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LA LUCHA DE LA CULTURA
Michael Parenti
( 06 )
JUZGANDO DIFERENTES CULTURAS
LOS RIESGOS DEL RELATIVISMO CULTURAL
No negaremos que hay que respetar los diversos estilos de vida. Debemos conocer los efectos nocivos del etnocentrismo y del imperialismo cultural. Pero una cosa es celebrar el multiculturalismo y otra decir que todos los aspectos de todas las culturas son igualmente aceptables.
Para los partidarios del relativismo cultural no hay un estándar universal para juzgar lo que es deseable o indeseable porque las tradiciones de cualquier cultura específica son únicas en esa cultura. En los círculos académicos los teóricos del postmodernismo ofrecen su propia variedad de relativismo cultural. Rechazan la idea de que las percepciones humanas pueden trascender la cultura ; toda clase de conocimiento es poco más que una construcción social. Evaluar cualquier sociedad desde una plataforma de verdades fijas y finales, dicen que es un proyecto peligroso que a menudo conduce a formas extremas de dominación.
El resultado entonces es el relativismo cultural y moral. Pero este relativismo “sirve como justificación para muchas prácticas sociales inhumanas”, nos recuerda Kathleen Barry.
“Si uno cuestiona los principios del relativismo cultural se le acusa de etnocentrista. El etnocentrismo supone que los juicios que se hacen de otra cultura nacen de la presunción de la superioridad de la cultura propia”.
Se deduce que la mejor manera de evitar ser etnocentrista es abstenerse de hacer juicios sobre otras culturas. Pero por tanto elevamos el propio relativismo cultural a algo absoluto y debemos aceptar todas las sociedades que funcionan más allá de cualquier juicio crítico. Cuando nos enfrentamos a algo que podría merecer nuestra condena, levantamos los brazos y exclamamos:
¿Quién puede decir lo que es correcto y lo que no, lo que es justo o injusto?
Todo está determinado culturalmente, incluidos nuestros propios estándares para juzgar lo correcto y lo erróneo. Si el relativismo cultural puede ser tan lógicamente adecuado, ¿cómo desarrollaremos una perspectiva crítica sobre las relaciones sociales en cualquier parte del mundo, incluida nuestra propia sociedad ?
Yo argumentaría que, incluso si no hay verdades absolutas en la cultura, no todo nuestro conocimiento está limitado sin esperanza por la cultura en todos los aspectos. Aunque la cultura absorba todas nuestras percepciones, no es la totalidad de la experiencia humana. La gente de culturas ampliamente diferentes todavía puede reconocer la experiencia humana común en diversas sociedades a través del tiempo y el espacio. Por esto es por lo que podemos comprender la historia de otras naciones, y por lo que podemos disfrutar de los grandes escritores de muy diversas culturas y épocas. El trabajo literario de otras culturas y épocas no solo no es incomprensible para nosotros, sino que a menudo nos conmueve y nos influye. El deseo de respetar la autonomía cultural de las diferentes sociedades, por bien intencionado que pueda ser, aísla al oprimido dentro de los confines de su propia cultura.
No hay nada que sea único sobre la opresión que sufren los elementos más vulnerables de cualquier sociedad, excepto quizá la diversidad de estratagemas que se emplean para llevarla a cabo. Respecto a los derechos humanos básicos, hay valores que trascienden la cultura. Un niño hambriento es un niño hambriento en cualquier entorno cultural. Un preso torturado es un preso torturado en cualquier país, o un periodista encarcelado, una mujer violada, un trabajador esclavizado, una joven obligada a prostituirse o un inocente asesinado. Y un medio ambiente químicamente tóxico daña la ecología global independientemente de la actitud cultural particular acerca de tales hechos.
A causa de estas preocupaciones compartidas, las naciones de culturas muy diferentes han sido capaces de firmar un acuerdo internacional sobre derechos humanos y calentamiento global. En la Conferencia Mundial sobre Derechos Humanos de Viena en 1993, unos 150 países reafirmaron su adhesión a la Declaración Universal de Derechos Humanos, un documento notable adoptado originalmente en 1948 por la Asamblea General de Naciones Unidas. La Declaración Universal afirma, entre otras muchas cosas, que todos tenemos derecho a:
— La vida, la libertad y la seguridad de las personas, sin distinción de raza, género, idioma, religión, opinión política, origen social u otras distinciones.
