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DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA
Andrés Piqueras
ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE EL VALOR Y LAS EXPERIENCIAS DE TRANSICIÓN AL SOCIALISMO A PARTIR DEL CASO DE LA URSS
La URSS logró romper parcialmente con la lógica del capital, en una transición al socialismo que quedó abortada, en forma de estatalismo (Wright 1994), pero aun así constituyó una vía de extracción de plustrabajo social (no de plusvalía), que era centralizado para ser reinvertido en la sociedad. Si bien esa centralización generó un nuevo sector de población relativamente privilegiado a partir de su detentación de los medios de organización de la sociedad, sus formas de privilegio fueron muy débiles en comparación con las de la clase capitalista en las formaciones sociales regidas por este modo de producción.
En todos los casos, las experiencias de transición al socialismo del siglo XX (los intentos históricos en ese camino) no lograron hacer desaparecer al valor y, en consecuencia, el capital permaneció allí larvado. Aun así, esas experiencias supusieron un intento de oponer la política al “sujeto automático” mediante la construcción de nuevas bases socioeconómicas y de conciencia social.
A diferencia de la Política insertada en el metabolismo del valor, en gran medida naturalizada, la política operativa de la transición tenía por fuerza que construirse trabajosamente contra aquél, por lo que tuvo que expresarse de forma más rígida, más férrea, más evidente. Eso conllevaba menos margen para la “pluralidad” y la “disensión”. A menudo estos procesos han sido tildados de “voluntaristas” y algunos autores (Medina, 2019) les han señalado como constituyentes del “primer socialismo” o “socialismo burdo”, como Marx llamó a ese socialismo voluntarioso que irrumpía cuando no estaban maduras aún las condiciones de superación del capitalismo. Como quiera que históricamente se dio en formaciones sociales de capitalismo atrasado, ese “primer socialismo” tuvo que atender a cuestiones tan perentorias (que hoy damos por hechas en las formaciones centrales del capitalismo) como dar de comer a la población, acometer la industrialización y, en general, el desarrollo acelerado de las fuerzas productivas, crear infraestructuras mínimas para hacer viable cualquier proyecto de mejora social, dignificar la condición laboral, elevar la condición social de las mujeres y universalizar el derecho al voto. No hay que perder de vista que en el momento en que todo ello se desarrolla en la URSS, el capitalismo distaba todavía de haber abierto su particular vía democrática en la esfera de la circulación. En el momento de llevar a cabo la revolución política en las después formaciones en transición, la población trabajadora tenía muy escaso acceso al consumo de mercancías, menos aún a la participación de las decisiones en la esfera de la producción (algo impensable para el capitalismo). Es decir, para esas primeras experiencias de transición se trató en primer lugar de “eliminar los remanentes de las estructuras premodernas asociadas con las desigualdades monstruosas” (Medina, 2019), para con ello levantar un Estado Social (aspirando a “Obrero”) de la nada, en un lapsus brevísimo y sin precedentes históricos. Como nos dice este último autor citado, la desproporción entre los objetivos, las circunstancias de partida (un capitalismo incipiente, subdesarrollado), los recursos con los que se contaba y las condiciones del tiempo histórico en el que se afrontó tamaña empresa en el caso de la URSS (en las propias formaciones centrales el capitalismo todavía no sólo no había adquirido su versión “reformista” o “socialdemócrata”, sino que había empezado a propagar su versión despótica, nazi-fascista, y la globalización de la guerra –Piqueras, 2014–), muy difícilmente podían ser compatibles con una “sociedad plural” como la entendemos hoy. Además es necesario tener en cuenta otra consideración de suma importancia: el voluntarismo y el compromiso ideológico permitidores de grandes niveles de movilización social requeridos por la construcción de una sociedad nueva a fuerza de impulso político, rodeada de formidables amenazas, precisa imprescindiblemente de cohesión y de los mayores grados posibles de nivelación social (la igualdad es la principal fuerza cohesionadora de cualquier sociedad).
Algunos de los procesos y objetivos se malograron en gran medida, otros experimentaron avances y retrocesos intermitentes, pero hubo rotundos logros de esos primeros intentos de desconexión respecto del valor-capital: no sólo alfabetización masiva sino amplia participación de la población en los niveles educativos medios y superiores, así como en el ámbito cultural en general, garantía de vivienda, sanidad, infraestructuras, desarrollo tecnológico... Y todo a fuerza de política.
