miércoles, 10 de mayo de 2023

 

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LA LUCHA DE LA CULTURA

Michael Parenti

( 01 )        

 

 

LA POLÍTICA DE LA CULTURA

 

 

 

En las ciencias sociales académicas a los estudiantes se les enseña a pensar en la cultura como algo que representa las costumbres, los valores y las prácticas acumuladas por una sociedad, incluyendo su lenguaje, su arte, sus leyes y su religión. Tal definición suena muy bonita y neutral, pero la cultura es cualquier cosa menos neutral. Es algo más que nuestra herencia común, que el aglutinador social de nuestra sociedad. El pensador político del siglo XVIII, Edmund Burke, se refería a ella como el vínculo imponderable de consenso que mantiene unida a la sociedad. Pero la cultura además de ser un campo de consenso también lo es de conflicto. Mientras que algunos de sus atributos los comparten prácticamente todos los miembros de la sociedad, en otros no ocurre así. Muchas costumbres operan en beneficio de algunas personas en particular y en perjuicio de otras. En otras palabras, la cultura frecuentemente es algo que envuelve privilegios y desigualdades.

 

En el siglo XIX los alemanes acuñaron la palabra ‘Kulturkampf’, que con el tiempo pasó a la lengua inglesa, y que literalmente significa “lucha de la cultura”. Se refería a los conflictos entre la iglesia y el estado por el control de la educación. Hoy día en los Estados Unidos hablamos de “guerra de culturas” para describir cómo segmentos de la cultura americana se han convertido en áreas de conflicto político.

 

La cultura no es una fuerza abstracta que flota en el espacio y se posa sobre nosotros, aunque dadas las formas aparentemente subliminales en que nos influye, a menudo nos podría parecer algo ubicuo e incorpóreo. En resumen, nosotros recibimos nuestra cultura a través de una estructura social, de una red de relaciones sociales que implican a otros grupos primarios, tales como la familia y otras asociaciones comunitarias o, como es cada vez más frecuente, a través de instituciones formales como las escuelas, los medios de información, las agencias del gobierno, los tribunales, las corporaciones, las iglesias y el ejército. Ligadas por compra o por persuasión a los intereses de los que dominan la sociedad, tales instituciones sociales se presentan engañosamente como políticamente neutrales, especialmente por parte de los que ocupan posiciones de mando dentro de ellas o se benefician de las mismas.

 

Mucho de lo que llamamos “ nuestra cultura común” es realmente la transmisión selectiva de los valores de la elite dominante. Una sociedad construida sobre el trabajo de esclavos, por ejemplo, rápidamente desarrolla una cultura de auto-justificación de la esclavitud, con sus propias leyes racistas, su ciencia, su mitología y sus predicamentos religiosos. De igual manera una sociedad basada en las grandes corporaciones privadas desarrolla unos valores y creencias que presentan el sistema de los negocios como el modo óptimo y natural de organización social. Antonio Gramsci entendió todo esto cuando habló de hegemonía cultural, señalando que el estado es solo el “refugio externo tras el cual se encuentra un poderoso sistema de fortalezas y trincheras”, una red de valores culturales e instituciones que normalmente no están pensadas como políticas, pero que sí lo son por su impacto.

 

Algunas partes de la cultura pueden ser compuestos neutrales de prácticas acumuladas, las “aglutinadoras de las relaciones sociales”, pero otras partes a menudo chocan con los verdaderos intereses de la sociedad. Cuando pensamos en “nuestra cultura común”, tendemos a disculpar tanto las divisiones de clase como las diferencias culturales que existen. Si la cultura define a un pueblo, a una sociedad, a una nación, ¿en qué grupo de gente y en qué subcultura dentro de esa nación estamos pensando ? En los Estados Unidos, a través de gran parte del siglo XIX, los esclavistas y los abolicionistas adoptaron valores culturales que eran marcadamente distintos unos de otros, como ocurrió con los defensores de la supremacía masculina y las sufragistas femeninas.

