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CARLOS MARX / FEDERICO ENGELS
CORRESPONDENCIA
2. DE MARX A P. V. ANNENKOV
Bruselas, 28 de diciembre de 1846.
Usted habría recibido hace tiempo mi respuesta a su carta del 1 de noviembre si no fuera porque mi librero me envió el libro del señor Proudhon, La filosofía de la miseria, recién la semana pasada. Lo he terminado en dos días a fin de poder darle en seguida mi opinión. Como lo he leído apresuradamente, no puedo entrar en detalles, y sólo puedo decirle la impresión general que me ha producido. Si lo desea, puedo entrar en detalles en una segunda carta.
Debo confesarle que encuentro el libro en general malo, muy malo. Usted mismo hace burlas en su carta sobre el “ángulo de la filosofía alemana’’ de que hace ostentación el señor Proudhon en esta obra informe y presuntuosa, pero supone que el desarrollo económico no ha sido infectado por el veneno filosófico. También yo estoy muy lejos de imputar las fallas del desarrollo económico a la filosofía del señor Proudhon. No es que el señor Proudhon nos dé una falsa crítica de la economía política por poseer una ridícula teoría filosófica, sino que nos da una teoría filosófica ridícula porque no puede comprender la situación social de hoy día en su engrénement [concatenación], para emplear una palabra que, como muchas otras cosas, el señor Proudhon ha tomado de Fourier.
¿Por qué habla el señor Proudhon acerca de Dios, de la razón universal, de la razón impersonal de la humanidad que nunca yerra, que permanece constante a través de todas las épocas, y de la cual sólo es preciso tener exacta conciencia a fin de conocer la verdad? ¿Por qué confecciona un débil hegelianismo para producir la impresión de ser un arrojado pensador?
Él mismo nos da la clave de este enigma. El señor Proudhon ve en la historia cierta serie de desarrollos sociales; encuentra el progreso realizado en la historia; finalmente, descubre que los hombres, como individuos, no sabían lo que estaban haciendo y estaban equivocados acerca de su propio movimiento; es decir, su desarrollo social parece, a primera vista, ser distinto, separado e independiente de su desarrollo individual. El autor no puede explicar estos hechos y de improviso surge la hipótesis de la razón universal que se revela a sí misma. Nada mas fácil que inventar causas místicas, es decir, frases que carecen de sentido común.
Pero el señor Proudhon, al admitir que nada entiende acerca del desarrollo histórico de la humanidad —y lo admite al emplear palabras altisonantes tales como razón universal, Dios, etc.—, ¿acaso no está admitiendo implícita y necesariamente que es incapaz de comprender los desarrollos económicos?
¿Qué es la sociedad, cualquiera sea su formar? producto de la actividad recíproca de los hombres. ¿Los hombres son libres de elegir por sí mismos esta o aquella forma de la sociedad? De ninguna manera. Supóngase un cierto grado de desarrollo de las fuerzas productivas del hombre y se tendrá una forma correspondiente de comercio y consumo. Supóngase ciertos grados de desarrollo de la producción, del comercio y del consumo, y se tendrá un orden, social correspondiente, una correspondiente organización de la familia, de las jerarquías o de las clases: en una palabra, una correspondiente sociedad civil. Presupóngase una sociedad civil dada y se tendrán condiciones políticas particulares que son sólo la expresión oficial de la sociedad civil. Esto es lo que nunca comprenderá eI señor Proudhon porque cree que hace algo grande partiendo del Estado para comprender la sociedad: es decir, yendo del resumen oficial de la sociedad a la sociedad oficial.
Es superfluo agregar que los hombres no son libres de elegir sus fuerzas productivas —que son la base de toda su historia—, puesto que cada fuerza productiva es una fuerza adquirida, producto de la actividad anterior. Por consiguiente, las fuerzas productivas son el resultado de la energía humana práctica; pero esta energía está a su vez condicionada por las circunstancias en que se hallan los hombres, por las fuerzas productivas ya conquistadas, por la forma social preexistente, que ellos no crean, que es el producto de la generación anterior. Debido a este simple hecho de que cada nueva generación se encuentra en posesión de las fuerzas productivas conquistadas por la generación anterior, que le sirven de materia prima para una nueva producción, surge una conexión en la historia humana, toma forma una historia de la humanidad cuanto más se han extendido las fuerzas productivas del hombre y en consecuencia sus relaciones sociales. En consecuencia: la historia de los hombres nunca es otra cosa que la historia de su desarrollo individual, sean o no conscientes de ello. Sus relaciones materiales son la base de todas sus relaciones. Esas relaciones materiales no son sino las formas necesarias en que se realiza su actividad material e individual.
