubiertos de nieve, reina el silencio; sólo se escucha la suave jerga de los comerciantes de telas judíos, que tienen allí su puesto junto a la vendedora de papel. Esta última aparece tapada por cajas plateadas y con el rostro cubierto por el espumillón y las figuritas de Papá Noel del mismo modo que una oriental se cubre con el velo. Descubrí que la mayoría de los puestos más lindos quedan sobre la plaza Arbatskaya. Hace algunos días, conversaba con Reich acerca del periodismo. Kisch le había revelado algunas de sus reglas de oro, a las cuales yo agregué otras de mi propiedad. 1) Un artículo debe incluir tantos nombres como sea posible. 2) La primera oración y la última tienen que ser buenas; lo del medio no importa. 3) Utilizar la imagen que proyecta un nombre para describir lo que lo representa como realmente es. Me gustaría redactar con Reich el programa de una enciclopedia materialista, sobre la que él tiene unas ideas magníficas. Asja vino pasadas las siete. (Pero Reich nos acompañó al teatro). Daban Los días de los Turbin, de Stanislavsky. Los decorados, de estilo naturalista, eran extraordinariamente buenos; la interpretación, sin fallos ni méritos dignos de mención; la obra de Bulgakov, una provocación totalmente repugnante. Sobre todo el último acto, en el cual la Guardia Blanca «se convierte» al bolchevismo, es tan insulso en lo que se refiere al argumento dramático como falaz en cuanto a la idea. La oposición de los comunistas a la representación está bien justificada. La cuestión de si este último acto fue añadido a instancias de la junta de censores, como sospecha Reich, o si existía originariamente, no es relevante para la valoración de la obra. (El público se diferenciaba notablemente del que pude ver en los otros dos teatros. Se puede decir que no había allí ningún comunista; en ninguna parte podía verse ninguna túnica negra o azul). Nuestras butacas estaban separadas y sólo me senté junto a Asja durante el primer cuadro. Después se sentó Reich a mi lado: dijo que traducir era algo demasiado cansador para ella…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Walter Benjamin. “Diario de Moscú” ]

 

 

*


No hay comentarios:

Publicar un comentario