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EL ORIGEN DEL CAPITALISMO
Una mirada de largo plazo
Ellen Meiksins Wood
( 06 )
PRIMERA PARTE
HISTORIAS DE LA TRANSICIÓN
II.
LOS DEBATES MARXISTAS
Nuestra interpretación de la historia del capitalismo influye enormemente en nuestra interpretación de la cosa en sí. Los viejos modelos del desarrollo capitalista eran una mezcla paradójica de determinismo transhistórico y voluntarismo del «libre» mercado, y el mercado capitalista una ley natural inmutable y el ámbito perfecto para la libre elección y el ejercicio de la libertad. La antítesis de estos modelos sería una concepción del mercado capitalista capaz de reconocer plenamente sus imperativos y compulsiones, a la par que entender que estos imperativos no están enraizados en una ley natural y transhistórica, sino en unas relaciones sociales específicas, constituidas por la agencia humana y sujetas a cambios. Este sería previsiblemente el enfoque de los análisis marxistas, pero los historiadores marxistas no han logrado sistematizar una alternativa de estas características.
A la hora de abordar los orígenes del capitalismo desde un punto de vista histórico existen diferencias igual de marcadas entre los propios historiadores marxistas que entre historiadores marxistas y no marxistas. Muchos marxistas han comulgado con el viejo modelo mercantilista, a veces incluso con mayores dosis de determinismo tecnológico. Otros en cambio han sido muy críticos con él, si bien es cierto que incluso en estos enfoques es posible percibir trazas del viejo modelo. El debate dista aún de haberse cerrado y queda mucho aún por aportar.
EL ENFOQUE DE MARX ACERCA DE LA TRANSICIÓN
Tampoco contribuye a esclarecer el asunto el hecho de que la propia obra de Marx contenga dos relatos distintos. Uno de ellos se asemeja bastante al modelo convencional, según el cual la historia es una suerte de sucesión de estadios de la división del trabajo, y un proceso transhistórico de progreso tecnológico, liderado por las clases burguesas, que parecen propiciar la emergencia del capitalismo en cuanto se liberan de las cadenas feudales. De hecho, en palabras del propio Marx, el capitalismo anida en los «intersticios» del feudalismo, y se vierte en el torrente de la historia cuando rompe los grilletes del sistema feudal. Este es el relato que atraviesa sus obras tempranas como La ideología alemana y El manifiesto comunista, si bien más que explicar el origen del capitalismo, se presupone como una forma nueva de organización social a la espera de que la burguesía ascendente se libere de las cadenas feudales y permita así su emergencia. Este es el relato implícito en la idea de la «revolución burguesa» del marxismo tradicional.
Sin embargo, el enfoque característicamente «marxista» se encuentra en su crítica de la economía política, en los Grundrisse y en El capital. Si bien es cierto que obviamente la desarrolló mucho más en su análisis revolucionario del capitalismo contemporáneo, aplicó su crítica a la cuestión histórica del origen del sistema al analizar minuciosamente «la denominada acumulación originaria» en el libro primero de El capital. Con ello sentó las bases para el desarrollo de importantes aportaciones de historiadores marxistas posteriores y supuso una ruptura decisiva con el viejo paradigma.
Como ya hemos visto, el modelo mercantilista clásico inicialmente planteado por Adam Smith sugiere que el proceso de acumulación previa fue el preludio de la «sociedad mercantil» al permitir que se generara cantidad suficiente de riqueza, gracias a la visión comercial y la austeridad, como para que pudieran realizarse inversiones importantes. Este proceso representa la acumulación «original» de «capital», es decir, el acopio de riqueza material. Muchas de las explicaciones contemporáneas acerca del desarrollo capitalista han sido variaciones sobre el mismo tema como, por ejemplo, las que consideran el origen del capitalismo como el resultado de la acumulación del «capital» mediante la explotación colonial y el intercambio desigual. Una vez más, el capitalismo, o la «sociedad mercantil», sería una expansión cuantitativa del comercio y de la riqueza que poco tiene que ver con una transición, es decir, con una transformación cualitativa de un sistema social con sus propias leyes del movimiento a otro muy distinto, con una dinámica y unas condiciones de existencia muy diferentes.
