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LA LUCHA DE LA CULTURA
Michael Parenti
( 08 )
JUZGANDO DIFERENTES CULTURAS
LA CULTURA DE LA VIOLACIÓN GLOBAL
En muchas partes del mundo la violación se acepta como algo que ocurre todos los días e incluso como una prerrogativa del macho. En 1991, en un internado mixto en Kenia, setenta y una mujeres fueron violadas por sus compañeros y diecinueve murieron durante los momentos de pánico consiguientes. El director aseguró a la gente:
“Los chicos nunca quisieron hacer daño a las muchachas. Sólo querían violarlas”.
En algunas sociedades la violación frecuentemente es por un miembro de la familia. En el hospital maternal de Lima, Perú, el 90 por ciento de las madres jóvenes de entre doce y dieciséis años han sido violadas por su padre, padrastro u otro familiar cercano.
En la provincia de Punjab, Pakistán, las violaciones son algo común, pero sólo un pequeño porcentaje se denuncia y es perseguido. La mitad de las veces las mujeres que denuncian haber sido violadas se encuentran con que su denuncia se considera una admisión de su culpabilidad. De acuerdo con los decretos islámicos que criminalizan las relaciones extramatrimoniales y dictan que el testimonio de las mujeres no tiene peso legal o credibilidad, a las mujeres se les considera culpables de haber practicado sexo ilícito y se las envía a prisión. En contraste, es totalmente imposible declarar culpable a un violador en la provincia de Punjab (y en muchos otros lugares). Su crimen tiene que ser confirmado por no menos de cuatro varones musulmanes que hayan sido testigos.
No tenemos que ir a Kenia o Pakistán para encontrar ideas retrógadas sobre la violación. En muchos lugares dentro de los Estados Unidos, a las mujeres que denuncian haber sido violadas, frecuentemente no se les cree, se les acusa de provocación o se les calumnia acerca de sus vidas personales. Algunas autoridades todavía se cuestionan si la víctima “no se lo estaba buscando” vistiéndose o actuando provocativamente. Un representante republicano del estado de Carolina del Norte, Henry Aldrich, declaró que las víctimas de violación e incesto son sexualmente promiscuas. Demostrando su maestría en el saber popular ginecológico, Aldrich afirmó que la violación no puede causar el embarazo, porque
“los hechos demuestran que a la mujer que es violada —realmente violada— los flujos no le fluyen, las funciones del cuerpo no funcionan y no se puede quedar embarazada”.
Una cantidad estimada de doce millones de mujeres en los Estados Unidos han sido violadas, o una de cada ocho (algunas estimaciones son más altas), a menudo por hombres que conocen, incluyendo miembros de su familia. Una de cada cuatro informa haber sido molestada sexualmente de niña, generalmente de forma repetida, en períodos prolongados de tiempo, por “un familiar cercano.“ Sólo una estimación del 16 por ciento de violaciones, o una de cada seis, se denuncian. El responsable de pequeños robos tiene muchas más posibilidades de ser encarcelado que un violador. Menos del 40 por ciento de las violaciones denunciadas termina en arresto, y sólo el tres por ciento de estos termina con un veredicto de culpabilidad. Alrededor del 29 por ciento de violaciones en los Estados Unidos implican a mujeres de once años o menos. Otro 32,3 por ciento están entre once y diecisiete años de edad. Las víctimas de violación tienen un riesgo mucho mayor de cometer suicidio, desarrollar problemas con el alcohol, tener desórdenes alimentarios y experimentar depresiones u otros problemas postraumáticos.
Independientemente de las diferentes actitudes culturales, hay una serie de características sobre la violación que prevalecen en todas las sociedades. Ésta es —por definición— un acto no consentido, sino forzado y a menudo violento, de relación sexual. Hay riesgo de embarazo no deseado, de transmisión de enfermedad sexual y de daño físico. La violación va contra el sentido más íntimo de seguridad de la mujer y puede dejar secuelas de daño emocional. Y en casi todas las culturas, la víctima sufre alguna clase de estigma, o algo peor.
En algunos lugares la violación se considera un crimen, no de un hombre contra una mujer, sino de una mujer contra el honor de su familia. Todos los años miles de mujeres mueren a manos de familiares cercanos por haber manchado la reputación de la familia practicando el sexo fuera del matrimonio, por haber sido violadas, por haber tenido una cita o simplemente por hablar con los hombres.
Consideremos los siguientes casos.
En Nigeria un tribunal islámico declaró culpable a una mujer por haber concebido un hijo con un vecino casado. Ella fue condenada a ser lapidada hasta morir por adúltera tan pronto como su hijo dejó de mamar.
Una esposa pakistaní de veintiséis años denunció haber sido violada por su cuñado, de lo que resultó embarazada. Por esto ella fue condenada a ser lapidada hasta morir. Dadas las protestas públicas un juez la perdonó.