El señor Proudhon mezcla ideas y cosas. Los hombres nunca abandonan lo que han conquistado, pero esto no significa que nunca renuncien a la forma social en la que han adquirido ciertas fuerzas productivas. Por el contrario, a fin de no ser despojados del resultado obtenido y de no perder los frutos de la civilización, están obligados, a partir del momento en que la forma de su comercio deja de corresponder a las fuerzas productivas adquiridas, a cambiar todas sus formas sociales tradicionales. Empleo aquí la palabra comercio en su más amplio sentido, análogo al Verkehr alemán. Por ejemplo: la institución y los privilegios de las guildas y corporaciones, el régimen regulador del Medioevo, eran las relaciones sociales correspondientes únicamente a las fuerzas productivas adquiridas y a la condición social preexistente y de la cual habían surgido esas instituciones. Bajo la protección de este régimen de corporaciones y regulaciones se acumuló el capital, se desarrolló el comercio de ultramar, se fundaron colonias. Pero los frutos de éstos se habrían perdido si los hombres hubieran intentado retener las formas bajo cuyo amparo habían madurado. Así sobrevinieron dos cataclismos: las revoluciones de 1640 y 1688. Todas las viejas formas económicas, las relaciones sociales correspondientes y las condiciones políticas que eran la expresión oficial de la vieja sociedad civil, fueron destruidas en Inglaterra. Así pues las formas económicas en que los hombres producen, consumen, intercambian, son transitorias e históricas. Al conquistarse nuevas fuerzas productivas, los hombres cambian su método de producción, y con el método de producción todas las relaciones económicas, las que son meramente condiciones necesarias de ese determinado método de producción.
Esto es lo que el señor Proudhon no ha comprendido, y mucho menos demostrado. Incapaz de seguir el movimiento real de la historia, el señor Proudhon produce una fantasmagoría que presuntuosamente pretende sea una fantasmagoría dialéctica. No cree necesario hablar de los siglos XVIII o XIX, porque su historia trascurre en el nebuloso reino de la imaginación y se eleva muy por encima del espacio y del tiempo. En una palabra, no es historia sino vieillerie, no es historia profana —la historia de los hombres—, sino historia sagrada —la historia de las ideas—. Desde su punto de vista el hombre es solamente el instrumento de que se sirve la idea o la razón eterna a fin de desenvolverse. Se sobrentiende que las evoluciones de que habla el señor Proudhon son evoluciones tales como las que se cumplen en la entraña mística de la idea absoluta. Desgárrese el velo de este lenguaje místico y se verá que el señor Proudhon nos ofrece el orden en que las categorías económicas se disponen dentro de su propia mente. No ha de requerir gran esfuerzo de mi parte probarle a usted que este orden es el de una mente muy desordenada.
El señor Proudhon inicia su libro con una disertación sobre el valor, que es su tema favorito. Por esta vez no la examinaré.
La serie de las evoluciones económicas de la razón eterna comienza con la división del trabajo. Para el señor Proudhon, la división del trabajo es una cosa perfectamente simple. Pero, ¿acaso el régimen de castas no fue también una determinada división del trabajo? ¿No fue el régimen de las guildas otra división del trabajo? Y la división del trabajo bajo el sistema de la manufactura —que en Inglaterra empieza a mediados del siglo XVII y llega a su término en la última parte del XVIII— ¿no es totalmente diferente de la división del trabajo existente en la moderna industria en gran escala?
El señor Proudhon está tan lejos de la verdad que descuida aquello que atienden incluso los economistas vulgares. Cuando habla de la división del trabajo no cree necesario mencionar el mercado mundial. ¡Y bien! La división del trabajo ¿no debe haber sido fundamentalmente diferente en los siglos XIV y XV —cuando todavía no había colonias, cuando América aún no existía para Europa, y el Asia oriental sólo existía para ella por mediación de Constantinopla—, de lo que fue en el siglo XVII, en que las colonias ya estaban desarrolladas?