En su crítica de «la llamada acumulación originaria», Marx se alejó drásticamente de la economía política clásica y de su modelo mercantilista. Aplicó los principios generales que enuncia en su crítica de la economía política a la transición del feudalismo al capitalismo, en particular, el hecho de que la riqueza no constituye «capital» por sí sola, y que el capital es una relación social de producción específica. De este enfoque se deriva que la mera acumulación de riqueza no fue el factor decisivo para dar origen al capitalismo. Para Marx «la acumulación originaria» de la economía política se denomina así porque el capital, tal como él lo define, es una relación social y no un mero tipo de riqueza o de beneficio; y la mera acumulación no trae consigo el capitalismo. Aunque obviamente esta fuera una condición necesaria para la emergencia del capitalismo, no fue en absoluto suficiente ni decisiva para su surgimiento. Lo que transformó la riqueza en capital fue la transformación de las relaciones sociales de producción.
La esencia de la crítica de Marx a «la llamada acumulación originaria» (muchos tienden a menudo a obviar el significado que contienen las palabras «la llamada»), es que la acumulación de la cantidad que sea, ya provenga directamente del hurto, del imperialismo, del beneficio generado por la actividad mercantil o incluso de la explotación del trabajo para el beneficio mercantil, no constituye por sí misma capital, ni generará el capitalismo. La precondición específica para la emergencia del capitalismo es la transformación de las relaciones sociales de producción que generan unas «leyes del movimiento» capitalistas: la imposición de los imperativos de la competitividad y de la maximización del beneficio, una compulsión por reinvertir el excedente y una necesidad sistemática e incansable de aumentar la productividad del trabajo y desarrollar las fuerzas de producción.
La transformación crucial de las relaciones sociales de producción, según Marx, se produjo en el ámbito rural inglés y a raíz de la expropiación de los productores directos. Las nuevas relaciones agrarias implicaban que los grandes propietarios de la tierra obtuvieran progresivamente rentas a partir del beneficio mercantil obtenido por los arrendatarios capitalistas, mientras que a su vez se despojaba a muchos pequeños productores, que pasaron a ser trabajadores asalariados. Para Marx esta transformación en el ámbito rural constituye la verdadera «acumulación originaria», no porque supusiera la generación de una masa crucial de riqueza, sino porque estas relaciones sociales de producción generaron nuevos imperativos económicos, en particular, la competitividad compulsiva y la necesidad sistemática de desarrollar las fuerzas productivas, que condujeron a nuevas leyes del movimiento desconocidas en el mundo hasta entonces.
En el núcleo de esta argumentación está la insistencia de Marx en la especificidad histórica del capitalismo. Es decir, que el capitalismo tuvo un origen histórico, en unas condiciones históricas muy concretas y, por lo tanto, también era posible concebir su final. El capitalismo no era producto de una suerte de proceso natural inevitable, ni tampoco suponía el final de la historia.
EL DEBATE EN TORNO A LA TRANSICIÓN
Las aportaciones más relevantes a la historia desde el marxismo se han construido sobre los cimientos de la crítica de Marx de la acumulación originaria. Podemos dejar a un lado los análisis basados en el burdo determinismo tecnológico que con demasiada frecuencia han pasado como teorías marxistas de la historia, para concentrarnos en los análisis marxistas más serios e interesantes.
En 1950 tuvo lugar un intercambio de ideas entre el economista Paul Sweezy y el historiador económico Maurice Dobb, cuyo libro Estudios sobre el desarrollo del capitalismo (1946) Sweezy había criticado. Aquel intercambio se convirtió en un debate fundamental entre una serie de distinguidos historiadores, fundamentalmente marxistas, en la revista Science & Society y que acabó convirtiéndose en un libro. «El debate en torno a la transición» como pasó a llamarse, se convirtió desde entonces en un punto de referencia en el debate sobre el tema entre marxistas y no marxistas.
La obra de Dobb representa un avance fundamental para entender la transición. Al igual que otras obras de la misma tradición de pensamiento, sobre todo la del historiador medieval de Europa, R. H. Hilton, su análisis desautorizaba los fundamentos del antiguo modelo, cuestionando algunas de sus premisas básicas, sobre todo la que daba por supuesto que el capitalismo no era más que una expansión cuantitativa del comercio y que esa antítesis del feudalismo, que acabó por disolverlo y dar pie al capitalismo, anidaba en las ciudades y en el comercio.
