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LA LUCHA DE LA CULTURA
Michael Parenti
( 05 )
JUZGANDO DIFERENTES CULTURAS
ETNOCENTRISMO E IMPERIALISMO CULTURAL
Como hemos visto, la cultura no es sólo un compuesto neutral de soluciones acumuladas y prácticas habituales, al menos no enteramente. La cultura puede abarcar gran cantidad de indeterminación y conflictos. A veces sirve como instrumento de control a favor de unos intereses sobre otros, reforzando las desigualdades sociales existentes. ¿Cómo debemos juzgar entonces a la cultura?
Generalmente se nos dice que evitamos el etnocentrismo, la tendencia a considerar a los demás de acuerdo con las características preferidas de nuestro propio grupo, despreciándoles cuando vemos que son diferentes a nosotros. En vez de eso debemos aprender a respetar o al menos tolerar las diferentes maneras de los diferentes pueblos. Esto parece un consejo inteligente. No hay nada menos atrayente que aquellos que parecen pensar que sus propios valores culturales son la única forma natural y universal de evaluar a todas las otras gentes y lugares. Un estereotipo de etnocentrismo es el turista inculto que viaja por el extranjero sólo para desahogar su irritación al ver que las cosas que encuentra no son exactamente como en su casa.
Ejemplos menos divertidos de etnocentrismo los podemos encontrar en las miles de guerras y atrocidades que ha habido entre religiones enfrentadas, en las que cada fe tenía la certeza de que sus credos y ritos estaban ordenados por la divinidad (léase ordenados culturalmente). He aquí un tema que podría llenar muchos volúmenes: el daño que los creyentes religiosos etnocéntricos infligen a los que tienen otras creencias y a los no creyentes. A través de los siglos los cristianos masacraron a los judíos. Durante las cruzadas, que se extendieron a varias generaciones, los cristianos y los musulmanes se exterminaron unos a otros. En África oriental en el siglo XIX, musulmanes, protestantes y católicos conversos dentro de las poblaciones indígenas mantuvieron guerras sangrientas alimentadas por los colonizadores británicos y franceses. En nuestros días los cristianos y los musulmanes han intercambiado golpes letales en Nigeria y Filipinas, musulmanes e hindúes han perpetrado matanzas masivas en Cachemira y la India, musulmanes chíies y suníes se han lanzado al cuello unos y otros en diversos países de Oriente Medio, budistas e hindúes se han matado en Sri Lanka y en 2004 budistas y musulmanes lo han hecho en Tailandia.
En numerosos otros lugares alrededor del globo los creyentes de un lado han hecho la guerra a los creyentes de otro lado, a menudo por el control de las tierras y los escasos recursos. En la América moderna los autodenominados soldados de Cristo han atacado las clínicas abortistas matando o hiriendo seriamente a gran número de trabajadores y médicos y causando daños por valor de millones de dólares.
También podemos hablar de la destrucción que la colonización industrial ha causado en las culturas de las poblaciones indígenas en el hemisferio occidental en África, Oriente Medio y Asia durante los últimos cinco siglos. El imperialismo es el proceso del imperio. Ocurre cuando los intereses dominantes de una nación hacen caer su poder militar y económico sobre otra nación o región para expropiar sus tierras, su trabajo, su capital, sus recursos naturales y sus mercados. Durante el curso de la conquista, los colonizadores pisotean el tejido social de los pueblos indígenas. La gente pierde no solo sus tierras, sino su modo de vida, sus tradiciones, sus costumbres históricas, sus artes curativas, su música, sus mitos, sus dioses y a veces incluso su idioma.