Esto no es todo. Toda la organización interna de las naciones, con todas sus relaciones internacionales, ¿acaso son otra cosa que la expresión de una determinada división del trabajo? ¿Y no deben cambiar cuando cambia la división del trabajo?
El señor Proudhon ha comprendido tan poco el problema de la división del trabajo, que jamás menciona siquiera la separación de la ciudad y el campo, que en Alemania, por ejemplo, tuvo lugar entre los siglos IX y XII. Para el señor Proudhon, puesto que no conoce su origen ni su desarrollo, esta separación constituye una ley eterna. A lo largo de todo su libro habla como si esta creación de un modo particular de producción perdurase hasta el fin de los tiempos. Todo lo que dice el señor Proudhon de la división del trabajo es tan sólo un resumen, y un resumen muy superficial e incompleto, de lo que antes de él han dicho Adam Smith y miles de otros.
La segunda evolución es las máquinas. La conexión entre la división del trabajo y las máquinas es enteramente mística para el señor Proudhon. Cada modo de la división del trabajo tuvo sus instrumentos específicos de producción. Entre mediados del siglq XVII y mediados del XVIII, por ejemplo, no todo se hacía a mano. Existían implementos, y muy complicados, tales como telares, barcos, palancas, etc.
Nada hay, pues, más ridículo que derivar las máquinas de la división del trabajo en general.
Todavía le diré, de pasada, que el señor Proudhon, como no ha comprendido el origen histórico de las máquinas, menos aun ha comprendido su desarrollo. Puede decirse que hasta 1825 —el período de la primera crisis general— las demandas generales del consumo aumentaron más rápidamente que la producción, y el desarrollo de las máquinas fue una consecuencia necesaria de las necesidades del mercado. Desde 1825, la invención y aplicación de la maquinaria ha sido simplemente el resultado de la guerra entre obreros y patronos. Pero todavía esto no es válido más que para Inglaterra. En cuanto a las naciones europeas, fueron obligadas a adoptar la maquinaria debido a la competencia inglesa, tanto en sus mercados internos como en el mercado mundial. Finalmente, la introducción de máquinas en Norteamérica se debió a la competencia con otros países y a la escasez de mano de obra, esto es, a la desproporción entre la población de Norteamérica y sus necesidades industriales. Por estos hechos, usted puede ver la sagacidad que emplea el señor Proudhon cuando conjura el fantasma de la competencia como tercera evolución, ¡como la antítesis de las máquinas!
Por último, en general, es un verdadero absurdo tratar las máquinas como una categoría económica, en un mismo plano con la división del trabajo, la competencia, el crédito, etc.
La maquinaria es tan categoría económica como el buey que tira del arado. La aplicación de las máquinas es en el presente una de las condiciones de nuestro actual sistema económico, pero la manera en que son empleadas las máquinas es algo totalmente distinto de las máquinas mismas. La pólvora sigue siendo la misma ya sea que se use para herir a un hombre o para curar sus heridas.
El señor Proudhon se supera a sí mismo cuando hace que la competencia, el monopolio, los impuestos o la policía, el balance comercial, el crédito y la propiedad, se desarrollen en su cabeza en el orden mencionado. Casi todas las instituciones de crédito ya estaban desarrolladas en Inglaterra en los comienzos del siglo XVIII, antes del descubrimiento de las máquinas. El crédito fue sólo un nuevo método para aumentar los impuestos y satisfacer las nuevas demandas creadas por la ascensión de la burguesía al poder.
Finalmente, la última categoría del sistema del señor Proudhon está constituida por la propiedad. En cambio, en el mundo real, la división del trabajo y todas las demás categorías del señor Proudhon, son relaciones sociales que constituyen en su conjunto lo que actualmente se conoce como propiedad: fuera de estas relaciones, la propiedad burguesa no es más que una ilusión metafísica o jurídica. La propiedad de una época diferente, la propiedad feudal se desarrolla en una serie de relaciones sociales enteramente diferentes. Al establecer la propiedad como una relación independiente, el señor Proudhon comete algo más que un error de método: muestra claramente que no ha aprehendido el vínculo que mantiene unidas todas las formas de la producción burguesa, que no ha comprendido el carácter histórico y transitorio de las formas de producción en una época determinada. El señor Proudhon, que no considera a nuestras instituciones como producto histórico, que no comprende su origen ni su desarrollo, sólo puede someterlas a una crítica dogmática.