El punto clave del debate entre Sweezy y Dobb fue localizar la «fuerza motriz» de la transición del feudalismo al capitalismo. ¿Acaso había que buscar la causa fundamental de esa transición entre las relaciones básicas y constitutivas del feudalismo, es decir, entre las relaciones entre los señores y los campesinos? ¿O acaso era externa a esas relaciones y se hallaba más bien en la expansión del comercio?
Dobb y Hilton, en el consiguiente debate, aportaron argumentos relevantes y sólidos que demostraban que la disolución del feudalismo no vino únicamente de la mano del comercio. De hecho, el comercio y las ciudades no fueron inherentemente nocivos para el feudalismo en absoluto. El declive del feudalismo y el auge del capitalismo obedecieron a factores internos de las relaciones fundamentales del propio feudalismo, a la lucha de clases entre señores y campesinos. Hilton, sobre todo, destacaba que había quedado demostrado que la interpretación de Pirenne era fallida desde un punto de vista empírico, y desgranó todas las formas mediante las cuales el dinero, el comercio, las ciudades e incluso la llamada «revolución mercantil» lejos de ser extrañas al sistema feudal, eran parte esencial del mismo. Lo cual significaba que indudablemente estos factores habían influido en el complejo proceso que condujo a la transición, pero no habían provocado la disolución del feudalismo.
Tanto Dobb como Hilton han sugerido que la disolución del feudalismo y el auge del capitalismo fueron el resultado de la liberación de la producción mercantil simple, de su liberación de las cadenas del feudalismo, y de la lucha de clases entre señores y campesinos. Por ejemplo, Dobb afirmaba que, si bien la lucha de clases no dio pie al capitalismo de «una forma sencilla y directa», sí sirvió para
modificar la dependencia de la producción simple de mercancías del señorío feudal y liberar finalmente al pequeño productor de la explotación feudal. Por lo tanto, el capitalismo nace de la producción simple de mercancías (en la medida en que garantiza la independencia de acción y, a su vez, se desarrolla en su fuero la diferenciación social).
En la misma línea, Hilton –cuyos estudios sobre el campesinado medieval y sus luchas son máximos exponentes de la historiografía de cualquier etapa– atribuía la transición a las luchas entre señores y campesinos. La presión que ejercieron los señores sobre los campesinos para transferir el excedente de trabajo fue fundamentalmente, en su opinión, lo que provocó la mejora de las técnicas de producción y el incremento de la producción mercantil simple. Al mismo tiempo, la resistencia del campesinado a esas presiones fue crucial en el proceso de transición al capitalismo:
«la liberación de las economías campesinas y artesanas para el desarrollo de la producción de mercancías y la eventual emergencia del emprendedor capitalista».
Por el contrario, Sweezy insistía en que el feudalismo, a pesar de la ineficacia e inestabilidad que le caracterizaba, era intrínsecamente tenaz y resistente al cambio, y la principal fuerza motriz para impulsar el cambio llegó del exterior. Efectivamente, el sistema feudal podía tolerar, y de hecho necesitaba, una cierta dosis de actividad mercantil; sin embargo, con la implantación de determinados centros para el comercio urbano y el transbordo de productos para el comercio de larga distancia (aquí Sweezy citaría a Henri Pirenne), se fue poniendo en marcha un incremento de la producción destinada al intercambio de productos, frente al principio feudal de la producción destinada al uso de los mismos.
No obstante, afirmaba Sweezy, este proceso no supuso la inmediata emergencia del capitalismo. La expansión del comercio fue suficiente para la disolución del feudalismo y el inicio de una fase transicional de «producción precapitalista de mercancías», inestable en sí misma, que fue abonando el terreno para el inicio del capitalismo en los siglos XVII y XVIII; una etapa diferenciada y subsiguiente en el desarrollo del mismo. Sweezy introdujo aquí una aclaración importante:
«a menudo pensamos en la transición de un sistema social a otro como si fuera un proceso de confrontación directa entre ambos sistemas luchando por la supremacía», pero cometeríamos un «tremendo error» si pensáramos en la transición del feudalismo al capitalismo en esos términos.