 

Hay dos malentendidos que me gustaría señalar. El primero es la idea de que la cultura debe ser tratada como mutuamente exclusiva o incluso en competencia con la economía política. Un conocido mío que editaba un periódico socialista me comentó una vez: “Tú pones más énfasis en la economía, yo lo hago en la cultura”. Yo pienso que esta es una dicotomía errónea, ya que mi trabajo sobre los medios de información, la industria del entretenimiento, las instituciones sociales y la mitología política siempre ha estado profundamente referido tanto a la cultura como a la economía. De hecho uno no puede hablar inteligentemente sobre la cultura si no introduce también en algún punto la dinámica de la política económica y el poder social. Por esto es por lo que, cuando yo me refiero a la “política de la cultura”, quiero decir algo más de lo que supone la última controversia respecto a la subvención federal a las artes.

 

El otro mito es que nuestras instituciones sociales son entidades autónomas no ligadas las unas con las otras. De hecho hay interconexión entre las subvenciones públicas y las privadas y elites corporativas que se solapan y que sirven a los consejos de gobierno de las universidades, colegios, escuelas privadas, museos, orquestas sinfónicas, a la industria de la música, escuelas de arte, bibliotecas, iglesias, periódicos, revistas, emisoras de radio y televisión, editoriales y fundaciones de caridad. Cualquiera que sea su subcultura institucional particular, generalmente comparten algún valor elitista común. Un columnista conservador llamado George Hill afirmó una vez que los radicales niegan la autonomía de la cultura. No completamente. Los radicales reconocen que pueden emerger fuerzas inesperadas y nuevos valores y prácticas culturales que se desarrollen entre la propia gente. Realmente yo me refiero a eso cuando digo que la cultura no es un producto fijo y acabado. No es que los radicales nieguen la autonomía de la cultura, es que reconocen la naturaleza condicional de esa autonomía.

 

Los profesionales y sus asociaciones ofrecen un ejemplo de la autonomía limitada de las prácticas culturales. Ya sean de antropólogos, politólogos, físicos, psiquiatras, médicos, abogados o bibliotecarios, sus asociaciones profesionales ponen énfasis en el compromiso de su independencia y nunca reconocen que están ligadas a la estructura social político-económica dominante. De hecho muchas de sus actividades más importantes están conformadas por intereses corporativos en un contexto social que cada vez tiene menos que ver con su propio hacer, como los médicos y enfermeras están descubriendo con sus problemas con la sanidad pública, o como los científicos que trabajan en proyectos subvencionados por las corporaciones o el Pentágono descubrieron hace mucho tiempo.

 

Generalmente los publicistas, eruditos y profesores pueden trabajar libremente solo en  tanto se  mantengan dentro de ciertos parámetros ideológicos. Cuando entran en territorio prohibido, manifestando  o haciendo cosas iconoclastas, experimentan las restricciones estructurales impuestas a su subcultura  profesional por la jerarquía social más elevada. Por dar un ejemplo: en 1996 Gary Webb, un periodista ganador del premio Pulitzer, hizo surgir un debate nacional con  un  artículo en el San José Mercury Ness que ligaba a la contra nicaragüense subvencionada por la CIA con el comercio de cocaína y crack en Los Ángeles y otras ciudades americanas'. Rápidamente Webb sufrió un implacable ataque por parte de la prensa de la corriente principal, que contó con fuentes del gobierno para dejar limpia a la CIA. La prensa le acusó de decir cosas que nunca dijo. Se cebaron con detalles menores en los que él no se había documentado completamente, mientras ignoraron la devastadora evidencia que surgió de su investigación. A pesar del descrédito que cayó sobre él, los artículos de Webb forzaron tanto a la CIA como al Departamento de Justicia a llevar a cabo investigaciones internas que, aunque tarde, le dieron la razón, demostrando que había relación entre la CIA y los traficantes de drogas y que el gobierno americano había ignorado regularmente estas conexiones. El inspector de la CIA, el General  Frederick  Hitz, informó de ello al Congreso en 1998, aunque en términos bastante descafeinados. El verdadero error de Webb no fue escribir falsedades, sino querer ir demasiado lejos en la verdad. Fue amenazado, denunciado, expulsado de su profesión e imposibilitado de volver a trabajar en un periódico importante. Como él lo describió:

 

“Si nos hubiéramos conocido cinco años antes, no podrían haber encontrado un defensor más firme de la industria del periodismo que yo... Estaba ganando premios y dinero, dando conferencias, aparecía en televisión y formaba parte de jurados de periodismo... Y entonces escribí algunas historias que me hicieron darme cuenta de lo tristemente equivocado que estaba. La razón por la que había disfrutado de tanto prestigio durante un tiempo no había sido, como yo presumía, por mi trabajo bueno, cuidadoso y diligente... La verdad era que todos esos años yo no había escrito nada lo suficientemente importante como para ser censurado”.

 

Gary Webb nunca soportó haber sido traicionado por muchos de sus compañeros periodistas. Sabía que su trabajo era digno de respeto y sin embargo continuó siendo tratado como un proscrito, incluso después de que su libro hubiera sido objeto de críticas favorables, lo cual debería haber eliminado las acusaciones que se le habían hecho anteriormente. En diciembre de 2004 se suicidó.

 

 

Los círculos más altos de la riqueza y el poder se resisten instintivamente ante cualquier presión hacia la igualdad social, no solo respecto al estatus económico, sino también respecto a lo que se ha llamado política de identidad, que tiene que ver con el género, la raza, el estilo de vida y la orientación sexual. Pero alguna vez los líderes aprenden a hacer algún acomodo limitado al tema de la identidad, e incluso consiguen ventajas de esas reformas. Las concesiones que hacen generalmente se refieren al estilo personal y operativo, dejando los intereses institucionales completamente intactos. Eso fue lo que ocurrió cuando las mujeres se quejaron del militarismo patriarcal y el resultado no fue el final del militarismo, sino la emergencia de mujeres generales.

 

Al fin tenemos mujeres que son líderes políticos, ¿pero de qué calaña? Lynn Cheney, Elizabeth Dole, Margaret Thatcher, Jean Kirkpatrick y, justo cuando algunos de nosotros nos estábamos recuperando de Madeleine Albright, nos encontramos con Condolezza Rice (que además satisface otra concesión de identidad política al ser afro-americana). No es accidental que este tipo de mujer conservadora tenga más probabilidad de alcanzar altos puestos de gobierno en las administraciones conservadoras. Mientras que permanecen indiferentes o incluso son hostiles al movimiento feminista, las mujeres de derechas no renuncian a sus beneficios.

 

En resumen, la cultura es algo cambiante y en evolución. Y una de las mayores fuerzas que conforman su desarrollo es el poder de los intereses. Estos intereses generalmente son capaces de mantener su hegemonía mientras que hacen alguna concesión marginal y limitada para seguir controlando a la sociedad…

 

(continuará)

 

 

 

 

[ Fragmento de: “La lucha de la cultura / Michael Parenti ]

 

 

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4 comentarios:

  1. « “Tú pones más énfasis en la economía, yo lo hago en la cultura”. Yo pienso que esta es una dicotomía errónea. »

    En una reunión de la OEA, en Nueva York, en la que participaba Che Guevara como representante de Cuba, algunos de los allí presentes le reprocharon su politización de los asuntos económicos que se estaban tratando. La brillante y contundente respuesta del Che, en un argumentado discurso que evidenciaba su profundo conocimiento de Marx, dejó bien claro a aquella audiencia atónita, que economía y política son indisociables. Y culminó su discurso diciendo que en el mismo se podrían encontrar las claves y la explicación del firme y reiterado lema revolucionario, con el cual finalizó su alocución: "Patria o muerte. Venceremos".

    Salud y comunismo

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  2. Como ya hemos comentado en otras ocasiones, la ideología dominante tiene clara su estrategia de lucha. Se trata de atomizar, fragmentar, aislar, desconectar… al potencial enemigo, tanto a los distintos movimientos aunque sean espontáneos, como organizaciones, formaciones culturales, grupos, sujetos o agentes sociales. El objetivo central es que el sistema capitalista no pueda en ningún caso ser percibido “por los que lo padecen de forma consciente o inconsciente” como lo que verdaderamente es: un TODO DISTINTO DE LA SUMA QUE LAS PARTES QUE LO COMPONEN.