También está obligado el señor Proudhon a refugiarse en una ficción a fin de explicar el desarrollo. Imagina que la división del trabajo, el crédito, las máquinas, etc., fueron todos inventados para servir a su idea fija, la idea de igualdad. Su explicación es de una ingenuidad sublime. Estas cosas fueron inventadas en interés de la igualdad. Esto constituye todo su argumento. En otras palabras, hace una suposición gratuita y luego, como el desarrollo real y su ficción se contradicen a cada paso, saca en consecuencia que hay una contradicción. Le oculta a usted el hecho de que la contradicción únicamente existe entre sus ideas fijas y el movimiento real.
Es así como el señor Proudhon, debido principalmente a que carece de conocimientos históricos, no ha percibido que a medida que los hombres desarrollan sus fuerzas productivas, esto es, en cuanto viven, desarrollan ciertas relaciones entre sí, y que la naturaleza de estas relaciones necesariamente debe cambiar con el cambio y el crecimiento de las fuerzas productivas. No ha percibido que las categorías económicas son sólo las expresiones abstractas de estas relaciones reales y únicamente conservan su validez mientras existen dichas relaciones. Cae, pues, en el error de los economistas burgueses que consideran a estas categorías económicas como leyes eternas y no como leyes históricas que sólo son leyes para cierto desarrollo histórico, para un desarrollo determinado por las fuerzas productivas. Por consiguiente, en lugar de considerar las categorías político-económicas como expresiones abstractas de las relaciones sociales reales, transitorias, históricas, el señor Proudhon sólo ve las relaciones reales, gracias a una trasposición mística, como corporizaciones de esas abstracciones. Estas abstracciones son fórmulas que han estado dormitando en el corazón de Dios Padre desde el comienzo del mundo.
Pero aquí nuestro buen señor Proudhon cae en grandes cataclismos intelectuales. Si todas esas categorías económicas son emanaciones del corazón de Dios, son la oculta y eterna vida del hombre, ¿cómo es que, en primer lugar, existe algo tal como el desarrollo y, en segundo lugar, que el señor Proudhon no es conservador? Él explica esas contradicciones mediante todo un sistema de antagonismos.
A fin de esclarecer este sistema de antagonismos tomemos un ejemplo.
El monopolio es una cosa buena, porque es una categoría económica y por lo tanto una emanación de Dios. La competencia es una cosa buena, porque también es una categoría económica. Pero lo que no es bueno es la realidad de la competencia. Y lo que es aun peor, el hecho de que la competencia y el monopolio se devoren entre sí. ¿Qué ha de hacerse? Como estas dos ideas eternas de Dios se contradicen entre sí, le parece evidente que también hay una síntesis de ambas dentro del corazón de Dios, en que lo malo del monopolio se compensa con la competencia y viceversa. Como resultado de la lucha entre ambas ideas, sólo se manifestará el lado bueno. Debemos extraer de Dios esta idea secreta y aplicarla, y entonces todo estará bien; la fórmula sintética que yace escondida en la oscuridad de la razón impersonal de la humanidad debe ser revelada. El señor Proudhon no titubea un segundo en presentarse como revelador.
Pero observemos un instante la vida real. En la vida económica actual no se encontrarán solamente la competencia y el monopolio, sino también su síntesis, que no es una fórmula sino un movimiento. El monopolio produce la competencia, la competencia produce el monopolio. Pero esta ecuación, lejos de resolver las dificultades de la situación actual, como lo imaginan los economistas burgueses, tiene por resultado una situación aun más difícil y confusa. Por lo tanto, si se altera la base sobre la cual se asientan las relaciones económicas del presente, si se destruye el método de producción actual, no sólo se destruirán la competencia, el monopolio y su antagonismo, sino también su unidad, su síntesis, el movimiento que es el equilibrio real de la competencia y el monopolio.
Ahora le daré a usted un ejemplo de la dialéctica del señor Proudhon.