Un muchacho de once años en el Pakistán rural fue acusado de andar sin compañía con una mujer de una casta superior. El consejo tribal ordenó una venganza: cuatro miembros del consejo se turnaron para violar a la hermana de dieciocho años del muchacho, para vergüenza de toda su familia. Magullada y sollozante, a la hermana la obligaron a andar desnuda hasta su casa ante cientos de vecinos que reían divertidos. Que los violadores estuvieran manteniendo sus costumbres profundamente arraigadas era un pobre consuelo para la víctima, que estuvo a punto de suicidarse. La protesta airada de los pakistaníes que no estaban de acuerdo con las tradiciones del pueblo hizo que las autoridades procesaran a los culpables.
En el Pakistán central cuatro hombres declarados culpables de asesinato, acordaron ofrecer en matrimonio a ocho mujeres jóvenes de su familia a la familia de las víctimas para saldar “la deuda de sangre, un caso que no es raro... donde todavía rigen las leyes tradicionales”. El clamor nacional sobre el número y edades de las mujeres —una de cinco años— forzó a las familias a cancelar el acuerdo. Como se quejaba un abogado pakistaní, defensor de los derechos humanos:
“A las mujeres se les sigue considerando una posesión de los hombres, que pueden entregarse como mercancías o dinero”.
Una mujer palestina fue severamente golpeada por sus familiares masculinos cuando supieron que había sido violada por su cuñado y estaba embarazada. Otras mujeres, que vivían en pueblos de la Orilla Oeste, declaradas culpables de haber practicado el sexo fuera del matrimonio, fueron asesinadas por sus familiares varones.
Si no muere a manos de un familiar, la víctima de una violación frecuentemente es expulsada. Una investigación en la India encontró que el 80 por ciento de las prostitutas llegan a esa profesión al haber sido expulsadas de sus comunidades por “convertirse en algo sucio” debido a una violación.
En Arabia Saudí un tribunal sentenció a un hombre a seis años de cárcel y a recibir 4.750 latigazos (administrados en sesiones de noventa y cinco cada vez) por haber tenido relaciones sexuales con la hermana de su mujer. El tribunal consideró que la mujer no había consentido la relación y había denunciado la violación a la policía. No obstante ella fue condenada a seis meses de cárcel y a sesenta y cinco latigazos.
En Eslovenia una gitana de doce años fue torturada, violada, embarazada y comprada por un gitano varón por 11.000 marcos. Ella intentó escapar repetidamente, pero siempre fue capturada y golpeada. Un tribunal esloveno decidió que el trato del hombre a la mujer estaba “de acuerdo con las costumbres gitanas”, y los cargos contra él se desestimaron.
En Rumania, donde la edad legal para el matrimonio son los dieciocho años, una novia gitana de doce años iba a casarse con un muchacho de quince. Los funcionarios toleraron el matrimonio entre gitanos por ser una costumbre practicada durante cientos de años. La novia no pareció mostrar mucho aprecio por la tradición cultural ancestral. Se escapó de la iglesia en medio de la ceremonia y tuvieron que traerla a la fuerza llorando.
Irán ejecutó a una mujer retrasada mental de diecinueve años —tenía la capacidad mental de una niña de ocho años— por “actos contrarios a la castidad”. El motivo fueron sus servicios como prostituta, una profesión que comenzó siendo niña, después de haber sido forzada a tener relaciones sexuales con familiares masculinos. Fue azotada antes de su ejecución. No se tomó ninguna medida contra los violadores de su familia.
Hubo un incendio en una escuela de muchachas en la Meca, Arabia Saudí. Cuando el humo y el calor cercaron a las chicas, estas gritaron para que alguien abriera la puerta y las dejara salir. Pero a los bomberos, los policías y gente que se había aglomerado alrededor les prohibió actuar la muttawa ’a, la policía religiosa, porque las muchachas no llevaban ropa adecuada. Se les ordenó que retrocedieran dentro del edificio en llamas con objeto de que consiguieran las túnicas adecuadas y muchas murieron en el intento. Nadie fue acusado.
En Níger los hombres santos incitaron a la multitud para que atacaran a las mujeres que se encontraran en los bares. Estos viejos hombres sabios habían adivinado que la ropa y la conducta indecente de las mujeres era la causante de la fuerte sequía que asolaba al país.
En Londres una muchacha kurda iraquí de dieciséis años, cansada de las palizas a las que le sometía su padre, pensó en escaparse de casa y comenzar una nueva vida por sí misma. Antes de que pudiera hacerlo su padre la apuñaló repetidamente y le cortó el cuello porque creía que estaba citada con un no musulmán y se había “occidentalizado” demasiado. Ahora está condenado a cadena perpetua por asesinato.
En Turquía una chica de catorce años fue golpeada y violada por una banda durante seis días y después la soltaron. Para restaurar el honor de la familia su padre, ignorando sus súplicas, la estranguló con un cable. Todos los años docenas de muchachas turcas mueren a manos de sus familiares por “desgraciar” a su familia.
