lunes, 27 de febrero de 2023

 

[ 335 ]

 

LA GALLINA CIEGA

 

MAX AUB

 

 

 

(...)

 

8 de septiembre (1969)

 

Calle del pintor Sorolla. ¿Qué casa era, el 5 o el 7? Ésta. Este portal. 1916, 1917, 1918, 1919, 1920, 1921. ¿Hasta el 23 o el 24? No recuerdo. La escalera a mano derecha del zaguán, una escalera sencilla, de mármol blanco, el pasamanos con su pomo dorado en forma de pera. El zaguán con su azulejo a altura de hombre, amarillo claro con su cenefa de rosas rosas. Aquí estuvo la notaría de don José Gaos. Aquí venía yo todas las tardes a hablar con Pepe, a estudiar con Carlos, aquí nacieron Alejandro, Ignacio, Vicente, Lola… Pepe acaba de morir, en México, dando clase, en el Colegio de México antes «Casa de España» que él, en parte, fundó con Daniel Cosío y Alfonso Reyes. Pero no quiero hablar aquí de Pepe, muerto; de Carlos, muerto; ambos en México. No quiero: siento como si se me hubiera podrido un miembro.

 

El Instituto: Comas, Morote, Arenas, Milego, Ayuso, Feo, Polo y Peyrolón, Huici… Ahora es directora Carola Reig y profesor ayudante Fernando Dicenta con el que ando.

 

La Normal: ya sólo queda un trocillo de la calle del Arzobispo Mayoral. Aquí, con mi carta diaria en la mano, esperando la salida de P. Ayer.

La Universidad, a entregar la petición para que me devuelvan mis libros. Habrá que hacer la lista. A la vuelta de Barcelona.

 

El Patriarca: ¡maravilla! Lo contrario que San Pío V, un museo pequeño, espléndido. El Van der Weyden, ¿de quién es? ¿Bouts? No. ¿Copia? No. Recuerdo el de Granada (¿o recuerdo las reproducciones?). Éste, más perfecto, tan reducido. ¡Qué cielos! ¡Qué mundo inmóvil, muerto y vivo! ¡Cómo se funden realidad e historia, mito y fe, vecinos y santos, símbolos y realidad, religión y realismo! ¡Qué novedad, qué novedad tan tradicional! ¡Qué prodigio!

 

La adoración de los pastores, del Greco. Los verdes, los rojos, los amarillos. Todo vuelto, todo baile. Lo difícil por lo difícil y buenas pantorrillas… Mas ¿y éste? ¿La Fundación de la Camándula? ¿Quién vio cosa igual? Con dificultad consigo una fotografía. No recuerdo el cuadro ni tenía idea de su existencia. ¡Estos conventos españoles donde, a pesar de todo, dónde menos se piensa, salta un Greco por dudoso que sea!

 

Mis respetos para el San Francisco. Un vistazo a la Capilla y sus tapices y a la iglesia, bien restaurada, con su Ribalta restallante y tan jesuítico —en el mal sentido del adjetivo— que podría cambiarse por un Dalí sin que nadie se llamara a engaño. Jesucristo comiéndose una hostia que ya es una tortilla de masa de nixtamal.

 

Los azulejos invariables, el caimán famoso que enviaron del Perú. ¡Qué patio! Con lo fácil que es reconciliarle a uno con la belleza y aun con la Iglesia con tal de darle al gusto lo que es suyo… Con sólo un poco de respeto, con sólo eso… Y una pizca de sentido común. ¿No es verdad, ángel de amor, que cerca de este Colegio Mayor se respira mejor? Y estamos solos en el edificio, hay que moverse, andar de aquí para allá, gritar para dar con cancerberos y ujieres… ¿En qué estarán pensando? ¿O creen de verdad que…? ¡Ya!

 

¿Ésta es la plaza de San Agustín, ésta la calle de San Vicente y aquel edificio terroso el Instituto? ¿Este rascacielos —¿no son por lo menos veinte pisos?— está en esta parte desheredada de la que fue aquel solar…? ¿Dónde la calle de Gracia? Desapareció la plaza Pellicers, la Escuela Moderna (¿qué haría aquí?). Avenida del Barón de Cárcer. Aquí, pues, murió mi madre… Todo nuevo y transferible; San Juan de Letrán o el Ensanche, ¿de qué, de dónde? De cualquier ciudad con nombre conocido. La calle de Garrigues. La que fue mi calle tantos años. La primera «finca» grande que hubo en Valencia. Entro en el patio. El portero me mira, desconfiado.

 

—¿Quiere algo?

—No, nada.

 

Aquí viví desde que se construyó la casa hasta 1926, cuando me casé; pero aquí siguieron viviendo mis padres y estuvo su despacho hasta que todo murió.

 

Ángel Lacalle… Profesor de Literatura. Nos conocimos, sí. En su libro de texto, que estudió aquí mi hija mayor, hacia 1945, descubrió con asombro mi nombre. ¡Buen Ángel Lacalle!, jubilado y ahora periodista. Feliz de reencontrarme, feliz de acompañarme. Ahora, no hay tiempo. Al regreso. Tomamos café. Dicenta y él son compañeros de profesión (o represión). Fueron «rojos» hace treinta años (nunca pasaron de rosadillos, puedo asegurarlo, y aún…). Y sin embargo, a los años mil, siendo como son —o fueron— elementos de buen orden, ahí los tienen y tuvieron, en cuarentena perpetua, si se puede decir; tal vez no sea correcta la manera de expresarlo, pero lo es el hecho.

 

—¿Y qué?

—Nada.

 

Fernando gallea de jugar todavía al tenis, a su edad. Le encanta darse importancia jaranera. Nada le afecta. Feliz. O lo parece…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Max Aub. “La gallina ciega” ]

 

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