miércoles, 24 de mayo de 2023

 

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LA LUCHA DE LA CULTURA

Michael Parenti

 

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EXPLICACIONES CULTURALES

 

 

 

Enseñados a pensar en la cultura como un conjunto de antiguas prácticas y tradiciones, podemos cometer el error de pensar que no es algo fácilmente modificable. De hecho cuando las condiciones sociales y los intereses cambian, gran parte —aunque ciertamente no toda— de la cultura se modifica.

 

Durante casi cuatrocientos años las elites ricas de América Central fueron católicas romanas devotas, una adscripción religiosa que se decía estaba profundamente enraizada como parte de su cultura. Entonces, a finales de la década de 1970, en Nicaragua y otros lugares, después de que un creciente número de sacerdotes católicos se pusieran al lado de los pobres y propugnaran un igualitarismo radical, en lo que se llamó teología de la liberación, esas mismas elites ricas abandonaron su catolicismo y se hicieron protestantes, algo que cuadraba más con su línea reaccionaria. Cuatrocientos años de cultura católica “profundamente enraizada” se desecharon en poco tiempo cuando los intereses de clase estaban en juego.

 

No solo las elites sociales, sino también el pueblo empobrecido se convirtió al fundamentalismo protestante. Por ejemplo, en Guatemala, en un intento de aplastar la insurgencia popular de las décadas de 1960 y 1970, los militares destruyeron cientos de pueblos mayas y atacaron deliberadamente la espiritualidad maya yendo contra sus lugares sagrados y sus sacerdotes. Mientras tanto, se movilizaron numerosas sectas protestantes conservadoras bien financiadas. Dividieron a los miembros de la comunidad en bandos en competencia, distanciándoles tanto de la cultura maya como de la teología de la liberación del catolicismo.

 

Traumatizada por la guerra y despojada de todo lo que poseía, mucha gente abrazó la nueva religión esperando encontrar algo de comprensión sobre lo que les había ocurrido. Algunos predicadores evangélicos declararon que los guatemaltecos habían sufrido tanto en la guerra por haber vivido en pecado o haber seguido la religión equivocada. El fundamentalismo protestante

 

“anima a la gente a aceptar su suerte en la vida sin protestar y a que se ocupe de la vida del más allá”.

 

Muchos guatemaltecos pobres pensaron que si seguían siendo católicos podrían ser sospechosos de simpatizar con la guerrilla, por lo que se convirtieron a las nuevas sectas protestantes. La que antes fue una población insurgente y unida estaba ahora ocupada en divisiones sectarias, pedía indulgencia por su vida “pecaminosa” y sólo se ocupaba del más allá. Si algún componente de la cultura ha probado ser útil como instrumento de control por parte de las elites sociales en América Central y en otros lugares, ése ha sido el proselitismo religioso fundamentalista.

 

Por supuesto que la religión es algo más que un instrumento de control de clase. No podemos reducir toda experiencia religiosa a su base social. Pero es importante señalar —y esto a menudo se olvida convenientemente— que la adscripción religiosa puede estar fuertemente conectada a las preocupaciones materiales.

 

Siempre que alguien ofrece interpretaciones culturales a los fenómenos sociales debemos ser cautos. Oímos que las cosas ocurren o no ocurren en alguna sociedad particular porque precisamente esa es su cultura. Así que lo que debe explicarse —la cultura— es en sí misma tratada como una explicación, una especie de causa autogenerada.

 

Cuando se aplican a las condiciones sociales del Tercer Mundo, las explicaciones tienden a ser proteccionistas y etnocéntricas. He oído a alguien describir la pobre actuación del ejército mexicano en las operaciones de rescate con motivo de una tormenta en Acapulco en 1997, como algo emblemático de la forma chapucera mexicana de hacer las cosas: es su cultura, ya sabes; todo es mañana, mañana, para esa gente. De hecho las actuaciones de rescate inadecuadas han sido evidentes en los Estados Unidos y en numerosos otros países, y lo que es más, el ejército mexicano, financiado y aconsejado por los Estados Unidos, actuó brillantemente cada vez que, haciendo aquello para lo que estaba entrenado, no rescataba a la gente, sino que la sojuzgaba promoviendo una guerra de baja intensidad, ocupando sistemáticamente sus tierras, quemando cultivos, destruyendo pueblos, torturando y ejecutando a los sospechosos de pertenecer a la guerrilla y persiguiendo a los disidentes zapatistas en Chiapas. Decir que el ejército mexicano actuó pobremente en operaciones de rescate es presumir erróneamente que el ejército está allí para servir al pueblo en vez de para controlarlo en nombre de los dueños de México. Las explicaciones culturales separadas de las realidades económico-sociales rápidamente nos conducen a esa ofuscación fácil.