Estos incidentes, y miles de otros como ellos, revelan cómo los seres humanos pueden estar tiranizados por las convenciones sociales. Los patriarcas llegan a cometer hechos terribles —incluso matarse a sí mismos— para mantener su posición y apariencia dentro de la comunidad. Durante siglos, en pueblos pobres de todo el mundo, la familia ha sido la unidad primaria para la supervivencia. Mantener su buen nombre y su nivel es algo imperativo. Las otras familias, clanes y tribus son rivales potenciales para obtener los recursos esenciales y escasos. A los hijos se les ve más fuertes, más productivos y más útiles que a las hijas. Las hijas tienen que ser protegidas, los hijos protegen. Los hijos pueden salir a trabajar, contribuyendo a la renta de la casa, las hijas tienen que quedarse en casa y ser apoyadas. Durante la niñez de la hija —sus años menos productivos— sigue siendo una carga para la familia, hasta que pueda casarse, si puede pagar una dote (otra carga), pasando a ser apoyada por otra familia el resto de su vida. He aquí la razón de que se intente casar a la mujer tan pronto como su edad lo permita.
Tratada como una carga, la nueva esposa de hecho es cualquier cosa menos eso. Provee los servicios sexuales a su marido y cuida a los niños que se necesitan para continuar la supervivencia de la unidad familiar del marido. La nueva esposa también comienza un trabajo duro para toda su vida tanto en el hogar como en los campos. Lejos de ser un parásito tiene un gran valor y su marido tendría difícil sobrevivir sin ella y otras como ella.
Por tanto las mujeres son una propiedad valiosa. Pero una propiedad tiene que ser comercializable. Una mujer que ha perdido su virginidad a causa de una violación pierde su valor de mercado; ya no vale para el matrimonio. Seguirá siendo una carga para la familia durante toda su vida. La tentación de deshacerse de una mercancía dañada es fuerte. Así que la mujer violada es expulsada de la casa o se termina con su vida para restaurar el honor de la familia.
Pero, ¿qué clase de honor es este que requiere la muerte de muchachas inocentes? La víctima de una violación no solo deja de ser comercializable, sino que es una ofensa para los ojos, un símbolo viviente de vergüenza y vulnerabilidad que amenaza la estabilidad de toda la familia. Una familia denigrada de este modo puede tener que hacer frente a riesgos que amenacen su supervivencia. Los hombres sienten la situación como una ofensa personal. Los hombres de pueblos pobres que disfrutan de un hogar con señorío ven amenazado su estatus patriarcal y el nombre respetado de su familia.
En los entornos estrechos de la vida del pueblo, la tiranía que ejercen sobre las mujeres es una de las pocas cosas que tienen por sí mismos. Como tanta gente que disfruta de unos derechos de propiedad especiales, matarán para mantener lo que tienen, considerando la muerte de la criatura que les ha ofendido como una obligación moralmente elevada, una operación de limpieza.
Las muertes por honor raramente las persiguen las autoridades locales, que piensan que los hombres que están ocupados en aterrorizar a sus mujeres y a mantenerlas bajo su bota, están menos dispuestos a actuar al unísono contra las injusticias de su sociedad. La violación y el asesinato de mujeres son en sí mismos un mecanismo clave de control social, que mantiene a la población dividida, reprimida, avergonzada, mientras se infligen daño unos a otros, familia contra familia, hombre contra mujer, hombre contra hombre, enzarzados y paralizados por sus códigos de honor homicidas.
A pesar de este nada prometedor retrato hay hechos esperanzadores en el mundo, tales como el naciente acuerdo internacional sobre derechos humanos. Además existe una creciente protesta pública dentro de los sectores más educados de diversos países y movimientos emergentes contra la violencia machista y la violación.
En Nagpur, una ciudad de la India central, multitudes de mujeres protestaron por la pasividad de los tribunales y la policía, ante el temor de volver a ser víctimas de los violadores que raramente son perseguidos y se sienten libres de repetir sus crímenes, amenazando con tomarse la justicia por su mano. En varias ocasiones han atacado y matado a violadores en serie que aterrorizaban a vecindarios enteros.
“Hemos esperado a que actuara la policía, pero no ocurre nada. Las vejaciones y violaciones continúan y nadie hace nada, acusaron las activistas por los derechos de la mujer de Nagpur."
Mientras tanto un alto miembro del Tribunal Supremo, Ar vind Jain, publicó un comunicado extraordinario para las mujeres de Nagpur y del resto de la India. Animó a las estudiantes a que no dudaran en matar al hombre que intentara violarlas, porque en la India llevar un caso contra un violador es mucho más difícil que llevar un caso de muerte en defensa propia.
“En mi opinión”, dijo, “la violación es un intento de la comunidad masculina de aterrorizar a las mujeres, diciéndoles ‘piensa que también puede ocurrirte a ti si te niegas a obedecer al hombre’ ”…
(continuará)
[ Fragmento de: “La lucha de la cultura” . Michael Parenti ]
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