Sweezy no se propuso explicar la segunda fase del proceso pero sí planteó una serie de preguntas fundamentales sobre las explicaciones que ofrecían otros autores. Cabría destacar dos de ellas. En primer lugar, se mostró escéptico acerca de que fuera plausible el enfoque (derivado de la interpretación convencional de la teoría de Marx sobre «el camino verdaderamente revolucionario» hacia el capitalismo industrial) según el cual los capitalistas industriales emergieron entre las filas de los pequeños productores. Por el contrario, Sweezy defendía que «el camino verdaderamente revolucionario» implicaba que el productor, en lugar de pasar de pequeño productor a comerciante y luego a capitalista, «empieza como mercader y empleador de trabajo asalariado», y las empresas capitalistas se lanzan al mercado plenamente desarrolladas, y no emergen de forma gradual a partir de un sistema talleres.
En segundo lugar, para Sweezy, ni la generalización de la producción de mercancías ni el desarrollo avanzado de la producción de mercancías, como por ejemplo en Italia o Flandes en el Medioevo, eran aspectos suficientes para explicar el surgimiento del capitalismo. Además, destacó otro aspecto interesante. Al contrario que en el caso de la teoría de Maurice Dobb, según la cual el declive del feudalismo se debió a la sobre explotación del campesinado y a los conflictos de clase que se generaron, para Sweezy
«quizá fuera más acertado decir que el declive del feudalismo en Europa occidental se debió a la incapacidad de la clase dirigente de mantener el control, y por tanto explotar, la fuerza de trabajo de la sociedad».
Obviamente, ofrecemos aquí una síntesis de brocha gorda y una simplificación de los complejos argumentos esgrimidos por quienes participaron en el debate, pero debería ser suficiente como para plantear una serie de preguntas fundamentales sobre los supuestos sobre los que trabajaba cada una de las partes. A primera vista, el asunto está bastante claro: Dobb atacaba el modelo mercantilista mientras que Sweezy lo defendía. De hecho, un tiempo más tarde, el historiador marxista Robert Brenner acusó a Sweezy, y a otros autores como André Gunder Frank e Immanuel Wallerstein, de ser «neosmithianos» porque a su juicio comulgaban con algo parecido al enfoque del modelo mercantilista clásico que Adam Smith esbozara por primera vez. Brenner planteó la poderosa idea de que algunos marxistas se tragaron los supuestos del viejo modelo, es decir, la tendencia a considerar la dinámica específica del capitalismo –y su necesidad de incrementar la productividad del trabajo– como el resultado inevitable de la expansión comercial.
A primera vista, el enfoque de Sweezy es por completo coherente con el modelo mercantilista en sus aspectos más fundamentales, mientras que el enfoque de Dobb se enfrenta a él frontalmente. En concreto, Sweezy parece partir de la tesis de Pirenne, y plantea una relación antagónica entre el creciente sistema mercantil de larga distancia y los principios básicos del feudalismo, y en algunas ocasiones atribuye a los actores económicos precapitalistas una racionalidad específica del capitalismo. Por el contrario, Dobb y Hilton insisten en que las ciudades y el comercio no fueron nocivas por naturaleza para el feudalismo, y que «la fuerza motriz» del cambio se hallaba en el seno de las relaciones de producción del feudalismo, y que la lucha de clases entre los señores y los campesinos fue un elemento fundamental del proceso.
No obstante, el debate es de mayor calado. Indudablemente, Dobb y Hilton se distancian del modelo mercantilista y sitúan a «la fuerza motriz» en el campo y no en la ciudad, y en la lucha de clases entre apropiadores y productores, y no en la expansión del comercio. Sin embargo, hay un elemento central y común a estos enfoques: el capitalismo emerge en cuanto se rompen los grilletes del feudalismo. El capitalismo está de algún modo presente en los intersticios del feudalismo, esperando a ser liberado…
(continuará)
[ Fragmento de: EL ORIGEN DEL CAPITALISMO Una mirada de largo plazo / Ellen Meiksins Wood ]
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