— Libertad de expresión, reunión, educación, e igual salario por igual trabajo.
— Libertad de temer y querer, libres de esclavitud y servidumbre y de la tortura y el trato degradante.
— Un nivel de vida adecuado para el bienestar propio y de la familia, con “especial cuidado y atención a la maternidad y a la niñez”, y derecho a comida, ropa, casa, atención médica, los servicios sociales necesarios y seguridad en caso de desempleo, enfermedad, discapacidad, viudedad y vejez.
Que todos estos valores tengan diferentes niveles de aplicación en los diferentes países no contradice lo que argumentamos aquí. Por supuesto, le democracia social perfecta existe en relativamente pocos lugares del mundo, si es que existe en alguno.
Los mismos Estados Unidos se negaron a firmar uno de los dos convenios clave que reconocían algunos de los derechos mencionados, argumentando que suponían demasiada interferencia del gobierno en la vida social. Sin embargo esta declaración internacional demuestra la existencia de una conciencia transcultural respecto a los valores humanos, una conciencia que no considera todas las condiciones localmente fijas y más allá de los estándares universales. No podemos negar que los propios estándares universales pueden ser utilizados de forma oportunista por los constructores del imperio, como cuando la Casa Blanca justificó en 2003 la agresión ilegal contra Iraq como una cruzada para llevar la libertad y la democracia a todo el mundo.
La razón para respetar otras culturas es evitar hacer daño a la gente que vive en ellas. Pero, ¿qué ocurre si ciertas prácticas dentro de la propia cultura dañan a algún segmento de la población? ¿Qué reclama entonces esa cultura como para estar por encima del juicio? En Sudáfrica, por ejemplo, a la policía se le encarga con frecuencia investigar muertes múltiples, asesinatos cometidos para poder presentar a un sacerdote tradicional una mano amputada, los genitales o el corazón, para que éste pueda curar una enfermedad o hacer que le salga bien un negocio a un suplicante. Las autoridades sudafricanas parecen tener tolerancia cero ante este tipo de aspectos sagrados de la cultura indígena. Como les ocurriría a las víctimas si hubieran podido decir algo al respecto.
Una vez oí a un funcionario de Arabia Saudí pedir que los occidentales se abstuvieran de hacer juicios sobre su cultura. Se refería a los que criticaban la costumbre saudí de lapidar hasta la muerte a las mujeres condenadas por adulterio. Le faltó mencionar que hay mucha gente dentro de la sociedad saudí —incluidas por supuesto las víctimas femeninas— que no apoyan este tipo de costumbres.
Lo que los abogados llaman “defensa de la cultura” (a menudo empleada en casos de abuso de los maridos y mutilación sexual de las mujeres) lo utilizan en los Estados Unidos toda clase de canallas. En 2001 a Lakireddy Bali Reddy, un empresario de Berkeley, California, que presidía un verdadero imperio empresarial de 50 millones de dólares, se le encontró culpable de traer ilegalmente mujeres jóvenes desde la India a los Estados Unidos. Las utilizaba para el servicio doméstico y el sexo, haciéndolas vivir en unas condi- ciones próximas a la esclavitud. Una de ellas murió accidentalmente por inhalación de monóxido de carbono mientras estaba recluida en uno de sus apartamentos.
Durante el juicio Reed y invocó la “defensa de la cultura”. Argumentó que tener sirvientes sin contrato en la India es una práctica cultural común. Realmente está fuera de la ley tanto en la India como en los Estados Unidos, y en cualquier caso Reddy vivía en este último país desde hacía cuarenta años. ¿Durante cuánto tiempo —si es que debería haber alguno— se puede reclamar inmunidad respecto a las leyes de un país de adopción? Si había cualquier tradición envuelta en el caso de Reddy era la antigua práctica del dominio del pobre por parte del rico, en este caso comprando mujeres jóvenes de familias pobres de castas inferiores, prometiéndoles una vida mejor y después utilizándolas para el sexo y la servidumbre.