 

Las explicaciones culturales demasiado a menudo ignoran las realidades materiales. Consideremos el intento de explicar, por parte del columnista conservador y comentarista de la PBS David Brooks, a) el crecimiento de las comunidades suburbanas distantes en América, b) la tendencia de los americanos a cambiar de trabajo más frecuentemente que en Europa occidental y c) su disposición a trabajar más horas, cerca de diez semanas más al año, que en otras naciones industrializadas de occidente. "¿ Qué impulsa a los americanos a vivir tan febrilmente, incluso contra sus propios intereses ? ¿Qué fuente de energía origina todo esto ?", se pregunta Brooks.

 

En todo su largo artículo Brooks nunca contempla las obvias realidades político-económicas. Como se sabe comúnmente, el asentamiento en “áreas suburbanas” remotas —generalmente de renta más baja que las mejor situadas— surge principalmente por la búsqueda de casas asequibles en comunidades seguras, incluso aunque eso suponga recorrer largas e incómodas distancias para ir al trabajo. Un informe de 2005 indica que los porcentajes de pobreza en las áreas suburbanas son casi tan altos como en las urbanas.

 

Asimismo, los cambios frecuentes de empleo y el mayor número de horas de trabajo (mayor que en Europa occidental, menor que en algunos lugares más pobres del mundo) son el resultado, al menos parcialmente, de un sistema político que está más dominado por las corporaciones y el dinero que en Europa, originando leyes anti-laborales, sindicatos más débiles, pérdida de antigüedad, menor seguridad en el trabajo y reducciones en salarios y beneficios laborales. Un creciente número de empleos en los Estados Unidos son temporales. El mayor número de horas de trabajo y el cambio de empleo frecuente no surge por tanto de un arrebato masivo, sino que es el resultado de políticas que van en contra de los trabajadores americanos, políticas que se están intentando implantar también en Europa, aunque con menos éxito.

 

Ignorante de tales realidades bien documentadas, Brooks se sumerge en una fiebre romántica intentando explicar lo que él ve como la vida inspirada y el modelo de trabajo en América. Nos dice que “muchos millones de americanos se lanzan a lo desconocido cada año... hacia el vacío” porque “les atraen los lugares donde las posibilidades parecen ilimitadas”. Posibilidades ilimitadas en suburbios alejados de renta baja. Los americanos están poseídos por un “misterioso anhelo” que es “la raíz de la gran dispersión”, continúa Brooks. Es el “anhelo escatológico que supone la esencia de la identidad americana... Lo que sorprende de este país es la forma en que se hacen las cosas con ilusión. América, después de todo, nació de un delirio de la imaginación”. Los primeros colonos “construyeron imaginativamente la grandeza que inevitablemente marcaría su futuro”.

 

Los americanos estamos poseídos de una fuerza cultural inusual que Brooks llama “el hechizo del paraíso”; la tendencia a fantasear sobre la felicidad inminente. “El hechizo del paraíso es la ideología que controla la vida nacional”. Es lo que nos mantiene en marcha “justo más allá del próximo reto, justo hacia el suburbio más lejano... la casa para el próximo verano o el vehículo todo terreno... la cerveza adecuada con el grupo de amigos adecuado... tras la última tecnología o tras la próxima salida de compras”. Esta incansable búsqueda “es la raíz de nuestra tendencia a trabajar tan duro, consumir tan febrilmente, movernos tanto... Es la llamada que nos hace... ser la irresistible locomotora del mundo”. La América suburbana burguesa, concluye Brooks, es realmente “un lugar trascendente insuflado con la utopía de todos los días”.

 

Todo esto debería sonarle extraño al obrero exhausto que vive en los suburbios alejados o a la empleada de servicio que necesita tener dos trabajos mal pagados para poder sobrevivir. Se les puede perdonar a los escritores que a veces se enamoren de sus propias arengas delirantes, pero el lirismo equivocado de Brooks es un substituto pobre de un análisis serio.