    De tal manera que cada uno de las partes/fragmentos (apuntemos que objetiva y potencialmente críticos frente a “la realidad realmente existente” pero en la práctica absurdamente divididos e inconexos entre sí: como si fueran ramas sueltas que “prefieren renegar” del “colectivista” tronco común), pongamos pacifistas, feministas, ecologistas, las ‘Sopas de Letras’ de todo pelaje… “interclasistas” que se auto-limitan a tratar de “reformar” su estricto campo específico (sin importarles la ‘posible’ existencia del enemigo común). O dicho de otro modo, niegan que TODO esté relacionado, y a partir de ahí si no hay árbol con su tronco y sus ramas unidos, no hay raíces comunes que, en su función vital, puedan influenciar, determinar y ser influenciadas y determinadas por las “partes” realmente ligadas y relaciones con ese TODO. Ese TODO que, no lo olvidemos, a su vez es PARTE relacionada e interconectada a un gran TODO CONCRETO que, para simplificar, llamamos realidad.

    ¿Puede existir una cultura (rama) sin conexión con una base material (tronco-raíces)? ¿Puede existir un modo de producción, pongamos el capitalista, sin el alimento y sostén de una ideología-cultura dominante?


    Salud y comunismo

    (“primero el estómago y luego la moral”, Brecht dixit)

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  3. "La fisura más notable y de más serias consecuencias, en la conciencia dé clase del proletariado, se revela en la separación entre la lucha económica y la lucha política. Marx ha indicado, en repetidas ocasiones, que esa separación no tiene fundamento y demostró que toda lucha económica por su esencia se trasforma en lucha política (e inversamente), y sin embargo, ha sido posible eliminar esa concepción de la teoría del proletariado. Esta desviación de la conciencia de clase tiene su fundamento en la dualidad dialéctica del objetivo parcial y el objetivo final, y, por tanto, en última instancia, en la dualidad dialéctica de la revolución proletaria".

    DIALÉCTICA Y CONCIENCIA DE CLASE - GYÖRGY LUKÁCS

    Salud y comunismo

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    1. En mi opinión, junto con Gramsci y Rosa Luxemburgo, Lukács formó parte del trio más sólido e importante (y durante mucho tiempo olvidado) de pensadores marxistas ‘heterodoxos’ de principios del siglo XX. Y de los tres, en su figura y en su obra, es Lukács el que ha sido más descalificado y ninguneado –y por ese motivo se ha librado de ser tan burdamente manipulado, tergiversado e instrumentalizado como sí lo han sido hasta el día de hoy, Rosa Luxemburgo y Antonio Gramsci– tanto desde las filas de lo que podríamos llamar el ‘marxismo reformista’, en sus diversos y grotescos envoltorios, pero siempre despojado del auténtico pensamiento revolucionario de Marx, como, en la presunta trinchera contraria, desde los autoproclamados ‘depositarios’ de la sacrosanta ortodoxia marxista.

      Contaba Manuel Sacristán, que embarcado en la reedición o nuevas traducciones de sus obras más clásicas, “Historia y consciencia de clase” y “El asalto a la razón” , Lukács se oponía a ‘rectificar’ o suprimir partes de ellas que, muchos años después, simplemente no eran de su agrado o ya no le parecían defendibles vistas desde aquel concreto contexto histórico. Pero aunque no alteraba el original, se preocupaba de escribir el correspondiente prólogo en el que ejercía su propia y detallada crítica y autocrítica. Conviene conocer estos detalles, y no está de más estudiar sus obras y, en paralelo, su ajetreada biografía, para valorar de manera documentada las aportaciones de Lukács a la teoría y la práctica del marxismo revolucionario.

      Desde luego la cita que aportas no puede ser más pertinente y acertada.

      Salud y comunismo

      *

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