Es decir, se trataba de una política de emprendimiento revolucionario que pretendía erigir las bases de un nuevo metabolismo social (con su Política incardinada). Sin conseguir eso, y a partir de las paupérrimas condiciones de partida y las brutales circunstancias de agresión de las fuerzas internas y externas del capital, no había muchas posibilidades de permitirse grandes lujos democráticos. Y sin embargo es en ese contexto que se lograron avances que fueron inéditos en ese momento histórico y que incluso contribuyeron a reformar el propio capitalismo, democratizándole.
Por contra, cuando un orden económico, como el capitalista, ha impuesto un mecanismo “automático” de funcionamiento (la dictadura del valor-plusvalor o de la tasa de ganancia), y por tanto la subsunción real del conjunto de la población a su dinámica, se puede permitir la apertura sociopolítica (como “sociedad abierta” –limitada a su esfera de la circulación, eso sí–), dado que los principios de vida en torno al mecanismo autonomizado del valor se mantendrán intocados, y por tanto su Política metabólica prevalecerá sobre cualquiera de las formas políticas que adquieran sus instancias de mando social, así como por encima de las distintas expresiones que alcancen los conflictos.
En la fase histórica de acelerado crecimiento, en las formaciones sociales de capitalismo avanzado, gran parte de las formas de la Política (tocantes a la explotación, opresión, marginación y subordinación) han podido pasar más desapercibidas porque previamente el vigoroso metabolismo del valor-capital ha fabricado sus individuos, al quedar subsumidos realmente a él y dependiendo del mismo sus condiciones de existencia, sus vidas enteras. Pero aun así, siempre que la dinámica del valor desfallece y la tasa de ganancia se resiente, la política vuelve a hacer acto de presencia con toda su contundencia, como las formaciones capitalistas periféricas siempre han sabido y las formaciones centrales están reaprendiendo en la actualidad. Porque el mayor o menor grado de tiranía o, por contra, de apertura democrática en el capitalismo, está asociado a la menor o mayor consecución de la tasa de ganancia –a través de una “saludable” dinámica del valor–, respectivamente (aunque no sea el único factor explicativo…).
Si no se ha “automatizado” ningún funcionamiento social, esto es, una Política sistémica nueva, porque todavía no se han construido las bases metabólicas de un nuevo orden social, la política de mando de la sociedad tiene que ejercerse con más intensidad y puede permitir menos margen de discrepancia. Incluso en la construcción de caminos de emancipación.
En los procesos transicionales, agredidos en todos los frentes mientras construyen condiciones históricas y seres humanos nuevos, la política se manifiesta, tiene que hacerlo, y deviene inevitablemente más “rígida” porque debe enfrentar radicalmente el metabolismo del valor y la alienación social que a éste le es propia; tiene, por eso, que “desprogramar” (des-subsumir) el tipo de individualidades y subjetividades anejas al valor-capital. Cuando el valor campa a sus anchas por el planeta entero, la política en una sola formación social en transición tiene todas las de perder, pero aun así la ruptura parcial con el capital protagonizada por Revolución Soviética proporcionó la planificación que no sólo permitió la supervivencia de millones de personas que de otra forma hubieran sido masas sacrificadas “periféricas” del Sistema Mundial capitalista, sino que elevó la calidad de vida de esas poblaciones a cotas impensables antes de los cortes revolucionarios. La URSS fue un proyecto sin precedentes, el primero de transformación social planificada a gran escala acometido por la humanidad, ante todo para intentar frenar la implantación efectiva del capitalismo (Fernández Ortiz, 2016 y 2018), y como consecuencia derivada, para dotarse de un nuevo modo de producción, sin experiencias previas de tal dimensión de las que aprender, erigiéndose en el mayor logro de consecución material y moral de una nueva sociedad, a pesar de todos sus errores y deformaciones. El gran desafío del proyecto (de transición) socialista fue, y sigue siendo, poner a la política (léase aquí, a la sociedad) al control de la economía. A efectos prácticos del momento que vivieron las experiencias de transición del siglo XX, eso equivale a acometer la osadía de intentar someter al intentar frenar la implantación efectiva del capitalismo (Fernández Ortiz, 2016 y 2018), y como consecuencia derivada, para dotarse de un nuevo modo de producción, sin experiencias previas de tal dimensión de las que aprender, erigiéndose en el mayor logro de consecución material y moral de una nueva sociedad, a pesar de todos sus errores y deformaciones. El gran desafío del proyecto (de transición) socialista fue, y sigue siendo, poner a la política (léase aquí, a la sociedad) al control de la economía. A efectos prácticos del momento que vivieron las experiencias de transición del siglo XX, eso equivale a acometer la osadía de intentar someter al valor. Fijémonos, en ese sentido, en que a la postre los objetivos rupturistas pasaban por levantar una sociedad ya no gobernada por mecanismos abstractos e impersonales generadores de explotación tanto como de sometimiento y alienación, sino sustentada por procesos y acciones autoconscientes.