La libertad y la esclavitud forman un antagonismo. No necesito hablar de los lados buenos y malos de la libertad ni de los lados malos de la esclavitud. Lo único que debe explicarse es el lado bueno de la esclavitud. No estamos tratando con la esclavitud indirecta, la esclavitud del proletariado, sino con la directa, la esclavitud de las razas negras en Surinam, en Brasil, en los estados sureños de Norteamérica.
La esclavitud directa es hoy día pivote de nuestro industrialismo, tanto como las máquinas, el crédito, etc. Sin esclavitud no hay algodón; sin algodón no hay industria moderna. La esclavitud ha dado valor a las colonias; las colonias han creado el comercio mundial; el comercio mundial es la condición necesaria de la industria maquinizada en gran escala. Antes de que comenzara la trata de negros, las colonias sólo proveían al Viejo Mundo de muy pocos productos y no producían cambio apreciable en la faz de la Tierra. La esclavitud es, pues, una categoría económica de la mayor importancia. Sin esclavitud, Norteamérica, el país más progresista, se trasformaría en un país patriarcal. Basta con borrar a Norteamérica del mapa de las naciones, para tener anarquía, decadencia total del comercio y de la civilización moderna. Y hacer desaparecer la esclavitud es borrar a Norteamérica del mapa de las naciones. Por ello, debido a que es una categoría económica, hallamos esclavitud en todas las naciones desde que empezó el mundo. Las naciones modernas han sabido simplemente cómo disfrazar la esclavitud de sus propios países al tiempo que la importaban abiertamente en el Nuevo Mundo. Después de estas observaciones, ¿cuál será la actitud del señor Proudhon hacia la esclavitud? Buscará la síntesis entre la libertad y la esclavitud, la proporción dorada, dicho de otro modo el equilibrio entre la esclavitud y la libertad.
El señor Proudhon ha comprendido muy bien el hecho de que los hombres producen vestidos, ropa blanca, sedas; ¡y qué gran mérito el haber comprendido esta poquita cosa! Lo que no ha entendido es que estos hombres, de acuerdo con sus fuerzas, también producen las relaciones sociales en cuyo seno confeccionan los vestidos y la ropa blanca. Y menos aun ha comprendido que los hombres, que conforman sus relaciones sociales de acuerdo con su método material de producción, también conforman ideas y categorías, es decir, la expresión abstracta, ideal de esas mismas relaciones sociales. Así, las categorías no son más eternas que las relaciones que ellas expresan. Son productos históricos y transitorios. Para el señor Proudhon, por el contrario, las abstracciones y las categorías son la causa primordial. De acuerdo con él, son ellas y no los hombres quienes hacen la historia. La abstracción, la categoría como tal —esto es, separada de los hombres y de sus actividades materiales— es desde luego inmortal, inmóvil, incambiable, es sólo una forma de ser de la razón pura; lo que es únicamente otra manera de decir que la abstracción como tal es abstracta. ¡Admirable tautología!
Así pues, consideradas como categorías, las relaciones económicas son, para el señor Proudhon, fórmulas eternas sin origen ni progreso.
Digámoslo de otro modo: el señor Proudhon no afirma directamente que la existencia burguesa es para él una verdad eterna; lo afirma indirectamente al endiosar las categorías que expresan las relaciones burguesas en forma de pensamiento. Toma los productos de la sociedad burguesa por existencias eternas e independientes, animadas de vida propia, desde el momento en que se presentan en su entendimiento en forma de categorías, en forma de pensamiento. De este modo, no sobrepasa el horizonte burgués. Como opera con ideas burguesas, cuya verdad eterna presupone, busca una síntesis, un equilibrio para estas ideas, sin ver que el modo actual de equilibrarse es el único modo posible.
En verdad, hace lo que todo buen burgués. Estos le dirán a usted que en principio, es decir como ideas abstractas, la competencia, el monopolio, etc., son las únicas bases de la vida, pero que en la práctica dejan mucho que desear. Todos ellos quieren la competencia sin sus funestos efectos.
Todos ellos quieren lo imposible, las condiciones de la existencia burguesa sin las consecuencias necesarias de dichas condiciones. Ninguno de ellos comprende que la forma burguesa de producción es histórica y transitoria, del mismo modo que lo fue la forma feudal. Este error proviene del hecho de que el hombre-burgués es para ellos la única base posible de toda sociedad; no pueden imaginar una sociedad en que los hombres hayan cesado de ser burgueses.