Podemos hablar también del caso de un profesor de universidad iraní, Hashem Aghajari, que dio una conferencia en Teherán recomendando a la gente que no siguiera servilmente las interpretaciones del Islam proferidas por los sacerdotes. Por esta charla se le acusó de blasfemia y fue condenado a muerte. Sólo después de que cientos de miles de estudiantes y otras personas se manifestaran a su favor, y después de haber estado dos años en la cárcel, se le revocó la sentencia de muerte. Convicto del cargo menor de insultos a los dogmas sagrados del Islam, Aghajari fue desposeído de ciertos derechos durante cinco años y tuvo que pagar una fianza después de ser liberado en 2004. Negó haber insultado al Islam y declaró que él defendía “un Islam que trajera la libertad y que fuera compatible con la democracia y los derechos humanos”. En el caso de Aghajari, “i Respetad nuestra cultura !” se convierte en un eslogan sin sentido, porque somos testigos de cómo hay grupos ferozmente divididos dentro de una sociedad sobre hasta dónde llevar las creencias y las prácticas. ¿Qué cultura respetamos en este ejemplo: la tradición de la teocracia clerical ortodoxa o la tradición secular de la democracia iraní para disentir y protestar?
Consideremos algunos otros ejemplos. La Alemania nazi tuvo una cultura política que propugnó la adoración al estado militarista, la reacción económica, la supremacía de la raza aria y el antisemitismo. Podríamos pensar erróneamente que el sistema hitleriano lo llevaron a cabo unos cuantos megalómanos en el poder. La verdad es que el régimen totalitario contó en sus filas con regimientos de burócratas, empresarios, jueces, abogados, profesores, periodistas, psiquiatras, oficiales de policía y otros. ¿Seríamos considerados imperialistas culturales etnocéntricos por negarnos a aceptar esta sociedad en sus propios términos? El relativismo cultural en este ejemplo significaría ser cómplices con el sistema nazi, un régimen profundamente opresivo con otras culturas.
Otro ejemplo: durante generaciones los esclavistas americanos del Sur anteriores a la guerra insistieron en que se respetara la “forma de vida” de su región, algo que los abolicionistas nunca estuvieron dispuestos a hacer. Al luchar por la emancipación de los esclavos, ¿los abolicionistas eran culpables de etnocentrismo e imperialismo cultural? Ciertamente algunos libros de historia los han retratado como extremistas. Sin embargo la oposición a la esclavitud existía en diversas partes de la nación —incluido el propio Sur— entre algunos blancos y ciertamente entre los esclavos, como evidenciaron sus numerosos intentos de sabotaje, evasión y rebelión.
Lo que es más, ¿no eran los propios esclavistas imperialistas culturales? No solo suprimieron a los abolicionistas disidentes dentro de su propia sociedad, sino que construyeron su “forma de vida sudista” sobre el trabajo de los africanos que habían sido arrancados a la fuerza de sus familias, hogares, lenguas y religiones, esto es, de su forma de vida.
La demanda de que se respetaran los “valores tradicionales” del Sur continuó oyéndose cien años después de la emancipación, en la década de 1960, respecto a la segregación racial. Ahora no son los abolicionistas, sino los integracionistas, los que son denunciados como intrusos. Fueron acusados de intentar imponer la ideología de los derechos civiles de la “mezcla de razas” sobre las costumbres del Sur. Se les dijo, “no podéis legislar la moralidad, no podéis cambiar las creencias y prácticas culturales por decreto del gobierno”. Sin embargo la propia segregación se hizo por decreto del gobierno, un imperialismo cultural impuesto a los afroamericanos por una serie de leyes de la pos-reconstrucción y por la regla del linchamiento.
También se olvida el hecho de que millones de afroamericanos y blancos, tanto del Norte como del Sur, no consideran la segregación racial como una práctica cultural sacrosanta. Respetar la cultura de los demás no significa que aceptemos las prácticas que dañan a gente inocente dentro de esa sociedad.