Muchos de los análisis “neomarxistas”, es decir, no sólo los del mainstream académico-político-mediático, engloban a esas experiencias de transición bajo la rúbrica de “totalitarismo”, siguiendo la triste estela que abriera Hannah Arendt. Se define como tal al sistema que tiende hacia la totalización de la vida social por la política, penetrando las esferas más íntimas de pensamiento e imponiendo a todos y cada uno de los individuos de la sociedad la adherencia a esa política-ideología obligatoria. Quienes así lo ven, no sin cierta razón (la Política del nuevo sistema tiene que pasar por una fase de transición en la que necesita de una política institucional consciente, la cual debe impregnar todos los campos para guiar los procesos económicos y por tanto socio-culturales), desconocen por contra el totalitarismo de la Política metabólica del valor-capital.
Están tan inmersos en él que ni siquiera reconocen cómo el mismo moldea todas sus formas de pensamiento, su entendimiento del mundo, de las relaciones humanas, sus posibilidades de vida y sus posibles cursos de acción, empezando por el hecho de ser una mercancía humana. Por otra parte, están quienes sí ven esta segunda parte y aspiran a transformarla sin un paso previo por la (revolución) política para poder asentar una Política metabólica sustentada en la carencia de explotación, opresión, dominación y exclusión. Sus intenciones conducen a los mismos resultados que quienes piensan que si no se cree en la gravedad ésta dejará de existir y podremos saltar tranquilamente al vacío. En cualquier caso, la historia es testigo de la falta de realizaciones por ese camino (en el que todo logro queda en los buenos deseos).
Aquí tampoco acierta del todo Mészáros (2010) cuando sostiene que a la postre esos procesos transicionales devinieron meras formas de supervivencia del capital a través de la política. Un “capital-postcapitalista”, en sus palabras, presente en las formaciones post-revolucionarias. Hubo más que eso.
Contrastamos sus planteamientos a continuación. Síntesis de los planteamientos de Mészáros sobre la URSS y otras experiencias de transición al socialismo.
El origen de Mészáros podría estar en Polock, para quien el capitalismo de Estado, tanto de la socialdemocracia como de la URSS, había iniciado la primacía de la política. Los Estados totalitarios desarrollaron formas de dominación capitalistas no basadas en el mercado ni en la propiedad privada (en Martín, 2014). Pero nuestro autor reconoce que las experiencias desconectistas ya no fueron capitalistas (Mészáros, 2010). Para él, la parcial ruptura con la Política del valor-capital (“revolución política” socialista) inaugura un periodo en el que se pasa de la primacía económica en el modo de expropiar el plusvalor a la viabilidad de la políticamente regulada extracción de plusvalor. Cambia el modo de regular la producción y colocación del excedente, lo que requirió también de diferentes personificaciones del capital.
Igual que el embrión del capital y su desenvolvimiento histórico se dieron antes de la consolidación de un modo de producción capitalista, así también el capital puede sobrevivir al capitalismo, en regímenes postcapitalistas, y no sólo o mucho más allá de un estado de letargo. En las sociedades capitalistas, los capitalistas sólo detentan poder en cuanto que personificaciones del capital. Controlan en su nombre. El capital es el sujeto real en comando de la sociedad.
Sin embargo, el capital que sobrevive al capitalismo requiere de otras personificaciones, siempre y cuando mantengan la antagonísticamente alienada objetivación del trabajo social, la cual desarrolla dos básicas contradicciones: 1) entre subjetividad y objetividad (objetividad alienada); 2) entre lo individual y lo social.