En tiempos recientes hemos sido testigos en los Estados Unidos de la utilización de enormes fuerzas militares para imponer un cambio de régimen en diversos países, como Granada, Panamá, Mozambique, Yugoslavia, Somalia, Afganistán, Iraq y Haití. En gran parte del Tercer Mundo el poder de los Estados Unidos ha jugado un papel crucial para prevenir cambios de régimen que han intentado movimientos reformadores o revolucionarios. Las corporaciones americanas transnacionales, a cambio, confiscan las instalaciones industriales de la zona y sus recursos naturales, con ganancias sustanciales para sí mismas. Los mercados locales, empresas, manufacturas y alimentos se eliminan debido a la influencia de las importaciones. Como ellos dicen, tras los misiles está al acecho Mc Donalds’s.
Raramente el imperialismo no da sus razones. Muy a menudo el poder imperial nos ofrece los más elevados motivos para justificar su proceso de saqueo, tales como llevar la libertad, la prosperidad, la paz y la estabilidad a otras tierras. El conquistador señala la presumiblemente innata inferioridad de la población indígena, sus carencias culturales y su incapacidad para la democracia y el autogobierno. A veces se pone en cuestión la propia humanidad del pueblo colonizado; se les considera una raza sub-humana, traicioneros, violentos, vagos, infantiles y bastante estúpidos. En resumen, el compañero del imperialismo político-económico es el imperialismo cultural. Y al servicio del imperio, el compañero del imperialismo cultural es el etnocentrismo racista.
Los colonizadores no solo expropian los recursos naturales de los colonizados, sino su producción cultural creativa. Los museos de Europa y Norteamérica están llenos de artesanía y obras de arte indígenas de Oriente Medio, China, África y todo el hemisferio occidental. Un conocido nigeriano me informó recientemente que había visitado el Louvre en París, donde vio una bonita colección de arte africano, incluyendo algunas obras que procedían de una región cercana a su propia casa. Lo que no le hizo muy feliz era que nunca había visto ese tipo de obras en la propia África.,Tuvo que pagar diez euros para echar un vistazo a su propia cultura del pasado, que ahora se mantenía bajo llave en un museo europeo.
Sobre el etnocentrismo imperial sólo hay que recordar las tonterías que durante casi dos siglos han producido los publicistas y educadores europeos y norteamericanos respecto a la tremenda inferioridad del “África más oscura”. Nada menos que el gran filósofo alemán Hegel, a principios del siglo XIX describía el continente africano como una tierra
“sin interés histórico propio, en la que encontramos a sus habitantes viviendo en el salvajismo y la barbarie, sin ningún ingrediente cultural”.
Sólo en tiempos recientes se ha conocido con certeza que, en los siglos pasados, todas las regiones de África habían desarrollado organizaciones sociales complejas y culturas avanzadas. En África occidental estuvo el reino de Timbuktú con su gran palacio, su corte bien organizada y una caballería entrenada, su sistema de canales de agua, centros de enseñanza y comercio de libros, tiendas, industria textil, mercaderes, maestros, bailarines y una animada vida nocturna. En África oriental estuvo el reino de Buganda, con su burocracia centralizada, ejército disciplinado, gobernadores y sub-gobernadores provinciales, impresionantes carreteras, casas y jardines espaciosos y un monarca que gobernaba sobre un millón de personas que pagaban impuestos. Todo esto le suena a nuevo a mi generación, que sólo tuvo información sobre África a través de las películas de Hollywood sobre la jungla.
El imperialismo cultural se puede practicar contra los pueblos indígenas y los grupos minoritarios dentro del propio país imperialista. En los Estados Unidos hemos visto las culturas de los nativos americanos destrozadas a causa del robo de sus tierras, de masacres continuas y de programas de culturización impuestos a los niños en las escuelas de las reservas. De igual modo, durante más de un siglo, los esfuerzos de “americanización” en las escuelas públicas se han enfocado a los descendientes de familias de emigrantes, presionándolos para que desechen la lengua y el estilo de vida de sus padres y abuelos.
Hoy día los movimientos etnocéntricos en diversas comunidades americanas se dedican a hacer del inglés la única lengua oficial en la vida pública, incluida la enseñanza en clase, los impresos para el pago de impuestos, las papeletas de voto y las señales en las calles. El movimiento de “sólo inglés” es especialmente irónico en un lugar como California. Ocupadas previamente por españoles y mexicanos, las ciudades y pueblos de California están dotadas de nombres como Los Ángeles, San Francisco, Sacramento, San Diego, Vallejo, Santa Bárbara, Santa Cruz, etc., por no mencionar el nombre español del propio estado.