La esclavitud en el Sur anterior a la guerra se ha ido con el viento, pero no las prácticas antiguas de la propia esclavitud. De acuerdo con la Internacional Contra la Esclavitud, una de las organizaciones pro derechos humanos más antigua del mundo, hoy día hay alrededor de 27 millones de seres humanos en el mundo que están “confinados físicamente... forzados a trabajar o controlados con la violencia, y en algunos casos tratados como propiedades privadas”. De acuerdo con una organización anti-esclavitud con base en los Estados Unidos, unas 100.000 de estas personas están en este país.
La forma más común de esclavitud es la servidumbre a través de la deuda: la gente pobre, transportada a largas distancias con la promesa de un trabajo, termina inmersa en un trabajo de esclavos para pagar los gastos del viaje. Muchos que piden prestado dinero para pagar gastos médicos u otras necesidades para sobrevivir, también se ven forzados al trabajo para pagar estas deudas. Porcentajes exorbitantes de interés, cuentas deshonestas y cargos inflados por manutención y vivienda perpetúan la deuda. Los deudores y sus familias están atrapados en el trabajo por una pequeña o ninguna paga, a menudo siete días a la semana durante el resto de sus vidas. Los padres pasan la carga de la deuda a sus hijos y ésta permanece durante generaciones. Aproximadamente dos tercios de los trabajadores cautivos son esclavos de la deuda en la India, Pakistán, Bangladesh y Nepal.
En Mauritania, Sudán, Níger, Chad y otros países a lo largo de las viejas rutas del comercio del África árabe y sahariana hay más de 200.000 esclavos, la mayoría como propiedades que viven bajo el látigo, comprados y vendidos como mercancías como en los viejos tiempos. La esclavitud ha sido declarada fuera de la ley tres veces por el gobierno islámico mauritano, sin embargo pocos casos terminan en los tribunales. En vez de eso, las autoridades han arrestado a activistas anti-esclavitud por difamar el buen nombre de Mauritania, insistiendo en que la esclavitud ya no existe en su país. Países como Mauritania tienen leyes contra la esclavitud, pero una ley no puede transformar una práctica cultural si no se obliga a su cumplimiento, especialmente cuando va contra un tráfico lucrativo.
La Organización Internacional del Trabajo de las Naciones Unidas informó que una cantidad estimada de diez millones de niños en todo el mundo se ven forzados al trabajo como sirvientes domésticos en hogares privados. Los niños no reciben salario, no tienen tiempo libre ni protección ante los abusos sexuales, ni educación, ní oportunidad de desarrollar sus vidas más allá del largo día de trabajo en la casa. Sin embargo muchos países no ven como un problema el trabajo infantil.
La esclavitud no es legal en ninguna parte del mundo, pero se la puede encontrar en casi todos los países: grupos de esclavos brasileños talan la selva amazónica para hacer carbón para la industria del acero, niños de nueve años en la India trabajan setenta horas a la semana, entregados por sus padres pobres a los propietarios explotadores, niñas tailandesas se prostituyen para los turistas del sexo en Bangkok, emigrantes chinos están forzados a trabajar dieciocho horas al día en restaurantes e industrias del cuero en Italia, emigrantes mexicanos y de otros países de Centroamérica son trabajadores cautivos en las granjas de Florida, niños forzados a la prostitución o a la servidumbre doméstica en diversos lugares de los Estados Unidos, esclavos en las minas de diamantes de Sierra Leona, productores de chocolate en Costa de Marfil, recolectores de algodón en Benin y Egipto, cortadores de caña en Borneo y té, café y tabaco en otros lugares, todos mantenidos a raya por la autoridad de la violencia, aplicada por patronos y traficantes muchas veces respaldados por funcionarios corruptos.
Ninguna tradición cultural puede servir como santuario para tales desmanes. El relativismo cultural ciertamente es un antídoto importante contra el imperialismo cultural, porque nos recuerda que el mundo está compuesto de diversos grupos que deben tener su lugar bajo el sol, apreciados por lo que tienen de humanos. Cuando el relativismo cultural se equivoca es cuando se convierte en cobertura para la opresión, cuando se utiliza para reclamar inmunidad por los crímenes contra la humanidad…
(continuará)
[ Fragmento de: “La lucha de la cultura” / Michael Parenti ]
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https://youtu.be/zkYCMjoM5vY
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