El capital no sólo representa las alienadas condiciones materiales de producción, sino también la subjetividad que confronta y comanda al Trabajo, perpetuando la división social del trabajo, el tiempo como medida de la producción (por encima de la cualidad marcada por las necesidades sociales y la producción consensuada socialmente) y por tanto el valor como elemento perviviente. Esto se correspondería con la privación del control del Trabajo sobre las condiciones y sobre los medios de producción. Lo que conllevaría a su vez una estructura de comando central para la contención de los antagonismos entre el Trabajo y las nuevas personificaciones del capital, para la sumisión del primero y la extracción de excedente.
Por eso, marginar a los capitalistas privados del comando social, es condición necesaria pero no suficiente para la transformación (para superar al capital). El capital (como un “alien” o cuerpo extraño habitando en la nueva sociedad) sigue así la “línea de menor resistencia” para perpetuarse (y en cualquier momento volver al capital privado).
Sin embargo, una vez que la crisis del valor-capital se generaliza y profundiza en todo el planeta, arrastra consigo los diferentes modelos sociales y personificaciones. Al caer la forma política de extracción de excedente (los intentos de transición al socialismo dados) se recrudece la propia decadencia capitalista, pues se amputa una de las vías de metamorfosis del capital para sobrevivir a través de la política.
[ Fragmento de: Andrés Piqueras. “De la decadencia de la política” ]
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"La igualdad es la principal fuerza cohesionadora de cualquier sociedad". Esa fuerza, ya de por sí débil en EEUU, se ha ido erosionando hasta extremos implosivos. En un reciente artículo, Michael Snyder señala que "Millones de estadounidenses se están mudando ante el gran caos que se avecina" [ https://kolozeg.org/millions-of-americans-are-relocating-just-prior-to-the-great-chaos-that-is-coming-michael-snyder/ ] Algunos lo hacen de un estado a otro estado, otros se mudan al sur de Europa con sus todavía "valiosos" dólares. Así pues, es posible que suframos una segunda invasión yanqui, con la consiguiente gentrificación de algunas ciudades.
ResponderEliminarSalud y comunismo
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Que "la igualdad es la principal fuerza cohesionadora de cualquier sociedad", es cosa que por pura lógica nadie, digo en teoría, puede poner en duda, ni siquiera en las filas ‘humanistas’ del capitalismo. Pero en esas filas también tienen muy claro que el modo de producción capitalista lo que, en la práctica y de forma inevitable genera, es una creciente e imparable desigualdad entre las clases ricas poseedoras y explotadoras por un lado y las clases pobres desposeídas y explotadas por el otro lado (como el algodón, la prueba de la experiencia histórica no falla). De modo que ante contradicción tan insoluble, dedican todas sus fuerzas, en el terreno de la lucha de clases ideológica, en primer lugar a ocultar esta incómoda e irrefutable “realidad de los hechos”. Y al mismo tiempo construyen una “ficticia realidad” en la que, sin sonrojarse afirman con rotundidad, que en la sociedad capitalista las bases para la igualdad existen y están al alcance de todos y, por si fuera poco, en ellas ‘todo el mundo tiene las mismas oportunidades’. Aunque, añaden para rematar el camelo retórico, es evidente, y esto no es achacable al capitalismo, que no todos se esfuerzan y saben aprovecharlas. La desigualdad sería pues según estas lumbreras, el fruto de la división ‘natural’ que se produce entre los que se curran el éxito y los que se la pasan vagueando. Ahí queda eso.
EliminarEl desenlace del argumento, encajado de sopetón, la verdad es que nos deja con un palmo de narices.
Pero… en cuanto bajamos de la nube teórica y ponemos pie en tierra, comprobamos que los hechos verídicos que nos escamotea tan brillante argumento, son, Chirbes dixit, “como corchos que flotan en el tiempo, insumergibles”. De manera que, a la vista de la realidad ‘flotante’ y realmente existente, planteamos, ahora por boca del Fausto de Goethe: «Muéstrame (¡no seas ventajista!) la meta (¿la igualdad o la desigualdad?), pero también muéstrame el camino (¿las mismas oportunidades, el mismo camino y las mismas condiciones de partida?)». Algo huele a podrido…
O dicho a la manera de Fernando Buen Abad: “No podemos conformarnos sólo con las mismas oportunidades, exigimos que, en primer lugar, vayan acompañadas de las mismas condiciones”. Y a partir de ahí, la igualdad podría dejar de ser sólo una bonita palabra para convertirse por fin en un hecho cierto e irrenunciable.
Salud y comunismo
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