Dadas las estupideces del etnocentrismo y las atrocidades del imperialismo cultural, es fácil formarse una imagen idealizada de las víctimas, los pueblos indígenas. Es tentador asumir que han sido felices con sus culturas tradicionales y sus costumbres. Pero ese no ha sido siempre el caso. Un observador saudí señala el marcado estrés de su sociedad islámica, la cual, según declara, contribuye al más alto nivel de accidentes de tráfico del mundo y a unos porcentajes extraordinarios de diabetes y alta tensión sanguínea, “y eso que no tenemos el problema del alcohol”. Se piensa que gran parte del estrés está causado por el estricto puritanismo y misoginia impuestos por la Mutawa, la policía religiosa patrocinada por el gobierno.
Como en cualquier sociedad en la que hay una represión intensa, en Arabia Saudí existe gran cantidad de hipocresía. Por ley y por principios religiosos a nadie le está permitido tener una antena de televisión por satélite. Sin embargo el país es el mayor consumidor de televisión por satélite de Oriente Medio y los hombres de negocios saudíes los mayores inversores en la TV por satélite. Por ley y por principios no puede haber bancos que cobren intereses, sin embargo el 90% de los bancos saudíes están basados en el sistema de intereses. Por ley y por principios las imágenes y prácticas sexuales deben estar fuera de la vista y de la mente, pero los hombres ven pornografía en internet de forma regular. Privados de relaciones sexuales normales, “viven todo el tiempo con la imaginación del sexo”, señala un saudí, “no crecemos con el amor de una forma natural... Dos terceras partes de los matrimonios son sin amor.” El hombre saudí que puede se marcha al extranjero en busca de compañía femenina. Como proclama otro, “todos somos sexomaniacos”. Un periodista saudí deplora el trato que se le da a las mujeres:
“Limitamos su papel en público... dudamos de ellas y las confinamos en casa porque pensamos que son todo el origen de la seducción y del mal del mundo”.
Otra sociedad teocrática tradicional, y ésta dentro de los Estados Unidos, es la de los mormones, que ejercen una influencia preponderante social y política en la vida de Utah. Los líderes mormones dicen que los miembros de su iglesia viven en una comunidad estable, moral y feliz. Probablemente a causa de su bajo consumo de alcohol y tabaco, los mormones tienen una esperanza de vida mayor que la media del país. Sin embargo consumen grandes cantidades de azúcar, siendo la tarta su comida oficial. Como consecuencia sus porcentajes de diabetes son marcadamente altos comparados con el resto de los Estados Unidos, donde el consumo de azúcar ya es de los más altos del mundo. La violencia en la familia mormona está dentro del promedio nacional, mientras que el porcentaje de nacimientos es un 50% más alto. La poligamia todavía se practica bajo cuerda por parte de algunos y las actitudes racistas siguen siendo un problema sin resolverse entre muchos miembros de esa iglesia. Lo más revelador es cómo esta sociedad mormona estable lidera la nación en el uso de antidepresivos. El consumo de Prozac es un 60% más alto que el promedio nacional.
Así que toleremos otras culturas sin romanticismos o no las aceptemos sin ninguna crítica. A menudo hay mucha gente infeliz en las sociedades del mundo supuestamente estables. Respetar otras culturas no significa aceptar todos sus aspectos, a menos que uno esté preparado para argumentar que toda cultura es buena en todos sus aspectos. ¿Cuáles de las prácticas culturales en diversas sociedades, incluida la nuestra, convierte en víctimas a ciertos miembros de la propia sociedad? Trataremos esta cuestión en los diversos capítulos que siguen…
(continuará)
[ Fragmento de: “La lucha de la cultura” / Michael Parenti ]
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