 

Una explicación culturalista es más una tautología que una explicación. Nos dice que las cosas ocurren en la cultura a causa de la propia cultura. Y la cultura se manifiesta a sí misma —si hacemos caso a Brooks— a impulsos que no vienen de ninguna parte; simplemente están encarnados dentro de la psique colectiva, lo que él llama “la mentalidad distintiva americana”. Pero de hecho la mayoría de las prácticas culturales tiene su origen en necesidades e intereses reales.

 

Para demostrar este punto el antropólogo Marvin Harris consideró la adoración de los indios por las vacas. Algunos expertos occidentales argumentan que el tabú contra el sacrificio de las vacas en la India está manteniendo   vivos a millones de animales   inútiles. Criaturas que producen poca leche y no se pueden utilizar para carne compiten por los alimentos con los desnutridos humanos. Sin embargo los granjeros tratan a las vacas como parte de su familia, rezan por ellas cuando se ponen enfermas y llaman a un sacerdote para celebrar el nacimiento de un ternero. Mientras los campesinos pasan hambre, la “vaca sagrada” deambula suelta irrumpiendo en patios y jardines para comer e interrumpiendo el tráfico en cruces complicados. ¿Pero la vaca es realmente tan inútil?

 

Primero, señala Harris, las vacas producen bueyes, los animales de tiro que hacen posible la vida en las granjas familiares de la India. El cebú jorobado es un animal resistente capaz de aguantar las largas sequías que afligen a una gran parte del país. Raramente enferma, tiene un fuerte poder de recuperación, sobrevive con muy poco y puede trabajar hasta el día en que cae definitivamente. La vaca que produce este valioso animal tiene a su vez un enorme valor.

 

Segundo, aunque la producción de leche de la vaca cebú es sólo de 500 libras al año (el promedio que produce una vaca americana de leche es diez veces mayor), incluso esas pequeñas cantidades de leche pueden llegar a jugar un papel crucial en la supervivencia de esas familias pobres.

 

Tercero, las vacas que son propiedad de gente pobre pueden pastar sin ser molestadas en los fértiles pastos de los ricos. Al ser sagradas nadie puede hacerles ningún mal por traspasar cualquier límite. Y sus incursiones consiguen una modesta redistribución de los valores calóricos a favor de las familias más pobres.

 

Cuarto, el ganado de la India produce anualmente unos 700 millones de toneladas de estiércol recuperable, la mitad del cual se utiliza como fertilizante y el resto se quema como combustible para cocinar. El excremento de vaca arde con una llama limpia, lenta y duradera que no chamusca la comida, lo que permite al ama de casa india dejar encendido el hornillo mientras atiende a otros trabajos. El excremento también se usa como material de solado, creando una superficie suave y dura fácil de mantener libre de polvo."

 

 

Los expertos occidentales piensan que el campesino indio antes moriría de hambre que matar su vaca sagrada, pero el campesino entiende que seguramente él y su familia morirían de hambre si no tuvieran su ganado.

 

“Siempre existe la posibilidad de que un monzón favorable pueda restaurar el vigor del animal más decrépito, y que éste pueda engordar, parir y comenzar a dar leche otra vez. Por esto es por lo que reza el campesino; algunas veces sus oraciones son escuchadas. Mientras tanto la producción de excrementos continúa. Y así uno empieza a entender poco a poco por qué esa escuálida, sucia y vieja vaca todavía parece hermosa a los ojos de su propietario”.

 

Lo que es más, el engorde de ganado para consumo de carne no supondría un uso más eficiente de los recursos de la India, sino que dañaría seriamente su ecosistema. Los animales consumen mucho más en términos de valor calórico de lo que luego producen como productos cárnicos. A causa del alto nivel de consumo de carne de vaca en los Estados Unidos, el 75% de nuestros cultivos se usan para alimento de ganado y no para la gente. Cambiar sus cultivos para producir carne tendría como resultado escasez de alimentos, precios más altos y sería un desastre para millones de pobres en la India.

 

En una palabra, las creencias culturales no existen en un vacío social. Los tabúes aparentemente irracionales pueden tener su origen en consideraciones racionales. El comportamiento humano es generalmente práctico, dirigido hacia las necesidades materiales, aunque como veremos, esto a veces es difícil de creer…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: “La lucha de la cultura” / Michael Parenti ]

 

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