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Diarios: A RATOS PERDIDOS / 3 y 4
Rafael Chirbes
13 de octubre / 2005
Carácter reactivo: veo el desfile militar en la tele de la habitación del hotel (bueno, digamos que veo unos cuantos minutos del desfile). Así, a bote pronto, entiendo la lógica interna de lo militar: las filigranas del Tercio de Tambores (creo que han dicho que son ellos), que levantan el brazo con una insinuante ondulación, casi de bailarina oriental; los legionarios que caminan deprisa, levantando los antebrazos solo hasta la altura del ombligo. Toda la parafernalia que pasa por la pantalla del televisor revela una tremenda sobrecarga de esfuerzo, solo por mantener la cohesión del grupo, mediante uno de esos lenguajes familiares de los que hablaba Natalia Ginzburg, y que tanto interesaron a su traductora, Carmen Martín Gaite, ejercicios que a los profanos nos parecen inútiles, pero de implacable lógica interna: el mundo de los catadores de vino, el de los restauradores de cocina tecnoexpresiva; o el de los coleccionistas de sellos o monedas, participan igualmente de unos códigos de uso interno, que definen y discuten valores que solo adquieren sentido desde los propios lenguajes del clan. Pero no era de eso de lo que quería hablar cuando he definido mi carácter como reactivo. Quería contar que, al ver a Zapatero en la presidencia del desfile, y al sonriente José Bono bromeando con el Rey, se me enciende la sangre, me cabreo conmigo mismo por haberle perdido el gusto a escribir novelas. ¿Renunciar a escribir?, ¿dejarles a estos payasos la exclusiva de la narración del tiempo que he vivido? Y, de repente, me crezco. Como don Quijote, pierdo cualquier atisbo de pudor, y digo eso quijotesco de que yo sé quién soy, y, sobre todo, sé quiénes son ellos. Quiénes sois vosotros, grandísimos cerdos. Bono exhibe el gesto de quien ha llegado muy arriba, la autosatisfacción de mirar por encima del hombro -y como quien ni siquiera se ocupa de mirar- a los de su pueblo. ¿Veis a quién votáis?, ¿veis qué arriba he llegado?, ¿qué alto está vuestro paisano? Ibarra, a quien vi por la tele anoche, se sostiene sobre ese mismo esqueleto psicológico, el gallo que se ha hecho con el dominio del corral a fuerza de pico y espolón. Esos dos hablan así, engallados, ponen las palabras de puntillas, las hacen encocorarse y sacar pecho: como el gallo, al tiempo que cacarean se pavonean y estiran el cuello y echan la cabeza hacia atrás, amenazando a quien les discuta el dominio que han conseguido a fuerza de culebrear y babear al servicio de quien podía más que ellos. Javier Ortiz me ha contado los tiempos en los que Bono era un tímido monaguillo que le llevaba la cartera y ayudaba servilmente a Raúl Morodo; otros me han contado los años en que Ibarra lavaba con lejía para decolorar su camisa azul de falangista a la espera de conseguir un puesto en el PSOE. No son personas, son más bien figuras del arte, polichinelas, grabados de Daumier, de Goya, de Otto Dix. Cuando hablan, les dicen a sus paisanos: tú eliges, yo soy el que puede subirte arriba o hundirte. Y, al permitirles esa elección, están convencidos de que los hacen libres. Es el lenguaje de los padrinos sicilianos, el momento en que los rasgos de la caricatura se ensombrecen, se vuelven amenazadores, pinturas de la Quinta del Sordo, macabro guiñol del pim, pam, pum nacional.
[ Fragmento de: Rafael Chirbes. “Diarios A ratos perdidos 3 y 4” ]
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