El señor Proudhon es, por ello, necesariamente un doctrinaire. El movimiento histórico que está poniendo el mundo patas arriba en nuestros días, se reduce para él al problema de descubrir el equilibrio correcto, la síntesis; de dos ideas burguesas. Así, el hábil aprendiz descubre, a fuerza de sutileza, el oculto pensamiento de Dios, la unidad de dos pensamientos aislados (que son aislados únicamente porque el señor Proudhon los ha aislado de la vida práctica, de la producción de hoy día, esto es, de la unión de las realidades que ellas expresan).
En lugar del gran movimiento histórico que surge del conflicto entre las fuerzas productivas ya adquiridas por los hombres y sus relaciones sociales, que han dejado de corresponder a esas fuerzas productivas; en lugar de las terribles guerras que se están preparando entre diferentes clases dentro de cada nación y entre diferentes naciones; en lugar de la acción práctica y violenta de las masas, única por la cual pueden resolverse estos conflictos; en lugar de este vasto, prolongado y complicado movimiento, el señor Proudhon nos da el movimiento estrafalario de su propia cabeza. De modo que son los sabios, los hombres capaces de arrancarle a Dios sus pensamientos ocultos, quienes hacen la historia. En cuanto a la gente común, sólo le resta aplicar sus revelaciones. Ahora comprenderá usted por qué el señor Proudhon es enemigo declarado de todo movimiento político. La solución de los problemas actuales no reside para él en la acción pública, sino en las contorsiones dialécticas de su propia mente. Desde que para él las categorías son la fuerza motriz no es necesario cambiar la vida práctica a fin de cambiar las categorías. Por el contrario, cámbiense las categorías y el resultado será la trasformación del orden social actual.
En su deseo de conciliar las contradicciones, el señor Proudhon ni siquiera se pregunta si la base misma de esas contradicciones no debe ser derribada. Es exactamente igual que el doctrinario político que supone que el rey, la cámara de diputados y la de los pares son partes integrantes de la vida social, categorías eternas. Todo lo que busca es una nueva fórmula por la cual establecer un equilibrio entre esas fuerzas (equilibrio que depende precisamente del movimiento real en que una fuerza es alternativamente conquistadora y esclava de la otra). Así, en el siglo XVIII, muchas inteligencias mediocres estaban muy ocupadas buscando la verdadera fórmula que pudiese poner en equilibrio los ordenes sociales —el rey, la nobleza, el parlamento, etc.— cuando una mañana al despertar se encontraron con que ya no existían rey, nobleza ni parlamento. El verdadero equilibrio en este antagonismo fue el derrocamiento de todas las condiciones sociales que servían de base a esas existencias feudales y a esos antagonismos.
Dado que el señor Proudhon sitúa de un lado las ideas eternas, las categorías de la razón pura, y de otro los seres humanos en su vida práctica —la que de acuerdo con él es la aplicación de esas categorías—, desde el comienzo se encuentra en él un dualismo entre la vida y las ideas, el alma y el cuerpo, dualismo que reaparece en muchas formas. Usted puede advertir ahora que este antagonismo no es sino la incapacidad del señor Proudhon para comprender el origen y la historia profana de las categorías que él deifica.
Mi carta es ya demasiado larga para hablar del ridículo proceso que el señor Proudhon hace al comunismo. Por ahora usted me concederá que un hombre que no ha comprendido el estado actual de la sociedad, mucho menos puede comprender el movimiento que tiende a derrocarlo y las expresiones literarias de ese movimiento revolucionario.
El único punto en que estoy de completo acuerdo con el señor Proudhon, es su aversión por la sensiblera ensoñación socialista. Antes que él ya me he atraído muchas enemistades por ridiculizar este socialismo sentimental, utópico y carneril. Pero, ¿acaso no se ilusiona extrañamente a sí mismo el señor Proudhon, cuando exalta su sentimentalidad pequeñoburguesa —me refiero a sus declamaciones sobre el hogar, el amor conyugal y todas esas banalidades— en oposición a la sentimentalidad socialista que en Fourier, por ejemplo, va mucho más hondo que las necedades presuntuosas de nuestro Proudhon? El mismo tiene tan completa conciencia de la nulidad de sus argumentos, de su total incapacidad para hablar de esas cosas, que se entrega temerariamente a explosiones de furia, a vociferaciones y a irae hominis probi , echa espuma por la boca, maldice, denuncia, clama por la infamia y la peste, se golpea el pecho y se jacta ante Dios y ante los hombres de estar limpio de las infamias socialistas. No ridiculiza críticamente los sentimentalismos socialistas, o lo que él toma por tales. Como un santo varón, como un Papa, excomulga a los pobres pecadores y canta las glorias de la pequeña burguesía y de las miserables ilusiones patriarcales y amorosas del hogar doméstico. Y esto no es casual. El señor Proudhon es, de pie a cabeza, el filósofo y economista de la pequeña burguesía. En una sociedad adelantada, el pequeño burgués es necesariamente, por su propia posición, socialista de un costado y economista del otro; es decir, está deslumbrado por la magnificencia de la gran burguesía y simpatiza con los sufrimientos del pueblo. Es a la vez burgués y hombre de pueblo. En su interior se jacta de ser imparcial y de haber hallado el justo equilibrio, que pretende sea cosa distinta de la mediocridad. El pequeño burgués de este tipo deifica la contradicción porque la contradicción es la base de su existencia. El mismo no es sino la contradicción social en acción. Debe justificar en teoría lo que es en la práctica, y el señor Proudhon tiene el mérito de ser el intérprete científico de la pequeña burguesía francesa; mérito genuino, ya que la pequeña burguesía formará parte integrante de todas las revoluciones sociales que se preparan.
Desearía poder enviarle con esta carta mi libro sobre economía política, pero hasta ahora me ha sido imposible lograr que esta obra y las críticas de los filósofos y socialistas alemanes, de que le hablé en Bruselas, sean impresas. Usted no podría creer las dificultades que se oponen en Alemania a una publicación de esta clase: de parte de la policía por un lado, y por otro de los editores, representantes interesados de todas las tendencias que ataco. En cuanto a nuestro partido, no se trata sólo de que es pobre, sino que también un gran sector del Partido Comunista Alemán está enojado conmigo por oponerme a sus utopías y a sus declaraciones.
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Annenkov, Pavel V. (1812-1887). Hombre de letras ruso que vivió mucho tiempo en el exterior, donde conoció a Marx. Fuera de esta relación no tuvo conexión alguna con el socialismo. En “Una década notable”, sus memorias publicadas en Viéstnik Evropi [El heraldo de Europa] (1880), describe el encuentro y la conversación entre Marx y Weitling en Bruselas, el 30 de marzo de 1846. En las mismas memorias da también un retrato literario de Marx tal como se reflejaba en la conciencia de un caballero ruso liberal de la década del cuarenta.
Esta carta de Marx, escrita en francés, fue publicada, y de ahí ha sido tomada, en la Correspondencia de M. M. Stassulevich (editada por M. K. Lemke, vol. III, pág. 455), en que se da la siguiente descripción de su aspecto exterior:
“La carta está escrita con la característica letra de Marx, inclinada hacia la izquierda y asombrosamente pequeña, pero legible; gracias a su naturaleza microscópica pudo escribirla toda en cuatro carillas de una gran hoja de anotador. En la carta hay apenas una enmienda.”
Esta carta es un brillante ejemplo de pensamiento dialéctico y crítica científica.
Proudhon, Pierre-Joseph (1809-1865). Teórico de la pequeña burguesía y uno de los teóricos del anarquismo. También en la carta de Marx a Schweitzer (núm. 72 de este volumen) se da una detallada apreciación de Proudhon. Las ideas de Proudhon ejercieron gran influencia, sobre todo entre los obreros franceses, durante un tiempo bastante largo; esta influencia siguió siendo considerable incluso en la época de la Comuna de París, en 1871. El anarquismo de Bakunin, contra el cual tuvieron que luchar arduamente Marx y Engels en la Primera Internacional, también se basaba parcialmente en las teorías proudhonianas. En su carta a Marx, del 18 de setiembre de 1846, Engels describe la naturaleza de una de las finalidades “prácticas” de Proudhon:
“Los proletarios deben acumular pequeñas acciones. A partir de éstas (no se comenzará, desde luego con menos de 10.000 a 20.000 obreros) se instalarán, en primer lugar, uno o más talleres para uno o más oficios; una parte de los tenedores de acciones serán empleados allí y los productos serán: 1) vendidos al precio de la materia prima más el trabajo, a los accionistas (quienes de este modo no tienen que pagar beneficio alguno); 2) el excedente eventual es vendido a precios corrientes en el mercado mundial. A medida que aumenta el capital de la sociedad con el ingreso de nuevos miembros o con ulteriores ahorros de parte de los antiguos accionistas, será empleado en instalar nuevos talleres y fábricas, etc., etc., hasta que [todos los proletarios estén empleados, todas las fuerzas productivas existentes en el país hayan sido adquiridas y así haya perdido su poder de ordenar el trabajo y hacer beneficios el capital que se halla en manos de la burguesía! [... ] Esta gente no tiene otra cosa en la cabeza que comprar, por ahora, toda Francia, y más adelante quizá también el resto del mundo, con los ahorros del proletariado y renunciando al beneficio y al interés de su capital. ¿Se ha inventado jamás un plan tan espléndido? Y si se desea llevarlo a cabo mediante un tour de forcé, ¿no sería mucho más rápido y sencillo acuñar monedas de cinco francos con la plata ... del claro de luna? Y aquí los obreros, esos tontos, me refiero a los alemanes, creen en esta basura; ¡ellos, que no pueden conservar un par de monedas en sus bolsillos para poder ir a una taberna las noches de sus reuniones, quieren comprar toda la belle France con sus ahorros! Rothschild y sus pares son simples aficionados en comparación con estos colosales acaparadores. Esto basta para provocar una crisis nerviosa. Grün ha confundido de tal modo a los compañeros, que la frase más insensata tiene para ellos mayor significado que el más sencillo de los hechos empleados en un argumento económico. Es realmente vergonzoso que todavía tengamos que perorar contra tan enorme tontería. Pero se debe ser paciente y no dejaré a los compañeros hasta hacer abandonar el campo a Grün y aclararles sus confundidas cabezas.”
Proudhon no podía ir más allá de las ideas pequeñoburguesas:
“Como buen francés, limita la asociación a la fábrica, porque nunca se ha encontrado con un Moses & Son o un Midlothian farmer. El campesino francés y el zapatero francés, el sastre y el comerciante, le parecen cantidades eternamente fijadas, que deben ser aceptadas. Pero cuanto más me ocupo de esta inmundicia más me convenzo de que la reforma de la agricultura, y por lo tanto también de la Eigentumscheisse [sistema de la propiedad] basado sobre ella, es el principio y el fin de la revuelta por venir. Sin esto, el Padre Malthus tendría razón.” ... (Marx a Engels, 14 de agosto de 1851.)
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Esta relevante cita que extraigo del escrito que acabo de leer, bien podría considerarse "eje" del mismo:
ResponderEliminar" ...debido a que es una categoría económica, hallamos esclavitud en todas las naciones desde que empezó el mundo. Las naciones modernas han sabido simplemente cómo disfrazar la esclavitud de sus propios países al tiempo que la importaban abiertamente en el Nuevo Mundo".
Salud y comunismo
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LOS TEXTOS DE MARX REMUEVEN TUS IDEAS SOBRE EL MUNDO…
EliminarMarx tenía 28 años cuando, en formato epistolar y tras una lectura apresurada de la obra de Proudhon, nos deja esta brillante muestra –bien es verdad que todavía no afinada en asuntos tan cruciales como, por poner un ejemplo, la necesaria diferenciación entre fuerzas productivas y medios de producción– de lógica dialéctica y razonamientos histórico-científicos que no dejan títere con cabeza en el “malo, muy malo” libro del entonces muy popular líder anarco-pequeñoburgués. Desde muy joven Marx tuvo que luchar no sólo contra la descarada “ideología dominante” sino también contra sus venenosas versiones camufladas que operaban en el seno de la incipiente clase proletaria. Y en tal función “en la base” siempre estuvo acompañado del incansable Engels, que así se expresaba ¡¡en 1846!!
“…Es realmente vergonzoso que todavía tengamos que perorar contra tan enorme tontería. Pero se debe ser paciente y no dejaré a los compañeros hasta hacer abandonar el campo a Grün y aclararles sus confundidas cabezas.”
Y en esas, aunque contra distintos camuflajes, seguimos.
Salud y comunismo
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